Homenaje personal a María Mercedes Carranza
Presentamos un texto en el que la autora explora sus recuerdos de María Mercedes Carranza y cómo, a través de ella, se acercó a la poesía.
Catalina González Restrepo
Debo confesar que cuando estudiaba Literatura en la Universidad de Antioquia, tal vez a los veinte años, la poesía de María Mercedes Carranza me desconcertó. Mi amiga Luz Botero estaba leyendo, si la memoria no me falla, Vainas y otros poemas. Mi juventud no estaba preparada para la cotidianidad y la crudeza de sus versos.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Debo confesar que cuando estudiaba Literatura en la Universidad de Antioquia, tal vez a los veinte años, la poesía de María Mercedes Carranza me desconcertó. Mi amiga Luz Botero estaba leyendo, si la memoria no me falla, Vainas y otros poemas. Mi juventud no estaba preparada para la cotidianidad y la crudeza de sus versos.
En 1998 viajé a la Feria Internacional del Libro de Bogotá con Luis Fernando Macías, en ese entonces director de la Revista Universidad de Antioquia, y yo, su asistente, a un seminario de revistas culturales colombianas. Recuerdo una noche que fuimos a una lectura multitudinaria de poemas en el parque central Bavaria, organizada por la Casa de Poesía Silva, en la que vi por primera vez a María Mercedes y Mario Rivero. A lo lejos, en sus risas y la forma en que entrelazaban los brazos, intuí su complicidad.
En 2001 María Mercedes me invitó al encuentro Alzados en Almas en la Casa Silva, que ese año tenía la particularidad de que los participantes, además de poetas, ejercían algún oficio relacionado con la gestión cultural. En mi caso, seguía trabajando como asistente de dirección en la Revista Universidad de Antioquia, ya al lado de Elkin Restrepo.
Me quedo corta al describir la felicidad que me dio viajar a la capital, con todos los gastos pagos, además de unos generosos honorarios. Pude conocer a María Mercedes en su oficina y ser examinada por su mirada penetrante, antes de empezar una lectura. Creo que con palabras torpes le agradecí la invitación.
Para mí la Casa Silva fue un gran descubrimiento: era el lugar de la poesía, y leer allí un gran honor, con el retrato de José Asunción en la pared posterior de la casa colonial en La Candelaria.
El viaje ayudó a profundizar la amistad con Juan Felipe Robledo, a quien había conocido por casualidad un año antes en la FILBo en la celebración de los 65 años de la Rev. U. de A. Además, coincidió con el anuncio del Premio Nacional de Poesía otorgado por el Ministerio de Cultura, que se había ganado mi amigo. Fue otra alegría: un grupo de poetas y amigos, algunos que acababa de conocer, salimos corriendo a la Biblioteca Nacional a celebrar el premio y terminamos en la casa de Juan Manuel Roca hasta la madrugada.
No es exagerado afirmar que ese viaje me cambió la vida. Cuando regresé a Medellín soñé con un futuro posible en Bogotá, donde la poesía tenía un lugar. El sueño se cumplió, porque en mayo de 2002 Juan Felipe viajó a Medellín con su gran amigo Federico Díaz-Granados a una empresa que parecía imposible: confesar que yo le gustaba y ver si era correspondido. Después de algunos tropiezos y torpezas que no vale la pena mencionar aquí, el 13 de mayo, con el celestinaje de Federico, y tal vez ayudados por la Virgen de Fátima, empezamos una relación que continúa hasta hoy. Pero esa es otra historia.
Cuando ya vivía en Bogotá con Juan Felipe, él estaba leyendo con entusiasmo Tengo miedo unos días antes de que María Mercedes lo llamara a invitarlo a la Casa Silva. Celebramos de nuevo la casualidad.
Un sábado Hernando Cabarcas nos convidó a almorzar en su casa con María Mercedes y Melibea. Recuerdo que nos reímos bastante, tomamos mucho vino y pudimos tener más intimidad con la poeta y su hija. Juan y María Mercedes hablaron de los dos Machado y cada uno recitó versos de memoria y dijo sus preferencias.
En esos primeros años íbamos con frecuencia a la Casa a la intensa actividad que ofrecía. Una noche leía Juan Carlos Galeano. María Mercedes nos invitó a su despacho antes de la lectura, como era habitual, y estaba muy simpática. Después de la lectura algunos fuimos con Galeano a la casa de Cabarcas y él le preguntó a María Mercedes si quería ir. Ella respondió que de pronto iba más tarde.
A la mañana siguiente, cuando nos despertamos, supimos la noticia del suicidio de María Mercedes. Fue un baldado de agua fría, no era fácil entender que mientras bebíamos vino y comíamos pizza ella tomaba whisky con pastillas en una fórmula infalible. Con algo de resaca y mucha tristeza, volvimos al otro día a la misma casa donde se había suicidado José Asunción Silva.
Después de algunos años, la Casa se vino abajo, porque no había nadie como María Mercedes que peleara como una leona por el presupuesto para la poesía con los gobiernos de turno. Con su muerte todos los poetas quedamos huérfanos, sin ella y sin casa.
Por suerte, tenemos su poesía. En estos años me he topado con sus poemas, pero la vez que la leí con más juicio fue cuando coordiné en 2018 el Club de poesía en la BLAA. Ahí pude por fin entrar a sus versos descarnados y sinceros: “jamás podrás pronunciar las palabras suficientes/ (...) este enamorado montón de carne nunca se saciará./ Salí contigo del paraíso/ para jugar el largo, el triste juego del amor”.
En 2021, todavía golpeados por la pandemia, me llamó mi amigo y colega Felipe González para contarme del proyecto de la Biblioteca de Escritoras Colombianas que estaba coordinando el Ministerio de Cultura. La idea era coeditar con el Ministerio para publicar algunos títulos con editoriales independientes y que circularan en librerías. Me sugirió algunos nombres y yo le dije que me sonaba el de María Mercedes. Lo conversé con Darío Jaramillo, mi socio en Luna Libros, y estuvo de acuerdo conmigo. La colección se presentó el 8 de marzo de 2022, día de la mujer, en la Biblioteca Nacional. La poesía de María Mercedes sigue muy viva y cada vez es más leída, al punto que la primera edición se agotó y en noviembre de 2023 reimprimimos la hermosa antología El oficio de vivir, que con tanto amor preparó y prologó Melibea.
También en 2021 me llamó Adriana Martínez-Villalba, animada por Felipe González, para preguntarme si me interesaba establecer una alianza con el Idartes para el premio nacional de poesía. La propuesta era publicarlo en compañía de Cardumen y su editora Alejandra Algorta. Me entusiasmé y le sugerí a Adriana nombrarlo María Mercedes Carranza, en honor a la poeta a quien le debemos tanto. A ella le encantó la idea, se lo consultó a Melibea, que con generosidad aceptó, y nos pusimos todas manos a la obra.
La primera convocatoria la ganó Laura Andrea Garzón en 2022 con su potente pan piedra, que presentamos en FILBo 2023 y también reimprimimos al año siguiente. La segunda convocatoria está en evaluación y el libro ganador será anunciado en noviembre de este año.
Con estas pequeñas acciones editoriales espero devolverle algo del gran regalo que me dio María Mercedes: encontrar el lugar de la poesía y el amor.
Escribo estas palabras inspirada por la conversación que tuvimos sobre las ediciones de la obra de María Mercedes Carranza con Carmen Barvo, Luz Eugenia Sierra y Adriana Martínez-Villalba, a propósito de la exposición “El oficio de vestirse”, en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional. Si todavía no la han visitado corran a verla, les revelará aspectos desconocidos de la gran poeta y mujer única que fue, es y será María Mercedes.