Iván Turgénev: psicología profunda y nihilismo
Este autor logró entender con precisión los conflictos sociales, las injusticias, la expresión de sentimientos, el papel del amor en la vida de los seres humanos y la constante búsqueda de identidad.
Mónica Acebedo
Con justa razón, Harold Bloom afirmó que Iván Turgénev era un psicólogo agudo (The bright book of life, Alfred A. Knoff, 2020, p.183). Y es que, en efecto, una de las principales características del afamado escritor ruso era la capacidad de mostrar los sentimientos y angustias de los personajes, sin necesidad de describir. Asimismo, se trató de una de las plumas más transgresoras del siglo XIX en Rusia porque logró representar adecuadamente la transformación social del momento; la forma cómo las generaciones de la tradición monárquica vieron las críticas de las nuevas; la influencia de Occidente en las tradiciones rusas y, sobre todo, la manera en la que logró presentar una diatriba a las injusticias sociales y al sistema de servidumbre.
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Con justa razón, Harold Bloom afirmó que Iván Turgénev era un psicólogo agudo (The bright book of life, Alfred A. Knoff, 2020, p.183). Y es que, en efecto, una de las principales características del afamado escritor ruso era la capacidad de mostrar los sentimientos y angustias de los personajes, sin necesidad de describir. Asimismo, se trató de una de las plumas más transgresoras del siglo XIX en Rusia porque logró representar adecuadamente la transformación social del momento; la forma cómo las generaciones de la tradición monárquica vieron las críticas de las nuevas; la influencia de Occidente en las tradiciones rusas y, sobre todo, la manera en la que logró presentar una diatriba a las injusticias sociales y al sistema de servidumbre.
Iván Sergeyevich Turgénev nació el 28 de octubre de 1818 en Oryol, Rusia. Su padre y madre provenían de familias aristócratas tradicionales. Recibió la educación usual para niños del medio aristocrático, con tutores extranjeros que lo iniciaron en literatura, filosofía e idiomas. Luego, entre 1838 y 1841, se trasladó a Berlín, donde terminó sus estudios universitarios y afianzó sus críticas a la monarquía absolutista, que seguía vigente en Rusia. Regresó a su país y empezó a escribir obras de teatro y poesía, la mayoría con reclamos y críticas por las injusticias sociales. En 1852 escribió una colección de relatos cortos (Memorias de un cazador), la mayoría sobre la vida del campo y la servidumbre. Después de eso, se estableció en Francia y Alemania, y se consagró a la prosa de novelas como Rudin (1856), Nido de nobles (1859), En vísperas (1860), Padres e hijos (1862), Primer amor (1860), Aguas primaverales (1872) y Tierras vírgenes (1877). Fue criticado por sus contemporáneos (en especial por Dostoyevski) por su mirada occidentalizada. Murió en Bougival (Francia) el 3 de septiembre de 1883.
El estilo de su prosa realista se concentró en la observación detallada de los comportamientos de los personajes, los conflictos generacionales, la transformación social, la decadencia de la aristocracia en Rusia y las tensiones sociológicas.
En la novela Padres e hijos difundió el término “nihilista”, que luego Nietzsche desarrolló, para sugerir que en la vida en sociedad nada tenía sentido, que el ser humano no sabía nada ni se entendía a sí mismo. El protagonista, Bazarov, tenía mucha profundidad psicológica, pero no tenía principios religiosos ni morales. No existían los dioses… Bazarov no aceptó ninguna autoridad y todo el tiempo desafió las normas culturales y sociales preestablecidas:
“–Es nihilista –repitió Arkadi.
–Nihilista –profirió Nikolái Petróvich–. Viene del latín, nihil; es decir, ‘nada’, por cuanto puedo juzgar. Por lo tanto, esta palabra define a una persona que... que ¿no reconoce nada?
–Mejor di: que no respeta nada
–se apresuró a decir Pável Petróvich y volvió a untar la mantequilla.
–Que todo lo valora desde un punto de vista crítico –precisó Arkadi.
–Y ¿no es eso lo mismo? –preguntó Pável Petróvich.
–No, no lo es. Un nihilista es una persona que no se doblega ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como un dogma de fe, por mucho respeto que este principio infunda a su alrededor.
–Y ¿acaso eso está bien? –le interrumpió Pável Petróvich.
–Según para quién, tío. Para unos está bien, y para otros muy mal”.
Primer amor fue posiblemente su novela más icónica. Se dijo, que era, además, bastante autobiográfica. Vladimir, el narrador, retrocedió a sus angustias adolescentes: cuando tenía dieciséis años se enamoró de la princesa Zinaida, que por ese entonces tenía veintiuno. La mujer provenía de una familia noble empobrecida, pero era tan hermosa que se daba el gusto de desechar a sus muchos pretendientes. La novela sugirió que los hombres quedaban marcados con su primer amor para siempre y que ese era el punto de quiebre entre la inocencia infantil y la adultez: “Me acuerdo de que entonces la imagen de una mujer, el fantasma de un amor casi nunca aparecía de manera clara y nítida en mi mente, pero en todo lo que pensaba, en todo lo que sentía se escondía el presentimiento de algo nuevo, inimaginablemente dulce, femenino, algo de lo que sólo a medias era consciente, pero que hería mi pudor”.
De la misma forma planteó una expresión de sentimientos mezclada con la complejidad de las relaciones: “Me perdía en mis pensamientos y buscaba lugares apartados. Sentía predilección por las ruinas del invernadero. Me subía al alto muro, me sentaba y permanecía sentado tan desconsolado, tan solo y tan triste en mi juventud, que me compadecía de mí mismo. ¡Cuánto me complacían estos sentimientos tristes! ¡Cuánto me deleitaba con ellos!”
En suma, Iván Turgénev fue uno de los escritores más destacados de la historia de la literatura rusa del siglo XIX. Logró entender con precisión los conflictos sociales, las injusticias, la expresión de sentimientos, el papel del amor en la vida de los seres humanos y la constante búsqueda de identidad.