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“Díganme, caballeros, ¿qué soy yo? Un pobre que no tiene la culpa de ser pobre. Esto supone un conflicto continuo con la moralidad de la clase media. Si hay algo de que disfrutar y yo trato de disfrutarlo, todos me quieren negar el derecho a ello”, George Bernard Shaw, Pigmalión (acto II).
Esta obra de teatro es uno de los escritos más populares de George Bernard Shaw, aquel gigante de la dramaturgia angloparlante. A partir de uno de los mitos griegos descritos por Ovidio en Las metamorfosis, Shaw publicó la obra de teatro en 1913 y luego la adaptó como guion en 1938, lo que le significó un premio Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Ha sido adaptada al teatro musical de diversas formas, en diferentes épocas y reinterpretada desde la literatura, la lingüística, la sociología, la filosofía y la psicología. El académico Eric Bentley afirma: “Shaw exagera con humor cuando considera como público a toda la nación inglesa, escribiendo de hecho sus piezas para la gente cultivada de todas las naciones, a la que le da exactamente igual si el actor aparece con un frac o con una toga. Shaw contribuyó así a que la clase media se reconociera a sí misma y a que criticara sus propios tópicos y lugares comunes”.
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George Bernard Shaw nació en Dublín en 1856 en el seno de una familia protestante de clase media. Vivió en Irlanda hasta los veintiséis años y luego se mudó con su madre y hermanas a Londres. Fue periodista, crítico de teatro, novelista, dramaturgo y muy activo en crítica social a partir de posturas marxistas. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1925 y murió en 1950.
Recordemos el mito ovidiano que le sirve de base al dramaturgo para la construcción de esta famosas obra teatral: Pigmalión es un joven artista que está desilusionado y asqueado por el comportamiento de las mujeres que lo rodean y por eso decide moldear a una mujer, a su juicio, perfecta. Al finalizar a Galatea se enamora de ella hasta que, eventualmente, la estatua cobra vida y creador y creación pueden, finalmente, estar juntos.
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La pieza teatral de Shaw, estructurada en cinco actos, tiene el siguiente argumento: dos hombres, el coronel Pickering, lingüista de dialectos indios, y el profesor Higgins, fonetista, se encuentran a la salida del teatro en Covent Garden, en Londres, y escuchan gritar a una vendedora de flores llamada Eliza Doolittle en un lenguaje y con una actitud muy vulgar. Higgins le apuesta a su amigo que es capaz de enseñar a esta mujer a hablar correctamente y convertirla en una dama refinada y elegante en un período de seis meses. La joven acepta dejarse “educar y moldear” e incluso el padre de la joven, intentando sacar provecho económico de la situación, pide alguna remuneración por dejar que su hija se quede en la casa de Higgins, ya que la familia de Eliza es muy pobre. Al final, el profesor logra su objetivo; sin embargo, a diferencia del mito, la conversión no necesariamente implica felicidad, sino que deja ver una ambigüedad de sentimientos y situaciones tanto para Eliza como para las personas que la rodean. Después de concluir su formación, Eliza se da cuenta de que para ella es más importante que Higgins la aprecie a ella, en vez de que solo admire su nuevo y adquirido refinamiento. Dice expresamente: “No quiero ser un cero a la izquierda” (acto V).
Son pues muchos y muy variados los temas que se dejan ver en esta trama: una crítica social de la que se desprenden numerosas aristas, empezando, por ejemplo, con la mirada feminista: ¿un hombre puede tener la capacidad de objetivizar a la mujer y decidir las características de la dama perfecta y la forma de moldearla? En algún momento, la madre de Higgins dice: “Parecen ustedes un par de chiquillos jugando con una muñeca” (acto III). Pero, el punto de vista sociológico no se queda atrás: ¿una determinada labor o un comportamiento específico es el más adecuado y válido en una sociedad? o ¿cómo deben ser las relaciones entre hombres y mujeres? Curiosamente, el mismo Higgins no se caracteriza, propiamente por su delicadeza a la hora de hablar con la gente. De hecho, es tan directo que se pasa, con frecuencia, a modales ofensivos.
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En pocas palabras, el Nobel irlandés, considerado uno de los dramaturgos más importantes de la literatura europea, se vale de la ironía, el humor, la sátira y la crítica social en una obra entretenida que ha traspasado las fronteras del tiempo. Igualmente, se percibe un diálogo directo entre el objeto de la creación artística y su creador. Adicionalmente, hay una evidente crítica sociolingüística, ya en el prólogo se deja claro que, a su juicio, los ingleses hablan muy mal y que los padres y educadores deberían enseñar bien el idioma. Pero, sobre todo, es un canto a la libertad y a la visión de independencia que cada persona tiene en función de su lugar en el imaginario social.
Cierro con una de las citas más populares de Higgins: “El gran secreto, Eliza, no consiste en tener buenos o malos modales o cualquier clase particular de modales, sino en tratar del mismo modo a todas las almas hermanas; en una palabra: hay que portarse como si uno estuviese en el cielo, donde no hay vagones de tercera ni reservados, y donde un alma es tanto como la otra” (acto V).