Museo Nacional de Colombia, doscientos años definiendo a la nación
El Museo Nacional de Colombia celebra 200 años desde su fundación, el 28 de julio de 1823. Las colecciones y los objetos que ha albergado durante dos siglos de vida se han transformado para contar y definir a la nación.
Andrea Jaramillo Caro
Sobre la carrera séptima con calle 28 se alza un edificio color arena. Su alta fachada de piedra no tiene ventanas y su arquitectura resalta como un vestigio del pasado, entre la multitud de construcciones modernas que lo rodean. Sobre el arco que funge como entrada al recinto se lee en letras grandes y claras: “Museo Nacional”. A primera vista no es sencillo imaginar lo que los muros de este lugar albergan, lo que es y lo que define a una nación. Esta es una pregunta que este museo se ha esforzado por responder y cuya respuesta, durante los 200 años de su existencia, ha mutado tanto como el mismo museo, convirtiéndose en un concepto vivo.
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Sobre la carrera séptima con calle 28 se alza un edificio color arena. Su alta fachada de piedra no tiene ventanas y su arquitectura resalta como un vestigio del pasado, entre la multitud de construcciones modernas que lo rodean. Sobre el arco que funge como entrada al recinto se lee en letras grandes y claras: “Museo Nacional”. A primera vista no es sencillo imaginar lo que los muros de este lugar albergan, lo que es y lo que define a una nación. Esta es una pregunta que este museo se ha esforzado por responder y cuya respuesta, durante los 200 años de su existencia, ha mutado tanto como el mismo museo, convirtiéndose en un concepto vivo.
Al entrar al museo los visitantes son recibidos en un pasillo que lleva hacia las salas por los bustos de quienes lideraron la iniciativa fundacional de esta institución: Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander. Con la firma del Decreto 117 de 1823 se fundó el que se convertiría en el primer museo en Colombia, aunque para ese primer momento se conocía como Museo de Historia Natural y de la Escuela de Minas. “La idea surgió en ese momento fundacional de Colombia del proceso de independencia, y la idea en ese momento de crear un museo anexo a una escuela de formación de naturalistas fue clave. La idea está ligada al conocimiento, conocimiento del territorio y ligar a esto conocimiento y poder”, afirma el actual director, William López Rosas. Aunque la creación del museo se decretó en 1823, tardó un año más en abrir sus puertas al público. “El día inaugural exhibió colecciones de zoología, entomología, botánica, mineralogía, paleontología y arqueología; con el transcurso del tiempo, a estas piezas se sumaron otras de carácter histórico y artístico”, se lee en la página del recinto.
En aras de comenzar a construir la colección alrededor de las primeras funciones del museo, que en palabras del educador Alejandro Suárez, era “hacer un reconocimiento de los recursos naturales y minerales del país y, con la escuela de minas aledaña, poder formar a personas que se pudieran desarrollar en disciplinas que tuvieran que ver con esa exploración y explotación de recursos”. El primer director, Mariano Eduardo de Rivero, se embarcó en una travesía a lo largo y ancho del país para reconocer el territorio. Durante este recorrido, el científico peruano se encontró con la que se convertiría en una de las piezas fundacionales que hoy recibe en el centro del museo a sus visitantes y que es la única pieza abierta al tacto: el aerolito de Santa Rosa de Viterbo.
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Ese objeto del espacio exterior, con su propia historia de idas y venidas, marcó el inicio de un proyecto de colección que no termina. Desde la primera sede del museo, en la Casa de la Expedición Botánica, hasta su residencia actual y permanente en el edificio antes conocido como la Penitenciaría El Panóptico, la institución ha atravesado múltiples transformaciones y cambios, que sumados lo convierten en el Museo Nacional que conocemos hoy. “Conforme el museo se va desplazando por la ciudad, también se transforman los objetos que colecciona y las narrativas que tiene. Al principio era un museo de historia natural y una escuela de mineralogía, y hacia mediados del siglo XIX se convirtió en un museo que busca ser un espacio civilizador que, a partir de las narrativas que contaba, diera a entender que Colombia es un país civilizado, a la par de otros escenarios europeos que relataban su cultura. Solo fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX cuando el museo empezó a tomarse en serio la idea de ser nacional y narrar quiénes somos nosotros los colombianos”, asegura Suárez.
Narrar quienes somos a través de objetos no es fácil y la creciente colección del museo da cuenta de eso. Desde documentos fundacionales que muestran la adquisición de piezas, hasta objetos sagrados de culturas ancestrales que habitan el territorio, la colección de esta institución abarca las raíces y ramas de una nación en constante cambio.
“El Museo de Historia Natural de Colombia experimenta un complejo proceso de evolución hasta devenir en el actual Museo Nacional. Primero sufrió la carencia de sede desde la crisis política posterior a la disolución de la Gran Colombia (1830). Entre 1842 y 1945, el Museo se traslada en cuatro ocasiones”, escribió María Paola Rodríguez Prada en un artículo para los Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas de la Universidad Javeriana. El museo pasó de su primera sede a ocupar el Edificio de las Aulas en 1845 y luego se mudó, en 1913, al ahora desaparecido Pasaje Rufino Cuervo, que ocupó hasta 1922. La última sede que ocupó la colección antes de llegar a su actual residencia fue el edificio Banco Pedro A. López, donde se alojó hasta 1946. “El momento clave del museo fue cuando llegó a este edificio, porque la historia del museo tiene la colección y, además, el edificio que hoy reconocemos como una de las grandes obras arquitectónicas del país en el siglo XIX”, afirma López. Teresa Cuervo Borda, quien fungió como directora del museo entre 1946 y 1974, fue la gestora de la mudanza al edificio antes conocido como Penitenciaría de Cundinamarca.
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Cada mudanza, cada transformación y renovación en la esencia y objetivo del museo han hecho que la institución se vea cada vez más como un proyecto por entender y mostrar una definición de Colombia y sus habitantes, a través de los objetos que muestra y los que construye. “El museo ha pasado por diferentes momentos y ha tenido un proceso de modernización muy importante. En un libro que escribí hace un tiempo, dedicado a otra de las grandes directoras del museo, Emma Araújo de Vallejo, decía sobre Teresa que el museo durante su administración era como un gabinete de curiosidades patrióticas y sociales. Pero en la administración siguiente de Emma Araújo, de 1974 a 1982, llegó a otra fase donde empezó a asumir la tarea de contar la historia del país. Más adelante, durante la administración de Elvira Cuervo de Jaramillo, con la Constitución de 1991 instalada, el museo comenzó a tener una aproximación cada vez más compleja de cómo narrar la nación”, asevera el director.
Esto lo confirma Rodríguez Prada cuando en su artículo describe que “solamente entre 1989 y 1990 el Museo Nacional de Colombia formula, de manera sistemática, una museografía unificada en torno de un recorrido histórico de la cultura nacional. Su objetivo es el de ‘recuperar su triple carácter original, científico de historia y de arte’”.
A pesar de los procesos de renovación que se han hecho en el museo, López afirma que “el museo todavía tiene grandes críticas desde diferentes sectores de la sociedad, porque sigue viéndose como un museo muy bogotano todavía, muy endogámico y elitista”. Este es uno de los desafíos que enfrenta hoy para continuar construyendo esa definición de nación desde las colecciones y narrativas, para llenar los silencios que el equipo encuentra en la historia que se presenta.
Para ser una institución viva, sigue adelante con sus procesos de reconocimiento con el fin de llegar a representar a los territorios que componen el país. Aunque López reconoce que hay que trabajar en los vacíos que aún se perciben, asegura que varias de las características fundamentales del museo se han mantenido en sus 200 años de historia, como el hecho de que es “una institución educativa, de investigación, formativa, en el sentido que genera unas narrativas que, en teoría, tienen una vocación convocante y vinculante”. Esto se refleja en los objetos que componen la colección construida a lo largo de dos siglos, que incluye piezas arqueológicas, etnográficas, de arte e históricas, organizadas para reflejar la definición de nación que el museo sigue construyendo.
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Los muros de la actual sede son el hogar de piezas más antiguas que las piedras que construyen el edificio, como el aerolito, una ánfora griega y oro precolombino. Aquí también residen objetos de la historia reciente como el chaleco que llevaba Jorge Eliécer Gaitán el 9 de bril del 48, una maqueta del Bronx realizada por algunos de sus antiguos habitantes, obras de Fernando Botero y Alejandro Obregón y un tapiz de las tejedoras de Mampuján.
De acuerdo con López, este está inspirado profundamente en la Constitución de 1991, que “ofrece una matriz narrativa muy poderosa que nos lanza a pensar el pasado como una posibilidad, y a partir de ese pasado pensar múltiples futuros llenos de esperanza, sin olvidar la guerra”.
La historia de esta institución continuará construyéndose y creciendo en esa definición de nación, acogiendo la creencia del profesor Francisco, mencionada por López: mirar y analizar el pasado para construir posibles futuros. “El museo debe dejar de mirarse a sí mismo y lanzar esta llamada de convocar a todo el sistema museológico nacional. No celebrar 200 años del museo y sus colecciones, sino conmemorar 200 años de experiencia museológica, imaginando que 1823 fue un momento inaugural de una experiencia que convoca a 800 museos que hoy tiene el país”. De esta forma, hoy, 200 años después de su fundación, el Museo Nacional de Colombia espera poder convertirse en la “casa de inspiración de la nación”, de manera que sea posible ver que “podemos narrarnos colectivamente y que, además, podemos hacernos cargo de un duelo colectivo que no puede quedarse como una narrativa de dolor”.