Historia de la literatura: “El Barbero de Sevilla” y “Las bodas de Fígaro”
En esta nueva entrega de la Jácara Literaria, le damos una mirada a una obra fundamental para el género de la comedia, que representa con creces la tendencia del siglo XVIII, que exclama en voz alta el actuar social.
Mónica Acebedo
Cuando escuchamos nombrar El Barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, usualmente, se nos vienen a la mente las famosas óperas de Rossini y Mozart, respectivamente. Sin embargo, como es frecuente en la ópera, estas obras provienen de piezas literarias precedentes. El autor de las dos obras de teatro que inspiraron a los afamados compositores es un dramaturgo francés llamado Pierre-Agustin Caron, mejor conocido como Beaumarchais.
Nació el 24 de enero de 1732 en París, en el seno de una familia de artesanos relojeros cultos, que le permitió tener acceso a educación musical y literaria. Su formación de burgués educado (bourgeois gentilhomme) le granjeó diversos oficios, desde relojero, hombre de negocios de la corte, mercader de armas y hasta agente secreto.
Le invitamos a leer: Historia de la literatura: Manon Lescaut
Aquella época previa a la Revolución fue germen de conflictos sociales entre nobles venidos a menos que se veían forzados a trabajar y burgueses que, con dinero, accedían a títulos nobiliarios. De hecho, es famosa la frase de Beaumarchais cuando en algún momento alguien manifestó sus dudas sobre su origen noble y la validez de su título: “Pero yo tengo el recibo”.
Así, las obras de teatro, que llegan directamente al pueblo, se convierten en una herramienta sociológica fundamental en un ambiente cambiante y convulso. En este sentido se refiere Wolfran Krömer en su ensayo La comedia europea en el siglo XVIII: “El teatro cómico y sus obras aluden claramente a la sociedad. Se trata, por un lado, de una relación de dependencia, ya que la comedia tiene que luchar en mayor medida por la aprobación del público que la tragedia y el poema épico; pero, por otro, se da una relación de contraste, dado que la comedia señala los defectos más enérgicamente que otros géneros y propicia, además, frecuentemente innovaciones” (Historia de la literatura, Akal, v. 4, p. 99).
Es pues en el género de la comedia en donde este autor encuentra su mejor cosecha. Ya desde 1757 sus conocimientos literarios lo arrastraron al teatro. Inicia con representaciones privadas tanto en París como en Versalles y empieza a dejar huella como hombre de teatro. No obstante, solo en 1775 llega su primer gran éxito con la comedia: El barbero de Sevilla o la precaución inútil.
Además: Historia de la literatura: “Cándido o el optimismo”
Se trata de una comedia que representa con creces la tendencia del siglo XVIII que exclama en voz alta el actuar social. Está escrita en prosa y estructurada en cuatro actos. El eje argumental es el clásico conflicto amoroso: el conde Almaviva está enamorado de la bella Rosina y esta corresponde su amor, pero su tutor, Bartolo, también quiere casarse con ella y por eso la mantiene bajo llave y aleja a cualquier pretendiente. Como mediador de estos intentos amatorios aparece el barbero de Sevilla, llamado Fígaro, que les ayuda a los amantes hasta lograr su casamiento y, además, constituye el núcleo dramático de la obra, pues es gracias a él que se logra el final feliz. Bartolo, en cambio, es representado como un hombre pedante, despótico y jactancioso que es objeto de desprecio y, por ende, se convierte en el blanco de burlas y repudio del público.
Por su parte, Las bodas de Fígaro, puesta en escena por primera vez en 1781, es una obra de teatro que expresa de frente el abuso de poder y, en esa medida, constituye un referente socio-político de la Revolución francesa. Incluso el mismo Napoleón asistió a varias representaciones de esta obra, que era el drama de moda en los teatros parisienses. La pieza fue calificada en su momento como contraria a la moral y fue expresamente prohibida por Luis XVI, ya que de la temática rezuma de forma satírica la tendencia revolucionaria. Los protagonistas son los mismos que en El barbero de Sevilla, pero en esta ocasión el centro del drama se enfoca en Fígaro y su amor por Susana, dama de compañía de la condesa. Sin embargo, también el conde Almaviva, ya casado con Rosina, protagoniza otros sucesos amatorios: corteja a la hija del jardinero y a la misma Susana. Adicionalmente, por engaños y patrañas, Fígaro se ve comprometido con otra mujer a la que desprecia. Es un enredo amoroso que entretiene y ridiculiza el actuar social.
En suma, estas dos obras son una muestra de rebelión donde las jerarquías sociales tienden a ser ridiculizadas, ya que son, precisamente, los de menor rango los que triunfan. Según el mismo autor, la gente está provista de máscaras, pero en realidad está llena de vicios y abusa del poder que le otorga la clase. Pero también es una parodia de la opresión de la mujer y la corrupción. Los núcleos temáticos siguen el esquema tradicional de los laberintos y confusiones amorosas, que tienen como propósito entretener al público y, al mismo tiempo, esa maraña de engaños sirve como pretexto de lograr el objetivo romántico a partir de la ruptura de las normas sociales.
Cuando escuchamos nombrar El Barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro, usualmente, se nos vienen a la mente las famosas óperas de Rossini y Mozart, respectivamente. Sin embargo, como es frecuente en la ópera, estas obras provienen de piezas literarias precedentes. El autor de las dos obras de teatro que inspiraron a los afamados compositores es un dramaturgo francés llamado Pierre-Agustin Caron, mejor conocido como Beaumarchais.
Nació el 24 de enero de 1732 en París, en el seno de una familia de artesanos relojeros cultos, que le permitió tener acceso a educación musical y literaria. Su formación de burgués educado (bourgeois gentilhomme) le granjeó diversos oficios, desde relojero, hombre de negocios de la corte, mercader de armas y hasta agente secreto.
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Aquella época previa a la Revolución fue germen de conflictos sociales entre nobles venidos a menos que se veían forzados a trabajar y burgueses que, con dinero, accedían a títulos nobiliarios. De hecho, es famosa la frase de Beaumarchais cuando en algún momento alguien manifestó sus dudas sobre su origen noble y la validez de su título: “Pero yo tengo el recibo”.
Así, las obras de teatro, que llegan directamente al pueblo, se convierten en una herramienta sociológica fundamental en un ambiente cambiante y convulso. En este sentido se refiere Wolfran Krömer en su ensayo La comedia europea en el siglo XVIII: “El teatro cómico y sus obras aluden claramente a la sociedad. Se trata, por un lado, de una relación de dependencia, ya que la comedia tiene que luchar en mayor medida por la aprobación del público que la tragedia y el poema épico; pero, por otro, se da una relación de contraste, dado que la comedia señala los defectos más enérgicamente que otros géneros y propicia, además, frecuentemente innovaciones” (Historia de la literatura, Akal, v. 4, p. 99).
Es pues en el género de la comedia en donde este autor encuentra su mejor cosecha. Ya desde 1757 sus conocimientos literarios lo arrastraron al teatro. Inicia con representaciones privadas tanto en París como en Versalles y empieza a dejar huella como hombre de teatro. No obstante, solo en 1775 llega su primer gran éxito con la comedia: El barbero de Sevilla o la precaución inútil.
Además: Historia de la literatura: “Cándido o el optimismo”
Se trata de una comedia que representa con creces la tendencia del siglo XVIII que exclama en voz alta el actuar social. Está escrita en prosa y estructurada en cuatro actos. El eje argumental es el clásico conflicto amoroso: el conde Almaviva está enamorado de la bella Rosina y esta corresponde su amor, pero su tutor, Bartolo, también quiere casarse con ella y por eso la mantiene bajo llave y aleja a cualquier pretendiente. Como mediador de estos intentos amatorios aparece el barbero de Sevilla, llamado Fígaro, que les ayuda a los amantes hasta lograr su casamiento y, además, constituye el núcleo dramático de la obra, pues es gracias a él que se logra el final feliz. Bartolo, en cambio, es representado como un hombre pedante, despótico y jactancioso que es objeto de desprecio y, por ende, se convierte en el blanco de burlas y repudio del público.
Por su parte, Las bodas de Fígaro, puesta en escena por primera vez en 1781, es una obra de teatro que expresa de frente el abuso de poder y, en esa medida, constituye un referente socio-político de la Revolución francesa. Incluso el mismo Napoleón asistió a varias representaciones de esta obra, que era el drama de moda en los teatros parisienses. La pieza fue calificada en su momento como contraria a la moral y fue expresamente prohibida por Luis XVI, ya que de la temática rezuma de forma satírica la tendencia revolucionaria. Los protagonistas son los mismos que en El barbero de Sevilla, pero en esta ocasión el centro del drama se enfoca en Fígaro y su amor por Susana, dama de compañía de la condesa. Sin embargo, también el conde Almaviva, ya casado con Rosina, protagoniza otros sucesos amatorios: corteja a la hija del jardinero y a la misma Susana. Adicionalmente, por engaños y patrañas, Fígaro se ve comprometido con otra mujer a la que desprecia. Es un enredo amoroso que entretiene y ridiculiza el actuar social.
En suma, estas dos obras son una muestra de rebelión donde las jerarquías sociales tienden a ser ridiculizadas, ya que son, precisamente, los de menor rango los que triunfan. Según el mismo autor, la gente está provista de máscaras, pero en realidad está llena de vicios y abusa del poder que le otorga la clase. Pero también es una parodia de la opresión de la mujer y la corrupción. Los núcleos temáticos siguen el esquema tradicional de los laberintos y confusiones amorosas, que tienen como propósito entretener al público y, al mismo tiempo, esa maraña de engaños sirve como pretexto de lograr el objetivo romántico a partir de la ruptura de las normas sociales.