Historia de la literatura: “Frankenstein o el moderno Prometeo”
“Tú, mi creador, quisieras destruirme, y lo llamarías triunfar. Recuérdalo y dime, pues, ¿por qué debo tener yo para con el hombre más piedad de la que él tiene para conmigo?”.
Mónica Acebedo
Esta novela de Mary Shelley es uno de los referentes más relevantes en la historia de la literatura del siglo XIX. A mi juicio, no se trata de una novela de terror, así ese haya sido el eje temático que se le atribuyó inicialmente, cuando el selecto grupo conformado por la autora, Percy Shelley, lord Byron, John Polidori y Claire Clairmont se reunieron en Villa Diodati (Cologny, Suiza) en el verano de 1816 y decidieron empezar a escribir relatos de horror. Pero lo que le salió a Shelley en el macabro juego narrativo fue una novela que, como afirma el académico Eberhard Kreutzer, anticipaba el género de la ciencia ficción: “La autora personifica allí, a través del héroe del título el tema de la pasión de un ‘moderno Prometeo’: un hombre de ciencia, tras producir una espantosa criatura humana, caerá en graves conflictos de conciencia, que le obligarán a imponerse una fatal relación de duplicidad” (Historia de la literatura, Akal, v. 4, p. 224).
Le invitamos a leer: Historia de la literatura: “El príncipe”, de Nicolás Maquiavelo
La vida de Mary W. Godwin, mejor conocida por su apellido de casada, Shelley, se puede considerar en sí misma una novela. Nació el 30 de agosto de 1797, hija de Mary Wollstonecraft, una de las precursoras del feminismo moderno con su maravillosa obra: The Vindication of the Rights of Woman (Vindicación de los derechos de la mujer), publicado en 1792, y de William Godwin, también escritor; creció huérfana de madre, ya que murió a los pocos días de haber dado luz a Mary; fue amante del poeta Percy Shelley con quien finalmente contrajo matrimonio después el dramático suicidio de la esposa de este; tuvo cinco embarazos, cuatro hijos, de los cuales solo uno sobrevivió, y empezó a escribir su obra maestra a la edad dieciocho años.
La novela fue publicada en enero de 1818 de manera anónima, ya que el editor se negó a publicarla bajo la autoría de una mujer. Luego, en 1823, con una nueva edición, se dio a conocer a la verdadera autora y aunque años más tarde circuló el falso rumor de que la novela la había escrito Percy Shelley, Mary alcanzó a ser testigo del éxito de su gran pieza literaria.
Frankenstein o el moderno Prometeo es el título de esta novela, que de inmediato nos remite al tradicional mito griego de Prometeo, el titán que les robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, que por esa razón fue condenado por Zeus al encadenamiento eterno, que presenta varios cuestionamientos alrededor de la trama de la novela.
Además: Historia de la literatura: “El avaro”
Recordemos el eje argumental: entre 1816 y 1817 en Suiza, un científico, o mejor, un estudiante de ciencias llamado Víctor Frankenstein decide hacer un experimento que consiste en crear un ser humano con partes de cadáveres y darle vida. Su creación resulta de proporciones enormes y aspecto monstruoso. Frankenstein está horrorizado por lo que ha hecho; el acto de haber dado vida a esa miserable criatura lo tiene atormentado moralmente, físicamente enfermo y psicológicamente exhausto. En algún momento, la criatura sale de la casa y toma rumbo por su propia cuenta. Este ser se enfrenta al mundo como una tábula rasa sin saber nada sobre la condición humana ni sobre la sociedad. No obstante, poco a poco empieza a conocer los aspectos básicos de la naturaleza, de la humanidad, de la vida en común de los hombres y mujeres; aprende a leer, escribir, hablar, sentir, gracias a la observación meticulosa de la cotidianidad de una familia. Creación y creador se encuentran en algún momento y tras la negativa de Frankenstein de acceder a la petición del monstruo, inicia entre ambos una lucha y persecución moral, física y psicológica que terminará llevando, a quien se atreva a la lectura de esta maravillosa aventura, a un sinnúmero de cuestionamientos éticos y morales.
Pero no solamente la trama novelesca es la que convierte a esta pieza literaria en una obra que hace parte del canon occidental, también los aspectos formales y el aparato narratológico de la novela. Por ejemplo, las diferentes voces narrativas son un motivo fundamental a la hora de acercar o alejar al lector. La narración empieza con una serie de cartas que le escribe Robert Walton, el capitán de una expedición que se dirige al Polo Norte, quien le relata a su hermana en Inglaterra las experiencias de su viaje, una de ellas, el rescate de un hombre llamado Víctor Frankenstein; luego, nos enfrentamos a la voz del mismo Frankenstein cuando le cuenta a Walton todo lo que le ha ocurrido; en algún momento, cuando la criatura monstruosa y Víctor se encuentran, escuchamos las duras y complicadas vivencias del monstruo, también a partir de un “yo” muy sentido, que harán que cualquier persona que se acerque a la lectura se conmueva; y, por último están las voces de las cartas del padre y la amada de Frankenstein.
De otra parte, encontramos un juego metaliterario no solo por tener una primera historia o hilo conductor (la historia de Walton) con sendos relatos insertos (el de Víctor Frankenstein, el de su criatura y el de la familia de quien el monstruo aprende), sino también por las referencias literarias de las cuales el monstruo conoce los detalles de la humanidad: El Paraíso perdido, de John Milton (el origen de la humanidad, la salvación, el castigo, la culpa, el cristianismo…); Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe (los sentimientos, el sufrimiento por amor, el poder de la naturaleza…); Las vidas paralelas, de Plutarco (griegos y romanos célebres, la historia, el poder, el trabajo, el carácter moral de las personas…).
En pocas palabras, la novela es mucho más que un hito inaugural de la ciencia ficción, ya que fusiona varios géneros literarios decimonónicos: la novela gótica romántica, la novela epistolar, la novela de aventuras y los relatos de viajes. Pero, adicionalmente, se trata de un escrito que trasluce temas como el peligro del conocimiento científico y los límites del ser humano o la tradicional asociación de la maldad con el aspecto físico y de la belleza como constructo social.
Esta novela de Mary Shelley es uno de los referentes más relevantes en la historia de la literatura del siglo XIX. A mi juicio, no se trata de una novela de terror, así ese haya sido el eje temático que se le atribuyó inicialmente, cuando el selecto grupo conformado por la autora, Percy Shelley, lord Byron, John Polidori y Claire Clairmont se reunieron en Villa Diodati (Cologny, Suiza) en el verano de 1816 y decidieron empezar a escribir relatos de horror. Pero lo que le salió a Shelley en el macabro juego narrativo fue una novela que, como afirma el académico Eberhard Kreutzer, anticipaba el género de la ciencia ficción: “La autora personifica allí, a través del héroe del título el tema de la pasión de un ‘moderno Prometeo’: un hombre de ciencia, tras producir una espantosa criatura humana, caerá en graves conflictos de conciencia, que le obligarán a imponerse una fatal relación de duplicidad” (Historia de la literatura, Akal, v. 4, p. 224).
Le invitamos a leer: Historia de la literatura: “El príncipe”, de Nicolás Maquiavelo
La vida de Mary W. Godwin, mejor conocida por su apellido de casada, Shelley, se puede considerar en sí misma una novela. Nació el 30 de agosto de 1797, hija de Mary Wollstonecraft, una de las precursoras del feminismo moderno con su maravillosa obra: The Vindication of the Rights of Woman (Vindicación de los derechos de la mujer), publicado en 1792, y de William Godwin, también escritor; creció huérfana de madre, ya que murió a los pocos días de haber dado luz a Mary; fue amante del poeta Percy Shelley con quien finalmente contrajo matrimonio después el dramático suicidio de la esposa de este; tuvo cinco embarazos, cuatro hijos, de los cuales solo uno sobrevivió, y empezó a escribir su obra maestra a la edad dieciocho años.
La novela fue publicada en enero de 1818 de manera anónima, ya que el editor se negó a publicarla bajo la autoría de una mujer. Luego, en 1823, con una nueva edición, se dio a conocer a la verdadera autora y aunque años más tarde circuló el falso rumor de que la novela la había escrito Percy Shelley, Mary alcanzó a ser testigo del éxito de su gran pieza literaria.
Frankenstein o el moderno Prometeo es el título de esta novela, que de inmediato nos remite al tradicional mito griego de Prometeo, el titán que les robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, que por esa razón fue condenado por Zeus al encadenamiento eterno, que presenta varios cuestionamientos alrededor de la trama de la novela.
Además: Historia de la literatura: “El avaro”
Recordemos el eje argumental: entre 1816 y 1817 en Suiza, un científico, o mejor, un estudiante de ciencias llamado Víctor Frankenstein decide hacer un experimento que consiste en crear un ser humano con partes de cadáveres y darle vida. Su creación resulta de proporciones enormes y aspecto monstruoso. Frankenstein está horrorizado por lo que ha hecho; el acto de haber dado vida a esa miserable criatura lo tiene atormentado moralmente, físicamente enfermo y psicológicamente exhausto. En algún momento, la criatura sale de la casa y toma rumbo por su propia cuenta. Este ser se enfrenta al mundo como una tábula rasa sin saber nada sobre la condición humana ni sobre la sociedad. No obstante, poco a poco empieza a conocer los aspectos básicos de la naturaleza, de la humanidad, de la vida en común de los hombres y mujeres; aprende a leer, escribir, hablar, sentir, gracias a la observación meticulosa de la cotidianidad de una familia. Creación y creador se encuentran en algún momento y tras la negativa de Frankenstein de acceder a la petición del monstruo, inicia entre ambos una lucha y persecución moral, física y psicológica que terminará llevando, a quien se atreva a la lectura de esta maravillosa aventura, a un sinnúmero de cuestionamientos éticos y morales.
Pero no solamente la trama novelesca es la que convierte a esta pieza literaria en una obra que hace parte del canon occidental, también los aspectos formales y el aparato narratológico de la novela. Por ejemplo, las diferentes voces narrativas son un motivo fundamental a la hora de acercar o alejar al lector. La narración empieza con una serie de cartas que le escribe Robert Walton, el capitán de una expedición que se dirige al Polo Norte, quien le relata a su hermana en Inglaterra las experiencias de su viaje, una de ellas, el rescate de un hombre llamado Víctor Frankenstein; luego, nos enfrentamos a la voz del mismo Frankenstein cuando le cuenta a Walton todo lo que le ha ocurrido; en algún momento, cuando la criatura monstruosa y Víctor se encuentran, escuchamos las duras y complicadas vivencias del monstruo, también a partir de un “yo” muy sentido, que harán que cualquier persona que se acerque a la lectura se conmueva; y, por último están las voces de las cartas del padre y la amada de Frankenstein.
De otra parte, encontramos un juego metaliterario no solo por tener una primera historia o hilo conductor (la historia de Walton) con sendos relatos insertos (el de Víctor Frankenstein, el de su criatura y el de la familia de quien el monstruo aprende), sino también por las referencias literarias de las cuales el monstruo conoce los detalles de la humanidad: El Paraíso perdido, de John Milton (el origen de la humanidad, la salvación, el castigo, la culpa, el cristianismo…); Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe (los sentimientos, el sufrimiento por amor, el poder de la naturaleza…); Las vidas paralelas, de Plutarco (griegos y romanos célebres, la historia, el poder, el trabajo, el carácter moral de las personas…).
En pocas palabras, la novela es mucho más que un hito inaugural de la ciencia ficción, ya que fusiona varios géneros literarios decimonónicos: la novela gótica romántica, la novela epistolar, la novela de aventuras y los relatos de viajes. Pero, adicionalmente, se trata de un escrito que trasluce temas como el peligro del conocimiento científico y los límites del ser humano o la tradicional asociación de la maldad con el aspecto físico y de la belleza como constructo social.