Historias de vida: Claudia Calao
“Me considero una activista ambiental que defiende los derechos de la naturaleza, que nos incumbe a los seres humanos”.
Isabel López Giraldo
En la época del Frente Nacional, mi papá, Francisco Calao Pérez, era un conservador capitán de aduana, y mi mamá, Josefa María González Venner, hija de un finquero liberal.
Un porro muy famoso de la Costa dice: “Con un guayabo llego a la Y”. Y al frente de la Y de Ciénaga de Oro quedaba la finca de mi abuelo y la gente se preguntaba: “¡Cómo es posible que Francisco vaya tras de Josefa!”. Mi papá se lanzó y empezó a salir con mi mamá pese a llevarle diez años.
Los ancestros de mi papá son sirio-libaneses. La historia cuenta que eran tres hermanos Calao los que al llegar a Colombia se disgregaron y nunca más se volvieron a encontrar. Mi abuelo llegó a Lorica donde tuvo toda su descendencia, otro a Brasil, y el tercero a alguna parte que no se conoce.
Mi papá tuvo doce hermanos, todos muy cuidados y protegidos. Fue un conservador muy activo y muy buen orador, pero se dedicó a apoyar campañas de otros (a su hermano lo hizo senador hace ya varias décadas) y a diversos negocios como fuente de ingresos. También fue capitán de aduana e inspector de trabajo.
Mi casa fue muy visitada por expresidentes como Mariano Ospina Pérez, Misael Pastrana Borrero, Gilberto Alzate Avendaño, pero también por músicos como Alejo Durán que amenizaba las fiestas familiares y sociales.
La familia de mi mamá también es de la costa y no muy numerosa. Mi bisabuelo era americano y ella heredó todos sus rasgos físicos.
Iniciaron su vida juntos en Turbo – Antioquia. Fuimos nueve hijos, cinco hombres y cuatro mujeres. A mis dos años salimos del pueblo pues mi papá fue amenazado de muerte durante la confrontación entre liberales y conservadores. Recibió un tiro en una mano y el mensaje fue claro: el próximo sería para alguno de sus hijos.
Una vez llegamos a Bogotá, mis hermanos mayores interrumpieron sus estudios para liberar la carga económica y permitiéndonos a los menores continuar con nuestra formación académica. El mayor fue ascensorista en el ISS, otro de ellos estudió por años con el mismo par de zapatos, y yo heredaba la ropa de mis hermanas.
Mi mamá fue modista entonces nos confeccionaba la ropa y con el tiempo mi papá fue asistente de Amaury García Burgos en el Congreso durante mucho tiempo.
Esa decisión de mi papá, de habernos sacado de Córdoba, siempre se la celebré, ya que no puedo imaginarme qué hubiera sido de nosotros de habernos quedado máxime bajo amenaza; aunque fue una apuesta difícil y muy dura pues la familia es numerosa y la vida en una ciudad como Bogotá resulta muy costosa y compleja.
Comencé la primaria a los siete años cuando ya leía y escribía. En el colegio me discriminaron por el color de mi piel, pues en los tempranos setenta no era común que la gente de la Costa viviera en la capital, también hacían burla de mi apellido que asociaban con el pan, lo que me golpeó emocionalmente muchísimo.
Recuerdo que llegaba llorando donde mi mamá pidiéndole que me cambiara el apellido, pues además me decían: “calao tostado”, “pan de la changua” y otras cosas más. Su respuesta fue muy inteligente, me pidió que le recitara los apellidos de mis compañeros de curso y mientras lo hacía pude darme cuenta cuánto se repetían algunos. Entonces me dijo: “tus compañeros no te van a olvidar nunca precisamente por tu apellido”.
Resultaba muy simpático el hecho de que mi mamá cada día me llevara las onces hasta el colegio, pues quedaba muy cerca de la casa. El bachillerato lo cursé en un colegio mucho más grande y retirado con la fortuna de que en él estudiaban mis otros hermanos.
Volví a visitar mi pueblo cuando ya tenía siete años y claramente no conocía a nadie y yo no tenía acento. Esto me hizo adquirir una identidad propia, aprendí a moverme en las dos regiones.
Un primo, mucho mayor a mí, me preguntaba siempre: “¿Usted qué quiere ser cuando sea grande?”. Sin vacilar le contesté: “Comunicadora Social y Periodista”.
Me llamaba la atención eso de contar historias y precisamente en esa primera visita a mi tierra me encontré con una prima a la que le expresé mi deseo de contarle a los cachacos cómo era Lorica, le pedí que tomara fotos y que yo escribía. Este proyecto nunca lo hicimos, pero fue una primera manifestación de la periodista que hay en mí.
En mi casa no solo se veían los noticieros de televisión, sino que se leía la prensa, y recuerdo a mi mamá llenando los crucigramas que verificaba cada semana y con los que construyó diccionarios que aún conservo.
Mi afición fue la de conservar los monos de los fines de semana, luego empecé con las lecturas dominicales y con el Quijote que me lo regalaron a mis diez años. Claro que después mi hermana me regaló otro Quijote versión infantil que venía en tres tomos con Aladín, Las Aventuras de Tom Sawyer, Mujercitas y otras historias.
Aunque fuimos de los primeros que tuvieron televisión a color, cuando difícilmente alguien más tenía en el país, gracias al anterior trabajo de mi papá, no fue una distracción importante en la casa. Creo que fuimos de los primeros que vimos a Gloria Valencia de Castaño y al Hombre Increíble a color, pero casi siempre disfrutábamos de los libros y largas charlas familiares.
Mientras decidía mi carrera comencé a trabajar, con ayuda del que era mi novio, como recepcionista en una empresa de vidrio templado. Como él tenía un hermano que trabajaba en otra empresa importante de construcción, me vinculó como secretaria de compras. Trabajando decidí que lo mío sí era el periodismo, ahorré para lograrlo por consideración a mis papás y comencé la carrera en Los Libertadores.
Mis hermanos empezaron a organizarse, a independizarse, dos de mis hermanas viajaron al exterior y otra volvió a la Costa, y yo me quedé con mis papás.
Fuimos muy unidos y mi casa era el ancla. Mi papá convocaba a todos los hijos los domingos, los comenzaba a llamar, uno a uno desde las siete de la mañana, lo que de alguna manera molestaba a mi mamá pues era quien le tocaba el trabajo duro, la cocinada.
Cuando cursaba décimo grado y una de las materias las dictaba un profesor que me detestaba, con él siempre perdía los exámenes. Mi mamá me recomendó que no hiciera los exámenes con él, pero me preparé tan bien que no le hice caso, confiada en ganar. Dediqué mis vacaciones a estudiar francés con un profesor particular, debía preparar un tema libre, hice una cartelera con la ayuda de mi hermano, me presenté al examen sintiéndome la más experta, vi al profesor y me cambió el tema.
Las cosas pasan por una razón. Perdí el año por esa materia. Mi mamá me dijo que no podía pagarme más colegio privado, pero conseguí repetir el año en un colegio público. Esto me cambió la perspectiva totalmente, me encontré con otra gente, toda muy diversa, construí nuevas amistades y ahí se encaminó toda mi carrera. También conocí al que fue mi novio por cinco años, un joven cristiano.
Una vez me gradué del colegio se esperaba que comenzara en La Gran Colombia por influencia de mi papá que quería una universidad conservadora y allí el rector era su amigo (tengo un hermano arquitecto y otro abogado de esa universidad). Como ya tenía dos hermanos que habían estudiado Comunicación Social, mi mamá me recomendó algo distinto.
En ese momento llegó a la empresa un proyecto del sector hidrocarburos y quien lo dirigía me invitó a ser asistente para trabajar en Ecopetrol. Comencé en QAQC (gestión de calidad), en el primer proyecto de masificación de gas en el país en el que no había inversión social; pues su razón de ser era llevar gas a los municipios, pero las comunidades estaban acostumbradas a otra cosa.
Como no evaluaron los impactos ambientales que generaba la construcción de los tubos, se presentaron los primeros paros veredales. El proyecto comenzó mal, se vieron obligados a suspenderlo en varias ocasiones y la gente se dirigía a los puntos más críticos para afectarlos.
Mi jefe les pidió a las encargadas de los temas ambiental y social que fueran al sitio para atender las quejas de las comunidades, ellas pidieron en ese momento dinero para negociar, y como no lo obtuvieron, se negaron. Pedí que me enviaran allá, al considerar que la gente lo que quería era ser escuchada. A los dos días, logré levantar el paro.
Este hecho me permitió la oportunidad de instalarme un año en campo para trabajar con la comunidad. Como se trataba de vivir una experiencia que ninguna universidad me daría jamás, interrumpí mi carrera para retomarla a mi regreso.
Se despertó mi conciencia por temas ambientales y sociales, y me encariñé con las historias que tanto me gustaban. Pero para mí no fue una responsabilidad nada fácil porque los sociólogos, antropólogos y trabajadores sociales tuvieron mucha resistencia frente a mi trabajo, pues fui coordinadora de un sector grande y llegué de jefe de un grupo de profesionales cuando cursaba cuarto semestre de universidad. Prejuzgaron mal, pues consideraban que para estar ahí me había tenido que acostar con mi jefe, desconociendo el mérito propio.
Tuve que devolverme a Bogotá, me gradué en el 98, año en que Vladimiro Naranjo Mesa tumbó la tarjeta de periodista. En ese punto me pareció inoficiosa la carrera porque el periodismo cualquiera podría ejercerlo, por lo que me enfoqué en todo lo relacionado con la gestión social.
Estuve en Ecopetrol diez años hasta cuando sentí que tenía un ciclo cumplido. Luego firmé contrato a término indefinido con la Universidad de los Andes en el área de tecnologías de la información, y trabajaba en el área del dominio .co, en ese tiempo la universidad era la que administraba los dominios de Internet para Colombia. Seis meses más tarde recibí una llamada de mi hermana en la que me pedía que la apoyara, pues su esposo estaba enfermo de cáncer de pulmón en Estados Unidos.
Ella trabajaba y como tenía a sus dos hijos en la universidad, realmente necesitaba de mi ayuda. Decidí viajar y mientras tanto estudié inglés. Fueron tres meses de dedicación en casa, al punto que mi cuñado solo me recibía comida a mí. Un día, cuando sentía que ya estaba superando su cáncer, fue hospitalizado. Duró tres meses en cuidados intensivos hasta morir, pero después me quedé seis meses más, para que mi hermana no se quedara sola con sus hijos después de esa gran perdida.
Volví a Ecopetrol, donde había dejado a mi novio, un abogado con el que tuve una relación de siete años. Al regresar quedé embarazada, pero él tenía planes distintos para nosotros como pareja. Decidí tener a mi hijo. Padecí una enfermedad en el embarazo que me hacía vomitar todo el tiempo, con seis meses de embarazo llegué a pesar 53 kilos y me hospitalizaron en repetidas ocasiones. Pese a que mi novio me volvió a buscar luego de unos meses, yo había decidido dedicarme exclusivamente a mi hijo por un año.
El día del cumpleaños de un año de mi hijo, pasado el tiempo que me había propuesto de consagración, me llamaron de los Ferrocarriles del Norte de Colombia (FENOCO) a ofrecerme trabajo en Santa Marta. Conté con la ayuda de mis papás que cuidaron de mi hijo, viajé todo el tiempo, hasta que el trabajo me permitió pasar quince días en Santa Marta y quince en Bogotá, para poder estar con mi hijo. Cuando estaba coordinando para que nos radicáramos en Santa Marta, a mi papá le dio un derrame cerebral, lo que cambió mis planes.
Él me pidió que no me llevara al niño porque era un soporte emocional para ellos, pero también una ayuda, pues el médico le había recomendado una postura y cuando mi hijo veía que se descuidaba, le pegaba con un palito para recordarle. Cuando mi papá murió, tres meses más tarde, mi mamá me pidió también que lo dejara con ella.
Cuando mi hijo tenía cuatro años, su papá me pidió que dejara de estar de un lado al otro, por el bienestar del niño. Me dijo que volviéramos. Renuncié a mi trabajo y volví a vivir en Bogotá. Sin embargo, nuestra relación duró tan solo tres años. Mi mamá se enfermó y a los tres meses murió. Esto afectó demasiado al niño y perdió su año escolar.
Cuando regresé a Bogotá, trabajé en Ecopetrol nuevamente, pero acepté la invitación a trabajar que me hicieron desde el Ministerio del Medio Ambiente como parte del equipo de la Dirección de Licencias Ambientales. Atendí el sector de hidrocarburos haciendo la evaluación y seguimiento de grandes proyectos de infraestructura del país. A los cuatro años fui revisora del tema social, al frente de grupos que encaminaba los proyectos.
Comencé a denunciar todo, cuanto no me cuadraba, con esos temas retomé el periodismo en un blog de El Tiempo. Lo primero que denuncié fue el decreto de licenciamiento exprés, pues para mí era claro, que proyectos que toman años de evaluación, en el país se pretendían evaluar en tres meses. Me volví molesta para la gente, aunque usé un seudónimo, Cloquis (como me decía una amiga del primer trabajo que tuve).
Mis temas en las redes se volvieron virales y cuando hacía mis viajes contaba lo que veía. Así adquirí relevancia en Twitter, contando historias.
Una de ellas fue en una visita que hice a Orocué – Casanare, que me tomó siete horas en carro, a la casa del presidente de la Junta de Acción Comunal. En el viaje vi a un niño de seis años montando bicicleta, como le faltaba una pierna se ponía una falsa. Me partió el corazón. Pedí autorización a su mamá para tomarle una foto y grabar un video para publicarla en mi cuenta solicitando ayuda. Pensé que se trataba de la consecuencia de una mina antipersonas, pero su pérdida se debió a la mordedura de una culebra y les tomó tantas horas llegar a la clínica que tuvieron que amputarlo. El Centro Integral de Rehabilitación CIREC, se solidarizó con mi historia y a la semana el niño tuvo pierna nueva. Esto fue muy conmovedor y ahí me di cuenta del poder de las redes sociales.
Después de 7 años trabajando en licenciamiento ambiental y recorriendo el país, me retiré de la ANLA, me dediqué hacer consultorías en temas ambientales y de comunicaciones, lo que me acercó a Víctor Mallarino, y abrimos Sapiens Colombia y convocamos a otros amigos a hacer parte de este proyecto. Un proyecto de comunicaciones muy activo. Explicamos a la gente los temas en profundidad como los relativos a la Reserva Van Der Hammen, contrastamos posiciones como la de los ambientalistas, la de los científicos y la de los políticos.
Somos un canal que comenzó en campaña presidencial, entrevistamos a los candidatos hablando de estos temas, también a científicos y a tantos comprometidos en la misma línea. También nos desplazamos hasta Hidroituango donde hicimos un conversatorio en la Universidad de Antioquia y produjimos un documental sobre la problemática de los pobladores del río Cauca con la construcción de esta hidroeléctrica.
Mi participación en política se da a raíz de la discusión alrededor de la Reserva, en un momento en que el Ministerio de Ambiente abrió la puerta para sacar un decreto que decía que las zonas de reserva que estuvieran degradadas podrían cambiar su naturaleza, que se les retiraba la protección para hacer viable la construcción de otros proyectos. Vimos claramente que estaban favoreciendo a un alcalde, dañando no solo la reserva por la que peleábamos, sino al país pues esto terminaría replicándose en el resto del territorio nacional.
Luis Ernesto Gómez desde el Viceministerio de la Participación, en el Ministerio del Interior, creó Causas Ciudadanas, motivándonos a que nuestra indignación sobrepasara las redes, porque desde ahí la incidencia en política es limitada. Adoptó entonces nuestra causa, dimos la pelea para que no se sacara el decreto, él renunció al viceministerio y luego pensó en su proyecto político, decepcionado del Partido Liberal.
Nos encontramos nuevamente en la campaña de Petro, yo estaba allí de voluntaria, cuando María Mercedes Maldonado que hacía parte de la Veeduría de la Reserva, fue nombrada directora programática de esta campaña a la que me invitó a unirme, escribiendo sobre mis temas y ayudándoles en la construcción del programa.
Pasadas las elecciones yo me vinculé a un proyecto de cooperación internacional con una fundación en el tema de comunicaciones estratégicas ambientales. Estando ahí, Luis Ernesto me llamó para presentarme su proyecto político y me invitó a unirme bajo la premisa de un cambio, para no permitir que los políticos tradicionales incidieran de manera negativa en lo que a los ciudadanos nos afecta.
El proyecto Activista lanzó una lista al Concejo de Bogotá conformado por ciudadanos que no han participado en política. En un comienzo no me decidía a involucrarme de manera directa, me sentía cómoda como ciudadana ejerciendo veeduría, pero él me dijo: “Todo lo que haces gratis es la labor de un concejal, haces una buena labor, deberías trabajar por la ciudad en diversos temas”.
He tenido que aprender a entender las consecuencias que esta decisión conlleva, la crítica sin fundamento, por ejemplo. Pero es que me he visto ante tantas dificultades personales, que el hecho de haber conocido de primera mano, en mis viajes, esa Colombia profunda, me dio cierta resistencia para afrontar situaciones extremas. Así que después, me dije: ¿Por qué no? Así que decidí poner mi experiencia al servicio de la sociedad desde un equipo que busca consultar a la ciudadanía, porque el propósito es legislar para ella y no para atender el interés de unos cuantos. Se trata de devolverle a la gente la razón de la democracia.
Viéndolo en perspectiva, después del activismo, esto era lo que seguramente seguiría para mi vida.
- ¿Dónde queda la periodista?
En contar, comunicar lo que está sucediendo.
- ¿Cuáles son sus temores frente a este paso que está dando?
No me asusta perder, pero me ayudaría a mirar mi siguiente objetivo. Si ocurre, igual me mantendría en el activismo.
- Siendo optimistas, ¿qué le asusta del reto que asumiría?
No llegar a cumplir las expectativas.
- ¿Por qué no cumpliría?
Porque el sistema está tan corrupto que podrían no dejarme hacer, podría ser bloqueada. Pero si he logrado denunciar, allí podría hacer más cosas, gracias al poder que me otorgan los ciudadanos para representarlos.
- ¿Hasta dónde quiere llegar con ese poder?
Hasta lograr que escuchen a la gente y hasta que los proyectos sean pensados transversalmente, que si no pasa en lo ambiental no se haga, que se le dé prioridad a la vida, por encima de los negocios.
- ¿Cómo se reta?
Antes era muy impaciente y en mi búsqueda de superación personal he entendido que todo llega a su tiempo, que debo ir paso a paso.
- Resulta curioso porque transmite mucha calma y habla de manera pensada, ¿cómo lo hace? ¿Quién, todo el tiempo, decanta sus pasos e ideas?
Sí. Es precisamente lo que he aprendido. Antes era muy acelerada.
- Pero la política es acelerada, exige ritmos distintos.
Es cierto, requiere mucha gestión.
- ¿Qué color la identifica?
Azul por Caribe.
- ¿Con cuál animal se identifica?
El ojo de anteojos por su particularidad. Lo asocian como salvaje y es vegetariano, además, cuando llega a cierta edad la mamá lo echa para que se defienda. Así me ha tocado a mí.
- ¿Qué elemento de la naturaleza la identifica?
El agua para fluir como ella y dejarme llevar.
- ¿Qué le conmueve?
La indiferencia de la gente.
- ¿Qué considera que debería cambiar en usted?
Creo que más que cambiar, debo aprender a llevar los tiempos.
- ¿Qué es el tiempo en su vida?
La confesión de lo que uno quiere hacer.
- ¿Cómo se proyecta?
En lo que he venido siendo y haciendo, luchadora, alguien que no se deja amilanar por la adversidad.
- ¿Cuál ha sido la mayor adversidad que ha afrontado?
La muerte de mi mamá que era todo para mí.
- ¿Qué es la muerte?
Es no ver al ser que quieres.
- ¿Cómo le gustaría ser recordada?
Como alguien que luchó por el planeta.
En la época del Frente Nacional, mi papá, Francisco Calao Pérez, era un conservador capitán de aduana, y mi mamá, Josefa María González Venner, hija de un finquero liberal.
Un porro muy famoso de la Costa dice: “Con un guayabo llego a la Y”. Y al frente de la Y de Ciénaga de Oro quedaba la finca de mi abuelo y la gente se preguntaba: “¡Cómo es posible que Francisco vaya tras de Josefa!”. Mi papá se lanzó y empezó a salir con mi mamá pese a llevarle diez años.
Los ancestros de mi papá son sirio-libaneses. La historia cuenta que eran tres hermanos Calao los que al llegar a Colombia se disgregaron y nunca más se volvieron a encontrar. Mi abuelo llegó a Lorica donde tuvo toda su descendencia, otro a Brasil, y el tercero a alguna parte que no se conoce.
Mi papá tuvo doce hermanos, todos muy cuidados y protegidos. Fue un conservador muy activo y muy buen orador, pero se dedicó a apoyar campañas de otros (a su hermano lo hizo senador hace ya varias décadas) y a diversos negocios como fuente de ingresos. También fue capitán de aduana e inspector de trabajo.
Mi casa fue muy visitada por expresidentes como Mariano Ospina Pérez, Misael Pastrana Borrero, Gilberto Alzate Avendaño, pero también por músicos como Alejo Durán que amenizaba las fiestas familiares y sociales.
La familia de mi mamá también es de la costa y no muy numerosa. Mi bisabuelo era americano y ella heredó todos sus rasgos físicos.
Iniciaron su vida juntos en Turbo – Antioquia. Fuimos nueve hijos, cinco hombres y cuatro mujeres. A mis dos años salimos del pueblo pues mi papá fue amenazado de muerte durante la confrontación entre liberales y conservadores. Recibió un tiro en una mano y el mensaje fue claro: el próximo sería para alguno de sus hijos.
Una vez llegamos a Bogotá, mis hermanos mayores interrumpieron sus estudios para liberar la carga económica y permitiéndonos a los menores continuar con nuestra formación académica. El mayor fue ascensorista en el ISS, otro de ellos estudió por años con el mismo par de zapatos, y yo heredaba la ropa de mis hermanas.
Mi mamá fue modista entonces nos confeccionaba la ropa y con el tiempo mi papá fue asistente de Amaury García Burgos en el Congreso durante mucho tiempo.
Esa decisión de mi papá, de habernos sacado de Córdoba, siempre se la celebré, ya que no puedo imaginarme qué hubiera sido de nosotros de habernos quedado máxime bajo amenaza; aunque fue una apuesta difícil y muy dura pues la familia es numerosa y la vida en una ciudad como Bogotá resulta muy costosa y compleja.
Comencé la primaria a los siete años cuando ya leía y escribía. En el colegio me discriminaron por el color de mi piel, pues en los tempranos setenta no era común que la gente de la Costa viviera en la capital, también hacían burla de mi apellido que asociaban con el pan, lo que me golpeó emocionalmente muchísimo.
Recuerdo que llegaba llorando donde mi mamá pidiéndole que me cambiara el apellido, pues además me decían: “calao tostado”, “pan de la changua” y otras cosas más. Su respuesta fue muy inteligente, me pidió que le recitara los apellidos de mis compañeros de curso y mientras lo hacía pude darme cuenta cuánto se repetían algunos. Entonces me dijo: “tus compañeros no te van a olvidar nunca precisamente por tu apellido”.
Resultaba muy simpático el hecho de que mi mamá cada día me llevara las onces hasta el colegio, pues quedaba muy cerca de la casa. El bachillerato lo cursé en un colegio mucho más grande y retirado con la fortuna de que en él estudiaban mis otros hermanos.
Volví a visitar mi pueblo cuando ya tenía siete años y claramente no conocía a nadie y yo no tenía acento. Esto me hizo adquirir una identidad propia, aprendí a moverme en las dos regiones.
Un primo, mucho mayor a mí, me preguntaba siempre: “¿Usted qué quiere ser cuando sea grande?”. Sin vacilar le contesté: “Comunicadora Social y Periodista”.
Me llamaba la atención eso de contar historias y precisamente en esa primera visita a mi tierra me encontré con una prima a la que le expresé mi deseo de contarle a los cachacos cómo era Lorica, le pedí que tomara fotos y que yo escribía. Este proyecto nunca lo hicimos, pero fue una primera manifestación de la periodista que hay en mí.
En mi casa no solo se veían los noticieros de televisión, sino que se leía la prensa, y recuerdo a mi mamá llenando los crucigramas que verificaba cada semana y con los que construyó diccionarios que aún conservo.
Mi afición fue la de conservar los monos de los fines de semana, luego empecé con las lecturas dominicales y con el Quijote que me lo regalaron a mis diez años. Claro que después mi hermana me regaló otro Quijote versión infantil que venía en tres tomos con Aladín, Las Aventuras de Tom Sawyer, Mujercitas y otras historias.
Aunque fuimos de los primeros que tuvieron televisión a color, cuando difícilmente alguien más tenía en el país, gracias al anterior trabajo de mi papá, no fue una distracción importante en la casa. Creo que fuimos de los primeros que vimos a Gloria Valencia de Castaño y al Hombre Increíble a color, pero casi siempre disfrutábamos de los libros y largas charlas familiares.
Mientras decidía mi carrera comencé a trabajar, con ayuda del que era mi novio, como recepcionista en una empresa de vidrio templado. Como él tenía un hermano que trabajaba en otra empresa importante de construcción, me vinculó como secretaria de compras. Trabajando decidí que lo mío sí era el periodismo, ahorré para lograrlo por consideración a mis papás y comencé la carrera en Los Libertadores.
Mis hermanos empezaron a organizarse, a independizarse, dos de mis hermanas viajaron al exterior y otra volvió a la Costa, y yo me quedé con mis papás.
Fuimos muy unidos y mi casa era el ancla. Mi papá convocaba a todos los hijos los domingos, los comenzaba a llamar, uno a uno desde las siete de la mañana, lo que de alguna manera molestaba a mi mamá pues era quien le tocaba el trabajo duro, la cocinada.
Cuando cursaba décimo grado y una de las materias las dictaba un profesor que me detestaba, con él siempre perdía los exámenes. Mi mamá me recomendó que no hiciera los exámenes con él, pero me preparé tan bien que no le hice caso, confiada en ganar. Dediqué mis vacaciones a estudiar francés con un profesor particular, debía preparar un tema libre, hice una cartelera con la ayuda de mi hermano, me presenté al examen sintiéndome la más experta, vi al profesor y me cambió el tema.
Las cosas pasan por una razón. Perdí el año por esa materia. Mi mamá me dijo que no podía pagarme más colegio privado, pero conseguí repetir el año en un colegio público. Esto me cambió la perspectiva totalmente, me encontré con otra gente, toda muy diversa, construí nuevas amistades y ahí se encaminó toda mi carrera. También conocí al que fue mi novio por cinco años, un joven cristiano.
Una vez me gradué del colegio se esperaba que comenzara en La Gran Colombia por influencia de mi papá que quería una universidad conservadora y allí el rector era su amigo (tengo un hermano arquitecto y otro abogado de esa universidad). Como ya tenía dos hermanos que habían estudiado Comunicación Social, mi mamá me recomendó algo distinto.
En ese momento llegó a la empresa un proyecto del sector hidrocarburos y quien lo dirigía me invitó a ser asistente para trabajar en Ecopetrol. Comencé en QAQC (gestión de calidad), en el primer proyecto de masificación de gas en el país en el que no había inversión social; pues su razón de ser era llevar gas a los municipios, pero las comunidades estaban acostumbradas a otra cosa.
Como no evaluaron los impactos ambientales que generaba la construcción de los tubos, se presentaron los primeros paros veredales. El proyecto comenzó mal, se vieron obligados a suspenderlo en varias ocasiones y la gente se dirigía a los puntos más críticos para afectarlos.
Mi jefe les pidió a las encargadas de los temas ambiental y social que fueran al sitio para atender las quejas de las comunidades, ellas pidieron en ese momento dinero para negociar, y como no lo obtuvieron, se negaron. Pedí que me enviaran allá, al considerar que la gente lo que quería era ser escuchada. A los dos días, logré levantar el paro.
Este hecho me permitió la oportunidad de instalarme un año en campo para trabajar con la comunidad. Como se trataba de vivir una experiencia que ninguna universidad me daría jamás, interrumpí mi carrera para retomarla a mi regreso.
Se despertó mi conciencia por temas ambientales y sociales, y me encariñé con las historias que tanto me gustaban. Pero para mí no fue una responsabilidad nada fácil porque los sociólogos, antropólogos y trabajadores sociales tuvieron mucha resistencia frente a mi trabajo, pues fui coordinadora de un sector grande y llegué de jefe de un grupo de profesionales cuando cursaba cuarto semestre de universidad. Prejuzgaron mal, pues consideraban que para estar ahí me había tenido que acostar con mi jefe, desconociendo el mérito propio.
Tuve que devolverme a Bogotá, me gradué en el 98, año en que Vladimiro Naranjo Mesa tumbó la tarjeta de periodista. En ese punto me pareció inoficiosa la carrera porque el periodismo cualquiera podría ejercerlo, por lo que me enfoqué en todo lo relacionado con la gestión social.
Estuve en Ecopetrol diez años hasta cuando sentí que tenía un ciclo cumplido. Luego firmé contrato a término indefinido con la Universidad de los Andes en el área de tecnologías de la información, y trabajaba en el área del dominio .co, en ese tiempo la universidad era la que administraba los dominios de Internet para Colombia. Seis meses más tarde recibí una llamada de mi hermana en la que me pedía que la apoyara, pues su esposo estaba enfermo de cáncer de pulmón en Estados Unidos.
Ella trabajaba y como tenía a sus dos hijos en la universidad, realmente necesitaba de mi ayuda. Decidí viajar y mientras tanto estudié inglés. Fueron tres meses de dedicación en casa, al punto que mi cuñado solo me recibía comida a mí. Un día, cuando sentía que ya estaba superando su cáncer, fue hospitalizado. Duró tres meses en cuidados intensivos hasta morir, pero después me quedé seis meses más, para que mi hermana no se quedara sola con sus hijos después de esa gran perdida.
Volví a Ecopetrol, donde había dejado a mi novio, un abogado con el que tuve una relación de siete años. Al regresar quedé embarazada, pero él tenía planes distintos para nosotros como pareja. Decidí tener a mi hijo. Padecí una enfermedad en el embarazo que me hacía vomitar todo el tiempo, con seis meses de embarazo llegué a pesar 53 kilos y me hospitalizaron en repetidas ocasiones. Pese a que mi novio me volvió a buscar luego de unos meses, yo había decidido dedicarme exclusivamente a mi hijo por un año.
El día del cumpleaños de un año de mi hijo, pasado el tiempo que me había propuesto de consagración, me llamaron de los Ferrocarriles del Norte de Colombia (FENOCO) a ofrecerme trabajo en Santa Marta. Conté con la ayuda de mis papás que cuidaron de mi hijo, viajé todo el tiempo, hasta que el trabajo me permitió pasar quince días en Santa Marta y quince en Bogotá, para poder estar con mi hijo. Cuando estaba coordinando para que nos radicáramos en Santa Marta, a mi papá le dio un derrame cerebral, lo que cambió mis planes.
Él me pidió que no me llevara al niño porque era un soporte emocional para ellos, pero también una ayuda, pues el médico le había recomendado una postura y cuando mi hijo veía que se descuidaba, le pegaba con un palito para recordarle. Cuando mi papá murió, tres meses más tarde, mi mamá me pidió también que lo dejara con ella.
Cuando mi hijo tenía cuatro años, su papá me pidió que dejara de estar de un lado al otro, por el bienestar del niño. Me dijo que volviéramos. Renuncié a mi trabajo y volví a vivir en Bogotá. Sin embargo, nuestra relación duró tan solo tres años. Mi mamá se enfermó y a los tres meses murió. Esto afectó demasiado al niño y perdió su año escolar.
Cuando regresé a Bogotá, trabajé en Ecopetrol nuevamente, pero acepté la invitación a trabajar que me hicieron desde el Ministerio del Medio Ambiente como parte del equipo de la Dirección de Licencias Ambientales. Atendí el sector de hidrocarburos haciendo la evaluación y seguimiento de grandes proyectos de infraestructura del país. A los cuatro años fui revisora del tema social, al frente de grupos que encaminaba los proyectos.
Comencé a denunciar todo, cuanto no me cuadraba, con esos temas retomé el periodismo en un blog de El Tiempo. Lo primero que denuncié fue el decreto de licenciamiento exprés, pues para mí era claro, que proyectos que toman años de evaluación, en el país se pretendían evaluar en tres meses. Me volví molesta para la gente, aunque usé un seudónimo, Cloquis (como me decía una amiga del primer trabajo que tuve).
Mis temas en las redes se volvieron virales y cuando hacía mis viajes contaba lo que veía. Así adquirí relevancia en Twitter, contando historias.
Una de ellas fue en una visita que hice a Orocué – Casanare, que me tomó siete horas en carro, a la casa del presidente de la Junta de Acción Comunal. En el viaje vi a un niño de seis años montando bicicleta, como le faltaba una pierna se ponía una falsa. Me partió el corazón. Pedí autorización a su mamá para tomarle una foto y grabar un video para publicarla en mi cuenta solicitando ayuda. Pensé que se trataba de la consecuencia de una mina antipersonas, pero su pérdida se debió a la mordedura de una culebra y les tomó tantas horas llegar a la clínica que tuvieron que amputarlo. El Centro Integral de Rehabilitación CIREC, se solidarizó con mi historia y a la semana el niño tuvo pierna nueva. Esto fue muy conmovedor y ahí me di cuenta del poder de las redes sociales.
Después de 7 años trabajando en licenciamiento ambiental y recorriendo el país, me retiré de la ANLA, me dediqué hacer consultorías en temas ambientales y de comunicaciones, lo que me acercó a Víctor Mallarino, y abrimos Sapiens Colombia y convocamos a otros amigos a hacer parte de este proyecto. Un proyecto de comunicaciones muy activo. Explicamos a la gente los temas en profundidad como los relativos a la Reserva Van Der Hammen, contrastamos posiciones como la de los ambientalistas, la de los científicos y la de los políticos.
Somos un canal que comenzó en campaña presidencial, entrevistamos a los candidatos hablando de estos temas, también a científicos y a tantos comprometidos en la misma línea. También nos desplazamos hasta Hidroituango donde hicimos un conversatorio en la Universidad de Antioquia y produjimos un documental sobre la problemática de los pobladores del río Cauca con la construcción de esta hidroeléctrica.
Mi participación en política se da a raíz de la discusión alrededor de la Reserva, en un momento en que el Ministerio de Ambiente abrió la puerta para sacar un decreto que decía que las zonas de reserva que estuvieran degradadas podrían cambiar su naturaleza, que se les retiraba la protección para hacer viable la construcción de otros proyectos. Vimos claramente que estaban favoreciendo a un alcalde, dañando no solo la reserva por la que peleábamos, sino al país pues esto terminaría replicándose en el resto del territorio nacional.
Luis Ernesto Gómez desde el Viceministerio de la Participación, en el Ministerio del Interior, creó Causas Ciudadanas, motivándonos a que nuestra indignación sobrepasara las redes, porque desde ahí la incidencia en política es limitada. Adoptó entonces nuestra causa, dimos la pelea para que no se sacara el decreto, él renunció al viceministerio y luego pensó en su proyecto político, decepcionado del Partido Liberal.
Nos encontramos nuevamente en la campaña de Petro, yo estaba allí de voluntaria, cuando María Mercedes Maldonado que hacía parte de la Veeduría de la Reserva, fue nombrada directora programática de esta campaña a la que me invitó a unirme, escribiendo sobre mis temas y ayudándoles en la construcción del programa.
Pasadas las elecciones yo me vinculé a un proyecto de cooperación internacional con una fundación en el tema de comunicaciones estratégicas ambientales. Estando ahí, Luis Ernesto me llamó para presentarme su proyecto político y me invitó a unirme bajo la premisa de un cambio, para no permitir que los políticos tradicionales incidieran de manera negativa en lo que a los ciudadanos nos afecta.
El proyecto Activista lanzó una lista al Concejo de Bogotá conformado por ciudadanos que no han participado en política. En un comienzo no me decidía a involucrarme de manera directa, me sentía cómoda como ciudadana ejerciendo veeduría, pero él me dijo: “Todo lo que haces gratis es la labor de un concejal, haces una buena labor, deberías trabajar por la ciudad en diversos temas”.
He tenido que aprender a entender las consecuencias que esta decisión conlleva, la crítica sin fundamento, por ejemplo. Pero es que me he visto ante tantas dificultades personales, que el hecho de haber conocido de primera mano, en mis viajes, esa Colombia profunda, me dio cierta resistencia para afrontar situaciones extremas. Así que después, me dije: ¿Por qué no? Así que decidí poner mi experiencia al servicio de la sociedad desde un equipo que busca consultar a la ciudadanía, porque el propósito es legislar para ella y no para atender el interés de unos cuantos. Se trata de devolverle a la gente la razón de la democracia.
Viéndolo en perspectiva, después del activismo, esto era lo que seguramente seguiría para mi vida.
- ¿Dónde queda la periodista?
En contar, comunicar lo que está sucediendo.
- ¿Cuáles son sus temores frente a este paso que está dando?
No me asusta perder, pero me ayudaría a mirar mi siguiente objetivo. Si ocurre, igual me mantendría en el activismo.
- Siendo optimistas, ¿qué le asusta del reto que asumiría?
No llegar a cumplir las expectativas.
- ¿Por qué no cumpliría?
Porque el sistema está tan corrupto que podrían no dejarme hacer, podría ser bloqueada. Pero si he logrado denunciar, allí podría hacer más cosas, gracias al poder que me otorgan los ciudadanos para representarlos.
- ¿Hasta dónde quiere llegar con ese poder?
Hasta lograr que escuchen a la gente y hasta que los proyectos sean pensados transversalmente, que si no pasa en lo ambiental no se haga, que se le dé prioridad a la vida, por encima de los negocios.
- ¿Cómo se reta?
Antes era muy impaciente y en mi búsqueda de superación personal he entendido que todo llega a su tiempo, que debo ir paso a paso.
- Resulta curioso porque transmite mucha calma y habla de manera pensada, ¿cómo lo hace? ¿Quién, todo el tiempo, decanta sus pasos e ideas?
Sí. Es precisamente lo que he aprendido. Antes era muy acelerada.
- Pero la política es acelerada, exige ritmos distintos.
Es cierto, requiere mucha gestión.
- ¿Qué color la identifica?
Azul por Caribe.
- ¿Con cuál animal se identifica?
El ojo de anteojos por su particularidad. Lo asocian como salvaje y es vegetariano, además, cuando llega a cierta edad la mamá lo echa para que se defienda. Así me ha tocado a mí.
- ¿Qué elemento de la naturaleza la identifica?
El agua para fluir como ella y dejarme llevar.
- ¿Qué le conmueve?
La indiferencia de la gente.
- ¿Qué considera que debería cambiar en usted?
Creo que más que cambiar, debo aprender a llevar los tiempos.
- ¿Qué es el tiempo en su vida?
La confesión de lo que uno quiere hacer.
- ¿Cómo se proyecta?
En lo que he venido siendo y haciendo, luchadora, alguien que no se deja amilanar por la adversidad.
- ¿Cuál ha sido la mayor adversidad que ha afrontado?
La muerte de mi mamá que era todo para mí.
- ¿Qué es la muerte?
Es no ver al ser que quieres.
- ¿Cómo le gustaría ser recordada?
Como alguien que luchó por el planeta.