La crónica deshabitada
Alfredo Molano nació un 3 de mayo de 1944. Constanza Ramírez murió un 23 de abril (hace apenas unos días). Un texto sobre este lazo que puede unir fechas tan dispares.
Leopoldo Pinzón Moncaleano
Sabemos que Alfredo Molano fue uno de los sociólogos, periodistas, escritores y columnistas (de aquí, de El Espectador, su casa), de mayor significación y trascendencia de los últimos 60 años en Colombia. Más de 20 libros de lectura obligada (además de columnas, crónicas y documentales) penetran en el origen de la violencia endémica y hacen visibles a sus víctimas, revelan el país campesino más desconocido y, supuestamente, improbable. Sus relatos llegan a lugares y seres humanos inalcanzables para la sociedad urbana y tecnológica, situada a miles de kilómetros de selvas e intereses.
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Sabemos que Alfredo Molano fue uno de los sociólogos, periodistas, escritores y columnistas (de aquí, de El Espectador, su casa), de mayor significación y trascendencia de los últimos 60 años en Colombia. Más de 20 libros de lectura obligada (además de columnas, crónicas y documentales) penetran en el origen de la violencia endémica y hacen visibles a sus víctimas, revelan el país campesino más desconocido y, supuestamente, improbable. Sus relatos llegan a lugares y seres humanos inalcanzables para la sociedad urbana y tecnológica, situada a miles de kilómetros de selvas e intereses.
Constanza (y Molano): la tarea
Durante 30 años. Constanza Ramírez, pequeña, supuestamente frágil, fue la compañera (profesional, no sentimental) de Molano. Bióloga, economista, docente universitaria e investigadora, penetró con Molano las selvas más inextricables, navegó por los ríos más caudalosos y secretos, trepó las montañas más inexpugnables, fatigó los llanos, los esteros, los páramos. A pie, a lomo de mula, en canoas, desafiando todos los riesgos, las trampas, las penurias, Molano y Constanza descubrieron el país profundo a través de un programa de televisión esencial (“Travesías”) de 60 capítulos, dividido en series, cuyos solo nombres demuestran el valor de sus contenidos: “Desplazados”, “Ríos”, “Caminos”, “Pueblos”, “Territorios negros”, “Mundo indígena”, “Del Amazonas al Orinoco”. Sin embargo, semejante documentación audiovisual fue solo una parte de la tarea.
Constanza estuvo en el nacimiento de los libros (al pie de Molano en sus entrevistas, hoy antológicas, con los más humildes y silenciados, discutiendo contenidos y significados, alentándose mutuamente en los límites de la fatiga y la desorientación), pero además escribió con él, a cuatro manos, “La tierra del caimán”, “El tapón del Darién: diario de una travesía”, “Mompox, Soplaviento, Calamar, Mahates y Morales”, y “Apaporis: viaje a la última selva”, en la más fructífera colaboración.
Constanza (y Molano): el final
Hace unos 25 años, Constanza compró una vieja casona en Honda, y, finalmente, decidió irse a vivir a la pequeña ciudad colonial, donde habita igualmente este dinosaurio de periodista y autor de este texto. Pronto los vecinos se acostumbraron a sus caminatas sin término, heredadas de los tiempos de “Travesías”, por las callejuelas empedradas, las riberas del Gualí y el Magdalena, los senderos y las trochas de veredas y montes aledaños, los restos del Camino Real que en los tiempos del virreinato conducía a Santa Fe, y a su presencia categórica en todo evento cultural. Amañada, para utilizar un modismo bogotano, convenció a Molano de comprar. De su propia casona salió Molano a morir en Bogotá a finales de octubre de 2019.
El pasado sábado 20 de abril del año en curso, también Constanza, en la plenitud de sus 68 años, salió de su casona para asistir a la Filbo. Tampoco regresó. Al terminar su visita, en las afueras de la feria, un motociclista desbocado la embistió brutalmente. Todos los esfuerzos médicos fracasaron. Murió el 23 del mismo mes.
La intención ilusoria
Constanza y el torpe autor de estas líneas habían convenido reunirse precisamente en estos días. Mi intención era la de aprovechar su memoria, sus documentos, el tesoro de sus viejos, anacrónicos casetes de video, y también su amabilidad, su sencillez, para escribir una crónica a propósito de la fecha de nacimiento del sociólogo imprescindible, del ser humano excepcional, del sólido comisionado de la Verdad, del escritor que otorgó voz al país enmudecido, del columnista que enriqueció por 30 años el contenido de su casa periodística, precisamente esta, honrosamente esta.
La crónica deshabitada
Tal crónica no será posible. Quedó deshabitada. No es ético escribir una falsa entrevista, o una entrevista con fantasmas. Queda, entonces, el propósito huérfano, el modesto testimonio que aquí concluye.