Historia de la literatura: “La vorágine”
“La vorágine” se convierte en pionera de la novela de la selva, denuncia y exploración interna. Todos estos elementos se fusionan y dialogan en una prosa convulsiva, palpitante, telúrica, moderna, poética y romántica.
Mónica Acebedo
“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”, José Eustasio Rivera.
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“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”, José Eustasio Rivera.
La cita con la que se inicia esta reflexión es uno de los comienzos narrativos más simbólicos y potentes de la literatura colombiana, no solo por la analogía con el amor, sino por la fuerte implicación social e histórica que contiene esa corta oración en una novela en la que se escuchan ecos tanto del Romanticismo decimonónico como del Modernismo de comienzos del siglo XX.
La vorágine, escrita por el colombiano José Eustasio Rivera (1889-1928), fue publicada en 1924 y se ha convertido en un clásico no solamente de la literatura colombiana, sino de América Latina. Esa violencia que ganó la partida en la que el protagonista le entregó el corazón a la eventualidad; esa Violencia que se escribe con mayúscula por ser una categoría definida por la historiografía; esa, que en la novela presentó una denuncia directa en contra de la explotación de la selva que produjo la fiebre del caucho de finales del siglo XIX y comienzos del XX, es la misma que se ha convertido en eje temático de una porción muy alta de la producción literaria en Colombia y, por lo tanto, uno de sus componentes identitarios más relevantes.
José Eustasio Rivera nació en un pueblo pequeño del Huila llamado, por ese entonces, San Mateo el 19 de febrero de 1888. Sus primeros estudios los hizo en Neiva. Se aficionó desde muy joven a la lectura de los románticos alemanes, de donde extrajo la comunicación entre el hombre y la naturaleza, que logró adaptar a la selva y al campo colombianos. Fue maestro en el Huila y luego estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia. Después, se desempeñó como inspector del Gobierno en algunas exploraciones petroleras y más adelante formó parte de comisiones delimitadoras entre Colombia y Venezuela.
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La novela está narrada en primera persona, en la voz de Arturo Cova, aunque hay unas partes insertas narradas por Clemente Silva y por la indiecita Mapiripana. Se trata, supuestamente, de unos escritos remitidos a Rivera por el cónsul de Colombia en Manaos. Lo que hace el autor con esta especie de relato enmarcado es, quizá, tomar distancia al usar el tópico del manuscrito perdido para darle mayor verosimilitud.
El narrador cuenta su travesía y la de su pareja, Alicia, por los Llanos orientales y la selva amazónica, después de que han tenido, forzosamente, que alejarse de la sociedad urbana. El núcleo temático de la novela está en las complicadas, o mejor, inhumanas condiciones en las que viven los colonos y los indígenas que han sido esclavizados por la llamada “fiebre del caucho”. Pero también se trata de una novela de formación, ya que, a medida que transcurre la trama, el protagonista se va transformando. Él mismo se va a dar cuenta de los cambios en su personalidad y de los constantes hallazgos en la búsqueda de su propia identidad. De hecho, es esencial el epígrafe, en el que anuncia que no fue lo que probablemente él esperaba de sí mismo: “… Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente, cual una aureola de mi juventud; los que se olvidaron de mí apenas mi planta descendió al infortunio; los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué no fui lo que pude haber sido…”. Precisamente, esa idea de novela modernista se debe a esa búsqueda interna de Cova, esa exploración interior que deja un final abierto.
Los personajes tienen gran profundidad psicológica. El protagonista, Arturo Cova, se contradice, es inestable emocionalmente, sensible y, sobre todo, idealista: “¡Maldita sea mi estrella aciaga, que ni en vida ni en muerte se dieron cuenta de que yo tenía corazón!”. Es, además, poeta, o pretende serlo. Incluso, utiliza un lenguaje culto, no cotidiano y, en algunos apartes, anacrónico. Hay numerosas descripciones poéticas, en especial aquellas de la selva: “… garzas meditabundas, sostenidas en un pie, con picotazo repentino arrugaban la charca tristísima, cuyas evaporaciones maléficas flotaban bajo los árboles como velo mortuorio”.
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Es la clásica novela en la que se pretende destacar a un héroe. El autor combina esta premisa con el género de novela telúrica, ya que el personaje principal es la tierra. En ese diálogo con la naturaleza y la selva, obviamente, rezuma la cuestión de la civilización frente a la barbarie. Cova es un intelectual, un hombre de negocios que tiene aspiraciones demasiado idealistas que terminan por superarlo. Pretende ser el salvador de los caucheros, aunque lo abruma el fracaso; lo cautiva la selva, pero al mismo tiempo lo repulsa y, por lo tanto, añora la civilización. Por eso se vale de lugares comunes al equiparar las vivencias y aventuras selváticas al infierno, los laberintos y el infinito: “… Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras formadas con el hálito de los seres que agonizaron en el abandono de tu majestad. ¡Tú misma pareces un cementerio enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quiero volver a las regiones donde el secreto no aterra a nadie, donde es imposible la esclavitud, donde la vida no tiene obstáculos y se encumbra el espíritu en la luz libre!”.
En pocas palabras, La vorágine se convierte en pionera de la novela de la selva, denuncia y exploración interna. Todos estos elementos se fusionan y dialogan en una prosa convulsiva, palpitante, telúrica, moderna, poética y romántica.