Las listas incompletas de Jaime Andrés Monsalve
El libro En surcos de colores: una historia de la música colombiana en 150 discos se impone la tarea de reseñar algunos de los trabajos artísticos más destacados del país. Hicieron falta tres años y una larga lista de discos para lograr esta publicación, pero el autor espera que sea una hoja de ruta digna para cualquiera que quiera aprender más sobre el extenso y ecléctico acervo musical colombiano.
Santiago Gómez Cubillos
Primero fueron cien. Cuando John Naranjo, director editorial de Rey Naranjo, le puso a Jaime Andrés Monsalve la tarea de hacer una compilación con los discos más representativos de la música colombiana, ese era el límite. Era 2021 y, para entonces, la editorial ya había sacado dos trabajos parecidos: “Testigos del fin del mundo”, de Javier Rodríguez-Camacho, en el que se encuentran 120 reseñas de discos icónicos publicados entre 2010 y 2020; y “Between sound and space” (Entre el sonido y el espacio), de Tyran Grillo, que recogía reseñas de algunos álbumes del sello alemán de jazz ECM. El norte del proyecto era claro, pero el reto sería tratar de condensar en un libro de longitud decente toda esa amalgama musical que había gestado el país desde la aparición del vinilo.
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Primero fueron cien. Cuando John Naranjo, director editorial de Rey Naranjo, le puso a Jaime Andrés Monsalve la tarea de hacer una compilación con los discos más representativos de la música colombiana, ese era el límite. Era 2021 y, para entonces, la editorial ya había sacado dos trabajos parecidos: “Testigos del fin del mundo”, de Javier Rodríguez-Camacho, en el que se encuentran 120 reseñas de discos icónicos publicados entre 2010 y 2020; y “Between sound and space” (Entre el sonido y el espacio), de Tyran Grillo, que recogía reseñas de algunos álbumes del sello alemán de jazz ECM. El norte del proyecto era claro, pero el reto sería tratar de condensar en un libro de longitud decente toda esa amalgama musical que había gestado el país desde la aparición del vinilo.
La caja de recuerdos que destapó Monsalve le echó encima una avalancha de nombres, de discos y canciones que él tuvo que organizar meticulosamente para no dejar nada por fuera. Fue ahí que se dio cuenta de que una lista de 100 cupos hubiese sido sumamente restrictiva, por lo que tuvo que negociar por lo menos 50 cupos más con su editor. Si bien él hubiese preferido irse hasta 200, se conformó con el aumento. En el fondo sabía que eso era lo de menos, porque para él cualquier listado de este tipo, fuera de 10 o de 500, representaba una selección injusta y excluyente.
“En surcos de colores”, por lo tanto, es un ejercicio personal y sesgado, aunque no por eso falto de rigurosidad. Durante tres años, Monsalve se dedicó a darle un espacio a todos los ritmos que alguna vez plasmaron su marca en la historia colombiana, desde el bambuco y el torbellino, hasta el rock y el reguetón. Más que un crítico, detrás de este trabajo hay periodista que quiere guiar a su lector por los más intrincados recovecos sonoros de este país.
¿Cómo fue el primer acercamiento a esa tarea? Y, sobre todo, ¿cómo fue la organización previa para evitar que el resultado no fuera una enciclopedia de mil páginas?
Para la selección de esos discos hubo varias etapas. En primer lugar, tuve que preguntar por los discos que no podían faltar en las casas de mis amigos, colegas y conocidos. Entonces ahí empezaron a salir nombres como “Los cantos vallenatos de Escalona” y “Viejo Tolima” de Silva y Villalba. Eran discos que estaban en las casas sin pretensión de ser piezas de colección, sino simplemente para hacerlos sonar. Luego, me puse a pensar en los artistas que tenían que estar sí o sí, aunque no supiera cuál fuera su disco representativo. En esos casos buscaba el que tuviera la mayor cantidad de sus éxitos o su éxito más grande y ese era el elegido. Pasó con artistas como Jaime Echavarría y Elenita Vargas. Finalmente, una tercera parte del ejercicio fue la consulta a coleccionistas y expertos que me indicaban qué se me estaba olvidando. Una de las cosas que sí tuve en cuenta fue poner al menos un disco representativo de cada género y de cada región. Y, en esos casos en los que solo había un disco, como, por ejemplo, en el caso del Archipiélago de San Andrés, traté de ser bastante exhaustivo con la reseña. Fue así como poco a poco la selección comenzó a tomar forma.
Me imagino que, incluso así, hubo muchos que le dolió dejar por fuera...
Por supuesto. Me hizo falta una reseña de artistas como Las Áñez, Los Tupamaros, Crescencio Salcedo, Armando Hernández, Ruth Marulanda, en fin. Pero, por otro lado, hubo unos cuatro o cinco discos que no hacen parte del canon de la música colombiana y que yo de todas maneras decidí incluir en el listado porque eran discos que tenían una calidad muy alta y que para mí debían tener una mejor suerte. Por poner un ejemplo, si hace cinco años hubiese publicado esta selección, probablemente no estarían incluidas Elia y Elizabeth. Pero, la reedición que lanzó el sello Vampisoul sacó a la luz un tesoro escondido que nos volvió a abrir los ojos.
¿Hubo algún disco que usted no conociera, pero que, al descubrirlo, se diera cuenta de que no podía faltar en la selección?
No fue tanto así. Lo que sí me pasó fue que había algunos artistas que yo tenía en el radar, pero que no les había dado la importancia que realmente tenían. Un caso particular fue el de Jorge Ariza, un importante intérprete del requinto. Umberto Pérez, un colega escritor, me sugirió que incluyera algo de él por ser uno de los mayores precursores de la carranga. Entonces, investigué un poco más y me di cuenta de que, en efecto, fue un tipo muy importante, porque rescató del olvido un instrumento que después se convertiría en el canon del torbellino y de la carranga.
Por más que la crítica se ensañe a veces contra el reguetón, es imposible dejarlo de lado en una selección que pretende contar la historia de la música en Colombia. ¿Por qué escogió a Karol G como la representante del género?
Cuando arrancamos el ejercicio yo sentía que era más oportuno escribir sobre J Balvin o sobre Maluma. Menos mal no me fui por ninguno ellos, porque, en los últimos dos años, Karol G se ha convertido en la figura femenina más importante del pop mundial, una cosa así de aterradora. Claro, el libro tiene el sesgo de la subjetividad y esta no es música que yo escuche normalmente, pero no haber incluido a una representante así ya hubiera sido demasiado. Ya no sería una historia de la música colombiana en 150 discos, sino una historia de los géneros que a mí me gustan y ya.
Usted tiene otro libro llamado “El ruido y las nueces”, que tiene crónicas e historias del mundo de la música. ¿Hay conexiones entre esta obra y “En surcos de colores”?
Claro que sí, hay por lo menos tres. La primera fue con el disco de los Hermanos Hernández, “Aquellas canciones”, porque ellos fueron de los primeros artistas colombianos que hicieron una gira importante por el exterior. El primero realmente fue Pedro Morales, pero, tristemente, no existen grabaciones de eso. Entonces, sobre ellos escribí una crónica en “El ruido y las nueces” y su disco está incluido en la selección de este libro. Hay otro disco que aparece en ambos y es “Luis Rovira Sexteto”, el trabajo de un clarinetista español que fue el primer disco de jazz hecho en Colombia. Y el otro que aparece también en los dos fue “Presentando a los famosos Hermanos Ferreira”, que fue el trabajo de un cuarteto de hermanos que estuvieron en el programa de Ed Sullivan, tres años antes que los Beatles. Eso fue en 1960, cuando todavía estaban muy niños. El mayor en ese entonces tenía 17 años y el menor tenía 8 y el disco que reseñé en este libro fue justo el que grabaron durante esa estancia en Nueva York.
El título de su libro ya es una alusión directa a un formato específico de la música. ¿Qué valor tiene para usted el vinilo?
En primer lugar, se debió a que la gran mayoría de los discos de esta selección son vinilos, al menos todos los que salieron hasta finales de la década de los 80, que es cuando aparece el formato de disco compacto. La intención tampoco era que el libro fuese un compilado exclusivamente de vinilos. A mí lo que me interesa de ahí es que en el vinilo está la historia. Es decir, si uno quiere tener la colección completa de la obra de Lucho Bermúdez, por ejemplo, no puede irse a buscarla en disco compacto porque no la va a encontrar. En CD solamente salieron unos compilados con los mismos 15 o 20 temas y lo demás se perdió o simplemente se olvidó. Yo no soy un nostálgico, no pienso que el vinilo suene mejor que el disco compacto, pero históricamente las grabaciones en vinilo son las que preservaron esos primeros momentos de la discografía colombiana.
Este definitivamente no es un libro para devorarse en una sentada. ¿Cómo se imagina a sus lectores?
Yo sabía que este no era un libro para leer de corrido y no está pensado como tal. Alguien me decía incluso que, en algún momento, este se iba a volver un libro de consulta, algo que se refuerza con una de las cosas que metió el editor Alberto Domínguez, que fue un índice onomástico. Eso es muy difícil de hacer, pero lo logró y ahí está para que cualquiera que quiera consultar la obra de un artista en particular. Entonces yo creo que “En surcos de colores” es un libro que va a llegar a manos muy diferentes, no necesariamente de melómanos y conocedores. Mi afán realmente ha sido el de seguir aprendiendo para poder enseñarle un poco a mis lectores y a mis oyentes. Con “El ruido y las nueces” pasó lo mismo. Todas eran historias que nacían de una curiosidad muy egoísta, de cosas que no me dejaban dormir a mí, y haber encontrado personas que quisieran leer o escuchar esos cuentos es algo que agradezco mucho.