Hugo Chaparro Valderrama: “Gaceta es un antídoto contra la amnesia”
El director de la revista “Gaceta”, creada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, habló de su relanzamiento y su propuesta periodística.
Andrés Osorio Guillott
Con bombos, platillos y expectativas, un sector de la cultura celebró la reaparición de Gaceta, una revista que tuvo dos vidas antes de esta: una en la década de 1970 y otra en la de 1990. En cabeza de Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, y ahora bajo la dirección de Hugo Chaparro Valderrama, escritor, profesor y crítico de cine, esta revista de periodismo cultural aparece como uno de los sellos que quiere permanecer más allá de los gobiernos y sus gestiones, pues no hay un decreto ni argumento que garantice su permanencia. El mismo Chaparro aseguró en esta entrevista que es la calidad del contenido editorial la que espera sea suficiente para que, sin importar los ministros o gobiernos, este espacio revitalizado del periodismo cultural siga vigente.
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Con bombos, platillos y expectativas, un sector de la cultura celebró la reaparición de Gaceta, una revista que tuvo dos vidas antes de esta: una en la década de 1970 y otra en la de 1990. En cabeza de Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, y ahora bajo la dirección de Hugo Chaparro Valderrama, escritor, profesor y crítico de cine, esta revista de periodismo cultural aparece como uno de los sellos que quiere permanecer más allá de los gobiernos y sus gestiones, pues no hay un decreto ni argumento que garantice su permanencia. El mismo Chaparro aseguró en esta entrevista que es la calidad del contenido editorial la que espera sea suficiente para que, sin importar los ministros o gobiernos, este espacio revitalizado del periodismo cultural siga vigente.
¿Qué visión de la cultura propone “Gaceta”?
La visión de la cultura de Gaceta es una apertura muy estimulante, porque es una revista que surge de un grupo. Es importante resaltar que no es solo el trabajo de un director o editores adjuntos, sino de un equipo que tiene una perspectiva cultural muy armónica. Antes, la cultura se escribía con mayúsculas, era una cultura solemne: el teatro, la literatura, la poesía. Hoy entendemos que la cultura es simplemente la forma en que vive un país, y eso es lo que tratamos de reflejar en la revista. Nos conectamos con Iberoamérica, el mundo en español y otros idiomas, pero principalmente con Colombia. La cultura es cómo bailamos, cómo amamos, cómo comemos, cómo escribimos, cómo usamos nuestros recursos naturales. Entonces, para resumir, Gaceta entiende la cultura como la forma de vida de un momento histórico. Estamos presenciando esa vida a través de esta revista, que abarca todas las perspectivas del país. Además, ser monográfico es una declaración de principios: hablamos de la selva, la televisión, el oro, el agua. Gaceta busca mostrar que la cultura es la vida misma.
¿Cómo se organizaron para reconstruir la revista?
A principios de 2024, Daniel Montoya y su equipo (Mauricio Builes, Marta Ruiz y Sergio Zapata) trabajaron en Selva, que no temo decir que es una publicación icónica sobre el tema. En el transcurso de eso, Juan David (Correa) me llamó para llevar la revista a otra dimensión, tanto en términos de escritura como de la rutina. Llevo 30 años intentando que la escritura literaria sea una forma de vida, y esa llamada me pareció generosa y muy cómplice. Trabajar en una revista bimestral de más de 100 páginas requiere mucho esfuerzo y coordinación con muchos colaboradores. No veo este trabajo como un simple esfuerzo editorial, sino como una extensión de la amistad que se ha forjado alrededor de la escritura, ahora con el episodio llamado Gaceta.
¿Con qué decreto se reglamentó la creación de “Gaceta”? ¿Está blindada para que el proyecto continúe?
Es más sensato decir que el origen de Gaceta no estuvo en un decreto, sino en una conciencia de una historia fragmentada de este país lo que motivó su creación. Un país sin revistas culturales es un país sin memoria. Gaceta es un antídoto contra la amnesia, y tenemos la esperanza de que estamos dejando una huella de esta época. Entonces, Juan David Correa, consciente de la crisis de publicaciones impresas, y viendo que el Ministerio había hecho Gaceta en las décadas de los 70 y luego del 90, decidió revivirla para sentar una postura ante la cultura del país.
Si Correa saliera del Ministerio de Cultura, ¿el proyecto se mantendría?
De la revista no se puede hablar tan tajantemente en una forma de adivinación ante el porvenir. En Colombia —y podría ensanchar el mapa de Latinoamérica—, históricamente, y de forma muy curiosa se ha replicado el número cinco como la franja que cruzan las revistas hacia su continuidad o su fracaso. Muchas revistas llegan a su quinta edición y ahí deciden su destino. Yo suelo hacer una broma y es que parecen de orientación cristiana, porque salen cada vez que Dios quiere. No quisiera pensar en un escenario en el que Juan David Correa no esté, porque ha sido el motor de esta revista. Él constantemente está pensando en proyectos, en dinamizar el Ministerio. El Estado lo he aprendido a entender vertiginosamente. Esto me ha llevado de la perplejidad al asombro, a la fascinación, pero nuestra idea es dejar una memoria sólida, incluso por encima de nosotros mismos. Pensemos en el próximo gobierno, que ojalá en dos años vea un legado editorial lo suficientemente fuerte para que no se desvanezca. Sería muy gratificante ver que la memoria se construye con otros.
¿Cómo son los contratos de las personas que trabajan en “Gaceta”?
Hay funciones muy específicas si lo vemos piramidalmente: el director, el editor general, el asesor editorial... Hay algo que es emocionante y es que la pasión por la revista rebasa las funciones establecidas y todos terminamos involucrados en otras cosas. Nosotros queremos trabajar con el departamento de comunicaciones. Hay oficios que son puntuales, con lapsos específicos, en los que se llaman a las personas con la suficiente idoneidad para ayudarnos mutuamente. Esto no es de una persona, es algo comunitario, y cuantas más personas se suman, más ágil es la colaboración. Tenemos la fortuna de no sufrir de la neurosis comprensible de las revistas hechas con más pasión que presupuesto, y la forma de acercarse al trabajo es esa: se ofrece un contrato por seis meses, después se renueva.
¿Cuál es el presupuesto de la revista? ¿Es lo mismo para todas las ediciones o varía según el tema?
Hay que establecer unas alianzas para la consecución de los presupuestos, pero se han dado de manera muy afortunada para el siguiente número. El presupuesto puede variar mínimamente, aunque hay una proyección muy clara: producir 10.000 ejemplares gratuitos que se distribuyen en bibliotecas públicas y librerías independientes de todo el país. Eso tiene un costo de $65 millones. Al ejecutar el presupuesto, hemos descubierto que, por ejemplo, este se mantiene relativamente estable porque es un asunto de producción. La revista, afortunadamente, la diseña un estudio que se llama Atangrama. En cuanto al taller de impresión, en el caso de la edición de televisión, se imprimió en Panamericana; el de oro fue en la Imprenta Nacional. Los costos ahí son distintos, los ritmos de entrega son distintos, pero con el número del agua, que es el que viene, volverá a imprimirse en Panamericana.
¿Qué tipo de periodismo se hace en “Gaceta”?
Hay qué partir de qué tipo de periodismo nos interesa publicar. Hay que considerar un contraste de oficio y uno de estilo. Eso tiene que ver con el apresuramiento de la inmediatez. Algo que no deja de causarme asombro es que, cuando lees un artículo en la virtualidad, esas publicaciones te dicen cuánto vas a tardar en leerlo, editorializando tu tiempo de lectura. ¿Acaso la reflexión tiene cronómetro? Uno de los ejes que tiene la revista es recuperar la crónica narrativa, que haga del lenguaje algo plástico, muy sólido y literario. Con base en ese panorama, empezamos a buscar a los posibles colaboradores. Quiénes son los cronistas que pueden escribir en profundidad sobre un tema específico. También buscamos asesores editoriales. La base es esa.
Entonces ¿quiénes pueden publicar en la revista? ¿Cómo definen eso?
La revista está abierta a los colaboradores, porque hay un interés en que sea coral, que sea un país o Iberoamérica hablando de un tema específico. Existe una peculiaridad que representa un reto editorial, hermoso y arduo. La revista es bimestral, lo cual exige un ritmo frenético: un mes diseñando, contactando colaboradores, solicitando textos y otro mes para la parte editorial, corrección e impresión. Prácticamente se están armando dos revistas al mismo tiempo: una inmediata y otra futura, siempre pensando en los colaboradores. ¿Quién puede entonces escribir en “Gaceta”? Aquí está el otro reto, que es monográfica. No tenemos un banco de artículos como las revistas variadas, donde guardas textos para otro número. No es posible porque si el tema es el oro o el agua, tenemos que ser muy específicos con los textos y colaboradores. Por ejemplo, si planteamos un monográfico sobre inteligencia artificial, buscamos colaboradores en el país y el extranjero que puedan garantizarnos un texto con la certeza de dos cosas: talento y buena escritura. Quisiera hablar de la vieja y perjudicial historia de relación de centralismo con el resto de Colombia. Queremos desde Gaceta fragmentarla para presentar la revista fuera del ámbito exclusivamente andino, Queremos buscar voces en toda la geografía del país. Hay que salir a buscar esas voces. Eso lo logramos en la edición del oro, fue muy claro: la zona aurífera más activa es el Pacífico, así que llegaron textos de esa región.
¿Cómo definen los temas? ¿Tienen un plan a largo plazo o lo definen entrega a entrega?
El comité editorial se reúne quincenalmente y, en esas reuniones, buscamos temas neurálgicos, a veces relacionados con circunstancias coyunturales. Por ejemplo, los primeros números fueron coyunturales: uno sobre la selva y el aniversario de José Eustasio Rivera, otro sobre los 70 años de la televisión en Colombia. Luego, temas como el oro fueron más independientes, aunque lo coyuntural era el impacto ambiental de la minería. El que viene del agua tiene que ver con la realización de la COP. Los temas los definimos de manera pendular, considerando aniversarios o temas que el país necesita abordar de una manera distinta, como las drogas. Creemos que ese tema requiere un tratamiento narrativo matizado, que no sea de forma punitiva, o que se refiera al narcotráfico. Gaceta, entonces, no es un boletín estatal, es una revista que se hace dentro de un mecanismo de producción que se llama el Ministerio de Cultura, pero no estamos haciendo publirreportajes sobre la gestión gubernamental de Petro, ni somos el boletín oficial de un período presidencial; estamos haciendo felizmente periodismo independiente.
¿Cuáles son los referentes del periodismo cultural que influyen en ustedes?
La tecnología más avanzada sigue siendo el papel: no necesita conectarse ni cargarse, está siempre disponible para su lectura. Cuando desaparecen las grandes revistas culturales que han tenido una presencia social, el vacío es evidente. El lector queda flotando, sin una referencia periódica. Eso es algo que queremos: llenar con Gaceta. Nos inspiramos en revistas míticas que son constantemente citadas con justa razón: Mito, Eco, Voces, Alternativa, Arcadia... Es emocionante ser parte de este proyecto y tener una tripulación, incluyendo a los lectores, que nos ayudan a seguir haciendo la revista. Con la humildad de saber escuchar al otro, que es la gran enseñanza del periodismo, nutrimos las historias de la revista. Esos referentes que mencionamos sí tienen un relevo generacional en Gaceta y esperamos que sea un maratón prolongado.
¿Cuál es su opinión sobre el periodismo en general, y el periodismo cultural colombiano, en particular?
A mí me asombra sobre todo el periodismo radial, ver cómo están levantados en armas a través de un micrófono, porque editorializan la opinión popular en un taxi, en una cafetería, en un restaurante, y creo que este es un país que ha vivido tan enfrentado desde el siglo XIX, que hay unas inflexiones verbales de parte de los periodistas radiales, que siempre están manipulando desde su perspectiva política, que estas son respetables cuando entran en una discusión que construye, no que aniquila. Es un diálogo que no tiene a su interlocutor inmediato, sino que primero se lanza el odio, y eso atenta contra la convivencia, porque no hay un intercambio de ideas, sino un atentado contra las ideas. Por otro lado, para mí el término de periodismo cultural es dudoso, porque el periodismo implícitamente es cultural; la política, la comida, el sexo, el baile son cosas culturales, pero llegando a ese rótulo habría que preguntarse cómo un periodista se considera cultural. Ahí hay una delimitación de la realidad, porque vuelve a ser una cultura de salón. El periodista cultural observa la realidad con la atención y la manifestación de una realidad. Me preocupa, y no es una preocupación individual ni mucho menos, pero la reflexión que da el lenguaje de una manera pausada y creativa tiene una gran amenaza: la impaciencia de esa especie de erotización virtual que es el clic. Es la mentalidad Instagram, la mentalidad TikTok incidiendo en la forma del oficio. Eso en el periodismo cultural es un virus venenoso, porque se forma un periodista de ocasión que hace que su memoria termine en la publicación de una nota, pero no se está construyendo como alguien que se interesa en su fuente. Me pasma también el espejismo con la historia. He escuchado a periodistas culturales hablar sobre algo que es anterior a su cronología biológica y decir que no habían nacido. Yo tampoco nací cuando Homero escribió y me encanta la Ilíada. Digo entonces que me pasma porque la curiosidad y la pasión son las cifras del gran periodismo. ¿Dónde empieza la eternidad, la semana anterior?
¿Qué opina usted de un periodismo relacionado con cifras y cifras?
La realidad se ha vuelto contabilidad. Cifras tan típicas como las de la violencia. Todo se vuelve una especie de bingo notarial. Eres un gran autor si me demuestras cuántos ejemplares vendes. La criminalidad bajó equis porcentaje, pero sigue habiendo muertos. Los grandes éxitos del mundo pop, por ejemplo, no suelen hablar del artista sino del público, pero las cifras están ahí. Es muy nocivo porque ha vuelto de una matemática tendenciosa a la creatividad. Otro espejismo de época es confiar en esos números, con lo gratuito que puede ser un like, por ejemplo, ¿Escribo para que me den likes o para permanecer en la medida de esa abstracción que nos compromete como seres humanos que es el tiempo? Si yo escribo para el siguiente like, ahí hay una vanidad tan perecedera como el mismo like.
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