Inti Jacanamijoy desnuda el alma en su cinta “Los sueños viajan con el viento”
Presentamos una entrevista con el director quien, a través de su viaje personal y cinematográfico, revela cómo encontró su voz al aceptar su papel no solo detrás de la cámara, sino también como parte esencial de la historia que narra.
Alejandra Horta C.
La película tuvo su estreno en festivales internacionales como FICCI y Sheffield DocFest. ¿Cómo fue la recepción y qué aprendió de estas experiencias?
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La película tuvo su estreno en festivales internacionales como FICCI y Sheffield DocFest. ¿Cómo fue la recepción y qué aprendió de estas experiencias?
Fue interesante ver cómo esta película puede dialogar desde muchas perspectivas con personas de diferentes culturas. Los sueños viajan con el viento es una película humana y eso permite que conecte con todas las audiencias, porque, más allá de ser una historia atravesada por un contexto indígena, habla de nuestra conexión con nuestro origen, familia y con la muerte. Proyectarla en festivales me permitió entender que el cine puede romper barreras cuando nos conectamos con nuestra esencia humana, y eso es lo que más valoro de la experiencia.
Como su primer largometraje, Los Sueños Viajan con el Viento marca un hito en su carrera. ¿Qué emociones y pensamientos le acompañaron durante la realización de esta película?
Ha sido un viaje largo y profundo, seis años de aprendizajes, de momentos altos y bajos, de autodescubrimiento y crecimiento personal. Esta película nació de una necesidad imperiosa: la de reconectarme con mis raíces, con mi origen, con mi familia. Después de cuatro años viviendo en Francia y casi una década sin ver a mis abuelos, sentía un vacío que solo podía llenar volviendo a ellos.
Mi primer paso al regresar a Colombia fue visitar a mis abuelos maternos, José Agustín Iguarán y Aura Mestre. Lo que encontré al llegar fue una historia desconocida, pero sobre todo, una conexión emocional con mi abuelo que me marcó profundamente. Verlo, a sus 96 años, añorar el amor por su madre y encontrar en la muerte un reencuentro con su origen, resonó en mí de una manera inesperada. Me vi reflejado en su búsqueda, en su deseo de pertenencia y en la fuerza del amor familiar.
A lo largo de este proceso de creación, he aprendido muchas lecciones, pero la más significativa ha sido la humildad. La humildad de escuchar a mi entorno, de aprender a observar, de estar presente. Alejarme de mi ego y de las pretensiones de hacer una gran película me permitió conectar con la verdadera esencia de este proyecto.
Hubo momentos de frustración, de querer abandonarlo todo. Pero la perseverancia, la fe en uno mismo y el apoyo de un equipo que me levantó e inspiró cada día fueron lo que me sostuvo. De todo esto, me llevo una gratitud inmensa por estar bien rodeado y por haber aprendido a escuchar tanto a los demás como a mi propia voz interior.
¿Qué significó para usted debutar como director de largometrajes con una historia tan íntima y personal?
Fue un proceso largo entender mi lugar en la película y aceptar que también hablaba de mí, de mi propio viaje y de mis búsquedas personales. Darme cuenta de que debía estar en la película fue una lucha interna. Al principio, me sentía distante de la historia; me asustaba la idea de exponerme, me costaba mucho verme reflejado, mostrarme vulnerable y asumir mi papel como personaje. Sin embargo, en una de las últimas sesiones creativas que tuvimos junto a Canela Reyes, coescritora, y Juanita Onzaga, editora, comprendí junto a ellas que mi voz y presencia eran fundamentales para darle fuerza a la película. Ese fue el momento en que todo cambió. Acepté derribar barreras que yo mismo había impuesto, asumí mi rol como personaje y me abrí a la película, a mi abuelo y a todo lo que esta obra significaba. Eso fue justo antes del último viaje de rodaje en septiembre de 2022, y siento que fue la mejor opción. La película se encontró y esa idea la fortalecimos mucho más en la edición de la película.
Descubrí mi voz creativa, artística y la forma en que quiero abordar mis proyectos: historias íntimas y personales que me permitan reflexionar sobre las preguntas existenciales que me han acompañado a lo largo de mi vida, conectar con mis ancestros, mis muertos y vivos. Quiero aprovechar lo que ofrece el medio cinematográfico para explorar estos temas e ir mucho más allá de cómo me represento y cómo represento a mi familia, mi memoria y mi identidad.
Debutar como director con una historia tan íntima implicó muchos retos, pero me siento profundamente agradecido por haber estado bien acompañado desde el principio hasta el final. Cada miembro del equipo dejó su esencia y sus ideas; esta película también les pertenece porque sin ellos no habría podido tomar la distancia necesaria para narrar esta historia. Ese sentido de colaboración fue una guía fundamental en el trabajo de producción que asumimos con Jorge Forero, donde afianzamos nuestra relación de amistad y trabajo, nuestras creencias y el tipo de cine que queremos crear juntos.
¿Cómo influyó su relación personal con su abuelo en la narrativa y el tono de la película?
Llevaba casi diez años sin ver a mis abuelos, y esta película se convirtió en la oportunidad de crear una relación profunda con mi abuelo. Nos conectamos desde muchos lugares y espacios, pero también desenterramos puertas de dolor que habían estado cerradas durante mucho tiempo, escondidas en lo más profundo de su espíritu, casi olvidadas.
Esta película se construyó a partir de esas conversaciones con él, de esos momentos en silencio en los que solo lo observaba, sintiendo el peso de sus palabras, de su mirada y de la nostalgia que ha marcado casi toda su vida. Fue en esa relación, forjada gracias al cine, donde nació esta película. Todo comenzó con preguntas existenciales que me hacía, preguntas que esperaba responder junto a él. Todo se transformó en una conversación íntima entre nieto y abuelo, un momento revelador, como si él me tomara de la mano para confesarme secretos que había guardado durante años y para hacerle una promesa de poder volver a su tierra. Es desde ese espacio de honestidad y vulnerabilidad que se pensó el tono y la narrativa de la película.
¿Qué desafíos enfrentó al retratar las tradiciones y los rituales wayuus en un formato cinematográfico?
Desde el principio, tuve claro que esta película no pretendía ser sobre la cultura wayuu ni sobre sus tradiciones. No me veo como un vocero de esa cultura ni tengo la intención de serlo. Sabía que, en su esencia, esta era una película familiar, una conversación íntima entre nieto y abuelo, donde buscaba encontrar sentido a preguntas existenciales.
Todo lo que retrato en la película, cada imagen y cada escena, nace de lo que pude sentir, vivir e intuir de lo que mi abuelo me compartió de su cultura y recuerdos, a través de sus anécdotas, pensamientos y emociones. Fue desde ese lugar que me acerqué a las tradiciones y los rituales de la cultura wayuu. Con esa perspectiva, nos propusimos junto a Álvaro Caviedes, el director de fotografía, y todo el equipo, capturar los paisajes, los rituales, las miradas, las personas y sus emociones con una mirada nostálgica, desde alguien que anhela acercarse y pertenecer. Esa fue nuestra guía: encontrar la distancia correcta al asistir y documentar el segundo entierro que retratamos en la película.
Uno de los mayores retos fue entender y respetar el profundo universo espiritual que rige en La Guajira. Todos en el equipo sentimos la necesidad de pedir permiso, de respetar los tiempos y el territorio, y de saber cuándo debíamos grabar y cuándo detenernos.
En un mundo cada vez más globalizado, ¿qué mensaje espera transmitir sobre la identidad y las raíces culturales a través de esta película?
El mensaje que me gustaría transmitir es el de valorar profundamente de dónde venimos, de buscar esa conexión con nuestras raíces, porque en ellas encontramos un sentido de identidad y una conexión espiritual. El hogar, la tierra, la Madre son nuestras guías, y es esencial honrarlas y protegerlas. Cuando tomamos conciencia de nuestro origen, sentimos cómo nos habla, cómo nos guía y nos protege en nuestro camino.
¿Cómo fue el proceso de investigación y escritura del guion, especialmente al tratar temas como los que abordó?
Fue un proceso largo de investigación en el que surgieron muchas ideas de películas. Sin embargo, desde el principio, tuve muy claro lo que quería transmitir con esta historia. Hubo muchas ocasiones en las que tuve que dejar de lado los guiones que había escrito en Bogotá, lejos de la casa de mis abuelos, y darme cuenta de que no tenía sentido lo que consideraba una gran idea en relación con lo que realmente sentía mi abuelo ni con lo que estaba ocurriendo en la realidad. Fue una gran lección de humildad.
Recuerdo que, durante una revisión de material, volví a una de las primeras entrevistas. En esa conversación, mi abuelo me contó cómo lo separaron de los brazos de su madre cuando solo tenía nueve años para llevarlo a una misión católica en la Sierra Nevada. Desde ese momento, nunca volvió a vivir en La Guajira ni con su madre. Me confesó que ya no recordaba el rostro de su madre, Anita Jayriyú, y que ese dolor lo había acompañado toda su vida. En ese instante, supe que ahí estaba la película que quería hacer.
Junto a Álvaro Caviedes, realizamos muchos viajes, nos hicimos innumerables preguntas y exploramos diversas formas de capturar esta historia. El proceso inicial fue de prueba y error, de muchas conversaciones. Hubo momentos en los que tuvimos que dejar ir ideas que parecían buenas, pero que no encajaban con el sentido de la película. Nos levantamos y seguimos explorando nuevas posibilidades.
En 2020, cuando Canela Reyes se unió al equipo de escritura, todo comenzó a tomar forma y aprendimos a distanciar lo personal para centrarnos en una visión cinematográfica clara. Empezamos a construir la película de manera más formal y narrativa. A finales de ese año, mi abuelo tuvo un encuentro cercano con la muerte y, en ese momento, me di cuenta de que estaba abordando temas profundos, como la vida y la muerte, que se desarrollaban justo frente a mí. Como equipo, tomamos conciencia de la película que estábamos haciendo y, a partir de ahí, tuvimos la claridad de lo que buscábamos, pero también abordamos a mi abuelo con mucho respeto a su vida y su pensamiento. A nivel personal, ese momento me conectó especialmente con el mundo de mis antepasados. Mis muertos aparecían en mis sueños, recordándome que no debía olvidarlos, que no debía olvidar mi origen, mi raíz y su memoria. Esos sueños marcaron una gran parte del guion y se convirtieron en parte esencial de la película.
El guion se construyó a partir de muchas conversaciones que tuve con mi abuelo José Agustín. Fueron largas entrevistas que realizamos junto a Canela, donde jugamos con la imaginación y nos dejamos llevar por los relatos de mi abuelo. Le hicimos las mismas preguntas a lo largo de los años y en esas repeticiones encontramos nuevos recuerdos y emociones. Al final, mi abuelo se abrió mucho con nosotros por nuestra conexión. Siempre estaré agradecido con él por permitirme contar su historia de vida.
Durante los rodajes, nos permitimos explorar, jugar y probar muchas cosas que, en la sala de montaje junto a Juanita Onzaga, cobraron sentido. Fuimos encontrando el ritmo de la historia y la emoción que queríamos transmitir. Ella me ayudó a volver a la esencia de lo que queríamos contar, a ver el material con otros ojos y a darle un nuevo significado. Con Juanita aprendí mucho y construimos una gran relación de trabajo y comunicación que fue fundamental para lograr el corte final de la película.
¿Qué espera que el público se lleve consigo después de ver “Los sueños viajan con el viento”?
Para mí, esta película es una oportunidad de ver la muerte desde una perspectiva diferente, no como un final trágico, sino como un regreso al origen, a la tierra, al vientre materno. Espero que cada uno se dé la oportunidad de volver a sus raíces para encontrar respuestas a las preguntas más profundas.
Quiero que aprendamos a ver y sentir todo lo que nos rodea, a valorar los pequeños detalles, a apreciar el mundo espiritual, el mundo de los sueños, de los muertos y de nuestros antepasados, que siempre están con nosotros. Allí encuentro un sentido de identidad y pertenencia, un lugar donde todo cobra sentido.
Quiero que el público se deje llevar, que se permita “morir” simbólicamente para sumergirse en una experiencia de ensueño, una experiencia sensorial que les permita ver la muerte desde otra perspectiva, celebrando la vida, la familia, la memoria y los sueños.
¿Qué lo inspiró a contar la historia de su abuelo y cómo espera que esta conexión personal resuene con el público?
Lo que me inspiró a contar la historia de mi abuelo fue la profunda conexión que sentí con su nostalgia, con esa búsqueda incesante de su origen y raíces, incluso a sus 96 años. Creo que esa es una sensación profundamente humana. Para mí, esta película es eso: una exploración de lo humano, de esas emociones y sensaciones que todos, sin importar las distancias culturales, generacionales o vivenciales, hemos sentido o seguimos buscando.