Homo Habilis: un infierno de arcilla en Bogotá
De cómo una instalación monumental de esculturas en la capital ha estado desaparecida durante casi 40 años.
Fernando Rivera Giraldo*
Octubre de 2023. Una casona coqueta de Chapinero Alto, dos enormes esculturas antropomórficas en el antejardín... todo presagiaba un gran descubrimiento. La clase de esmaltes y engobes para escultura —y algo de barbotinas— empezó de una manera singular: el maestro Raúl Cuéllar Serrano, octogenario, pequeño, enjuto, de mirada penetrante, mostacho blanco y pelo largo cogido atrás, antes de presentarse dijo:
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Octubre de 2023. Una casona coqueta de Chapinero Alto, dos enormes esculturas antropomórficas en el antejardín... todo presagiaba un gran descubrimiento. La clase de esmaltes y engobes para escultura —y algo de barbotinas— empezó de una manera singular: el maestro Raúl Cuéllar Serrano, octogenario, pequeño, enjuto, de mirada penetrante, mostacho blanco y pelo largo cogido atrás, antes de presentarse dijo:
“Oficio noble y bizarro,
entre todos el primero,
pues que en las artes del barro
Dios fue el primer alfarero,
y el hombre, el primer cacharro”, F. Rodríguez Marín.
La clase, más que de alfarería, fue de brujería. El estrecho taller de Raúl rebosaba de matraces, alambiques, atanores y redomas. El brujo se paseaba del arte a la cábala y de la mitología a la terracota, con una seguridad sobrenatural.
El alquimista lleva 40 años dedicado a las artes plásticas —es pintor y escultor—. En otra vida fue médico veterinario.
Durante el curso, preparó una veintena de engobes con tierras especiales. Una de ellas, la Homo Habilis, venía de una excavación inútil que hizo la Empresa de Acueducto frente a la casona, antiguo taller de la escultora Hana Bibliowicz. Y sí, ese lugar se llamaba Homo Habilis.
En el amplio patio, ¡oh, magna sorpresa!, se encuentra disimulada, escondida, una obra monumental, una instalación de esculturas colombianas que debe ser rescatada del ostracismo en el que ha estado durante décadas y que tal vez un día se considere como una de las más estremecedoras.
Hana Bibliowicz, radicada desde hace más de 20 años en Estados Unidos, en los años 80 recreó en arcilla, de una manera magistral, con técnica depurada y sobre todo con un realismo dramático, la ciudad de Bogotá y sus gentes. Es el resultado de un trabajo en equipo de casi seis años, que necesitó más de 20 toneladas de material —entre arcilla y cemento—, y ocupa la mayor parte de un patio de unos 40 metros cuadrados, y se prolonga por las escaleras que llevan al segundo piso, el garaje y el antejardín.
La instalación ha sufrido los embates del tiempo desde ese entonces. Cual avatar viviente de la ciudad que representa, su deterioro discurre en paralelo con el de esta: innumerables hierbas y helechos, que pululan por aquí y por allá, son fieles representaciones del menoscabo urbano de la capital; los edificios de arcilla han perdido partes y se han resquebrajado, como lo hacen los de esta ciudad, y algunas de las figuras humanas alineadas en la escalera han sido decapitadas—como víctimas de las casas de pique del desaparecido Cartucho— por los turistas inconscientes que suben al B&B del segundo piso.
Como suele ocurrir, predominan los matices: la obra también representa ese lado heroico, amable, joven y dinámico de la capital y toda la resiliencia de esta metrópoli bipolar.
La instalación también encarna la época en la que se erigió. No en vano, cuando se abrió al público, en enero de 1986, Colombia acababa de vivir las pesadillas del holocausto del Palacio de Justicia y la erupción del volcán Arenas. Polvo y cenizas forman también parte integral de la obra, como testigos mudos del horror vivido en el centro de Bogotá y en las vertientes del Nevado del Ruiz.Cómo no ver en este trabajo genial de Hana Bibliowicz un guiño a una de las obras maestras de la escultura universal: La puerta del Infierno, de Augusto Rodin y Camille Claudel. Los racimos de personas que se agolpan pegados al cerro de Monserrate guardan un parecido dramático con algunos de los personajes que la genial pareja francesa incluyó en su representación del Infierno de Dante: se puede ver en la obra de Hana un personaje que recuerda al “hombre que cae”; otros que se asemejan a Ugolino, quien —como Bogotá— devora a sus hijos, y varios de los niveles de gente desesperada bien pueden corresponder al Infierno y al Purgatorio descritos por el poeta.
La escultora describe su obra como “un espejo del adentro y del afuera. A través de la ‘es—cultura’, hago un retrato de la mujer como individuo, de la pareja como protagonista de la supervivencia de la especie, de los roles que regulan las relaciones entre humanos y, principalmente, de la masa inmensa de seres que es la verdadera protagonista de nuestro siglo”.
La instalación abarca una gran variedad de estilos y técnicas de escultura. La ciudad está representada por elementos icónicos, como los barrios de La Candelaria y La Perseverancia, la Media Torta, algunos edificios emblemáticos de la 26 y el centro en los años 80 —por ejemplo, el “cepillo de dientes” de Seguros del Valle—, Las Torres del Parque que —como amantes celosas— abrazan aún hoy la plaza de toros, el Planetario, el Museo Nacional y otros. Un mural pintado sobre un muro de adobe de unos 15 x 1,5 metros —construido con una técnica desarrollada por Hana, basada en la de los antiguos alfareros de Tinjacá, vereda de Ráquira, para hacer ladrillos— representa ese telón de fondo de la capital que empieza desde los cerros orientales hasta las colinas del sur —hoy invadidas por barrios paupérrimos—, que se construyó despegado del muro del patio, con la intención de desplazar la obra algún día.
El núcleo de la obra lo constituyen —además de la urbe reconstruida— dos imponentes parejas, una serie de familias distribuidas por todo el patio y parte del garaje y, sobre todo, centenares de pequeñas figuras humanas.
Las dos parejas, una, en el antejardín, antropomórfica, es la guardiana del Homo Habilis y puede pesar varias toneladas; la otra, de escala natural, es una pareja humana desnuda, moldeada con habilidad renacentista, que está sentada en el centro de la ciudad y han perdido sus cabezas —enloquecidas con la desgracia que las rodea—.
Las familias tienen formas que hacen pensar en monjas y monaguillos de un coro; esas figuras también se extienden sobre la escalera que lleva al segundo piso, en aterradora premonición de lo que pasaría unos años después con la extensión de Bogotá hacia todas esas montañas.Los centenares de figuras humanas —todas creadas por Hana, pues en las demás etapas han colaborado muchas otras personas, como Blanquita Prieto (q. e. p. d.) quien, con la ayuda de otra gente, hizo todos los bloques de los muros, los edificios y las familias —esparcidas a lo ancho y largo de la obra—, que le dan a esta toda su fuerza sobrecogedora. La distribución de las familias entre el patio, el garaje y el jardín también pretende representar ese apartheid imperante en Bogotá entre el norte acomodado y el sur desechado (“desechable” es el calificativo espantoso que se da en la ciudad a las personas mendicantes y a las sin abrigo). También se representa a una masa informe trepándose a los edificios de la gente pudiente, como en un último estertor de quien muere de hambre.
En la elaboración de las dos grandes esculturas se empleó una arcilla coloreada —mezclada con óxidos, que le dan un color diferente al natural—.
Para esculpir esos cientos de personajes —”la gente”— Hana se tomó un año entero: salía y observaba las posturas y los movimientos de la gente y regresaba a plasmar en la arcilla lo visto. Hay algunas figuras bailando, por ejemplo, que resultaron de la observación de Hana en ¡los rumbeaderos de La Perseverancia! —el Goce Pagano, la Casa Colombia, etc.—
Las familias fueron inspiradas por el trabajo de la ceramista y antropóloga Trixi Allina, que fue profesora de la Universidad Nacional. Son figuras antropomórficas cilíndricas. Las familias están compuestas por seis o siete personajes, de unos veinte a cuarenta centímetros de altura, mirándose entre ellos, y con una figura más grande en el medio —que representa el patriarcado, imperante aún—. Están, en su gran mayoría, fuera de la parte de la instalación que representa a la ciudad, en el resto del patio y en las escaleras.
En palabras de la artista, “la obra [representa] un análisis de la cultura de ese momento en Bogotá. Están las dos parejas, [la del antejardín] cuyos cuerpos pierden forma, y la de adentro, que mira hacia afuera y observa a los millones de seres humanos que se enfrentan a la ciudad y a la estructura social de las familias. La pareja que mira hacia afuera tiene los cuerpos perfectamente delineados, pero sus cabezas están enloquecidas con lo que ven. Es un poco el juego de Adán y Eva”.
En el conjunto de esculturas que conforman esta obra se utilizaron todas las técnicas de cerámica posibles. La de moldes a presión hechos a mano, para las familias; la escultórica, para las dos parejas monumentales: la de afuera, con la técnica de rollos, que permite construir la estructura interna —una cruz de paredes— al tiempo que se hace la forma propiamente dicha (una escultura de ese tamaño necesita ese soporte, de lo contrario colapsaría), y la de la pareja de adentro es un macizo ahuecado; es decir, que se esculpe la forma maciza, que se va ahuecando o vaciando parte por parte —para dejarla toda con un máximo de dos centímetros de espesor—, mientras se la dota de una estructura interna de soporte; la ya mencionada, para el muro; la de planchas, para los edificios, y la de modelaje de tierra —manipulación a mano—, para los personajes que pueblan la ciudad.
La arcilla especial utilizada era preparada en una ladrillera en Soacha. Este material soportó mal los embates de la lluvia ácida en la que ha estado sumida la capital durante estos casi 40 años, lo que constituye otra prueba de que esta obra es el avatar de la ciudad, la que también se muere entre la polución del aire y el “mierdurio” que arrastra el río Bogotá.
Hana desarrolló sus esmaltes para que funcionaran con la arcilla escogida y en la temperatura del sitio donde se iban a elaborar. El resultado inicial no fue el esperado, pues la empresa que debía proveerles el feldespato necesario cambió uno de los ingredientes a última hora sin avisar —el feldespato de sodio por el feldespato de potasio o viceversa— y hubo que botar unas 30 canecas en la fábrica, pues ya no servían. Después, tuvieron que volver a hacer todas las pruebas y todos los esmaltes. Gajes del trabajo con piezas de este tamaño.
La elaboración de la obra fue demasiado ardua. Todas las piezas se quemaron —se cocieron— en los hornos de Alfagrés (hoy en día Alfa), importante empresa que produce baldosas y otros elementos de construcción y decoración, en Soacha, adonde se transportaron en un destartalado Volvo L340 de 1952 que Jota Piñeros consiguió en la Caracas con 60, un camión que más parecía un vehículo sobreviviente de alguna guerra y al que todo le sonaba, salvo el pito. El viaje a través de la ciudad y la llegada a Alfagrés seguramente fueron todo un espectáculo que contemplaron alucinados los obreros, al ver la llegada de ese camión desvencijado y la entrada a los hornos de esas grandes y desnudas figuras.
La instalación, cuyo nombre original completo era “Reconstrucción arqueológica de una cultura del siglo XX”, empezó a construirse en enero de 1980 y se abrió al público en 1986. En su elaboración participó un grupo de gente, especialmente los ya mencionados Blanquita y José Manuel Piñeros, además de Sandra Durán, Celmira Guiza y muchas otras personas —ver la lista en la nota al final—. Para terminarla, no se contó con ningún financiamiento más que el salario de Hana como profesora en la Universidad de los Andes y la producción limitada de su taller de cerámica, el Homo Habilis —que llegó a ser una escuela de arte con más de cien personas inscritas—; además de la colaboración desinteresada de Alfagrés, que prestó sus hornos, sin lo cual no habría sido posible terminar el conjunto escultórico.
Hoy en día, el guardián de la instalación es el brujo Raúl, aunque sus conjuros no alcancen para evitar su lento deterioro. Hace apenas algunos meses falleció Blanquita, la mano derecha de Hana, quien viajaba desde Usme todos los días y tuvo un papel muy importante en esta aventura.
Bogotá está en mora de reconocer y revalorizar esta obra icónica, restaurándola y, luego, trasladándola a un sitio que la haga más visible o dejándola en Homo Habilis, en cuyo caso se debería incluir en los recorridos turísticos y académicos de esta ciudad del arte que se exprime en todo su esplendor en barrios como La Candelaria y Chapinero Alto.
[i] Entre otras: Blanquita Prieto (q.e.p.d.), José Manuel Piñeros, Sandra Durán, Celmira Guiza, Benjamín Burtzin, Joseph Vaadia, Sandra Linares, Germán Martínez, Gloria Mejía, Patricia Durán, Susana Pascual, Andreas, Elsa Williamson, Jaime Rendón, Raúl Cuéllar, Ana María Gómez, Luís Fernando Puerta, Carlos Enrique Rodríguez, Sol, Charlie, Denise Haime, Marta Rojas, Ramón Carreño, Ernesto Jiménez, Jack Rotlewicz, Clemencia Serna, Alberto Aguilar, Marta Castro, Marta Aguilar, Gladis Camelo, empleados y directivas de la empresa Alfagrés.
* Manizaleño radicado en Suiza desde hace más de 30 años. Ingeniero y Físico, trabajó durante diez años en el Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), en Ginebra, y desde hace veinte en una agencia especializada de la ONU. Es escultor y pintor aficionado desde hace varias décadas. Durante el Covid, siguió un diplomado en literatura a distancia con Julio César Londoño desde Cali y, en 2023, un taller en línea de divulgación científica con Pablo Correa, ambos estrechamente vinculados a la casa periodística de El Espectador.