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El sábado 2 de febrero de 2002 recibí el siguiente correo de mi hija Patricia Cepeda : “Los Ángeles, California: hoy fui con Gabito a la filmación de Rodrigo “Jesucristo en el desierto”, a hora y media de camino de la ciudad, un desierto helado y soleado, tan fuerte que nos quemó las narices; me presentó como la hija que no parí, y la herencia que me dejó Álvaro Cepeda. Le pregunté sobre La langosta azul, y me dijo que él estaba en Bogotá cuando el rodaje, pero que él y Álvaro habían escrito el guion y que estuvieron en constante comunicación durante todo el proceso”.
En Vivir para contarla, páginas 548 y 549, Gabriel García Márquez dice: “...Un viaje ocasional de Álvaro Cepeda a Bogotá me distrajo por unos días de la galera de las noticias diarias, llegó con la idea de hacer una película de la cual solo tenía el título: La langosta azul. Fue un error certero porque Vicens, Grau y Nereo se lo tomaron en serio. Algo puse yo, que hoy no recuerdo, pero la historia me pareció divertida y con la dosis suficiente de locura para que pareciera nuestra. La langosta azul es una obra elemental cuyo mérito mayor es el dominio de la intuición, que era tal vez el ángel tutelar de Álvaro Cepeda”. (Le recomendamos: Cartas secretas de Gabo sobre el cine colombiano).
En uno de sus numerosos estrenos domésticos en Barranquilla estuvo Enrico Fulchignoni, director italiano, quien nos sorprendió con el avance de su comprensión: la película le pareció muy buena. En 1968, el director de la Alianza Francesa de la ciudad, el inolvidable Claude Mazet, la proyectó en un doble, nada menos que con El perro andaluz, de Luis Buñuel y Salvador Dalí. Resalto mucho esta iniciativa, pues los franceses apreciaron la calidad internacional de la película y eso fue un llamado de alerta al público cineasta de Colombia. Con esa proyección se inició la lista de invitaciones a festivales, universidades y museos para La langosta azul, que desde entonces le ha dado la vuelta al mundo en festivalestemerarios.
Hernando Martínez Pardo, historiador y autor de Historia del cine colombiano (1978), expresó: “No es extraño que de acuerdo con la actitud renovadora frente al periodismo y la literatura, se decidiera filmar una película que abriera nuevos caminos al cine colombiano, ese paso lo dio Cepeda al filmar La langosta azul”. Para filmarla se reunieron en 1954 en el pueblo de La Playa, corregimiento de Barranquilla, Álvaro Cepeda, Luis Vicens, Enrique Grau y Nereo, acompañados por la pintora Cecilia Porras.
Terminada la filmación, Luis Vicens llevó los negativos a Bogotá para su revelado y montaje. Se trabajó sobre la primera copia y luego se hizo la edición final, en la cual participaron Álvaro, Gabito, Luis y Enrique Grau. En 1959, Luis Vicens pasó por Barranquilla, en su camino a México, y le entregó a Álvaro la copia final, que desde entonces permaneció en la biblioteca de la casa familiar, frente al parque Santander.
Ustedes se preguntarán, ¿cómo hizo Martínez Pardo para incluir a La langosta azul en la historia del cine colombiano, si la única copia permanecía guardada en mi casa desde 1959? En 1990, el Museo de Arte Moderno de Nueva York se interesa por el cine colombiano y anuncia una muestra. Lawrence Kardis, curador, llega a Bogotá y es lo primero que pide: La langosta azul. Patricia Cepeda entrega en donación al MOMA una copia de la película.
El célebre escritor uruguayo Jorge Ruffinelli, profesor de la Universidad de Stanford, reporta un coloquio sobre el cine de los años 50, organizado por Julianne Burton Carvajal, profesora de la Universidad de California en Santa Cruz. Burton tuvo la idea de invitar a Nereo López, el camarógrafo colombiano de La langosta azul, y me dio así la oportunidad de conocerlo y conversar con él, quien es también actor de la legendaria película. Este es el testimonio de Nereo:
“El cuento era de Álvaro Cepeda Samudio, quien tenía la inquietud de hacerlo cine; Álvaro se encontró con Vicens y este organizó la cuestión y los demás fuimos entrando de a uno. La discusión la tenían Álvaro, Vicens, Grau y Gabito; Gabito metió la mano, no tanto en el guion, sino en la estructura del cuento. Álvaro y Gabito eran muy, muy amigos, ellos venían madurando el guion durante mucho tiempo, hasta que lo resolvieron. Los que fuimos reclutados posteriormente no sabíamos de qué trataba. Todavía me cuesta trabajo darme cuenta de cuál era el argumento… yo era fotógrafo y reportero de El Espectador. Me reclutaron para fotógrafo de la película; acababa de llegar de Nueva York, donde presenté mi tesis sobre fotografía; Guillermo Salvat tenía una cámara de 16 mm Bolex, sin sonido, y buscamos material igual. Resultó muy escaso y muy costoso y todos pusimos unos pesos hasta conseguir la cantidad que creíamos necesaria. Por falta de experiencia no hicimos el negativo para hacer copias, sino el positivo. Entre Salvat y yo hicimos la cámara; yo me ocupaba de los encuadres y la luz y Guillermo disparaba, porque yo no sabía manejar una cámara de cine de 16 mm. Luego me nombraron en el papel principal, el gringo que trae a la langosta atómica al pueblo. Actué sin saber, me decían: “Tú actúa como te decimos y dices lo que te decimos…”. Pasó un tiempo largo y un día estando en Bogotá me invitaron: “Vamos a ver La langosta azul”, ¿Todavía existe? No solo existía, sino que le habían puesto título y le habían hecho negativo. Nadie hubiera pensado que la película llegaría a las alturas en la que la tienen hoy. La película ha viajado por los festivales internacionales más famosos y hasta hay una copia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York”.
Ese mismo año (1978) Focine informa que el Patrimonio Fílmico anuncia que tiene otra copia que recibieron en el archivo de Salcedo Silva. El padre Salcedo había recibido el copión, probablemente de Enrique Grau, antes de su viaje a Italia, y la proyectó durante casi treinta años en el Cine Club de Colombia, al que pertenecía Luis Vicens. Esta fue la copia que vio Martínez Pardo y por eso pudo incluirla en su Historia del cine colombiano, en 1978. Luis Vicens había vivido y trabajado en Francia, donde nació y floreció el Cine Club. Apoyó con entusiasmo el proyecto de Álvaro Cepeda de fundar un cine club en Barranquilla, que empezaría a funcionar en 1957.
Si los lectores llevan la cuenta, sabrán que hay una copia final que permanece en mi casa, y otra que vuela por el Cine Club de Bogotá durante casi tres décadas. Corresponde al primer revelado que se hizo en Bogotá (hoy se llamaría el copión). Enrique Grau, al final de su vida, sufrió una gran preocupación por este problema. Hablamos muchas veces, fui a Nueva York a visitarlo en 1980; él fue quien me dio la mayoría de los datos de esta historia, pero yo entonces ignoraba la existencia de este copión y Grau creía que solo existía una copia. Grau me dijo algo muy hermoso sobre la filmación, pero primero aclaró “que la escena de la brujería no estaba en el plan original, que surgió de la necesidad de darle un sesgo a la búsqueda de la langosta”. Entre los tres la montamos y yo hice el papel de brujo. De los grandes recuerdos de la filmación se destacan aquellos momentos mágicos, cuando sentados en la playa discutíamos noche tras noche sobre el lenguaje del cine, sobre su importancia del cine en el mundo que se abría ante nosotros, lo que significaba como forma autónoma de expresión”. Cepeda fue el gran espíritu creador detrás de esa conjunción de talentos que es La langosta azul: García Márquez, Vicens y Grau.