Antonio Mora Vélez o la imposible despedida
Cuando supe la infausta noticia sobre el fallecimiento del prolífico escritor colombiano Antonio Mora Vélez, solo pude exclamar: ahora sí quedamos huérfanos. Al lado de René Rebetez, Mora fue catalogado por la crítica y el público lector como uno de los padres de la ciencia-ficción colombiana.
Dixon Acosta Medellín
Esa declaración de orfandad literaria es, probablemente, compartida por quienes gustan de la ficción especulativa desde la lectura o intentan escribir relatos que se ajusten a esa modalidad, como el suscrito. No es fácil despedir a quien se admiró profundamente, aunque me queda la tranquilidad de que en su momento escribí un texto de homenaje al maestro Antonio Mora Vélez. Fue hace varios años, siguiendo la enseñanza de mi madre Carmen, quien decía que las flores hay que entregarlas en vida y no en el cementerio. De todas formas, sea el momento para hacer una reseña de la vida y obra de este escritor. Una invitación para quienes no lo han leído.
Antonio Mora Vélez nació en Barranquilla en 1942 y embarcó en el viaje definitivo el pasado 19 de mayo. Su infancia la transitó por diversas ciudades de la costa caribe colombiana, hasta que se instaló en Montería, Córdoba, la que sería su verdadera patria chica. Cuando tenía 14 años, un profesor le recomendó leer El Ramayana y, unido a su fascinación por la astronomía, los cómics, el cine, la literatura fantástica y la filosofía, comenzó su camino hacia la ciencia-ficción.
Egresado como abogado, la política no le fue ajena (fue militante de los partidos liberal y comunista) y cursó estudios de filosofía, al tiempo que comenzó a publicar sus primeros cuentos (curiosamente, el primero fue publicado en un folleto universitario. No fue de ciencia-ficción, sino realista). Influenciado por la corriente humanista del género de especulación científica, aquella denominada “suave” en contraposición a la “dura”, es decir, la que se basa estrictamente en postulados científicos, publicó un relato titulado El día en que los Asnos acusaron a los Hombres, en el Diario de la Costa, lo que le abrió las puertas de El Magazín Dominical, suplemento de este diario, en donde llegaría a la cima de la celebridad nacional con la publicación del cuento Glitza.
En ese momento, el director del Magazín Dominical era Gonzalo González (más conocido como GOG), un actor fundamental en la promoción literaria y cultural de Colombia, quien impulsó, entre otros, a los nadaístas y a un primo suyo, llamado Gabriel García Márquez. GOG se había interesado por el estilo y temática de Mora Vélez, inusual en nuestro medio, así que impulsó la carrera literaria del joven autor caribeño. Teniendo en cuenta los antecedentes de José Félix Fuenmayor y Manuel Francisco Sliger, es justo recordar que la novela de ciencia-ficción surgió en la costa Caribe. Hablo de novela, porque si fuera por cuentos, los primeros son bogotanos y femeninos, gracias a las escritoras Soledad Acosta de Samper y María Castello (La tragedia del hombre que oía pensar), de 1936.
En la década de los setenta y siendo un hombre progresista, Mora tuvo que escoger entre la política y la escritura. Por fortuna, se decidió por la segunda. No solo se dedicó a la creación, sino que también trabajó en la divulgación literaria y la promoción cultural. Fundó el grupo literario El Túnel, estimulando a nuevos autores. También se vinculó a la Unión Nacional de Escritores y promovió el Parlamento Nacional de Escritores Colombianos.
En los años ochenta, retomó la política para apoyar al líder Luis Carlos Galán, del Nuevo Liberalismo. Desde los años 90 hasta la actualidad, el maestro Antonio Mora Vélez no dejó de publicar novelas, cuentos y poemas de ciencia-ficción, aunque cuando nos conocimos me confesó, con algo de pesadumbre, que tenía varias obras realistas inéditas, pero las editoriales no se interesaban “porque solo lo consideraban un autor de ciencia-ficción”. Aquí un dato desconocido para algunos: fue cantante de un cuarteto llamado Amadeus, en su condición de tenor.
Antonio Mora, un humanista en esencia que relacionaba la ciencia-ficción con la filosofía: “La ciencia ficción es una literatura de ideas en lo fundamental. Toda la parafernalia científica es un andamiaje literario que le sirve al autor para ambientar y darle credibilidad a sus tesis. Y dado que es una literatura de ideas, no puede hacerse sin una perspectiva filosófica. Pero ya hemos dicho que hoy la ciencia no puede separarse de la ética si queremos sobrevivir como especie, entonces es apenas obvio que la ciencia ficción, literatura que se ocupa del futuro y de las nefastas consecuencias de una mala aplicación de las ciencias en la sociedad, debe tener también un referente filosófico en sus obras que incluya no solo la ética sino la perspectiva humanista, la filosofía referida al gran tema de la conservación de la especie humana. En una civilización en donde la ciencia amenaza con extinguir la vida sobre el planeta y algunas filosofías han perdido el norte del humanismo y de la pedagogía social, la ciencia ficción debe servir para mostrarle al hombre perspectivas no siniestras y abrirle paso a los caminos del optimismo y de la esperanza en el mantenimiento de la vida.” (Conferencia “El humanismo de la Ciencia-Ficción”).
No fue fácil para Antonio Mora Vélez dedicarse a una temática que era considerada exótica en un país que, en los setenta y ochenta, seguía siendo provinciano en muchos aspectos. Además, fue criticado desde todos los sectores: los conservadores lo veían como un liberal/comunista de ideas extrañas y sus propios camaradas ideológicos, que no podían aceptar que no fuera más “comprometido” con su arte, le exigieron que dejara de escribir sobre esos temas de ciencia y tecnologías futuristas para dedicarse a los problemas sociales reales. Unos y otros ignoraban que el escritor de ciencia-ficción planteaba escenarios futuros que, en esencia, fueron proyecciones y reflexiones del acontecer presente.
Este autor no solo escribió sobre ciencia-ficción, sino sobre todo lo divino y humano. Recuerdo columnas suyas que fueron supremamente agradables, como una dedicada a Amalia Aguilar, una de las estrellas cubanas que se destacaron en la cinematografía mexicana, especialmente en aquel subgénero llamado “cine de rumberas”. Es probable que esa nota despertara la envidia de sus contertulios de Montería: revelaba que aquella actriz y bailarina era ferviente lectora suya y le escribía cartas cariñosas.
Mi relación con Mora se inició en 2007, cuando tuve la fortuna de haber sido mencionado por él en una nota periodística, cuando se refirió a la Antología del cuento fantástico colombiano, libro editado por la Universidad Sergio Arboleda, gracias al esfuerzo del escritor y docente Ricardo Burgos. En esa época, el maestro me incluyó en el grupo de los nuevos valores del género de ciencia-ficción en Colombia.
Años más tarde coincidimos en el comité editorial de “Cosmocápsula”, la primera revista digital de ciencia-ficción en nuestro país, dirigida e impulsada por David Pérez, que estuvo en circulación desde 2009 a 2016. El momento especial fue cuando, finalmente, nos pudimos dar un abrazo y conversar por un buen rato en la Feria del Libro de Bogotá, en 2016, evento anual al que siempre acudía para lanzar una nueva obra.
Para mí, la producción literaria de Antonio Mora Vélez resulta impresionante: libros de cuentos, novelas, poemarios, columnas periodísticas y ensayos. Su estilo recuerda a algunos de sus referentes: Ray Bradbury, Stanislav Lem, Arthur C. Clarke, Iván Yefrémov y a los hermanos Strugatski. Mora siempre fue muy elegante. Usó diversas boinas. En la caricatura que acompaña esta nota, juego con ese elemento de su atuendo, como si fuera una nave espacial. Quienes recuerden el relato Glitza, entenderán el nombre que allí aparece.
Es imposible despedir a alguien, que sigue siendo tan cercano. Su vigencia perdurará como sus historias, que transcurren en los diversos futuros posibles. Los que lo conocimos, agradecemos ese regalo de la vida. Querido Maestro Antonio, descanse en paz y en ciencia-ficción.
Para quienes no lo hayan leído: la Corporación Universitaria del Caribe y el autor dejaron en la siguiente página el libro Glitza y otros cuentos escogidos. Es gratis.
Dixon Acosta Medellín
Escritor y caricaturista aficionado. En el mundo de la diplomacia es conocido como Dixon Moya. Bloguero de El Espectador, en donde escribe de todo un poco. En lo que sigue llamando Twitter, a ratos trina como @dixonmedellin.
Esa declaración de orfandad literaria es, probablemente, compartida por quienes gustan de la ficción especulativa desde la lectura o intentan escribir relatos que se ajusten a esa modalidad, como el suscrito. No es fácil despedir a quien se admiró profundamente, aunque me queda la tranquilidad de que en su momento escribí un texto de homenaje al maestro Antonio Mora Vélez. Fue hace varios años, siguiendo la enseñanza de mi madre Carmen, quien decía que las flores hay que entregarlas en vida y no en el cementerio. De todas formas, sea el momento para hacer una reseña de la vida y obra de este escritor. Una invitación para quienes no lo han leído.
Antonio Mora Vélez nació en Barranquilla en 1942 y embarcó en el viaje definitivo el pasado 19 de mayo. Su infancia la transitó por diversas ciudades de la costa caribe colombiana, hasta que se instaló en Montería, Córdoba, la que sería su verdadera patria chica. Cuando tenía 14 años, un profesor le recomendó leer El Ramayana y, unido a su fascinación por la astronomía, los cómics, el cine, la literatura fantástica y la filosofía, comenzó su camino hacia la ciencia-ficción.
Egresado como abogado, la política no le fue ajena (fue militante de los partidos liberal y comunista) y cursó estudios de filosofía, al tiempo que comenzó a publicar sus primeros cuentos (curiosamente, el primero fue publicado en un folleto universitario. No fue de ciencia-ficción, sino realista). Influenciado por la corriente humanista del género de especulación científica, aquella denominada “suave” en contraposición a la “dura”, es decir, la que se basa estrictamente en postulados científicos, publicó un relato titulado El día en que los Asnos acusaron a los Hombres, en el Diario de la Costa, lo que le abrió las puertas de El Magazín Dominical, suplemento de este diario, en donde llegaría a la cima de la celebridad nacional con la publicación del cuento Glitza.
En ese momento, el director del Magazín Dominical era Gonzalo González (más conocido como GOG), un actor fundamental en la promoción literaria y cultural de Colombia, quien impulsó, entre otros, a los nadaístas y a un primo suyo, llamado Gabriel García Márquez. GOG se había interesado por el estilo y temática de Mora Vélez, inusual en nuestro medio, así que impulsó la carrera literaria del joven autor caribeño. Teniendo en cuenta los antecedentes de José Félix Fuenmayor y Manuel Francisco Sliger, es justo recordar que la novela de ciencia-ficción surgió en la costa Caribe. Hablo de novela, porque si fuera por cuentos, los primeros son bogotanos y femeninos, gracias a las escritoras Soledad Acosta de Samper y María Castello (La tragedia del hombre que oía pensar), de 1936.
En la década de los setenta y siendo un hombre progresista, Mora tuvo que escoger entre la política y la escritura. Por fortuna, se decidió por la segunda. No solo se dedicó a la creación, sino que también trabajó en la divulgación literaria y la promoción cultural. Fundó el grupo literario El Túnel, estimulando a nuevos autores. También se vinculó a la Unión Nacional de Escritores y promovió el Parlamento Nacional de Escritores Colombianos.
En los años ochenta, retomó la política para apoyar al líder Luis Carlos Galán, del Nuevo Liberalismo. Desde los años 90 hasta la actualidad, el maestro Antonio Mora Vélez no dejó de publicar novelas, cuentos y poemas de ciencia-ficción, aunque cuando nos conocimos me confesó, con algo de pesadumbre, que tenía varias obras realistas inéditas, pero las editoriales no se interesaban “porque solo lo consideraban un autor de ciencia-ficción”. Aquí un dato desconocido para algunos: fue cantante de un cuarteto llamado Amadeus, en su condición de tenor.
Antonio Mora, un humanista en esencia que relacionaba la ciencia-ficción con la filosofía: “La ciencia ficción es una literatura de ideas en lo fundamental. Toda la parafernalia científica es un andamiaje literario que le sirve al autor para ambientar y darle credibilidad a sus tesis. Y dado que es una literatura de ideas, no puede hacerse sin una perspectiva filosófica. Pero ya hemos dicho que hoy la ciencia no puede separarse de la ética si queremos sobrevivir como especie, entonces es apenas obvio que la ciencia ficción, literatura que se ocupa del futuro y de las nefastas consecuencias de una mala aplicación de las ciencias en la sociedad, debe tener también un referente filosófico en sus obras que incluya no solo la ética sino la perspectiva humanista, la filosofía referida al gran tema de la conservación de la especie humana. En una civilización en donde la ciencia amenaza con extinguir la vida sobre el planeta y algunas filosofías han perdido el norte del humanismo y de la pedagogía social, la ciencia ficción debe servir para mostrarle al hombre perspectivas no siniestras y abrirle paso a los caminos del optimismo y de la esperanza en el mantenimiento de la vida.” (Conferencia “El humanismo de la Ciencia-Ficción”).
No fue fácil para Antonio Mora Vélez dedicarse a una temática que era considerada exótica en un país que, en los setenta y ochenta, seguía siendo provinciano en muchos aspectos. Además, fue criticado desde todos los sectores: los conservadores lo veían como un liberal/comunista de ideas extrañas y sus propios camaradas ideológicos, que no podían aceptar que no fuera más “comprometido” con su arte, le exigieron que dejara de escribir sobre esos temas de ciencia y tecnologías futuristas para dedicarse a los problemas sociales reales. Unos y otros ignoraban que el escritor de ciencia-ficción planteaba escenarios futuros que, en esencia, fueron proyecciones y reflexiones del acontecer presente.
Este autor no solo escribió sobre ciencia-ficción, sino sobre todo lo divino y humano. Recuerdo columnas suyas que fueron supremamente agradables, como una dedicada a Amalia Aguilar, una de las estrellas cubanas que se destacaron en la cinematografía mexicana, especialmente en aquel subgénero llamado “cine de rumberas”. Es probable que esa nota despertara la envidia de sus contertulios de Montería: revelaba que aquella actriz y bailarina era ferviente lectora suya y le escribía cartas cariñosas.
Mi relación con Mora se inició en 2007, cuando tuve la fortuna de haber sido mencionado por él en una nota periodística, cuando se refirió a la Antología del cuento fantástico colombiano, libro editado por la Universidad Sergio Arboleda, gracias al esfuerzo del escritor y docente Ricardo Burgos. En esa época, el maestro me incluyó en el grupo de los nuevos valores del género de ciencia-ficción en Colombia.
Años más tarde coincidimos en el comité editorial de “Cosmocápsula”, la primera revista digital de ciencia-ficción en nuestro país, dirigida e impulsada por David Pérez, que estuvo en circulación desde 2009 a 2016. El momento especial fue cuando, finalmente, nos pudimos dar un abrazo y conversar por un buen rato en la Feria del Libro de Bogotá, en 2016, evento anual al que siempre acudía para lanzar una nueva obra.
Para mí, la producción literaria de Antonio Mora Vélez resulta impresionante: libros de cuentos, novelas, poemarios, columnas periodísticas y ensayos. Su estilo recuerda a algunos de sus referentes: Ray Bradbury, Stanislav Lem, Arthur C. Clarke, Iván Yefrémov y a los hermanos Strugatski. Mora siempre fue muy elegante. Usó diversas boinas. En la caricatura que acompaña esta nota, juego con ese elemento de su atuendo, como si fuera una nave espacial. Quienes recuerden el relato Glitza, entenderán el nombre que allí aparece.
Es imposible despedir a alguien, que sigue siendo tan cercano. Su vigencia perdurará como sus historias, que transcurren en los diversos futuros posibles. Los que lo conocimos, agradecemos ese regalo de la vida. Querido Maestro Antonio, descanse en paz y en ciencia-ficción.
Para quienes no lo hayan leído: la Corporación Universitaria del Caribe y el autor dejaron en la siguiente página el libro Glitza y otros cuentos escogidos. Es gratis.
Dixon Acosta Medellín
Escritor y caricaturista aficionado. En el mundo de la diplomacia es conocido como Dixon Moya. Bloguero de El Espectador, en donde escribe de todo un poco. En lo que sigue llamando Twitter, a ratos trina como @dixonmedellin.