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“Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo”, Juan Rulfo.
Un hombre que busca a su padre en un pueblo donde todas las personas están muertas. Un vivo que muere de susto durante su pesquisa, o que, según algunas interpretaciones, llega ya muerto a la tierra de su padre. Eso es “Pedro Páramo” (1955), la sempiterna y única novela de Juan Rulfo (1917-1986), uno de los referentes más importantes de la literatura universal del siglo XX y uno de los detonantes del “boom” latinoamericano. Se trata de una novela corta que resalta la mexicanidad a partir de los muertos, la violencia, la revolución, la historia, la desolación, el abuso de poder y el abandono rural. También es un relato de fantasmas, una exploración narrativa, un juego con el tiempo y el espacio, y, a la vez, un diálogo entre vivos y muertos.
Dice Luis Izquierdo al referirse a su estilo: “Juan Rulfo se inscribe en la tradición inmediata de la narrativa de la Revolución mexicana; pero la estiliza, la depura y la filtra con tal denuedo espartano que su laconismo, simplemente, deja al lector petrificado. Este grado de realidad irreductible lo es tanto que resulta ser lo más parecido imaginable a la fantasía” (“La literatura admirable”, Pasado & Presente, 2018, p. 620).
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Carlos Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, mejor conocido como Juan Rulfo, nació en Acapulco el 16 de mayo de 1917. Creció en pueblos rurales, donde la superstición y el culto a los muertos era cotidiano. Fue testigo y víctima de las luchas cristeras. Luego, se mudó a Ciudad de México, tuvo diversos cargos oficiales y, por su trabajo, tuvo que viajar por varios lugares del país. Su obra literaria fue breve, pero contundente. Así, con tan solo esta novela breve y un libro de cuentos, “El llano en llamas” (1953), Juan Rulfo se convirtió en una leyenda de las letras hispanoamericanas. Sirvió como paradigma literario a muchos escritores posteriores. Basta solo con leer una de las frases de “Pedro Páramo” para saber que sirvió de inspiración, por ejemplo, a Gabriel García Márquez: “El padre Rentería se acordaría, muchos años después, de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo”. Murió el 7 de enero de 1986.
La trama de la novela es la siguiente: Juan Preciado, el narrador y protagonista, cuenta que ha decidido ir a Comala porque le prometió a su madre, en el lecho de muerte, que iría a buscar a su padre, Pedro Páramo, a quien no conoce. Cuando llega al pueblo, está deshabitado y las pocas personas que encuentra se comportan de forma extraña. Pronto se dará cuenta de que todos están muertos. Poco a poco, aterrado de miedo, escucha susurros y conversaciones en medio de un ambiente desolado, fantasmal e incluso de vida corpórea después de la muerte, porque son los cuerpos muertos y enterrados los que hablan y los que le ayudan reconstruir la historia de su padre.
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La novela fluye en un mundo ambivalente entre vivos y muertos, que es, precisamente, un pilar de la mexicanidad. Cuestiona al lector, lo hace trabajar, le da apenas unos cuantos elementos para armar la historia. Al comienzo de la novela, por ejemplo, cuando Juan Preciado se está acercando a Comala y se encuentra con Abundio, que es el primer hombre con quien conversa, hace énfasis siempre en la voz de su interlocutor. Esta conversación resulta curiosa para dos personas que van andando por el mismo camino y son importantes para entender al avanzar en la lectura, que era una charla con un muerto: “¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber?”, oí que me preguntaban. Es como si solo escucha la voz. Y luego continúa: “Bonita fiesta le va a armar. Volví a oír la voz que iba allí a mi lado”. Es decir, ¿camina con una voz o con una persona? Justamente, una de las particularidades de su prosa es que elimina en la mente del lector la diferencia entre realidad e irrealidad.
Otro aspecto fundamental es el juego cronológico: en primer lugar, tenemos el tiempo de la narración de Juan Preciado en presente: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre”. Y, un segundo plano, el tiempo de los recuerdos que se construye con los fragmentos de la vida de Pedro Páramo. Es decir, el contexto temporal de la novela corresponde a un tiempo mítico, cíclico y del eterno retorno, no cronológico, ya que los muertos se quedaron estancados: “Será lo que usted diga, don Pedro; pero esa mujer que vino ayer a llorar aquí, alegando que el hijo de usted le había matado a su marido, estaba de a tiro desconsolada”.
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En suma, es una novela rural, de realismo social y denuncia directa contra el abandono, la soledad del mundo campesino que rezuma una desilusión evidente de los ideales de la revolución: “—¿Y por qué no te juntas con ellos? Ya te he dicho que hay que estar con el que vaya ganando”. También presenta crítica a la religión; se sienten las influencias modernistas de escritores como Joyce, Faulkner, Proust y Wolf, y se trata de uno de los relatos más originales, realistas y al mismo tiempo fantásticos de la literatura.