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Historia de la literatura: “El heptamerón”

A partir de la estructura narrativa enmarcada, heredada de Giovanni Boccaccio, “El heptamerón” es una colección de setenta y dos cuentos que destilan los arsenales del imaginario renacentista y humanista europeo.

Mónica Acebedo
26 de mayo de 2021 - 02:00 a. m.
Desde muy joven, Margarita de Navarra, autora de “El heptamerón”, se interesó por la poesía, los clásicos,  filósofos, por el arte y por muchas más cuestiones intelectuales que le valieron el título de verdadera humanista. / credito
Desde muy joven, Margarita de Navarra, autora de “El heptamerón”, se interesó por la poesía, los clásicos, filósofos, por el arte y por muchas más cuestiones intelectuales que le valieron el título de verdadera humanista. / credito
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Margarita de Navarra es una figura del Renacimiento que forzosamente debe hacer parte de la historia de la literatura, no solamente por la calidad y difusión de sus escritos, sino también porque presenta a través de su pluma una visión moderna de la femineidad y la sexualidad.

Hija de Charles de Angoulême y Louise de Savoie, hermana del rey François I de Francia, llamada también Marguerite de Angoulême, Marguerite d’Alençon. Nació en Angoulême el 11 de abril de 1492 y murió el 21 de diciembre de 1549. Como noble cortesana, hermana del monarca, la obligaron a casarse en 1509 con Charles IV, duque de Alençon, pero este murió en 1525. Dos años después se casó con el rey de Navarra, Enrique II de Albret, con quien tuvo una hija y un hijo que falleció muy pequeño.

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Desde muy joven se interesó por la poesía, por los clásicos, por los filósofos, por el arte y por muchas más cuestiones intelectuales que le valieron el título de verdadera humanista. Entabló amistad con teólogos, poetas y artistas; hizo parte de diversas academias y círculos literarios; se interesó por las doctrinas contemporáneas de Martín Lutero y de Juan Calvino. Hablaba y escribía en francés, español e italiano; sabía de griego y latín antiguo. Escribió numerosos poemas de corte religioso, como, por ejemplo, El diálogo en forma de visión nocturna (1533), constituido por 1.260 versos, escritos en terza rima, que reflexionan sobre la mujer y aunque parten de una visión netamente cristiana, ya se deja ver su mirada original a la posición de la mujer, sobre todo la del alma de una niña muerta y la forma de salvación (probablemente inspirada en la muerte de su sobrina); o, Las prisiones de la reina de Navarra, en las que ya se expresan diversos cuestionamientos filosóficos y teológicos similares a las expresiones calvinistas.

Sin embargo, su obra más conocida y en cierta medida original, es, sin duda, la colección de cuentos a la que se le dio el nombre de El heptamerón y en algunas ediciones, Los cuentos de la reina de Navarra, publicado póstumamente en 1558. La estructura narrativa en dos niveles, uno enmarcado dentro del otro, no es novedosa, pues ya había sido utilizada por Boccaccio o Chaucer. Tampoco el contenido sexual y picante de los relatos. Pero lo que sí resulta original es la visión de la sexualidad y que, además, provenga de una pluma femenina, por si fuera poco, noble y para rematar esposa del monarca de uno de los reinos más importantes del Renacimiento europeo.

El argumento es similar al que se usaba en los relatos enmarcados: un grupo de personas, todas de alta alcurnia, se ven obligadas a refugiarse de una tormenta en la población de Sarrance en la Abadía de Nuestra Señora de la Piedra. Durante siete veladas, cada uno de los integrantes del grupo debe relatar una historia que se adapte a la temática propuesta para cada jornada. Se llama heptamerón, precisamente porque recoge los cuentos de siete tertulias. Ya desde los títulos de cada sesión se deja ver el tono que se imprime a los relatos y presenta una fotografía de las inquietudes sociológicas del momento: (i) En la que se recogen las malas pasadas que las mujeres hacen a los hombres y los hombres a las mujeres; (ii) En la que se trata de aquello que despierta la fantasía de todos; (iii) En la que se trata de las damas que en sus relaciones solo buscan la honestidad, y de la maldad e hipocresía de algunos clérigos; (iv) En la que se trata principalmente de la virtuosa paciencia y atención de las damas para ganarse a sus maridos y de la prudencia que han empleado los hombres para conservar el honor de su casa y de su linaje; (v) En la que se trata de la virtud de las hijas y mujeres que tienen en más alta estima su honor que su placer, de las que estiman lo contrario y de la simplicidad de algunas otras; (vi) En la que se trata de los engaños de hombres a mujeres, de mujeres a hombres y entre mujeres, por avaricia, venganza y malicia y (vii) En la que se trata de los que han hecho todo lo contrario de lo que debían o querían.

Asimismo, los títulos de cada uno de los cuentos resultan irónicos, plagados de humor, sátira, nostalgia y picardía. Por ejemplo: “Donde se habla de un sujeto que habiéndose acostado con su mujer, en lugar de con su doncella, envió allí a su vecino, que le puso cuernos sin que su mujer supiese nada”.

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Ahora bien, evidentemente, Margarita de Navarra había leído a Boccaccio, porque algunos de los relatos son adaptaciones de las narraciones de El decamerón (novela treinta y cinco, por ejemplo), pero lo que sí resulta novedoso es la manera constante como le da autonomía a la sexualidad femenina e invierte los roles típicamente definidos en las relaciones amorosas. Pero también nos enfrentamos con narraciones macabras y vengativas, como la novela treinta y dos. que trata de la esposa adúltera que, pillada en falta, es forzada a beber sangre del cráneo de su amante muerto a manos de su esposo.

En suma, se vale de recursos narrativos como la cotidianeidad y la comicidad para presentar debates filosóficos. El eje argumental de la mayoría de los relatos insertos en la colección es el amor; más específicamente, la miseria que producen las relaciones forzadas, la frustración de los amantes no correspondidos, el despecho, la infidelidad y sobre todo la imposibilidad de alcanzar la perfección absoluta en las relaciones amorosas a partir de una visión neoplatónica en diálogo permanente con la sexualidad, la religión y el arte.

Por Mónica Acebedo

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