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Uno de los libros, o colección de libros, más populares en Occidente -por lo menos después de la invención de la imprenta- es El Nuevo Testamento. Por eso, en un recuento de la historia de la literatura, resulta indispensable mencionar esta obra, ya que no solamente tiene varias implicaciones en la tradición literaria posterior, sino que también retoma temas de mitologías precedentes, tanto de la cultura griega y romana como de la de Egipto y Asia Menor. En este artículo haré referencia a la obra exclusivamente como texto literario e histórico, y no como el libro supremo del cristianismo.
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Lo primero que habría que decir es que todos los libros y misivas que componen El Nuevo Testamento fueron escritos originalmente en griego, que era la lingua franca y el idioma que permitía al mundo la comunicación entre las múltiples culturas que el Imperio romano iba acumulando. El Nuevo Testamento está compuesto por 27 libros separados (evangelios y epístolas), escritos por 14 o 15 autores diferentes, casi todos desconocidos. Asegura el profesor Bart D. Ehrman, en el libro Jesus, Interrupted (2010), que las primeras versiones de los evangelios reunidos junto con las epístolas datan del siglo II d. de C., aunque las cartas (primeros escritos) de Pablo de Tarso a los gentiles (personas que no pertenecían a la religión judía) se remontan al año 50 d. de C. Los otros libros fueron escritos, muy seguramente, en el siglo I d. de C. Sin embargo, la unificación de texto integral solo se dio hasta el siglo II d. de C.
Probablemente, los evangelios fueron compuestos por comunidades cristianas en diferentes lugares del mundo grecorromano. De hecho, la mayoría de los estudios coinciden en que el primer evangelio escrito fue el de Marcos, que debió ser redactado alrededor del año 70 d. de C., es decir, unos 40 años después de la muerte de Jesús. Afirma Charles Freeman, en el libro The Closing of the Western Mind: The Rise of Faith and the Fall of Reason (2002), que lo más probable es que este evangelio fue escrito en Roma por alguna secta cristiana que lo hizo para leer en voz alta a los miembros de sus comunidades. Este libro comienza con el bautizo de Jesús por parte de Juan Bautista y termina con su tumba vacía después de la resurrección. Luego tenemos el evangelio de Lucas, escrito unos pocos años después de Marcos, seguramente con el mismo propósito de evangelización en voz alta, aunque no hay consenso sobre dónde pudo ser escrito; después está el de Mateo, compuesto entre el año 80 y 90 d. de C., preparado por una comunidad en Antioquía, en Siria. A estos tres evangelios se les da el nombre de Evangelios sinópticos porque reflejan una perspectiva compartida sobre la vida de Jesús. Aunque sobre esta visión común muchos académicos, entre historiadores, arqueólogos e incluso teólogos, han expresado que probablemente los evangelios de Mateo y Lucas son reelaboraciones del de Marcos, que se iban cambiando y adecuando cada vez que surgía una nueva copia manual, y sobre todo dependiendo de la audiencia y el lugar en el que se leían los relatos. Tanto, que entre las historias de la vida de Jesús contenidas en cada uno de estos evangelios hay varias contradicciones, como lo afirma el citado profesor Ehrman, quien hace un cuidadoso y detallado estudio sobre estas antonimias. Por último, tenemos el evangelio de Juan, escrito unos años después, en el año 100 d. de C., el cual, en cambio, es muy diferente de los otros tres, ya que presenta una visión más teológica de Jesús y, por primera vez, lo presenta como “divino”, es decir, lo eleva a la categoría de Dios y no solamente como el Mesías mortal que estaba esperando el pueblo judío.
Curiosamente, las epístolas están insertas en el texto después de los evangelios, a pesar de haber sido compuestas muchos años antes. La mayoría de las epístolas, o cartas, fueron escritas por Pablo de Tarso, según muchos, el creador del cristianismo. Pues es él quien extiende las enseñanzas de Jesús a muchos lugares del Imperio romano, sobre todo a los gentiles, que no eran judíos. Justamente, luego de sus predicaciones, cuando las comunidades cristianas tenían dudas sobre determinadas formas de actuar o dudas sobre la vida y obra de Jesús, remitían sus interrogantes a su evangelizador y este respondía a través de las conocidas epístolas.
Ahora bien, sobre la constante pregunta de por qué los autores de los evangelios se llaman Marcos, Mateo, Lucas y Juan, los estudios concuerdan en que esta era una práctica común. En especial en una naciente comunidad religiosa que estaba procurando divulgar las creencias de un Jesús como el salvador de la humanidad, quien en vida estuvo rodeado de unos discípulos, casi todos pescadores o campesinos. En ese sentido, era normal adoptar los nombres de algunos de los hombres que acompañaron a Jesús en toda su trayectoria evangelizadora y poner en palabras de ellos mismos, como testigos directos, las enseñanzas del Mesías. Obviamente, los evangelios no pudieron ser escritos por Marcos, Mateo, Lucas y Juan, en primer lugar, porque muy seguramente no sabían ni leer ni escribir; segundo, porque ellos hablaban arameo y los evangelios se escribieron en griego; tercero, porque desde el punto de vista arqueológico está comprobado que se escribieron muchos años después, época en la que seguramente los compañeros de Jesús ya habían muerto.
Ahora bien, se sabe que fueron muchos los libros o evangelios escritos en diferentes momentos del siglo I d. de C. (para este tema recomiendo la lectura de The Rise of Christianity, de Rodney Stark 1996), que daban cuenta de la vida y obra de Jesús, y que tan solo cuatro entraron en el Nuevo Testamento. La razón: las comunidades cristianas del siglo II d. de C. estaban muy diseminadas y desordenadas, a pesar de su creciente popularidad. Por eso era necesario organizarse y tener en un solo texto unos “evangelios oficiales”. De ahí proviene la palabra canon. ¿Por qué esos y no otros? No lo sabremos, tal vez fue el capricho de uno o varios de los líderes que dieron origen a la Iglesia cristiana, que ya se estaba formando como organización religiosa formal.
En todo caso, ese canon, ese Nuevo Testamento, se convierte en un referente literario desde múltiples perspectivas. Una de ellas, por ejemplo, es que después del libro será posible representar en la literatura de una manera más cotidiana, y ajena de juicios morales y éticos, a los pescadores, las prostitutas y los enfermos. Se trata de un grupo de libros que al analizarlos fuera del contexto religioso, proporcionan una visión muy interesante del mundo antiguo.