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“Ingermina”, y la proyección de la novela histórica en Colombia

El libro El desierto prodigioso y prodigio del desierto”, de Pedro Solís y Valenzuela, se puede nombrar como una de las primeras novelas hispanoamericanas escrita por un criollo a mediados del siglo XVII, dando lugar, entonces, a otras formas de narrar la psicología humana.

Andrés Felipe Yaya
03 de enero de 2021 - 07:04 p. m.
Ilustración de una de las primeras ediciones de "Ingermina, o la hija de Calamar".
Ilustración de una de las primeras ediciones de "Ingermina, o la hija de Calamar".
Foto: Archivo Particular

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Pedro Solís nos presenta la leyenda de Pedro Portel, el hombre que estuvo 36 días en el infierno, narrada por Arsenio en un lenguaje con características barrocas. Emplea recursos de exceso, de realce, arabescos, que llevan un juego armónico en la prosa, un ritmo que retumba en los espacios de la narración. Pedro Solís y Valenzuela cuenta la leyenda de Pedro Portel a través de Arsenio, situando al personaje dentro de un contexto determinado, una posición y un clan familiar que habla de toda la generación del labrador de la Villa de Tordera. Una mala acción de un Notario, muerto ya, años atrás, revive una deuda del Padre de Pedro, que sobrelleva él. Ministros y justicia le confiscan sus bienes; acción que lo lleva a viajar hacia Cruanias a cobrar una serie de pequeñas deudas. Aquí, entretanto, inicia su viaje mientras se humaniza por completo.

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Esta humanización permea la novela colombiana porque hablamos, por un lado, de la historia de la novela y por el otro, de los rasgos de la novela histórica. Ingermina o la hija de Calamar de Juan José Nieto obedece a los dos aspectos de manera simultánea. Es muy frecuente observar en la actualidad que el ejercicio de la narrativa colombiana se proyecta desde la novela histórica que intenta revivir elementos del pasado como sucede con la obra de Miguel Torres sobre los sucesos de 1948. Se trata de un acto donde la materia narrativa no son los hechos, sino el drama de los personajes. Detrás de cada suceso se advierte un drama que la literatura desde la ficción y desde la memoria pretende recuperar, porque quien no ha visto el pasado lo abandona.

Ingermina, publicada en 1844, se instala, como se mencionó anteriormente, en la novela histórica. A través de un narrador como testigo de la historia del romance entre la heroína, una española que adoptó el pueblo, y que se enamora de su conquistador, construye una sociedad y un pueblo que crece al borde de los acontecimientos. Fija en su desarrollo un periodo histórico del país y entrega al lector su versión de los hechos. Su escritura no es solo un autorretrato de la época sino la defensa de un escritor siempre asombrado, siempre ávido e irónico, apasionado y reticente.

Al establecerse como novela histórica nos situamos en un contexto político e intelectual en Colombia en el momento que Nieto escribía la novela. Habían terminado las guerras de Independencia y poco después se iniciaron las guerras civiles. Se proclamaron varias constituciones y el debate entre centralistas y federalistas se acentuó. De acuerdo con los datos biográficos de Nieto, lo podemos encasillar como un caudillo, pues su origen, su crecimiento social y su participación política hasta su destierro, fueron elementos para la escritura de la novela. Lector de Roussean, Víctor Hugo y Alejandro Dumas, Nieto logró aprehender la complejidad de la sociedad luego de la independencia y de una sociedad que aún no se separaba de Europa.

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La novela histórica establece un juego de contextos en contraste, causa original y determinante en Nieto. En la época de escritura de la novela, se propagó una confusión, un conflicto: la sociedad alcanzó en poco tiempo una complejidad y perfección que contrastó con el lento desarrollo de las provincias. La previa existencia de sociedades estables y maduras facilitó, sin duda, una asimilación de las costumbres propias, pero de manera tardía. Era, pues, una época de individualismo y de oscuridad, donde se discutía el status de los indígenas, la propiedad privada, la educación y la relación entre la iglesia y el Estado. Allí, en ese contexto abierto, la sociedad esperaba la trascendencia: el reconocimiento del otro. Eran, por primera vez  en la historia, contemporáneos de toda una sociedad.

Nieto intentó recuperar en todo momento la memoria local como toda novela histórica escribiendo: “el pueblo de Calamar era, antes de la conquista, lo que es hoy la ciudad de Cartagena en la Nueva Granada”. Se complementa, además, de ideas como “histórico” o “todo lo anterior es histórico” para reafirmar su noción, mientras se sustenta en su propia experiencia. El relato, bajo una influencia bizantina, narra la llegada de los primeros descubridores y conquistadores a la región que actualmente es Cartagena de Indias. Aparecen personajes históricos como Colón, Alonso de Ojeda, cuyo fracaso al intentar fundar la ciudad los venció. Así pues, no querían empezar desde el principio sino desde antes del principio. Luego narra la llegada en 1533 de Pedro de Heredia y su hermano Alonso en compañía de “trescientos castellanos” que con ayuda de la india Catalina lograron, esta vez, fundar la ciudad.

La novela histórica, en efecto, sucede en un espacio específico y desde allí construye su versión de los hechos. ¿Puede entonces esta acción ser una ficción y no estar en sincronía de los hechos? Es la pregunta que asalta a los historiadores. El punto es que la historia, tal como la conocemos, se compone a través de versiones. En la novela de Nieto podríamos afirmar, entonces, que es ficcional en todos sus elementos, porque evoca el pasado pero la postura se puede distorsionar porque Nieto asume diferentes tonos: un tono científico, un tono histórico e impersonal que podemos interpretar, por lo visto, como una ampliación de los informes que el autor había incluido en su obra Geografía de Cartagena y su provincia, publicada en el año de 1839. Estamos, pues, ante un historiador y ante un novelista cuyo tratamiento de los hechos se resuelven desde la razón y desde la historia.

El interrogante por el pasado que llevó a Juan José Nieto a escribir Ingermina se proyectó en los escritores del siglo XX en Colombia como una forma de mirar hacia lo que pasó como base del presente desde una variedad de ángulos. El mundo del pasado puede desaparecer, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Manuel Zapata Olivella, en Changó el gran putas (1983), retoma la historia desde el exilio de los afrocolombianos, de modo que recrea el esclavismo y las luchas por las libertades del pueblo explotado. Ahora bien, Juan Gabriel Vásquez con su novela La forma de las ruinas se vuelca hacia el pasado a través de las obsesiones como vehículo para desentrañar la historia. Carballo, el personaje, intenta develar la relación entre la muerte de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán. La historia comienza  a convertirse ya en tarea común. Este retorno sedujo a García Márquez  y situó  Del amor y otros demonios en una atmósfera colonial, de enfrentamientos sociales y políticos que va revelando en el drama. La historia posee una lógica, descubrir el secreto de su funcionamiento es la proyección de la novela histórica, de lo contrario, viviríamos en una coyuntura decisiva y mortal, huérfanos de pasado y con un futuro ciego.

Por Andrés Felipe Yaya

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