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“Sobrevive con la memoria, antes que sea demasiado tarde, antes que el caos te impida recordar”, Carlos Fuentes
La obra de Carlos Fuentes (1928-2012) es tan rica y vasta, que resulta difícil escoger una para comentar en esta Historia de la literatura. Con todo, elegí “La muerte de Artemio Cruz”, publicada en 1962, una novela que tiene como contexto la Revolución mexicana (aunque no es una novela histórica) porque, a mi juicio, integra varios de los elementos esenciales de su obra. Las memorias de un político e industrial mexicano en su lecho de muerte son el hilo conductor de este relato que presenta una visión social y política de la nación mexicana. Contribuye con la construcción de la identidad, en particular, la del norte, la de aquellos a los que llamaban los “gringos viejos”, que es diferente a la del sur, que tiene un componente indígena mucho más alto; además refleja la corrupción y la decadencia de la época siguiente a la Revolución mexicana; evidencia, de forma magistral, el sentir colectivo y la manera como se comportan los individuos. La respuesta del editor del Fondo de Cultura Económica al autor, luego de recibir el manuscrito original, dice: “(...) me parece que la fuerza de sus novelas reside en la interpretación revolucionaria que proyectan unida a la fina sensibilidad del intelectual estrechamente ligado a la vida de su pueblo” (“Contracarátula”, Ed. FCE, 1976).
Carlos Fuentes Macías, de padres mexicanos, nació en Panamá el 11 de noviembre de 1928. Su padre era diplomático y, por eso, de pequeño vivió también en Argentina, Chile, Brasil y Estados Unidos. Estudió Derecho en México y luego se especializó en Suiza. Trabajó en varios cargos públicos. Fundó una revista de literatura y un periódico. Escribió cuentos, novelas, guiones cinematográficos, ensayos sobre política, literatura, crítica literaria y artículos de prensa; fue profesor y académico en universidades mexicanas y estadounidenses; se convirtió en uno de los referentes del “boom” latinoamericano y uno de los intelectuales más destacados de México. Fue miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. Murió el 15 de mayo de 2012, meses después de haber estado en el Hay Festival de Cartagena.
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Artemio Cruz, el protagonista, está a punto de morir. Al comienzo la narración deja sentir un estado indigno, humillante a partir de una primera persona que le da profundidad psicológica al personaje: “Yo despierto… Me despierta el contacto de ese objeto frío con el miembro. No sabía que a veces se puede orinar involuntariamente (…). Soy este viejo con las facciones partidas por los cuadros desiguales del vidrio. Soy este ojo. Soy este ojo. Soy este ojo surcado por las raíces de una cólera acumulada, vieja, olvidada, siempre actual”. Durante ese proceso de deterioro moral y físico, él llega a afirmar que se puede vivir sin bondad y sin caridad, pero nunca sin orgullo.
Artemio es fruto de la violación de una mulata por un terrateniente; fue parte de la Revolución mexicana en 1919, pero luego la traicionó. De hecho, “traicionar” se convertirá en el verbo rector de su vida: “Vivir es traicionar a tu Dios; cada acto de la vida, cada acto que nos afirma como seres vivos, exige que se violen los mandamientos de tu Dios”. Pasó por los brazos de muchas mujeres, pero solo amó a Regina, quien fue retenida y asesinada por las tropas de Pancho Villa. Tuvo un hijo que murió en la guerra civil española. Fueron numerosos sus empleos: transportador de pescado, redactor en un periódico, funcionario de concesiones madereras, minero, diputado, etcétera. Construyó su fortuna gracias al dinero de su suegro, Gamaliel Bernal. Él había conocido a Catalina Bernal, su mujer, el día en que llevó la noticia de la muerte del hermano de ella, Gonzalo Bernal. Su mujer nunca lo ha querido y su hija Teresa lo desprecia. Padilla, su secretario, sabe todo de su patrón y es él quien al final de sus días lo graba. “Todos necesitamos testigos de nuestra vida para poder vivirla...”.
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La prosa se construye a partir de un juego narratológico original y moderno. Es un viaje constante entre el presente y el pasado con dos planos espaciotemporales: en primer lugar, la conciencia de Artemio Cruz frente a su cuerpo moribundo y, de otra parte, su intento de entender su pasado. Es una mirada realista que plantea la corrupción moral reflejada en un cuerpo desgastado y pútrido; algo que existió, una realidad, un recuerdo que no se ve y es necesario imaginar. Las voces narrativas son variadas (primera, segunda y tercera) y los puntos de vista se escinden constantemente entre lo subjetivo y lo objetivo cuando utiliza la tercera persona; es decir, hay una fragmentación del narrador omnisciente.
“La muerte de Artemio Cruz” le sirve a Fuentes para dibujar los problemas de la sociedad mexicana personificados en un hombre corrupto, codicioso, traicionero y capaz de cualquier cosa para avanzar en su carrera empresarial y política. Un ser humano a quien la inminencia de la muerte dispara remordimientos que se fusionan con orgullo, miedo, soledad, angustia y desamor: “¿Morirás? No será la primera vez. Habrás vivido tanta vida muerta, tantos momentos de mera gesticulación”. La novela es un repaso de aspectos de la Revolución mexicana: “Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganando batallas militares, ya está perdida”, y es también un reflejo de la sociedad del D. F. en los años 50.