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Historia de la literatura “La señora Dalloway”

Virginia Wolf escribe una novela que representa con creces una tendencia narrativa novedosa, un estilo que marcará los estudios de género, la mirada de la mujer intelectual y un testimonio histórico a partir de la literatura.

Mónica Acebedo
27 de septiembre de 2022 - 01:49 a. m.
Adeline Virginia Stephen, mejor conocida como Virginia Wolf.
Adeline Virginia Stephen, mejor conocida como Virginia Wolf.
Foto: Ap
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“Solo Dios sabe por qué la amamos tanto, por qué la vemos como la vemos, inventándola, construyéndola a nuestro alrededor, derribándola a cada momento; porque hasta las mujeres menos atractivas que pudiera imaginarse, los desechos más miserables que se sentaban en los umbrales de las puertas (derrotados por la bebida) hacían lo mismo; estaba totalmente convencida de que ninguna ley lograría dominarlos, y por esa misma razón: la de que ellos amaban la vida”.Virginia Wolf.

La señora Dalloway (1925), escrita por Viginia Wolf (1882-1941), es una de las novelas más emblemáticas del Modernismo europeo y también se trata de uno de los mejores referentes del llamado “flujo de conciencia”, una tendencia narratológica que procura relatar los pensamientos de las personas tal y como se van presentando en la mente. Es decir, la autora se distancia de la manera como se narraban las historias en el siglo XIX, casi siempre de forma lineal y con riguroso realismo. Virginia Wolf rompe con ese esquema y se aventura a narrar el mundo a partir del pensamiento interior y, frecuentemente, inconsciente de sus personajes.

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Adeline Virginia Stephen, mejor conocida como Virginia Wolf, nació en Londres el 25 de enero de 1882 y murió en Rodmell el 28 de marzo de 1941. Asegura Stefan Bollman en el maravilloso libro Women who Write are dangerous (Las mujeres que escriben son peligrosas), editado por Abbeville Press, con respecto a la autora de La señora Dalloway: “La vida de Virginia Wolf estuvo marcada por constantes altibajos: una infancia en la Inglaterra victoriana; la atmosfera liberal de Grupo de Bloomsbury de escritores, artistas e intelectuales; éxito y reconocimiento como autora, y luego el suicidio a los cincuenta y nueve años”.

En efecto, la depresión y el trastorno bipolar le ganó la partida, pero nos dejó un legado literario extraordinario, además de numerosas reflexiones sobre la condición de la mujer y su relación con el mundo intelectual.El contexto histórico en el que escribe y publica La señora Dalloway es fundamental para entender la estructura temática de la novela: es 1925 una época de lenta recuperación luego de la devastación de Europa después de una guerra que utilizó técnicas modernas, hasta entonces no conocidas, y que acabó con la vida de millones de personas; un momento de cambios para la sociedad, a la que se ha impuesto un progreso casi forzoso en términos políticos y económicos; un espacio de transformación del pensamiento filosófico, científico y psicológico; de hecho, ella es contemporánea de Freud y conoce las implicaciones de la toma de conciencia de un “yo” inconsciente y de los traumas generados por la guerra; asimismo, es un tiempo de revolución industrial, de crecimiento desmesurado de las ciudades, con las respectivas migraciones y, por si fuera poco, es el momento de la ruptura con una serie de códigos morales muy conservadores que se habían impuesto durante el reinado de la reina Victoria.

Recordemos la trama de La señora Dalloway: se trata de un día en la vida de una mujer de clase alta de la sociedad londinense, Clarissa Dalloway. Esa noche, ella y su marido ofrecerán una gran cena en su casa: ella decide salir a comprar las flores para el evento. En el camino, sus pensamientos se remontan al pasado. De esa forma, a partir de un juego temporal, la narración da cuenta de su infancia, su familia, su matrimonio, su hija y varios aspectos de su vida al que se yuxtapone un presente moderno e invasivo (un avión, por ejemplo). A su regreso encuentra a Peter Walsh, un exnovio al que no ve hace mucho tiempo, y de quien había rechazado la propuesta de matrimonio.

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De otra parte, el otro protagonista es Septimus, un veterano de la guerra europea que está traumatizado. Antes de la guerra era un joven poeta, amante de Shakespeare. En la guerra vio morir a un amigo muy cercano, Evans, y con frecuencia lo ve y conversa con él. Tiene momentos lúcidos y piensa constantemente en el suicidio. Septimus y Clarissa son los dos polos opuestos que no se conocen. Conversan el uno con el otro, sin que en realidad se encuentren a lo largo de la novela, usando la técnica del reflejo. Es decir, las vivencias de los dos personajes se entrelazan a partir de diversos motivos y recursos narrativos. En realidad, en la novela no pasa mucho y pasa de todo, hasta el terrible desenlace del suicidio de Septimus. Pero lo que pretende Wolf no es centrarse en los hechos cotidianos, sino presentar una perspectiva diferente de la realidad.

Christiane Zschirnt resume con extrema puntualidad el alcance de la novela: “La señora Dalloway es una novela complicada sobre el sentido, la trascendencia y la identidad. Al final se narra la lograda fiesta de Clarissa, hasta que llega de improviso la noticia de la muerte de Septimus. Él debe morir porque sus conocimientos más profundos constituyen una pura locura en la relación interna del mundo. Y, por el contrario, Clarissa consigue crear un contexto de manera sencilla, con su fiesta. […]. Clarissa agrupa en su fiesta a los representantes más importantes de la sociedad inglesa. Ha logrado, aunque sea por unas pocas horas, crear un microcosmos, un mundo cerrado en miniatura” (Todo lo que hay que leer, Taurus, 2004, p. 220).

En resumen, Virginia Wolf escribe una novela que representa con creces una tendencia narrativa novedosa, un estilo que marcará los estudios de género, la mirada de la mujer intelectual y un testimonio histórico a partir de la literatura, en un momento en el que entran en crisis los ideales del mundo moderno y los movimientos artísticos.

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Por Mónica Acebedo

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