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“Era estático el muro, pero hervía por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos en el verano, que tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona temible, la más poderosa. Los indios llaman ‘yawar mayu’ a esos ríos turbios, porque muestran con el sol un brillo en movimiento, semejante al de la sangre. También llaman ‘yawar mayu’ al tiempo violento de las danzas guerreras, al momento en que los bailarines luchan”, José María Arguedas.
En “Los ríos profundos” (1958) se desarrolla la preocupación generalizada de los intelectuales latinoamericanos tanto del siglo XIX como del siglo XX: ¿somos españoles, indígenas o mestizos? ¿Cómo se construye nuestra cultura? ¿Cómo ha sido la interacción de los indígenas con una cultura hegemónica adoptada desde los tiempos de la Colonia? Precisamente, José María Arguedas (1911-1969) fue uno de los representantes más significativos de esa literatura neoindigenista en América Latina. Este movimiento tuvo un auge importante en la segunda década del siglo XX y rompió con el indigenismo tradicional, cuyo objetivo era la reivindicación del indígena a partir de la nostalgia y la culpabilidad. Arguedas, en cambio, incluye en su discurso narrativo la relación de los nativos con la naturaleza; advierte que los indígenas no son bárbaros ni incivilizados. Por eso, insiste en erradicar la idea del indígena como inferior e ignorante. Lo que propone es justamente lo contrario: la recuperación de lo indio como forma de lograr una identidad del pueblo peruano que se ha formado a partir de una fusión de elementos multiculturales, geográficos y epistemológicos que construyen la idea de nación.
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Arguedas nació en Andahuaylas (Sierra del Perú) en 1911. Hijo rico de hacendados blancos, a los tres años perdió a su madre y a raíz de esa pérdida prematura pasó mucho tiempo con sirvientes indígenas. Probablemente eso lo llevó a preocuparse por el tema de la cultura de una nación mixta y por sus ingredientes sociológicos. Fue poeta, traductor, antropólogo y etnólogo. Y tanto su experiencia en las ciencias sociales como sus vivencias personales se ven reflejadas en la gran mayoría de su obra literaria. Estuvo preso durante un año luego de una protesta estudiantil, fue profesor universitario, escribió obras de ficción, ensayos y artículos académicos en español y en quechua; ganó el Premio Fomento a la Cultura en 1958 y 1959, y el Premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968; se suicidó el 2 de diciembre de 1969.
“Los ríos profundos” es una novela autobiográfica: relata la historia de Ernesto y su padre, un abogado que viaja por muchos pueblos del Perú. Finalmente, el padre lo deja internado en un colegio en Abancay, donde conoce a gentes de diferentes razas y clases sociales. De hecho, el internado se convierte en una especie de microcosmos de la sociedad peruana. Allí entiende y se identifica con la problemática social de los colonos (trabajadores de las haciendas), quienes, a su juicio, son explotados. La trama también da cuenta de la epidemia que surge entre los colonos y amenaza con extenderse hasta la ciudad, y la reacción de los estudiantes y demás pobladores de abandonar la urbe. Se trata de una narración sutil, casi poética, que transmite la marginalidad, la otredad y la orfandad de un muchacho que no logra entender su lugar en el mundo. Desde el comienzo de la novela, el protagonista asume una posición que defiende los aspectos culturales de los indios.
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Justamente, en el discurso titulado “No soy un aculturado”, que pronunció en octubre de 1968, con ocasión del Premio Inca Garcilaso de la Vega, que le fue otorgado por su obra, se autodenomina como “quechua moderno” y expresamente menciona que el propósito de su obra ha sido el de enriquecer a una cultura (la quechua) con el conocimiento que tiene por su condición de letrado. El propósito de Arguedas era enriquecer la cultura quechua con su conocimiento del letrado europeo, pero a partir de la cultura indígena existente. Al decir que no es un aculturado, se pone en la voz del indio que se niega a dejar desaparecer su pasado por adoptar los rasgos culturales de su opresor.
En “Contrapunteo del tabaco y el azúcar” (1940), el cubano Fernando Ortiz introduce el neologismo “transculturación” para referirse a la interacción entre dos culturas. Se trata de un intercambio donde no hay una transferencia de una cultura hegemónica o dominante a una cultura subordinada o dominada, sino un tráfico permanente de rasgos entre las dos, que incluso pueden llegar a crear una nueva entidad cultural que contiene elementos de ambas instancias. Así, partiendo de que la transculturización es una forma de mestizaje, de articulación de dos culturas, como lo sugiere Ortiz, se puede decir que lo pretendió Arguedas fue un mestizaje. Pero no necesariamente un mestizaje entre razas, sino un mestizaje cultural. Una unión entre dos culturas que se aportan entre sí. Él conocía y estaba prendado por la cultura quechua: “Contagiado para siempre de los cantos y mitos”, pero además tenía las ventajas del letrado blanco, tuvo acceso a la educación: “Llevado por la fortuna hasta la Universidad de San Marcos”, dice en el discurso, hablaba quechua y español. Todos esos elementos lo constituían como un individuo mestizo que se quiso proyectar en las letras.
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En suma, tanto en “Los ríos profundos” como en el discurso, plantea una unión entre las dos naciones, pero esa unión no debe implicar que los vencidos acojan la cultura del vencedor (se aculturen). Por eso dice: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”.