Historia de la literatura: “Madame Bovary”
“¡Qué diablos! El deber es sentir lo que es grande, amar lo que es bello y no aceptar todos los convencionalismos de la sociedad, con las ignominias que ella nos impone”.
Mónica Acebedo
Con ocasión de la celebración del natalicio de Gustave Flaubert, el 11 de diciembre de 2021, se publicó en este Magazín Cultural un fragmento del ensayo La orgía perpetua, de Mario Vargas Llosa, en el cual analiza la obra cumbre del escritor francés. Y es que Vargas Llosa, en efecto, conoce muy bien no solamente a Madame Bovary sino toda la obra de Flaubert. Recuerdo un incidente en uno de los Hay Festival de Cartagena en el que el nobel conversaba sobre la obra de Flaubert con el inglés Julian Barnes, quien también ha escrito sobre el afamado autor (El loro de Flaubert), cuando la entrevistadora se atrevió a decir que Emma Bovary era una “mujer frívola, vana, irresponsable, voluble”. Vargas Llosa la interrumpió alegando que esas eran calumnias. En su defensa dijo: “era una muchachita que leía novelas rosa y creía que vida era como la pintaban las novelas. Y, su tragedia, su drama fue que quiso convertir esa ficción en realidad, como el Quijote (…). Eso es lo que hace Madame Bovary, ella quiere que la vida sea pasiones extraordinarias que hacen vivir grandes aventuras, que la vida sea el placer, el placer de la elegancia, el placer del derroche, el placer de la sensualidad, el placer el exceso sentimental de la pasión (…) y ¿qué encuentra a su alrededor? Unos pobres diablos que son incapaces de vivir a la altura de la sensibilidad de la imaginación educada en ella por la ficción...”.
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Con ocasión de la celebración del natalicio de Gustave Flaubert, el 11 de diciembre de 2021, se publicó en este Magazín Cultural un fragmento del ensayo La orgía perpetua, de Mario Vargas Llosa, en el cual analiza la obra cumbre del escritor francés. Y es que Vargas Llosa, en efecto, conoce muy bien no solamente a Madame Bovary sino toda la obra de Flaubert. Recuerdo un incidente en uno de los Hay Festival de Cartagena en el que el nobel conversaba sobre la obra de Flaubert con el inglés Julian Barnes, quien también ha escrito sobre el afamado autor (El loro de Flaubert), cuando la entrevistadora se atrevió a decir que Emma Bovary era una “mujer frívola, vana, irresponsable, voluble”. Vargas Llosa la interrumpió alegando que esas eran calumnias. En su defensa dijo: “era una muchachita que leía novelas rosa y creía que vida era como la pintaban las novelas. Y, su tragedia, su drama fue que quiso convertir esa ficción en realidad, como el Quijote (…). Eso es lo que hace Madame Bovary, ella quiere que la vida sea pasiones extraordinarias que hacen vivir grandes aventuras, que la vida sea el placer, el placer de la elegancia, el placer del derroche, el placer de la sensualidad, el placer el exceso sentimental de la pasión (…) y ¿qué encuentra a su alrededor? Unos pobres diablos que son incapaces de vivir a la altura de la sensibilidad de la imaginación educada en ella por la ficción...”.
Es famosa la frase del mismo Flaubert que dice “Madame Bovary c’est moi” (Madame Bovary soy yo), lo que, en principio, suena extraño, pues el autor no tenía nada en común con Emma. Gustave Flaubert nació en 1821 en Rouen (Francia), hijo de un médico conocido y bien instruido, en tanto que Emma es hija de un simple hombre de campo. Ella sueña con convertirse en una dama sofisticada y en acudir a los elegantes salones de París, mientras que Flaubert se movía por los altos círculos sociales e intelectuales. A pesar de las diferencias aparentes entre personaje y creador, posiblemente, a lo que se refería el autor al proyectarse en la protagonista de su novela era que también él soñaba e idealizaba una vida amorosa que realmente nunca tuvo.
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Madame Bovary es pues una de las novelas que marca un hito en la literatura universal, por su forma de mirar y explicar el mundo, por su manera de mostrar las pasiones, porque se convierte en una de las expresiones más significativas de la burguesía francesa, porque refleja de una manera casi caricaturesca la vida cotidiana rural y porque inaugura una literatura realista que se transforma en crítica social. Además, se vale de una forma de narrar a partir de la cual, sin describir las minucias del suceso transmite al lector las más apasionadas escenas eróticas. De hecho, uno de los momentos más emocionantes en la historia de la literatura es cuando, después de que Emma ha tomado la firme decisión de dejar a su amante León, le ha escrito una carta, se sube en la carroza con él para expresarle su sentencia y entregarle el escrito final. La carroza comienza a dar vueltas sin destino específico, se bambolea y, de repente, se ven volar unos trozos de papel.
Gustave Flaubert se había inspirado en un acontecimiento de la época relacionado con una mujer casada con un militar, que se había suicidado luego que se dieran a conocer sus aventuras amorosas extramaritales. La novela se empezó a publicar por entregas en 1856 y luego salió como libro en 1857. Sin embargo, la obra le costó al autor un proceso legal, porque el contenido atentaba contra la moral y las buenas costumbres. Se alegaba que la novela contenía demasiadas escenas de adulterio y sexuales que daban mal ejemplo a la sociedad. Se logró defender aduciendo que no estaba de acuerdo con la trama de la novela y que precisamente lo que pretendía era condenar un actuar social.
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De la novela se esgrimen diversos contextos: aspectos políticos, como el baile en Vaubyessard, o la feria ganadera y los discursos políticos, o incluso la consecuencia fatal del progreso al mostrar, al final de la novela, cómo la hija de Emma y Charles termina trabajando en una fábrica. De la misma manera se observa una temática sociocultural que supone una especie de parodia de la sociedad francesa en general y de los diferentes estratos sociales en particular, sobre todo, de la burguesía del siglo XIX. Son también evidentes los matices burlescos en lo literario, ya que, de alguna manera, satiriza la novela romántica, de moda por aquella época, a partir de una heroína que al final es todo lo contrario a la perfecta imagen del Romanticismo clásico. Pero, además, concibe un personaje que trasciende en la historia literaria, pues se le ha llamado “bovarismo” a ese un sentimiento que supone una insatisfacción permanente y una imposibilidad absoluta de alcanzar la felicidad.
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Cierro con una reflexión del crítico literario Jordi Llovet en relación con el alcance de la obra de Gustave Flaubert: “En consecuencia, debemos interpretar el esfuerzo monstruoso realizado por Flaubert de edificar una obra que, ante todo, es estilísticamente perfecta, como una sólida contribución, desde el terreno de la ficción narrativa, a la crítica de la devaluación del sentido protagonizado por la clase que domina la evolución histórica desde la revolución industrial” (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2002, p. 632).