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Historia de la literatura: “Los restos del día”

La novela de Kazuo Ishiguro reflexiona sobre la dignidad, la guerra, la servidumbre, su rol en el colectivo y las clases sociales inglesas tan marcadas.

Mónica Acebedo
06 de julio de 2023 - 12:00 p. m.
"Siempre tendré la certeza de que el móvil de todas sus acciones fue ver triunfar 'la justicia en el mundo'", escribió Kazuo Ishiguro.
"Siempre tendré la certeza de que el móvil de todas sus acciones fue ver triunfar 'la justicia en el mundo'", escribió Kazuo Ishiguro.
Foto: Getty Images for Palm... - Vivien Killilea

Kazuo Ishiguro es uno de los escritores contemporáneos más reconocidos. Su obra, de acuerdo con el jurado del Premio Nobel de Literatura, “que en novelas de gran fuerza emocional ha revelado el abismo bajo nuestro ilusorio sentimiento de pertenencia al mundo”, ha sido traducida a varios idiomas, editada y reeditada en diversas ocasiones. Los restos del día (1989) fue su tercera novela, posiblemente la que lo llevó a la fama. Ganadora del Booker Prize, llevada al cine bajo la dirección del norteamericano James Ivory y protagonizada por Anthony Hopkins y Emma Thompson. Se trata de una conmovedora historia de amor sobre un mayordomo inglés que recuerda con nostalgia su vida y su trabajo como único motor de su existencia. Cuando ya es demasiado tarde, el protagonista se da cuenta de la cantidad de cosas y personas a las que renunció por haber cumplido un papel impuesto por los constructos sociales: “Solo veo el resto de mis días como un gran vacío que se extiende ante mí”.

Kazuo Ishiguro nació el 8 de noviembre de 1954 en Nagasaki, Japón. Sin embargo, desde los cinco años ha vivido en Reino Unido y se nacionalizó inglés en 1982. Estudió literatura y filosofía en la Universidad de Kent, y luego hizo una maestría en escritura creativa en la Universidad de East Anglia. Inició su carrera de escritor con guiones de televisión y relatos. Se dio a conocer en los círculos literarios a comienzos de la década de los ochenta, ya que la crítica en las revistas literarias fue muy favorable. En 1982 se publicó Pálida luz en las colinas, por la que recibió el Premio Winifred Holtby. Su siguiente novela, Un artista del mundo flotante (1986), también ganó el Premio Whitbread de Literatura. Después de Los restos del día ha escrito cinco novelas más, todas con bastante éxito. La última, Klara y el sol (2021), muy actual, trata sobre amigos artificiales y niños genéticamente alterados. The Times lo clasificó en el puesto 32 en su lista de “Los 50 mayores escritores británicos desde 1945”. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 2017.

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William Stevens, el protagonista de Los restos del día, se ha desempeñado durante más de 30 años como mayordomo en Darlington Hall, una hacienda de propiedad de lord Darlington. Este último ha muerto y la propiedad ha sido adquirida por un estadounidense, Farraday. El nuevo amo de Stevens debe ausentarse de la propiedad y le ofrece su automóvil a su mayordomo para que haga un viaje por Inglaterra. Por esos días Stevens recibe una carta de la señorita Kenton, una mujer que hace varios años trabajó en la propiedad como ama de llaves. En la carta le cuenta de sus problemas matrimoniales. Él decide desplazarse hasta el puerto de Weymouth, donde vive la señorita Kenton, con la intención de volverla a contratar para que regrese a trabajar con el nuevo propietario. Allí empieza la trama a intercalar los recuerdos de su vida al servicio de lord Darlington, con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial y la amistad de su patrón con los nazis. Adicionalmente, Stevens estuvo siempre enamorado de la señorita Kenton, pero su papel como mayordomo de un noble no le permitía ni expresar sus sentimientos amorosos ni sus juicios sobre el papel de su amo en la guerra.

Son muchos los temas que rezuman de una trama cargada de emociones, pero la idea central que parece resaltar el autor es la dignidad. El personaje está buscando diversas definiciones: “(…) Y gracias a esta libertad todo el mundo puede decir libremente lo que piensa y votar porque alguien gobierne o deje de gobernar. En eso consiste la dignidad, si me permite usted decirlo”. Stevens está convencido de que su trabajo como mayordomo involucra definición especial de la palabra dignidad. Esta supone dedicación absoluta a su labor y eso excluye cualquier manifestación de las emociones. Precisamente, esa dignidad es la que le impide haber hablado sinceramente a su padre en su lecho de muerte, haber declarado su amor a la señorita Kenton y expresar sus extrañezas por lo que parece una traición a su patria por parte de su jefe: “En la práctica es imposible que uno adopte ante su señor una postura tan crítica y le ofrezca, al mismo tiempo, un buen servicio”; vivir para los otros, nunca para uno mismo: “¿Por qué? ¿Me puede explicar por qué siempre tiene que fingir? ¿Me lo puede decir?”. También encontramos permanente referencias a la guerra y lo que supone vivir en paz: “Pero en el fondo les pasa como a todo el mundo, solo quieren vivir en paz”. De la misma forma, la novela está llena de reflexiones sobre la servidumbre, su rol en el colectivo y las clases sociales inglesas tan marcadas.

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Es pues una reflexión acerca del vacío que deja una vida transcurrida sin pena ni gloria, pero es el mismo reflejo de miles de personas que solo viven y dejan que el tiempo pase por la creencia permanente de hacer lo correcto. Es una novela que, además, contrasta la cultura inglesa con la americana. Los errores, la dedicación, la lealtad, la confianza, el sentido de la vida, la grandeza y la belleza son elementos que se entremezclan en una prosa sencilla, pero muy emotiva: “¿A qué se debe exactamente esta calidad de “grandioso” y dónde se aprecia? ¿En qué reside? Reconozco que sería precisa una inteligencia mucho mayor que la mía para contestar a estas preguntas, pero si me viese en la obligación de aventurar una respuesta, diría que el carácter único de la belleza de esta tierra es consecuencia de la falta evidente de grandes contrastes y de espectacularidad, mientras destaca, en cambio por su serenidad y comedimiento, como si el país tuviera una íntima y profunda conciencia de su grandeza y su belleza, y no necesitase lucirlas”.

Por Mónica Acebedo

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Leonardo(73185)07 de julio de 2023 - 02:50 a. m.
Me encantó está columna, este tipo de reflexiones son las que enriquecen la vida, y el amor por la literatura.
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