Isabel Allende: “Mis novelas están todas inspiradas en aspectos negativos de mi infancia”
En su más reciente libro, “Mujeres del alma mía”, publicado por el grupo editorial Penguin Random House, la escritora Isabel Allende sostiene una conversación íntima con sus lectores. Ella es la protagonista de estas páginas, donde por medio de palabras sólidas acompañadas de oleadas llenas de recuerdos, reflexiona acerca de su historia con el feminismo, los momentos tormentosos y recuerda a las mujeres más importantes en su transitar por la vida.
Elena Chafyrtth / elenachafyrtth@gmail.com
“No exagero al decir que fui feminista desde el Kindergarten, antes de que el concepto se conociera en mi familia. Nací en 1942, así es que estamos hablando de la remota antigüedad. Creo que mi rebeldía contra las autoridad masculina se originó en la situación de Panchita, mi madre, a quien su marido abandonó en el Perú con dos niños en pañales y un recién nacido en los brazos. Eso obligó a Panchita a pedir refugio en casa de sus padres en Chile, donde pasé los primeros años de mi infancia”. Con un tono insondable y al mismo tiempo inquietante, la escritora Isabel Allende escribe este libro en el que recuerda cómo dejó de temerle a la vida, cómo enfrenta la vejez y cómo le apostó al amor una y otra vez sin sentir remordimiento alguno.
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“No exagero al decir que fui feminista desde el Kindergarten, antes de que el concepto se conociera en mi familia. Nací en 1942, así es que estamos hablando de la remota antigüedad. Creo que mi rebeldía contra las autoridad masculina se originó en la situación de Panchita, mi madre, a quien su marido abandonó en el Perú con dos niños en pañales y un recién nacido en los brazos. Eso obligó a Panchita a pedir refugio en casa de sus padres en Chile, donde pasé los primeros años de mi infancia”. Con un tono insondable y al mismo tiempo inquietante, la escritora Isabel Allende escribe este libro en el que recuerda cómo dejó de temerle a la vida, cómo enfrenta la vejez y cómo le apostó al amor una y otra vez sin sentir remordimiento alguno.
Mientras las adolescentes de su época soñaban con tener novio y cuidar de su apariencia, Isabel Allende se hacía preguntas acerca del feminismo y las injusticias sociales. Mientras el resto del mundo caminaba por las calles de Chile repitiendo las conductas, acciones y palabras de los otros, aquella niña sabía que no pertenecía a ningún lugar, que cualquier cosa que dijera podría traerle más problemas. Entonces se apoderó de las tardes silenciosas en donde su mente y sus propios pensamientos serían su mejor compañía. Panchita en repetidas ocasiones solía decirle: “Vas a recibir mucha agresión y pagarás un precio muy alto por tus ideas”. Así se arriesgó mil veces para que sus ideas fueran escuchadas, se preocupó por las empleadas de la casa y por mujeres del común que no tenían la voz ni los recursos para poder cambiar el rumbo de su historia, las observaba caminar frágiles en un mundo desigual.
Su carácter desafiante y obstinado la llevó a perseguir sus propias convicciones, se permitió sentir sus miedos y saber dominarlos. Esto la llevó a arriesgarse y escribir en Caracas su primera novela, La casa de los espíritus, a los 40 años, a finales del Boom latinoamericano, época en la que a las escritoras no se les prestaba suficiente atención. Esto no le impidió creer en su pluma y escuchar los consejos de su amiga Carmen Balcells, cuando le dijo: “Aquí nadie sabe más que tú, todos improvisamos”.
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En su libro Mujeres del alma mía, Allende, con su pluma vigorosa, nos invita a una reflexión profunda en donde las mujeres debemos seguir dando muestra de nuestra independencia, fuerza y constancia. Así, con la firmeza de cada uno de nuestros pasos, demostrar que no existen imposibles cuando de cambiar el mundo se trata. En estas páginas nos da a conocer las historias de Panchita, Michelle Bachellet, Carmen Balcells y Olga Murray.
Señora Allende, usted ha hablado de la importancia de su abuelo en su vida, tanto así que quería ser como él. ¿Qué la llevó a pensar en esto?
Mi abuelo era el patriarca bondadoso de la familia, la máxima autoridad, el proveedor, el ejemplo de moral y de comportamiento. Yo deseaba ese poder. No quería ser vulnerable, dependiente y sin recursos como mi madre. Después, en la vida, he comprobado que la voz de mi abuelo está siempre en mi consciencia, recordándome las reglas que él se imponía a sí mismo: trabajar, ser responsable, honesto, disciplinado; no quejarse, no pedir nada; dar y ayudar sin alarde, discretamente; proteger a los más débiles.
¿Cómo surge la idea de su más reciente libro, Mujeres del alma mía?
Fue idea de uno de mis editores en Plaza y Janés, España, que quiso publicar una conferencia que yo había dado en México y que se hizo viral, pero me di cuenta de que estaba añeja. El feminismo había dado un salto adelante con el reciente movimiento #MeToo y las protestas sociales, en las que tanto participaron las mujeres. Me puse a reflexionar sobre la trayectoria del feminismo a lo largo de mi vida, el momento que estamos viviendo y el objetivo final, que es nada menos que terminar con el patriarcado.
En este libro narra cómo en su adolescencia vivía en un estado de furia incontrolable, pero no la manifestaba con gritos sino con un silencio acusador. ¿Qué produjeron esos silencios en su vida?
Supongo que era mi manera de manifestar el descontento sin ser atrevida con mi madre. No quería hacerla sufrir, porque yo la consideraba una víctima del machismo y nunca la causa de mi rabia. Además, me eduqué en colegios británicos, donde lo primero que una aprende es a controlar el mal genio y fingir impavidez.
Al inicio de las páginas de su libro usted afirma: “No sé cómo se las arreglan los novelistas que tuvieron una infancia amable en un lugar normal”. ¿Por qué cree que esto puede traer inconvenientes al autor a la hora de escribir?
Mis novelas están todas inspiradas en aspectos negativos de mi infancia, incluso aquellas novelas históricas que parecen ajenas por completo a mi vida o al tiempo en que me tocó vivir. Escojo esos temas y esos personajes porque estoy siempre explorando los demonios de mi psiquis, aquellos demonios que vienen de muy antiguo, de la infancia y la adolescencia. No fui una niña contenta, recuerdo mi infancia como un período de inseguridad, miedo, impotencia y preguntas sin respuesta. Eso me sirve de inspiración y me impulsa a escribir.
En muchas oportunidades ha mencionado que el miedo nos quita humanidad, fuerza y razonamiento. ¿En qué momento dejó de vivir con miedo?
Perdí el miedo a la vida y a la muerte cuando murió mi hija Paula, en l992. Ese año cumplí cincuenta años y mi vida interior cambió completamente. Maduré de golpe. El dolor me dejó en carne viva y pude sobrevivir; eso me dio confianza en mi propia fuerza.
En su más reciente libro usted le presenta al lector las mujeres que la han acompañado a lo largo de su vida. ¿Cuáles fueron las enseñanzas más importantes que le dejaron?
De todas aprendí la alegría de vivir con un propósito. Mi propósito ha sido la escritura y ayudar a otras mujeres con mi fundación. También aprendí de ellas a confiar en mí misma y en otras mujeres.
Usted proviene de una familia tradicional, ¿cuáles fueron los riesgos que tomó al exponer su personalidad empoderada y rebelde?
Nací en l942 en una familia que se consideraba intelectual y moderna, pero en realidad era de la Edad de Piedra. Mi rebeldía era incomprensible. Sin embargo, más tarde, cuando empecé a trabajar como periodista en una revista femenina y feminista, los riesgos fueron más serios que simplemente hacer rabiar a mis parientes. Éramos cuatro mujeres jóvenes que publicábamos aquello que hasta entonces nunca se había mencionado: divorcio, anticonceptivos, infidelidad, aborto, violencia doméstica, etc. Recibimos mucha agresión de esa sociedad machista y católica, pero sacudimos a la cultura y le dimos un tremendo empujón al feminismo.
En sus obras un factor común es el amor y por supuesto esto también lo podemos observar en su vida, puesto que a sus 76 años decidió casarse por tercera vez. ¿Por qué piensa que la edad no es un impedimento al momento de enamorarse?
Porque tengo la experiencia personal de haber estado siempre enamorada. Ahora, a los 78, amo igual que cuando tenía 20, pero con una sensación de urgencia. Me quedan pocos años de vida, no puedo perder ni un solo día, no puedo ensuciar el amor con tonterías, debo cuidarlo como una orquídea de invernadero.