Hojas de Otoño: una luz en la oscuridad de nuestros tiempos
Son las diez de la noche. Ansa y Holappa acaban de cenar juntos por primera vez. Es una noche típica de la clase media desempleada de Finlandia.
Juan Merchan - @juancinematico
—¡Maldita guerra!
Dice Ansa, con su rostro atravesado por la frustración. Ansa tiene 32 años, está desempleada, y vive en las afueras de Helsinki, en la Finlandia contemporánea. Justo antes ha apagado la radio que tiene en la sala-cocina de su apartamento de soltera, una radio que en los días recientes viene reportando los últimos acontecimientos de la invasión de Rusia a Ucrania.
Con ella esa noche está Holappa, un hombre alto y flaco de 30 años, desempleado también.
Son las diez de la noche. Ansa y Holappa acaban de cenar juntos por primera vez. Es una noche típica de la clase media desempleada de Finlandia.
Ansa y Holappa se conocieron a través de unas pocas miradas silenciosas en un karaoke, pero no lograron cruzar palabras ni decirse sus nombres. Después de unos meses, se han encontrado por casualidad en frente de un restaurante-bar, uno de los varios espacios que sirven de testigos activos de este romance que se mueve al vaivén de las acciones de Holappa, ora erráticas, ora acertadas. Entregado sin freno al alcoholismo, Holappa perdió su más reciente trabajo como operario de limpieza con arena cuando su jefe, luego de un accidente laboral y una prueba de toxicología, confirmara lo que la mayoría sabía: Holappa llena sus días laborales con varias onzas de Koskenkorva, su vodka predilecto.
En un descenso sin freno a la desesperanza, Holappa decide entregarse a la noche, casi siempre de la mano de su mejor y único amigo, Hannes. En una de esas noches juntos, en el momento de más desesperanza de Holappa, apareció la divinidad a través del resquicio, esa divinidad de la que hablaba Walter Benjamin: en el bar, después de que Hannes sube al escenario del bar de karaoke para cantar un tango, Holappa cruzó esas primeras miradas con Ansa. El romance ha iniciado.
Un romance propio de Kaurismäki
Hojas de Otoño es el más reciente filme de Aki Kaurismäki (Orimattila, Finlandia. 66 años). 6 años después de El Otro Lado de la Esperanza, filme que le valió 8 premios y más de 24 nominaciones en festivales a nivel mundial, Kaurismäki vuelve a la dirección de una manera inesperada: en 2017, el finlandés había anunciado que ese, su anterior filme, era la obra de cierre de su carrera. Este retorno de Kaurismäki al cine es también su regreso al drama romántico, un género que ya había explorado en filmes como Luces en el Atardecer de 2006 y Juha de 1999.
Hojas de Otoño cuenta con la mayoría de los elementos del estilo reconocible del cine Kaurismäki: la presencia arrolladora de la nostalgia, la música diegética que es, a su vez, marcadamente nostálgica (Carlos Gardel y representantes del tango finlandés son infaltables en la lista de reproducción de la filmografía Kaurismäki), la estética propia del pasado nacional de Finlandia, la presencia de personajes de la clase media baja finlandesa, el alcohol marcando el paso de la vida de los protagonistas, y, cómo no, el tan auténtico humor negro de en el que perpetuamente se mueven sus diálogos y escenas.
La maldita guerra
Kaurismäki vuelve a la dirección y a la escritura cinematográficas en medio de un convulso presente en Europa marcado por la guerra en Ucrania y sus reverberaciones. Y, así como sucede con El Puerto (2011) y El Otro Lado de La Esperanza, en Hojas de Otoño la realidad sociopolítica europea permea la narración que hace el director finlandés, y, más allá de servir de colofón, alimenta la historia y a su vez permite a la audiencia un sentimiento de pertenencia y cercanía a la vida cotidiana de los protagonistas.
Si en El Puerto y El Otro Lado de La Esperanza Kaurismäki explora la relación sociocultural resultante de la inmigración africana y de medio oriente en Finlandia, en Hojas de Otoño es esa guerra entre pueblos eslavos, la maldita guerra, el hecho contemporáneo que se cuela en cada espacio narrativo de este romance ficcional. Esta guerra vive en el trasfondo de la vida de estos personajes finlandeses, y se manifiesta a través de los reportes de radio que Ansa, Holappa, y el resto de esta Finlandia ficcional escuchan.
Su reacción ante estas noticias de guerra es de agotamiento y desespero: hay una saturación ante tanta muerte. La manifestación no verbal de Ansa al apagar la radio e interrumpir uno de esos reportes es un gesto que dice a gritos, pero sin palabras: ¡ya tengo un conflicto propio, un conflicto lleno de soledad, frustración y desesperanza. ¡No necesito dolor ajeno!
La nostalgia como manifiesto
Es en el uso de elementos como la radio de Ansa donde puede caber una crítica a este filme, si hubiera la obligación de encontrarla. Como se ha señalado ya en relación con otras de sus películas, ese homenaje sincero y persistente a la nostalgia del pasado finlandés que hace Kaurismäki en Hojas de Otoño se lleva a cabo obviando elementos que servirían como marca espacio-temporal en la narración: el vestuario de los personajes recuerda las modas de inicios de los años 80 (es inevitable recordar a personajes de las películas de Rainer Werner Fassbinder en cada prenda del cine Kaurismäki), las diferentes tonalidades de azul que son parte de su predilección cromática y que atraviesan la mayoría de escenas, la ausencia casi completa de teléfonos celulares (una maravilla, pero poco plausible en la Europa contemporánea), los ambientes interiores que sugieren colores y diseños que recuerdan a la Europa del este. Nuestra contemporaneidad solo aparece en el filme a través de uno que otro vehículo moderno, el tranvía de Helsinki cruzando en el fondo de alguna escena o la computadora alquilada donde Ansa busca trabajo.
Sin embargo, en Kaurismäki estos elementos estéticos no son en lo absoluto errores de un director o productor descuidado. La inclusión de estos artificios de nostalgia, o, más bien, la ausencia de objetos y estéticas propias de la contemporaneidad, componen gran parte del manifiesto artístico del director finlandés, un manifiesto que devela una resistencia romántica ante el avasallamiento del capitalismo tardío y las relaciones humanas que en él se forman. Lo que sí permanece y se deja ver con claridad es un elemento medular de esta, la modernidad líquida nuestra: la pauperización del trabajo, los empleos mal pagos y sin beneficios, la inestabilidad laboral.
Hora para treintañeros
Hojas de Otoño es también un homenaje a estas soledades urbanas contemporáneas a cuya melancolía asiste con frecuencia la timidez. Ansa y Holappa son seres profundamente tímidos y profundamente amorosos. La frustración de no poder canalizar ese amor inabordable y compartirlo con el mundo, y la tristeza de ver que ese mundo responde con individualismo, falta de estabilidad, indiferencia y noticias de muerte y destrucción, son dos sensaciones que atraviesan a Ansa y a Holappa y los sitúa en un espacio mental y emocional común.
Sin embargo, a pesar de que esta semejanza brinda muchas posibilidades de cercanía y homofilia, en el valle de la vida que son los treinta años ya no es tarea fácil abrir el alma para la emoción y el amor. Ansa es una mujer independiente que está dispuesta a romper reglas absurdas cuando el bien supremo del otro toma prioridad: había sido despedida de su trabajo anterior como empleada en un supermercado al ser encontrada dando alimentos empaquetados a un joven y tomando para sí un emparedado vencido. Ansa destina todo ese amor que su alma contiene a una perrita callejera que encuentra en una de las espirales de soledad y desazón. Ansa se refugia en su perrita, en su radio, y en su amiga, Liisa.
En el caso de Holappa, el refugio ante la frustración y la soledad está en el alcohol y los comics. Dejar este refugio engañoso para intentar interactuar con otra persona amorosamente le parece tarea ya imposible de realizar. Hannes representa su único contacto directo y cercano con la sociedad:
—Vamos al karaoke —le propone Hannes.
—Los tipos rudos no cantan —responde Holappa, sentado, leyendo su libro de comics.
—Tú no eres un tipo rudo—sentencia Hannes.
Sentados en la mesa de un bar, acompañados del tango “Arrabal Amargo” de Gardel, Hannes le pregunta a Holappa:
— Estoy deprimido porque bebo mucho.
— Entonces, ¿por qué bebes?
— Porque estoy deprimido.
Estos son dos de los tantos ejemplos de la grandeza del guión que Kaurismäki ha construido para este filme. Con personajes tímidos y solitarios, concentrar la contundencia de una afirmación que pueda mover la narración en pocas palabras no resulta reto difícil para el Kaurismäki libretista. La película abunda en escenas con diálogos cortos cargados de humor negro que, junto a la actuación apropiada de los protagonistas le dan a cada interacción de la narración la suficiente carga semántica que el espectador entendido necesita y aprecia.
Las Hojas de otoño de la guerra
Maldita guerra. Fue un viernes 6 de octubre cuando yo, el que hace esta reseña, escuché las palabras y vi la escena donde, Ansa reniega de ese horror que traen las noticias sobre la guerra y que invade las paredes de su apartamento y de su vida. Fue en un cine de la ciudad de Montreal, Canadá, y no gobernaba en ninguna parte del mundo la noticia de lo que pasaría en menos de 24 horas.
Maldita guerra. Al día siguiente, sábado 7 de octubre, una nueva guerra emergería con feroz hambre de sangre, y sus ondas de odio y crimen aún ocupan las ondas del radio de Ansa y de la consciencia de todos nosotros.
—¡Maldita guerra!
Dice Ansa, con su rostro atravesado por la frustración. Ansa tiene 32 años, está desempleada, y vive en las afueras de Helsinki, en la Finlandia contemporánea. Justo antes ha apagado la radio que tiene en la sala-cocina de su apartamento de soltera, una radio que en los días recientes viene reportando los últimos acontecimientos de la invasión de Rusia a Ucrania.
Con ella esa noche está Holappa, un hombre alto y flaco de 30 años, desempleado también.
Son las diez de la noche. Ansa y Holappa acaban de cenar juntos por primera vez. Es una noche típica de la clase media desempleada de Finlandia.
Ansa y Holappa se conocieron a través de unas pocas miradas silenciosas en un karaoke, pero no lograron cruzar palabras ni decirse sus nombres. Después de unos meses, se han encontrado por casualidad en frente de un restaurante-bar, uno de los varios espacios que sirven de testigos activos de este romance que se mueve al vaivén de las acciones de Holappa, ora erráticas, ora acertadas. Entregado sin freno al alcoholismo, Holappa perdió su más reciente trabajo como operario de limpieza con arena cuando su jefe, luego de un accidente laboral y una prueba de toxicología, confirmara lo que la mayoría sabía: Holappa llena sus días laborales con varias onzas de Koskenkorva, su vodka predilecto.
En un descenso sin freno a la desesperanza, Holappa decide entregarse a la noche, casi siempre de la mano de su mejor y único amigo, Hannes. En una de esas noches juntos, en el momento de más desesperanza de Holappa, apareció la divinidad a través del resquicio, esa divinidad de la que hablaba Walter Benjamin: en el bar, después de que Hannes sube al escenario del bar de karaoke para cantar un tango, Holappa cruzó esas primeras miradas con Ansa. El romance ha iniciado.
Un romance propio de Kaurismäki
Hojas de Otoño es el más reciente filme de Aki Kaurismäki (Orimattila, Finlandia. 66 años). 6 años después de El Otro Lado de la Esperanza, filme que le valió 8 premios y más de 24 nominaciones en festivales a nivel mundial, Kaurismäki vuelve a la dirección de una manera inesperada: en 2017, el finlandés había anunciado que ese, su anterior filme, era la obra de cierre de su carrera. Este retorno de Kaurismäki al cine es también su regreso al drama romántico, un género que ya había explorado en filmes como Luces en el Atardecer de 2006 y Juha de 1999.
Hojas de Otoño cuenta con la mayoría de los elementos del estilo reconocible del cine Kaurismäki: la presencia arrolladora de la nostalgia, la música diegética que es, a su vez, marcadamente nostálgica (Carlos Gardel y representantes del tango finlandés son infaltables en la lista de reproducción de la filmografía Kaurismäki), la estética propia del pasado nacional de Finlandia, la presencia de personajes de la clase media baja finlandesa, el alcohol marcando el paso de la vida de los protagonistas, y, cómo no, el tan auténtico humor negro de en el que perpetuamente se mueven sus diálogos y escenas.
La maldita guerra
Kaurismäki vuelve a la dirección y a la escritura cinematográficas en medio de un convulso presente en Europa marcado por la guerra en Ucrania y sus reverberaciones. Y, así como sucede con El Puerto (2011) y El Otro Lado de La Esperanza, en Hojas de Otoño la realidad sociopolítica europea permea la narración que hace el director finlandés, y, más allá de servir de colofón, alimenta la historia y a su vez permite a la audiencia un sentimiento de pertenencia y cercanía a la vida cotidiana de los protagonistas.
Si en El Puerto y El Otro Lado de La Esperanza Kaurismäki explora la relación sociocultural resultante de la inmigración africana y de medio oriente en Finlandia, en Hojas de Otoño es esa guerra entre pueblos eslavos, la maldita guerra, el hecho contemporáneo que se cuela en cada espacio narrativo de este romance ficcional. Esta guerra vive en el trasfondo de la vida de estos personajes finlandeses, y se manifiesta a través de los reportes de radio que Ansa, Holappa, y el resto de esta Finlandia ficcional escuchan.
Su reacción ante estas noticias de guerra es de agotamiento y desespero: hay una saturación ante tanta muerte. La manifestación no verbal de Ansa al apagar la radio e interrumpir uno de esos reportes es un gesto que dice a gritos, pero sin palabras: ¡ya tengo un conflicto propio, un conflicto lleno de soledad, frustración y desesperanza. ¡No necesito dolor ajeno!
La nostalgia como manifiesto
Es en el uso de elementos como la radio de Ansa donde puede caber una crítica a este filme, si hubiera la obligación de encontrarla. Como se ha señalado ya en relación con otras de sus películas, ese homenaje sincero y persistente a la nostalgia del pasado finlandés que hace Kaurismäki en Hojas de Otoño se lleva a cabo obviando elementos que servirían como marca espacio-temporal en la narración: el vestuario de los personajes recuerda las modas de inicios de los años 80 (es inevitable recordar a personajes de las películas de Rainer Werner Fassbinder en cada prenda del cine Kaurismäki), las diferentes tonalidades de azul que son parte de su predilección cromática y que atraviesan la mayoría de escenas, la ausencia casi completa de teléfonos celulares (una maravilla, pero poco plausible en la Europa contemporánea), los ambientes interiores que sugieren colores y diseños que recuerdan a la Europa del este. Nuestra contemporaneidad solo aparece en el filme a través de uno que otro vehículo moderno, el tranvía de Helsinki cruzando en el fondo de alguna escena o la computadora alquilada donde Ansa busca trabajo.
Sin embargo, en Kaurismäki estos elementos estéticos no son en lo absoluto errores de un director o productor descuidado. La inclusión de estos artificios de nostalgia, o, más bien, la ausencia de objetos y estéticas propias de la contemporaneidad, componen gran parte del manifiesto artístico del director finlandés, un manifiesto que devela una resistencia romántica ante el avasallamiento del capitalismo tardío y las relaciones humanas que en él se forman. Lo que sí permanece y se deja ver con claridad es un elemento medular de esta, la modernidad líquida nuestra: la pauperización del trabajo, los empleos mal pagos y sin beneficios, la inestabilidad laboral.
Hora para treintañeros
Hojas de Otoño es también un homenaje a estas soledades urbanas contemporáneas a cuya melancolía asiste con frecuencia la timidez. Ansa y Holappa son seres profundamente tímidos y profundamente amorosos. La frustración de no poder canalizar ese amor inabordable y compartirlo con el mundo, y la tristeza de ver que ese mundo responde con individualismo, falta de estabilidad, indiferencia y noticias de muerte y destrucción, son dos sensaciones que atraviesan a Ansa y a Holappa y los sitúa en un espacio mental y emocional común.
Sin embargo, a pesar de que esta semejanza brinda muchas posibilidades de cercanía y homofilia, en el valle de la vida que son los treinta años ya no es tarea fácil abrir el alma para la emoción y el amor. Ansa es una mujer independiente que está dispuesta a romper reglas absurdas cuando el bien supremo del otro toma prioridad: había sido despedida de su trabajo anterior como empleada en un supermercado al ser encontrada dando alimentos empaquetados a un joven y tomando para sí un emparedado vencido. Ansa destina todo ese amor que su alma contiene a una perrita callejera que encuentra en una de las espirales de soledad y desazón. Ansa se refugia en su perrita, en su radio, y en su amiga, Liisa.
En el caso de Holappa, el refugio ante la frustración y la soledad está en el alcohol y los comics. Dejar este refugio engañoso para intentar interactuar con otra persona amorosamente le parece tarea ya imposible de realizar. Hannes representa su único contacto directo y cercano con la sociedad:
—Vamos al karaoke —le propone Hannes.
—Los tipos rudos no cantan —responde Holappa, sentado, leyendo su libro de comics.
—Tú no eres un tipo rudo—sentencia Hannes.
Sentados en la mesa de un bar, acompañados del tango “Arrabal Amargo” de Gardel, Hannes le pregunta a Holappa:
— Estoy deprimido porque bebo mucho.
— Entonces, ¿por qué bebes?
— Porque estoy deprimido.
Estos son dos de los tantos ejemplos de la grandeza del guión que Kaurismäki ha construido para este filme. Con personajes tímidos y solitarios, concentrar la contundencia de una afirmación que pueda mover la narración en pocas palabras no resulta reto difícil para el Kaurismäki libretista. La película abunda en escenas con diálogos cortos cargados de humor negro que, junto a la actuación apropiada de los protagonistas le dan a cada interacción de la narración la suficiente carga semántica que el espectador entendido necesita y aprecia.
Las Hojas de otoño de la guerra
Maldita guerra. Fue un viernes 6 de octubre cuando yo, el que hace esta reseña, escuché las palabras y vi la escena donde, Ansa reniega de ese horror que traen las noticias sobre la guerra y que invade las paredes de su apartamento y de su vida. Fue en un cine de la ciudad de Montreal, Canadá, y no gobernaba en ninguna parte del mundo la noticia de lo que pasaría en menos de 24 horas.
Maldita guerra. Al día siguiente, sábado 7 de octubre, una nueva guerra emergería con feroz hambre de sangre, y sus ondas de odio y crimen aún ocupan las ondas del radio de Ansa y de la consciencia de todos nosotros.