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                                                                                                                                Historias de un diciembre esperanzador: La muerte y resurrección de San Agustín

                                                                                                                                San Agustín fue un filósofo que primero estuvo perdido. Perdido en su carrera, en su ascenso, en sus vanidades, en sus convicciones, en lo que creía que era amor. Una noche, su carácter comenzó a formarse cuando tuvo la fuerza de voluntad para renunciar y rendirse ante sus creencias religiosas. De la mano del escritor David Brooks, esta es la historia de un chico que se hizo hombre al soltar su ego.

                                                                                                                                El retrato de "San Agustín de Hipona recibiendo el Sagrado corazón de Jesús" fue pintado en 1650 por Philippe de Champaigne.
                                                                                                                                Foto: Philippe de Champaigne. Wiki
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                                                                                                                                Por esa razón, en su juventud se sintió atrapado entre los ideales rivales del mundo clásico y judeocristiano. Se debatía entre ser un helenista que debía gozar de todos los aspectos de la vida y dirigir su propia existencia, o ser un hebraico que se concentraba en la más alta verdad y en ser fiel a un orden inmortal. Ante esta encrucijada, por el momento, sólo se fijaría en él mismo. Era brillante, pero al mismo tiempo se escapaba de clase para ver peleas de osos y gallos. Tuvo una concubina por 15 años, con quien tuvo un hijo, y se adhirió al maniqueísmo, convencido de que el mundo se dividía tajantemente entre el bien y el mal, la luz y la sombra.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Cerca de cumplir los treinta años, San Agustín estaba totalmente alienado. Tenía deseos que no llevaban a la felicidad, pese a lo cual seguía persiguiéndolos; así que respondió a esa crisis mirando hacia su interior y al menos dos grandes conclusiones surgieron de esta expedición: Primero, San Agustín se percató de que, aunque la gente nacía con grandes cualidades, el pecado original pervertía sus deseos. Por ejemplo, él mismo perseguía fama y prestigio y, aunque eso no lo hacía feliz, lo seguía deseando.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El segundo gran aspecto que se desprendió de la excavación interna de San Agustín fue que la mente humana no estaba completa en sí misma, sino que tendía hacia el infinito. No fue sólo podredumbre lo que encontró San Agustín, sino también indicios de perfección, sensaciones de trascendencia, emociones, sensaciones y sentimientos que se extendían más allá de lo finito y se introducían en otro ámbito. En su profundidad y alturas, el espíritu humano alcanzaba la eternidad y su dimensión vertical era más importante para el conocimiento del hombre que su capacidad racional para la formación de conceptos generales.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                En otras palabras, para vivir mejor no bastaba con que trabajara más, hiciera más uso de su fuerza de voluntad o tomara mejores decisiones. No podía llevar una vida buena gobernándose a sí mismo, porque no tenía la capacidad para hacerlo. La mente era tan vasta, que nunca podría conocerse a sí mismo. Sus emociones eran tan movedizas y complejas que no podía ordenar él solo su vida emocional. Sus apetitos eran tan ilimitados que jamás podría satisfacerlos por sí mismo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No obstante, San Agustín no quería clausurar sus opciones y renunciar a lo que lo hacía sentir bien. Su inclinación natural era creer que su ansiedad podía resolverse si obtenía más de lo que deseaba, no menos. Así, se mantenía en un precipicio emocional entre una vida religiosa para la que temía tener que hacer sacrificios y una vida secular que aborrecía, pero a la que no quería renunciar.

                                                                                                                                En las “Confesiones”, San Agustín describe la escena en que su demora terminó al fin. Charlaba en un jardín con un amigo, Alipio, cuando este le contó historias de monjes en Egipto que renunciaban a todo para servir a Dios. Esto le impactó. Individuos que no pertenecían al sistema educativo de élite hacían cosas maravillosas, mientras que los egresados de este sistema vivían para sí mismos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En esta fiebre de duda, San Agustín se paró y dio grandes zancadas mientras Alipio lo miraba pasmado. San Agustín comenzó a dar vueltas por el jardín y Alipio se puso de pie y lo siguió. Aquel sentía que sus entrañas imploraban poner fin a su vida dividida, dejar de andar a la deriva. Se mesó el cabello, golpeó su frente, entrelazó los dedos y se encorvó, apoyándose en sus rodillas. Parecía que Dios lo fustigara por dentro, infligiéndole una “severidad llena de misericordia”, redoblando los azotes del temor y la vergüenza que le afligían. “Ea, hágase al instante; ahora mismo se han de romper estos lazos”, clamó para sí. Luego, lloró. Irguiéndose, se alejó de Alipio y se echó bajo una higuera, cediendo a sus lágrimas. Oyó entonces una voz que le dijo: “Toma y lee. Toma y lee”. Él experimentó en el acto una sensación de resolución. Abrió una Biblia próxima y leyó el primer pasaje en que cayeron sus ojos: “No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones; sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo”.

                                                                                                                                No le hizo falta leer más. Sintió que una luz invadía su corazón. Experimentó un súbito vuelco de su voluntad, un deseo repentino de renunciar a los finitos placeres mundanos y vivir para Cristo. Sintió toda la dulzura de no estar con cosas vanamente dulces. Lo que una vez le había aterrado tanto perder era ahora deleitoso despreciar.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Concluyó que la dicha interior no residía en la acción, sino en el ceder, o al menos en la represión de la voluntad, la ambición y el deseo de alcanzar la victoria por él mismo. Lo importante era reconocer que Dios era el principal conductor de su vida y que ya tenía un plan para él. Dios ya tenía verdades a las que quería que ajustara su vida. La postura aquí implicada es de sumisión, brazos alzados, extendidos y abiertos, frente en alto, ojos mirando al cielo, serenidad con espera paciente pero apasionada.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Así, en la visión del cristianismo agustiniano, según el escritor David Brooks, la última conquista del yo no se consigue con autodisciplina o mediante una gran batalla interior. Se consigue saliendo del yo y estableciendo una comunión con Dios y haciendo las cosas que parecen naturales para corresponder su amor. Este es el proceso que genera una transformación interior. De pronto te das cuenta de que amas cosas distintas, te emocionan cosas distintas, te liberas de cadenas, y eso no lo conseguiste cambiando hábitos o siendo un capitán de ti mismo. Lo lograste porque reordenaste tus amores y, como afirma una y otra vez San Agustín, te vuelves aquello que amas.

                                                                                                                                Para San Agustín, el cambio crucial está en dónde se sitúa la atención. El conocimiento no basta para la tranquilidad y la bondad, porque no contiene la motivación de ser bueno. Sólo el amor impele a la acción. No nos volvemos mejores porque adquiramos más información; nos volvemos mejores porque adquirimos mejores amores.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En aquel jardín, San Agustín comenzó un camino de renuncia, espera y aceptación de su valía. Llegó a la conclusión de que el amor no se ganaba mediante el esfuerzo, la disciplina o siendo un general de sí mismo. No obtenía lo que merecía, sino mucho más. Se rindió ante la grandeza que, para él, era Dios, pues la razón no es tan poderosa para producir sistemas o modelos intelectuales que permitan comprender el mundo que nos rodea, o anticipar lo que viene.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por consiguiente, desde una óptica agustiniana, la fuerza de voluntad no es suficiente para tener una vida plena y vigilar los deseos. De lo contrario, los deseos de fin de año se cumplirían. Tampoco se llega a la felicidad exacerbando el ego, yendo siempre hacia arriba y buscando la aprobación externa. La atención debe virar hacia dentro y rendirse, pues la propia valía se tiene desde el nacimiento, no hay que construirla desde ceros. A veces, cuando no hay más que vacío y desesperanza, no se puede hacer más que rendirse ante Dios, la Creación, la Grandeza, la Esperanza. Tal vez así, como le sucedió a San Agustín, resucitaremos de muertes espirituales.

                                                                                                                                El retrato de "San Agustín de Hipona recibiendo el Sagrado corazón de Jesús" fue pintado en 1650 por Philippe de Champaigne.
                                                                                                                                Foto: Philippe de Champaigne. Wiki
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Por esa razón, en su juventud se sintió atrapado entre los ideales rivales del mundo clásico y judeocristiano. Se debatía entre ser un helenista que debía gozar de todos los aspectos de la vida y dirigir su propia existencia, o ser un hebraico que se concentraba en la más alta verdad y en ser fiel a un orden inmortal. Ante esta encrucijada, por el momento, sólo se fijaría en él mismo. Era brillante, pero al mismo tiempo se escapaba de clase para ver peleas de osos y gallos. Tuvo una concubina por 15 años, con quien tuvo un hijo, y se adhirió al maniqueísmo, convencido de que el mundo se dividía tajantemente entre el bien y el mal, la luz y la sombra.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Cerca de cumplir los treinta años, San Agustín estaba totalmente alienado. Tenía deseos que no llevaban a la felicidad, pese a lo cual seguía persiguiéndolos; así que respondió a esa crisis mirando hacia su interior y al menos dos grandes conclusiones surgieron de esta expedición: Primero, San Agustín se percató de que, aunque la gente nacía con grandes cualidades, el pecado original pervertía sus deseos. Por ejemplo, él mismo perseguía fama y prestigio y, aunque eso no lo hacía feliz, lo seguía deseando.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El segundo gran aspecto que se desprendió de la excavación interna de San Agustín fue que la mente humana no estaba completa en sí misma, sino que tendía hacia el infinito. No fue sólo podredumbre lo que encontró San Agustín, sino también indicios de perfección, sensaciones de trascendencia, emociones, sensaciones y sentimientos que se extendían más allá de lo finito y se introducían en otro ámbito. En su profundidad y alturas, el espíritu humano alcanzaba la eternidad y su dimensión vertical era más importante para el conocimiento del hombre que su capacidad racional para la formación de conceptos generales.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                En otras palabras, para vivir mejor no bastaba con que trabajara más, hiciera más uso de su fuerza de voluntad o tomara mejores decisiones. No podía llevar una vida buena gobernándose a sí mismo, porque no tenía la capacidad para hacerlo. La mente era tan vasta, que nunca podría conocerse a sí mismo. Sus emociones eran tan movedizas y complejas que no podía ordenar él solo su vida emocional. Sus apetitos eran tan ilimitados que jamás podría satisfacerlos por sí mismo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No obstante, San Agustín no quería clausurar sus opciones y renunciar a lo que lo hacía sentir bien. Su inclinación natural era creer que su ansiedad podía resolverse si obtenía más de lo que deseaba, no menos. Así, se mantenía en un precipicio emocional entre una vida religiosa para la que temía tener que hacer sacrificios y una vida secular que aborrecía, pero a la que no quería renunciar.

                                                                                                                                En las “Confesiones”, San Agustín describe la escena en que su demora terminó al fin. Charlaba en un jardín con un amigo, Alipio, cuando este le contó historias de monjes en Egipto que renunciaban a todo para servir a Dios. Esto le impactó. Individuos que no pertenecían al sistema educativo de élite hacían cosas maravillosas, mientras que los egresados de este sistema vivían para sí mismos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En esta fiebre de duda, San Agustín se paró y dio grandes zancadas mientras Alipio lo miraba pasmado. San Agustín comenzó a dar vueltas por el jardín y Alipio se puso de pie y lo siguió. Aquel sentía que sus entrañas imploraban poner fin a su vida dividida, dejar de andar a la deriva. Se mesó el cabello, golpeó su frente, entrelazó los dedos y se encorvó, apoyándose en sus rodillas. Parecía que Dios lo fustigara por dentro, infligiéndole una “severidad llena de misericordia”, redoblando los azotes del temor y la vergüenza que le afligían. “Ea, hágase al instante; ahora mismo se han de romper estos lazos”, clamó para sí. Luego, lloró. Irguiéndose, se alejó de Alipio y se echó bajo una higuera, cediendo a sus lágrimas. Oyó entonces una voz que le dijo: “Toma y lee. Toma y lee”. Él experimentó en el acto una sensación de resolución. Abrió una Biblia próxima y leyó el primer pasaje en que cayeron sus ojos: “No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones; sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo”.

                                                                                                                                No le hizo falta leer más. Sintió que una luz invadía su corazón. Experimentó un súbito vuelco de su voluntad, un deseo repentino de renunciar a los finitos placeres mundanos y vivir para Cristo. Sintió toda la dulzura de no estar con cosas vanamente dulces. Lo que una vez le había aterrado tanto perder era ahora deleitoso despreciar.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Concluyó que la dicha interior no residía en la acción, sino en el ceder, o al menos en la represión de la voluntad, la ambición y el deseo de alcanzar la victoria por él mismo. Lo importante era reconocer que Dios era el principal conductor de su vida y que ya tenía un plan para él. Dios ya tenía verdades a las que quería que ajustara su vida. La postura aquí implicada es de sumisión, brazos alzados, extendidos y abiertos, frente en alto, ojos mirando al cielo, serenidad con espera paciente pero apasionada.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Así, en la visión del cristianismo agustiniano, según el escritor David Brooks, la última conquista del yo no se consigue con autodisciplina o mediante una gran batalla interior. Se consigue saliendo del yo y estableciendo una comunión con Dios y haciendo las cosas que parecen naturales para corresponder su amor. Este es el proceso que genera una transformación interior. De pronto te das cuenta de que amas cosas distintas, te emocionan cosas distintas, te liberas de cadenas, y eso no lo conseguiste cambiando hábitos o siendo un capitán de ti mismo. Lo lograste porque reordenaste tus amores y, como afirma una y otra vez San Agustín, te vuelves aquello que amas.

                                                                                                                                Para San Agustín, el cambio crucial está en dónde se sitúa la atención. El conocimiento no basta para la tranquilidad y la bondad, porque no contiene la motivación de ser bueno. Sólo el amor impele a la acción. No nos volvemos mejores porque adquiramos más información; nos volvemos mejores porque adquirimos mejores amores.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En aquel jardín, San Agustín comenzó un camino de renuncia, espera y aceptación de su valía. Llegó a la conclusión de que el amor no se ganaba mediante el esfuerzo, la disciplina o siendo un general de sí mismo. No obtenía lo que merecía, sino mucho más. Se rindió ante la grandeza que, para él, era Dios, pues la razón no es tan poderosa para producir sistemas o modelos intelectuales que permitan comprender el mundo que nos rodea, o anticipar lo que viene.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por consiguiente, desde una óptica agustiniana, la fuerza de voluntad no es suficiente para tener una vida plena y vigilar los deseos. De lo contrario, los deseos de fin de año se cumplirían. Tampoco se llega a la felicidad exacerbando el ego, yendo siempre hacia arriba y buscando la aprobación externa. La atención debe virar hacia dentro y rendirse, pues la propia valía se tiene desde el nacimiento, no hay que construirla desde ceros. A veces, cuando no hay más que vacío y desesperanza, no se puede hacer más que rendirse ante Dios, la Creación, la Grandeza, la Esperanza. Tal vez así, como le sucedió a San Agustín, resucitaremos de muertes espirituales.

                                                                                                                                Temas recomendados:

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