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Con precisión apunta Andreu Jaume en el prólogo de la hermosa edición bilingüe de Lumen: “No hay, en el siglo XX, una obra que concentre con tanta intensidad todas las ideas preconcebidas acerca de lo que se entiende por poesía moderna como La tierra baldía, un poema que ha llegado a encarnar no solo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, que ha generado una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo” (Penguin Random House, 2015, p. 7). En efecto, es frecuente referirse a T.S. Eliot y La tierra baldía como paradigma ineludible de la teoría literaria moderna. Son numerosas las aproximaciones críticas y las diversas interpretaciones del poema.
Thomas Stearns Eliot, mejor conocido por sus iniciales: T.S. Eliot, nació el 26 de septiembre de 1888 en Saint Louis, Missouri. De su madre, Charlotte Champe, heredó la vena poética y gracias a los buenos negocios de su padre recibió una educación de alta calidad en las universidades de Harvard, la Sorbona y Oxford. Desde 1915 vivió en Inglaterra y se convirtió en ciudadano británico en 1927. Como ensayista, dramaturgo, poeta, crítico literario y profesor implementó posturas sobre temas sociológicos, literarios e incluso religiosos. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1948. Murió el 4 de enero de 1965 en Kensington, Inglaterra.
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El eje temático de su obra es el drama del individuo apabullado en la ciudad moderna y en una sociedad que se desmorona por las guerras. No son versos fáciles de entender la primera vez que uno los tiene enfrente, pero con solo una segunda lectura la confusión inicial va desapareciendo. Está dividido en cinco partes en los que resuena la poesía épica de origen anglosajona y donde el ritmo y la musicalidad son esenciales para captar la intención del poema. En ese sentido, vale la pena una buena edición bilingüe para poder descifrar la sonoridad. De hecho, en una de las tantas interpretaciones que se han hecho de esta obra se le ha comparado con el jazz de los años veinte. Tanto, que el mismo Eliot hizo referencia a su poema como “a little piece of rithmical grumbling” (una pequeña pieza de gruñidos rítmicos). Ese alegato es una especie de diatriba en contra de la civilización, una mirada crítica en contra del actuar social y las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
Recomiendo lecturas en voz alta del poema, que se encuentran con facilidad en internet, hechas por el mismo Eliot. El aparato narrativo que utiliza es una especie de juego alegórico con las estaciones en 434 versos. Comienza con la primavera, que es la estación que logra cambiar el paisaje desolado y seco. Es el momento de la fecundidad y la belleza, de los cuales, los primeros son un lugar común en la memoria literaria colectiva:
«Abril es el más cruel de los meses, pues engendra
lilas en el campo muerto, confunde
memoria y deseo, revive
yertas raíces con lluvia de primavera.
El invierno nos dio calor, cubriendo
la tierra con nieve sin memoria, alimentando
un hijo de vida con tubérculos secos».
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La primera parte del poema (El entierro de los muertos) pareciera reclamar un diálogo entre el pasado, el presente y el futuro, al tiempo que cuestiona la transformación de la sociedad en todos los niveles: políticos, culturales, económicos… Es una mujer que recuerda un tiempo del pasado, pero lo combina con una escena de amor y luego asiste a la lectura de las cartas por parte de Madame Sosostris, una vidente. A medida que avanza el poema se enfrenta a un Londres ambiguo: “Ciudad irreal/ bajo la neblina sepia del alba invernal […]” y termina con un símbolo de esterilidad que equipara a la sociedad del presente.
«¿Cuáles son las raíces que agarran, qué ramas crecen
en esta basura pétrea? Hijo del hombre,
no puedes saberlo ni imaginarlo, pues conoces solo
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate,
y el árbol muerto no da sombra, ni el grillo alivia,
ni hay rumor de agua en la piedra seca. […]»
La segunda parte (Una partida de ajedrez) se refiere a una mujer molesta porque su pretendiente la ignora. Pareciera una parodia a uno de los monólogos de Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Luego, un diálogo entre dos mujeres sobre el marido de una de ellas que es infiel.
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«RÁPIDO POR FAVOR ES LA HORA
Si no te gusta te aguantas, le dije
Otras tienen dónde elegir si tú no puedes.
Pero si Albert se larga no será porque yo no te haya avisado.»
En la tercera parte (El sermón de fuego) hay una alusión directa al vidente Tiresias que cuenta una historia de amor entre una mujer y un joven con forúnculos. Yuxtapone a esta imagen un paseo de la reina Isabel II con su amante. Sigue Muerte por agua, en la que supone la necesidad de la muerte para comenzar de nuevo:
“[…] / Una corriente submarina
Arrastró sus huesos en susurros. Al levantarse y caerse
Pasó todos los estadios de su edad y juventud
Adentrándose en el remolino”.
Termina con una sección llamada Según dijo el trueno, en la que describe una tormenta sin lluvia y termina el poema con la palabra Shantih (paz en hindú) tres veces.
Las cinco partes del poema parecen muy diferentes las unas de las otras, pero todas están atravesadas por los mismos símbolos: la decadencia, la infertilidad, la soledad, un ambiente lúgubre y una sociedad disminuida. Es decir, La tierra baldía, a pesar de no tener un hilo conductor ni una trama específica, expresa un mundo fragmentado, una tierra estéril y una sociedad aniquilada.