Historia de la literatura: “Las flores del mal”
Charles Baudelaire es uno de los poetas simbólicos más importantes de la literatura francesa no solo por su novedosa forma de versificar, sino también por su capacidad de encontrar la belleza en lo que la sociedad ha calificado como maldad.
Mónica Acebedo
La ciudad absorbe, la metrópolis moderna se convierte en una quimera que moldea a sus ciudadanos de acuerdo con sus caprichos. Las personas sucumben al anonimato que procura la gran urbe. Precisamente, de esta premisa se vale Charles Baudelaire para observar, desde una perspectiva sociológica, una vida que se camufla detrás de una modernidad apabullante y darle vida propia a la ciudad como sujeto. Afirma Félix de Azúa en un ensayo sobre el inmortal poeta: “Baudelaire es el primero que concibe la metrópolis —y la masa anónima a ella unida— como objeto artístico cuyo significado se ha presentado en el horizonte. Un significado que no se agota en el análisis técnico, la descripción científica, el panfleto moral o el uso meramente fáctico del objeto físico llamado metrópoli. Si bien Dickens y E. A. Poe, antes que Baudelaire, dieron a la metrópoli la categoría de ser viviente, en Baudelaire aparece la conciencia del fenómeno unida a la lucidez sobre sus consecuencias” (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2002, p. 612-613).
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En esta historia de la literatura hemos podido observar cómo el sentir literario reacciona de acuerdo con los sucesos sociales. El Romanticismo surge como reacción a la Ilustración y a su vez el Realismo aterriza la idealización romántica. Pero, dentro de esa mirada realista el mundo cambiante presiona el arte desde una mirada modernista. Pues bien, la manera de alegorizar, simbolizar y observar ese mundo cambiante en lo político, lo arquitectónico y lo técnico, que se ha denominado el “mito del progreso”, es la razón por la cual Charles Baudelaire se convierte en un referente obligatorio del canon literario en Occidente, en especial con sus poemas contenidos en el libro Las flores del mal, publicado por primera vez en agosto de 1857.
Nació en París el 9 de abril de 1821 y murió el 31 de agosto de 1867. Su padre, Joseph-François Baudelaire, lo tuvo cuando tenía sesenta años y su madre, Caroline Dufaÿs, treinta. Perdió a su padre cuando tenía cinco años y su madre se casó de nuevo con un hombre al que Charles nunca quiso. Tuvo una adolescencia rebelde y desordenada. Contrajo una sífilis que le dejó secuelas por el resto de su vida. En 1841 viajó a India por sugerencia de su padrastro, luego regresó a París, heredó una cantidad considerable de dinero de su padre biológico y mantuvo una vida desordenada, calificada por muchos de inmoral. Dilapidó la herencia, se endeudó y se vio enfrentado a numerosos problemas económicos. Sin embargo, en medio de sus adicciones y escándalos, empezó a tener cierto renombre como crítico literario en publicaciones periodísticas. Posiblemente, una de las razones que le dio prestigio fueron las traducciones que hizo de la obra de Edgar Allan Poe.
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Paul Verlaine, en 1884, calificó como “malditos” a algunos poetas que no lograban hacer entender su obra a sus contemporáneos y se vieron maldecidos por esta incomprensión. Esta idea la tomó Verlaine, quizá, de “Bendición” el primer poema de Las flores del mal: “Cuando, por un decreto de las potencias supremas, / El poeta aparece en este mundo hastiado, / Su madre espantada y llena de blasfemias / Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada”.
La estructura de Las flores del mal es la siguiente: el preludio es un poema dedicado al lector, como una advertencia a quien se atreva a leer de que no podrá escapar de la desazón: “El pecado, el error, la idiotez, la avaricia, / nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan, / y a los remordimientos amables engordamos / igual que sus parásitos los pordioseros nutren”.
Luego, el libro está estructurado en seis partes: comienza con Spleen e ideal, que describen la ambivalencia de la pesadumbre de lo cotidiano y la sed de un ideal casi imposible de alcanzar. El spleen representa la angustia del ser humano para encontrarse en el mundo que lo rodea: “Te adoro de igual modo que a la nocturna bóveda, / oh, vaso de tristeza, oh, inmensa taciturna / y más te amo, hermosa, cuando tú más me huyes”.
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Sigue, Cuadros parisinos, donde se siente fuerte la presencia de la ciudad, de una metrópoli que impone su fealdad y su maldad, pero al mismo tiempo nos muestra los escondites que favorecen la perfecta forma de observar la cotidianidad de la urbe: “Por el viejo suburbio, donde en chabolas cuelgan / las persianas, abrigo de secretas lujurias, / cuando el sol cruel golpea con redoblados tiros / sobre el campo y la ciudad, tejados y trigales” (“El sol”).
La tercera es El vino: el vino y el opio permiten alejarse del mundo malo y acceder al paraíso perdido: “Cantaba un día el alma del vino en las botellas. / ¡Hombre, hacia ti yo envío, oh tú, desheredado, / en mi cárcel de vidrio y con mis lacres rojos, / una canción de luz y de fraternidad” (“Al alma del vino”).
Después, Las flores del mal describen el vicio y el libertinaje que conllevan al menosprecio de sí mismo: “A mi lado el demonio sin cesar se revuelve; / nada a mi alrededor como un aire impalpable; yo lo trago y lo siento quemando mis pulmones / y de un deseo eterno y culpable llenarlos” (“La destrucción”).
La quinta se llama Rebelión, en la que exalta al diablo a pesar de la inutilidad: “Raza de Caín, ¡sube al cielo, / y arroja a Dios sobre la tierra!” (“Abel y Caín”).
Por último, está la sección La muerte, en donde se nos presenta la muerte como la solución a la angustia: “Solo una cosa esperan, sombrío Capitolio / y es que como un sol nuevo planeando la Muerte, / haga que en su cerebro se entreabran sus flores” (“La muerte de los artistas”).
En suma, a través del spleen, la mujer y la ciudad como temas centrales de su recopilación poética, Charles Baudelaire es uno de los poetas simbólicos más importantes de la literatura francesa no solo por su manera novedosa de versificar, sino también por su capacidad de encontrar la belleza pura dentro de lo que la sociedad ha calificado como maldad. De ahí, Las flores del mal.
*Poemas tomados de la edición bilingüe de Cátedra, 2009, traducción de Luis Martínez de Merlo.
La ciudad absorbe, la metrópolis moderna se convierte en una quimera que moldea a sus ciudadanos de acuerdo con sus caprichos. Las personas sucumben al anonimato que procura la gran urbe. Precisamente, de esta premisa se vale Charles Baudelaire para observar, desde una perspectiva sociológica, una vida que se camufla detrás de una modernidad apabullante y darle vida propia a la ciudad como sujeto. Afirma Félix de Azúa en un ensayo sobre el inmortal poeta: “Baudelaire es el primero que concibe la metrópolis —y la masa anónima a ella unida— como objeto artístico cuyo significado se ha presentado en el horizonte. Un significado que no se agota en el análisis técnico, la descripción científica, el panfleto moral o el uso meramente fáctico del objeto físico llamado metrópoli. Si bien Dickens y E. A. Poe, antes que Baudelaire, dieron a la metrópoli la categoría de ser viviente, en Baudelaire aparece la conciencia del fenómeno unida a la lucidez sobre sus consecuencias” (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2002, p. 612-613).
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Nació en París el 9 de abril de 1821 y murió el 31 de agosto de 1867. Su padre, Joseph-François Baudelaire, lo tuvo cuando tenía sesenta años y su madre, Caroline Dufaÿs, treinta. Perdió a su padre cuando tenía cinco años y su madre se casó de nuevo con un hombre al que Charles nunca quiso. Tuvo una adolescencia rebelde y desordenada. Contrajo una sífilis que le dejó secuelas por el resto de su vida. En 1841 viajó a India por sugerencia de su padrastro, luego regresó a París, heredó una cantidad considerable de dinero de su padre biológico y mantuvo una vida desordenada, calificada por muchos de inmoral. Dilapidó la herencia, se endeudó y se vio enfrentado a numerosos problemas económicos. Sin embargo, en medio de sus adicciones y escándalos, empezó a tener cierto renombre como crítico literario en publicaciones periodísticas. Posiblemente, una de las razones que le dio prestigio fueron las traducciones que hizo de la obra de Edgar Allan Poe.
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La estructura de Las flores del mal es la siguiente: el preludio es un poema dedicado al lector, como una advertencia a quien se atreva a leer de que no podrá escapar de la desazón: “El pecado, el error, la idiotez, la avaricia, / nuestro espíritu ocupan y el cuerpo nos desgastan, / y a los remordimientos amables engordamos / igual que sus parásitos los pordioseros nutren”.
Luego, el libro está estructurado en seis partes: comienza con Spleen e ideal, que describen la ambivalencia de la pesadumbre de lo cotidiano y la sed de un ideal casi imposible de alcanzar. El spleen representa la angustia del ser humano para encontrarse en el mundo que lo rodea: “Te adoro de igual modo que a la nocturna bóveda, / oh, vaso de tristeza, oh, inmensa taciturna / y más te amo, hermosa, cuando tú más me huyes”.
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La tercera es El vino: el vino y el opio permiten alejarse del mundo malo y acceder al paraíso perdido: “Cantaba un día el alma del vino en las botellas. / ¡Hombre, hacia ti yo envío, oh tú, desheredado, / en mi cárcel de vidrio y con mis lacres rojos, / una canción de luz y de fraternidad” (“Al alma del vino”).
Después, Las flores del mal describen el vicio y el libertinaje que conllevan al menosprecio de sí mismo: “A mi lado el demonio sin cesar se revuelve; / nada a mi alrededor como un aire impalpable; yo lo trago y lo siento quemando mis pulmones / y de un deseo eterno y culpable llenarlos” (“La destrucción”).
La quinta se llama Rebelión, en la que exalta al diablo a pesar de la inutilidad: “Raza de Caín, ¡sube al cielo, / y arroja a Dios sobre la tierra!” (“Abel y Caín”).
Por último, está la sección La muerte, en donde se nos presenta la muerte como la solución a la angustia: “Solo una cosa esperan, sombrío Capitolio / y es que como un sol nuevo planeando la Muerte, / haga que en su cerebro se entreabran sus flores” (“La muerte de los artistas”).
En suma, a través del spleen, la mujer y la ciudad como temas centrales de su recopilación poética, Charles Baudelaire es uno de los poetas simbólicos más importantes de la literatura francesa no solo por su manera novedosa de versificar, sino también por su capacidad de encontrar la belleza pura dentro de lo que la sociedad ha calificado como maldad. De ahí, Las flores del mal.
*Poemas tomados de la edición bilingüe de Cátedra, 2009, traducción de Luis Martínez de Merlo.