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Qasem Ashgari se preguntó un día cómo podía hacer para que sus oraciones fueran escuchadas. Y entonces le vino la idea de comprarse una sortija adornada con una piedra preciosa, un gesto que encierra una antiquísima tradición espiritual en Irán.
Este treintañero iraní tenía muy claro lo que quería: un anillo de plata, con un ágata amarilla engastada y preceptos islámicos grabados. “Si las cosas se piden con un anillo que lleve una piedra, la posibilidad de que las oraciones se cumplan se multiplica por 70″, dice asertivo mientras deambula en un bazar, cerca del santuario de Shah Abdolazim, en el sur de Teherán.
Al igual que Qasem Ashgari, son muchos los iraníes que muestran el mismo apego a las piedras preciosas, algo que también se ve entre personalidades del clero chiita, la política y la administración. Y es que estas joyas tienen un significado religioso para los chiitas, tanto hombres como mujeres, para quienes estas piedras ofrecen protección divina y ayudan a alejar el mal y evitar la pobreza.
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“Es muy inusual cruzarse con alguien que lleve uno de estos anillos solo por su belleza”, explica Hassan Samimi, un profesional de 52 años que trabaja sus piedras en un taller de la capital iraní. Allí atiende a una clienta, Mariam, que se maravilla ante la colección de sortijas adornadas con ágatas, turquesas, topacios, lapislázuli o esmeraldas.
“El contacto con estas piedras me sienta bien”, afirma esta docente de 50 años. Finalmente, opta por un conjunto turquesa compuesto de un anillo, pendientes y un brazalete.
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La popularidad de la turquesa
Samimi vende principalmente turquesas y ágatas, las preferidas de los creyentes iraníes. Cuenta la tradición que el profeta Mahoma llevó un anillo con una turquesa engastada, cuyo nombre original en persa --piruzeh-- significa “victoria”.
Irán tiene una de las minas más antiguas de turquesas, una piedra cuyo color entre azul y verde es omnipresente en los lugares santos del país. “Cuanto más lisa y azul es la turquesa, mayor es su valor”, explica Samimi.
Hamid Rashidi, otro profesional del sector, comenta que una turquesa puede llegar a valer entre 6.000 y 7.000 dólares. Muchos iraníes creen que el llevar una piedra preciosa atrae la riqueza, como afirma un dicho religioso: “la mano que lleva una turquesa no conocerá nunca la pobreza”. Algunos creen incluso que “mejora la vista y calma los nervios”, dice Samimi.
El ágata es también especialmente apreciada “porque los imanes la recomiendan”, precisa por su parte Rashidi. Y es una piedra que se ha visto muchas veces en la mano de altos dirigentes iraníes, incluido el guía supremo, el ayatola Alí Jamenei.
El más alto dirigente del país ha regalado anillos, a modo de agradecimiento, a personas destacadas, como el general Qasem Soleimani, el que fuera jefe de la fuerza Qods, una unidad de élite de los Guardianes de la Revolución, encargada de misiones en el extranjero.
El anillo permitió identificar su cadáver tras su muerte en 2020 a causa de un ataque norteamericano en Bagdad. Y más tarde, la joya fue incluso declarada “patrimonio cultural” y “bien nacional”.
El interés por las piedras preciosas se mantiene muy vivo en Irán pese al difícil contexto económico, con una inflación de en torno al 50% y la fuerte caída del rial, la moneda nacional, respecto al dólar en los últimos años. “El mercado de las piedras preciosas ha mejorado mucho”, asegura Samimi, que destaca a modo de argumento el incremento del número de fabricantes de anillos.
No obstante, reconoce que los jóvenes se interesan menos por las ágatas y las turquesas, y prefieren más bien los rubíes y las esmeraldas.