Historia de la literatura: “Jardín de los cerezos”
“La medicina es mi mujer legítima, la literatura, mi amante. Cuando una me aburre, me voy a pasar la noche con la otra. Al no suceder esto regularmente, no resulta monótono, y, por otra parte, ninguna pierde verdaderamente nada con mi infidelidad”. Antón Chéjov, en correspondencia con su editor.
Mónica Acebedo
Para empezar el siglo XX en esta “Historia de la literatura”, me voy a referir a un autor que, sin duda, representa la transición entre los dos siglos, Antón Chéjov (1860-1904), uno de los referentes más importantes en la cuentística, ya que sus relatos incorporan, como diría Juan Gabriel Vásquez, “todo lo que es importante para los seres humanos”. También es él quien inaugura una nueva conciencia estética en la estructura de sus relatos breves, en los que no siempre es fácil identificar ni el principio ni el final y, con frecuencia, tampoco el eje argumental. Es el maestro por excelencia del relato breve. De hecho, él mismo decía: “Sé escribir corto”. Pero no solo corto, sino claro y preciso. Señala Ricardo San Vicente al referirse a la tendencia innovadora de Chéjov: “Diríamos que la piedra angular de la obra chejoviana es la desacralización de la literatura y en muchos sentidos la ignorancia consciente de la escala de valores literarios de su tiempo” (La literatura admirable, Pasado&Presente, 2018, p. 473).
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Para empezar el siglo XX en esta “Historia de la literatura”, me voy a referir a un autor que, sin duda, representa la transición entre los dos siglos, Antón Chéjov (1860-1904), uno de los referentes más importantes en la cuentística, ya que sus relatos incorporan, como diría Juan Gabriel Vásquez, “todo lo que es importante para los seres humanos”. También es él quien inaugura una nueva conciencia estética en la estructura de sus relatos breves, en los que no siempre es fácil identificar ni el principio ni el final y, con frecuencia, tampoco el eje argumental. Es el maestro por excelencia del relato breve. De hecho, él mismo decía: “Sé escribir corto”. Pero no solo corto, sino claro y preciso. Señala Ricardo San Vicente al referirse a la tendencia innovadora de Chéjov: “Diríamos que la piedra angular de la obra chejoviana es la desacralización de la literatura y en muchos sentidos la ignorancia consciente de la escala de valores literarios de su tiempo” (La literatura admirable, Pasado&Presente, 2018, p. 473).
Antón Pavlevich Chéjov nació el 17 de enero de 1860 en Taganrog (Crimea) en el seno de una familia plebeya. Tercer hijo de seis hermanos y nieto de un siervo que había logrado su emancipación. Su padre fue comerciante y su madre también era hija de un comerciante de telas. En ese sentido, en el mundo de los negocios y con el contacto con la gente del pueblo y con la vida cotidiana de una clase trabajadora que se enriquecía pudo observar la realidad social de su país. Él mismo deja muchos aspectos de su biografía no solo en sus cuentos, personajes, textos novelados (por ejemplo, Historia de una vida, 1896), sino también en su correspondencia. Tuvo una mala relación con su padre (un fanático religioso). Se trasladó a Moscú donde estudió medicina. Ejerció como médico y fue un auténtico apasionado por su profesión, que nunca le impidió desarrollar su vocación literaria. Por el contrario, disfrutó en vida su fama como autor reconocido. Murió el 2 de julio de 1904, poco después de estrenar la obra de teatro a la que nos referimos en este espacio.
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El Jardín de los cerezos (1904) es una comedia en cuatro actos que refleja una tendencia realista y a la vez psicológica. Es decir, se trata de una pintura muy exacta, al estilo del naturalismo y realismo decimonónico, del comportamiento de la sociedad rusa. La aristocracia cada vez se empobrece más, mientras que la burguesía se encarama en la escala social. La nación rusa viene presentando desde los años ochenta un proceso de descomposición de los nobles hidalgos, proceso que se acentúa conforme se implanta el capitalismo en Rusia y la burguesía se empieza a perfilar como la clase dominante. Al mismo tiempo, la aristocracia sufre de estos movimientos económicos y sociales. Esta situación es magistralmente caracterizada por Chéjov en esta comedia a partir de personajes con profundidad psicológica, que cuestionan su papel en la sociedad. Afirma Sergio Beser en este sentido: “Chéjov supera el peligro del tratamiento costumbrista de ese amplio panorama social a través del rechazo crítico de la sociedad civil, rechazo que surge de los mismos personajes, al hacerse conscientes de la falsedad de sus vidas o en el ejercicio activo de la lectura, al descubrir el receptor el vacío absurdo de unos seres, inconscientes de aquella falsedad”. (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2002, p. 755).
El argumento es el siguiente: una familia de la aristocracia rusa, dueña de una hacienda en estado lamentable debido a las pésimas administraciones de los años precedentes, se ve obligada a venderla para poder pagar las múltiples deudas. El hijo de unos antiguos sirvientes de la familia, que ahora es un próspero comerciante, propone vender la tierra y la casa familiar como centro vacacional. Para esto sería necesario talar un hermoso jardín de cerezos. La trama se centra en las angustias, los pensamientos y las reacciones de la familia y los empleados de la casa frente a la inevitable situación de la pérdida de la casa y el jardín.
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El tópico del jardín cumple un papel fundamental en la estructura dramática, ya que refleja un cambio del modelo productivo, donde hay unos nuevos burgueses que sustituyen a ricos aristócratas que se han empobrecido. En esa medida, los roles de la sociedad cambian. El jardín simboliza una nostalgia por el pasado y una negativa a aceptar la modernidad económica, política y social que se viene implementando desde hace años en el resto de Europa.
En definitiva, esta obra de teatro, que el mismo Chéjov llamó comedia, aunque su eje argumental sea más trágico que cómico, presenta varios temas como el sufrimiento, la decadencia, la memoria, la identidad y la lucha de unas tradiciones que no quieren desaparecer por más absurdas y anacrónicas que se presenten. El huerto de cerezos o guindos simboliza la identidad de una clase noble con toda su grandeza que se rompe desde sus raíces. El autor se vale de recursos como la naturaleza para asociar la belleza con el pasado y de una yuxtaposición del naturalismo y realismo con el intimismo psicológico de los personajes.