Jaime Jaramillo Escobar y su correspondencia por email
Desde hace dos años el poeta Jaime Jaramillo Escobar es el asesor del plan de lectura de Medellín. En ese tiempo ha mantenido una serie de correspondencia web con Ana María, una de las trabajadora en el plan. ¿Qué escribe Jaramillo en la web?
Daniel Ferreira
Ana María trabaja en el plan de lectura de Medellín. Desde 2013 coordina proyectos de clubs de lectura, memorias de eventos y de talleres y publicaciones. Desde hace dos años es la encargada de contactar al poeta Jaime Jaramillo Escobar sobre todos los asuntos relacionados con talleres, el de escritura del maestro en la biblioteca Piloto y asesorías editoriales que presta el maestro para la secretaría de educación. Ella cree que el maestro se ha enamorado. Me muestra un mensaje exclusivo en su celular con el último cruce de correos entre los dos: “Ana María, lo que más voy a extrañar no son las publicaciones sino a ti." Apenas le envió el mensaje con el que se cerraba un nuevo ciclo de colaboraciones entre el poeta y la alcaldía, ella lo llamó a su celular: “¿Qué hacemos el viernes, Jaime?”. “Vamos a tomar el té”. Dice que es fanático del té. Que en su casa tiene colecciones de distintas clases de té. Que todos están exhibidos en una estantería. El maestro es un obsesivo clasificador de: palabras (cuenta las que componen sus emails, o carticas, como él las llama: “Te envío esta pequeña carta de apenas quinientas cincuenta y cinco palabras. Si quieres cambiar algo, me avisas").
Pregunto si se ha atrevido a sugerir el cambio de un solo adjetivo. Dice que es incapaz. Le preguntó a su jefe muchas ocasiones y siempre era el mismo asunto: son demasiado largas. Dígale que hay que recortar, pero que las acorte él. Así lograron acorralarlo para editar algunas cosas. Le digo que es supremo sacrilegio. Dice que sí. Le digo que haga un back up de las cartas tal y como las envía y que las archive como correo oficial y que lo deposite todo luego en una biblioteca de la ciudad como “correspondencia por emails”. Me dice que la casa de Jaime Jaramillo Escobar tiene unas escaleras empinadísimas a la entrada. Que para abrir la puerta él baja a toda prisa dando saltos mortales a sus ochenta y pico. Le digo que es un irresponsable que está poniendo en riesgo a la literatura nacional. Ella ríe con una expresión a medias entre la timidez de tomar limonada por el pitillo y la tirantez de los labios.
Jaime Jaramillo Escobar es el gran poeta vivo que queda de las generaciones emblemáticas de la literatura colombiana. Militante del nadaísmo en su juventud, pasó a la vida civil con la discreción de un gato li huan. Los últimos veinte años los ha dedicado a su infatigable labor de pedagogo mordaz. En la biblioteca Piloto de Medellín dicta un taller donde la prueba más drástica consiste en decirle a gente menos atenta que se dedique a otro asunto, menos literario pero igual de espirituoso: el alcohol, el amor, la maternidad.
Una señora se cambió del taller de la piloto al taller de San Javier porque no soportaba más la franqueza del maestro. No entendía por qué había que ser madre antes de intentar escribir un poema sobre la maternidad. Dice que un día contactaron al Jaime Jaramillo Escobar para que seleccionara frases de los maestros de la literatura colombiana con el fin de encabezar con lemas unos documentos oficiales y casi todos los autores que le propusieron le parecían bodrios. Solo Tomás González le parecía un autor digno. Alguna vez conoció a García Márquez en una fiesta y le pareció un costeño ordinario de Barranquilla: gritaba y hacía escándalo. Él ha preferido reservar los escándalos por las licencias públicas de los carnavales.
En el carnaval de las artes sale disfrazado con el grupo Matacandelas de Medellín y saluda a la gente en la calle. Hay una foto que ronda en internet donde lee en cueros. Inocuos escándalos privados que no provocan la animadversión de nadie. Pero nunca interrumpe la palabra ajena en su taller. Los alumnos leen, y él los escucha. Otro día vistió de saco y corbata para ir a conocer la biblioteca de León de Greiff. Cuando entro, notó que en las estanterías no había libros. Todos estaban apilados y diseminados por el suelo. El maestro saltó sobre una pila a buscar un ejemplar, y de forma sorprendente, como un perro antinarcóticos, lo encontró. Ana maría conoce docenas de anécdotas que el maestro le ha dejado en su email. Tal vez sí esté enamorado de ella. Es una muchacha antioqueña de admirable palidez.
Duda entre comida vegetariana y las arepas de carne que recomienda como lo mejor del menú del restaurante, pero cuando me traen el plato de arepa con salsa peruana rellena de carne ella se decide por una superhamburguesa de doble piso y terraza. Es decir que no es totalmente radical en sus hábitos y puede cambiar de vegetariana a carnívora sin remordimientos. Explica que su familia tuvo cuatro monjas en el pasado. Ella no entiende cómo se aguanta esa vida monacal los que hacen votos religiosos. No lo soportaría, dice mientras come con cubiertos su hamburguesa, llevar una vida de claustro como sus antepasadas, explica. Empezamos a comer hablando del maestro Jaime Jaramillo y continuamos con la telenovela de la Santa Laura. Los vecinos de mesa hablan sobre aspectos escabrosos y olvidados de las vidas de los santos y mártires locales.
Ella contó que una vez, de niña, fue a una misa donde a las mujeres les tomó 45 minutos recitar el nombre de todos los santos. Ella no soportó. To-dos, dice con énfasis, mientras imita a su amigo seminarista. Gregorio, que come de la otra orilla habla de la momia feroz del beato Marianito. Dice que su madre lo llevó de niño y vio el monstruo más aterrador. La señora que cuidada la momia dijo que no se asustaran, era el estado en que lo dejaron todos los creyentes que pasaban por allí y querían llevarse un pellizco de la piel de Mariano para hacer un remedio con bebedizo y curarse. Alguien recuerda que Santa Laura le quemaba la lengua a los indígenas de Dabeiba profunda por hablar en embero. Me da la impresión de que todos dejan de masticar cuando oyen el dato. Le pregunto a Ana si podría solicitar al maestro que me recibiera en su casa o su taller. Quisiera entrevistarlo o hacer un reportaje. Dice que mañana le consultará, por email. Me enseña otro mensaje en su teléfono. TQM, pone al maestro al final, como firma. Ella dice que significa: te quiero mucho. Yo ya lo sabía, que es una despedida de enamorado, pero en estos casos hay que fingir que no lo sabes.
Ana María trabaja en el plan de lectura de Medellín. Desde 2013 coordina proyectos de clubs de lectura, memorias de eventos y de talleres y publicaciones. Desde hace dos años es la encargada de contactar al poeta Jaime Jaramillo Escobar sobre todos los asuntos relacionados con talleres, el de escritura del maestro en la biblioteca Piloto y asesorías editoriales que presta el maestro para la secretaría de educación. Ella cree que el maestro se ha enamorado. Me muestra un mensaje exclusivo en su celular con el último cruce de correos entre los dos: “Ana María, lo que más voy a extrañar no son las publicaciones sino a ti." Apenas le envió el mensaje con el que se cerraba un nuevo ciclo de colaboraciones entre el poeta y la alcaldía, ella lo llamó a su celular: “¿Qué hacemos el viernes, Jaime?”. “Vamos a tomar el té”. Dice que es fanático del té. Que en su casa tiene colecciones de distintas clases de té. Que todos están exhibidos en una estantería. El maestro es un obsesivo clasificador de: palabras (cuenta las que componen sus emails, o carticas, como él las llama: “Te envío esta pequeña carta de apenas quinientas cincuenta y cinco palabras. Si quieres cambiar algo, me avisas").
Pregunto si se ha atrevido a sugerir el cambio de un solo adjetivo. Dice que es incapaz. Le preguntó a su jefe muchas ocasiones y siempre era el mismo asunto: son demasiado largas. Dígale que hay que recortar, pero que las acorte él. Así lograron acorralarlo para editar algunas cosas. Le digo que es supremo sacrilegio. Dice que sí. Le digo que haga un back up de las cartas tal y como las envía y que las archive como correo oficial y que lo deposite todo luego en una biblioteca de la ciudad como “correspondencia por emails”. Me dice que la casa de Jaime Jaramillo Escobar tiene unas escaleras empinadísimas a la entrada. Que para abrir la puerta él baja a toda prisa dando saltos mortales a sus ochenta y pico. Le digo que es un irresponsable que está poniendo en riesgo a la literatura nacional. Ella ríe con una expresión a medias entre la timidez de tomar limonada por el pitillo y la tirantez de los labios.
Jaime Jaramillo Escobar es el gran poeta vivo que queda de las generaciones emblemáticas de la literatura colombiana. Militante del nadaísmo en su juventud, pasó a la vida civil con la discreción de un gato li huan. Los últimos veinte años los ha dedicado a su infatigable labor de pedagogo mordaz. En la biblioteca Piloto de Medellín dicta un taller donde la prueba más drástica consiste en decirle a gente menos atenta que se dedique a otro asunto, menos literario pero igual de espirituoso: el alcohol, el amor, la maternidad.
Una señora se cambió del taller de la piloto al taller de San Javier porque no soportaba más la franqueza del maestro. No entendía por qué había que ser madre antes de intentar escribir un poema sobre la maternidad. Dice que un día contactaron al Jaime Jaramillo Escobar para que seleccionara frases de los maestros de la literatura colombiana con el fin de encabezar con lemas unos documentos oficiales y casi todos los autores que le propusieron le parecían bodrios. Solo Tomás González le parecía un autor digno. Alguna vez conoció a García Márquez en una fiesta y le pareció un costeño ordinario de Barranquilla: gritaba y hacía escándalo. Él ha preferido reservar los escándalos por las licencias públicas de los carnavales.
En el carnaval de las artes sale disfrazado con el grupo Matacandelas de Medellín y saluda a la gente en la calle. Hay una foto que ronda en internet donde lee en cueros. Inocuos escándalos privados que no provocan la animadversión de nadie. Pero nunca interrumpe la palabra ajena en su taller. Los alumnos leen, y él los escucha. Otro día vistió de saco y corbata para ir a conocer la biblioteca de León de Greiff. Cuando entro, notó que en las estanterías no había libros. Todos estaban apilados y diseminados por el suelo. El maestro saltó sobre una pila a buscar un ejemplar, y de forma sorprendente, como un perro antinarcóticos, lo encontró. Ana maría conoce docenas de anécdotas que el maestro le ha dejado en su email. Tal vez sí esté enamorado de ella. Es una muchacha antioqueña de admirable palidez.
Duda entre comida vegetariana y las arepas de carne que recomienda como lo mejor del menú del restaurante, pero cuando me traen el plato de arepa con salsa peruana rellena de carne ella se decide por una superhamburguesa de doble piso y terraza. Es decir que no es totalmente radical en sus hábitos y puede cambiar de vegetariana a carnívora sin remordimientos. Explica que su familia tuvo cuatro monjas en el pasado. Ella no entiende cómo se aguanta esa vida monacal los que hacen votos religiosos. No lo soportaría, dice mientras come con cubiertos su hamburguesa, llevar una vida de claustro como sus antepasadas, explica. Empezamos a comer hablando del maestro Jaime Jaramillo y continuamos con la telenovela de la Santa Laura. Los vecinos de mesa hablan sobre aspectos escabrosos y olvidados de las vidas de los santos y mártires locales.
Ella contó que una vez, de niña, fue a una misa donde a las mujeres les tomó 45 minutos recitar el nombre de todos los santos. Ella no soportó. To-dos, dice con énfasis, mientras imita a su amigo seminarista. Gregorio, que come de la otra orilla habla de la momia feroz del beato Marianito. Dice que su madre lo llevó de niño y vio el monstruo más aterrador. La señora que cuidada la momia dijo que no se asustaran, era el estado en que lo dejaron todos los creyentes que pasaban por allí y querían llevarse un pellizco de la piel de Mariano para hacer un remedio con bebedizo y curarse. Alguien recuerda que Santa Laura le quemaba la lengua a los indígenas de Dabeiba profunda por hablar en embero. Me da la impresión de que todos dejan de masticar cuando oyen el dato. Le pregunto a Ana si podría solicitar al maestro que me recibiera en su casa o su taller. Quisiera entrevistarlo o hacer un reportaje. Dice que mañana le consultará, por email. Me enseña otro mensaje en su teléfono. TQM, pone al maestro al final, como firma. Ella dice que significa: te quiero mucho. Yo ya lo sabía, que es una despedida de enamorado, pero en estos casos hay que fingir que no lo sabes.