Jairo Pinilla, el cineasta popular que quedó en la quiebra
La versión XIII del Festival Internacional de Cine de Cali le rinde tributo al director nacido en esta ciudad. Además de proyectar cuatro de sus más conocidas películas, exhibirá un documental sobre su vida y obra. Reseña.
Jaír Villano
FOCINE -la compañía estatal que brindaba apoyo económico a los directores de cine en Colombia- despojó a Jairo Pinilla de sus películas. El padre del cine de terror en este país estaba en la bancarrota, desaparecido, indescifrable. Como en una de sus tramas, a este protagonista le llegaron días nefastos y siniestros, inverosímiles -algo así como los doblajes de sus filmes- y difíciles de entender: el director que llenaba taquillas en los teatros nacionales estaba quebrado. El cineasta más popular de los años ochenta no tenía quién lo amparara. Los chismes decían que se le había visto conduciendo un taxi.
“La Venganza de Jairo”, el documental de Simón Hernández Estrada, es un honesto y detallado retrato de un artista en el sentido más amplio y estrecho del adjetivo. De alguien que provoca divergencias de perspectivas, controversia en las opiniones, colisión de apreciaciones. En suma -y como pasa con muchos de los grandes-, un artista de adeptos y detractores.
No es una apología a su cine, no son un ditirambo de imágenes, no es una fachada que disimula sus errores: el documental es realmente sincero: a medida que transcurre “La Venganza de Jairo” podemos observar al cineasta de efectos estrafalarios, pero también al humano apasionado y enamorado de su nuevo largometraje; al hombre que va contra marea y corriente, que asume los riesgos que implica llevar ello a ejecución y no la comodidad y el prestigio que a otros irreverentes les genera la pose.
El cineasta, decía, que es respetado por otros cineastas, que es burlado por sus actores, que es puesto en duda por sus técnicas y sus guiones, el grande y el desopilante, el exitoso y el fracasado. Uno sobre el que la crítica cinematográfica nacional -tan exigua y estéril- no se pone de acuerdo.
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En uno de los desplantes del reparto -en realidad la pausa justa de quien no recibe sus honorarios y no está dispuesto a soportar las condiciones menos ventajosas de rodaje-, Simón Hernández, algo atónito, le pregunta a Pinilla:
“-¿Toca volver a cambiar a la actriz?”
Y el creador de “Funeral siniestro”, luego de un rodeo de explicaciones -y un poco enojado por lo conveniente que esto puede resultar para el trabajo que planea su interlocutor-, contesta:
-”Esto le sirve al documental, pero no a la película”.
“Nosotros no somos sus enemigos, Jairo”. Se ve en la necesidad de defenderse el director de un documental que trabaja en la producción de la nueva y última película de su personaje: “El espíritu de la muerte”.
Hay que decirlo: pese a sí mismo, y como consecuencia de él mismo, el actor principal de este magnífico retrato -que aniquila el idealismo del desarrollo de un cine sin presupuesto-, termina por ser un impecable protagonista: uno que, incluso con sus quisquillosos métodos de trabajo y sus precarias condiciones laborales, da de qué hablar. Y genera simpatía. Acaso sea imposible ver “La venganza de Jairo” y no salir en busca de una de sus producciones.
Es que Pinilla genera admiración. Pero cuidado: no necesariamente por las virtudes con que desarrolla la operación que da fruto a su estética, más bien por las ganas -la terquedad y el masoquismo- que deposita en ella. Es un autor que se arriesga a todo, incluso a su propia vida: sus películas lo han endeudado. Los críticos, odiosos y elitistas, lo han destruido. Pinilla es un rebelde. La historia de su cine da para más cine. Las historias del rodaje de sus películas dan para más películas.
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“El cine en Colombia no se hace con las uñas, porque uñas no hay, se trabaja con las yemas de los dedos, ya las uñas se acabaron”, afirma con ironía en uno de los registros que presenta el film.
La similitud que más se le hace es con Orson Welles. A decir verdad, Pinilla solo se parece a él: el documental es un regalo para aquellos que no solo contemplan la imagen en movimiento como exhibición de virtuosismo y espectáculo, también como la expresión artística aquilatada por un director. O mejor: por un ser humano, por un artista que lo entrega todo en función de su arte.
Al final del largometraje de Hernández, esto es, en la exhibición del primer film de terror en formato 3D en este país, la cartelera del teatro donde se exhibe termina siendo elocuente por razones que Hernández nunca imaginó:
“CINE TONALA
HOY
ÚLTIMA PELI DE JAIRO PINILLA”.
Es un espejismo de la “industria” cinematográfica en un país cuya sociedad no valora -y ni siquiera conoce- su tradición. Tonalá -ese preciado lugar que ofrecía una cartelera cinéfila distinta a la mediática- hoy no existe.
Pese a todo, es poco probable que pase lo mismo con Jairo Pinilla. Su legado -por defecto o por efecto- ya hace parte de la historia nacional. Es competencia de las nuevas generaciones atacar o aclamar al padre.
***Toda la programación del Festival Internacional de Cine de Cali la encuentra aquí: https://ficcali.online/programacion/
FOCINE -la compañía estatal que brindaba apoyo económico a los directores de cine en Colombia- despojó a Jairo Pinilla de sus películas. El padre del cine de terror en este país estaba en la bancarrota, desaparecido, indescifrable. Como en una de sus tramas, a este protagonista le llegaron días nefastos y siniestros, inverosímiles -algo así como los doblajes de sus filmes- y difíciles de entender: el director que llenaba taquillas en los teatros nacionales estaba quebrado. El cineasta más popular de los años ochenta no tenía quién lo amparara. Los chismes decían que se le había visto conduciendo un taxi.
“La Venganza de Jairo”, el documental de Simón Hernández Estrada, es un honesto y detallado retrato de un artista en el sentido más amplio y estrecho del adjetivo. De alguien que provoca divergencias de perspectivas, controversia en las opiniones, colisión de apreciaciones. En suma -y como pasa con muchos de los grandes-, un artista de adeptos y detractores.
No es una apología a su cine, no son un ditirambo de imágenes, no es una fachada que disimula sus errores: el documental es realmente sincero: a medida que transcurre “La Venganza de Jairo” podemos observar al cineasta de efectos estrafalarios, pero también al humano apasionado y enamorado de su nuevo largometraje; al hombre que va contra marea y corriente, que asume los riesgos que implica llevar ello a ejecución y no la comodidad y el prestigio que a otros irreverentes les genera la pose.
El cineasta, decía, que es respetado por otros cineastas, que es burlado por sus actores, que es puesto en duda por sus técnicas y sus guiones, el grande y el desopilante, el exitoso y el fracasado. Uno sobre el que la crítica cinematográfica nacional -tan exigua y estéril- no se pone de acuerdo.
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En uno de los desplantes del reparto -en realidad la pausa justa de quien no recibe sus honorarios y no está dispuesto a soportar las condiciones menos ventajosas de rodaje-, Simón Hernández, algo atónito, le pregunta a Pinilla:
“-¿Toca volver a cambiar a la actriz?”
Y el creador de “Funeral siniestro”, luego de un rodeo de explicaciones -y un poco enojado por lo conveniente que esto puede resultar para el trabajo que planea su interlocutor-, contesta:
-”Esto le sirve al documental, pero no a la película”.
“Nosotros no somos sus enemigos, Jairo”. Se ve en la necesidad de defenderse el director de un documental que trabaja en la producción de la nueva y última película de su personaje: “El espíritu de la muerte”.
Hay que decirlo: pese a sí mismo, y como consecuencia de él mismo, el actor principal de este magnífico retrato -que aniquila el idealismo del desarrollo de un cine sin presupuesto-, termina por ser un impecable protagonista: uno que, incluso con sus quisquillosos métodos de trabajo y sus precarias condiciones laborales, da de qué hablar. Y genera simpatía. Acaso sea imposible ver “La venganza de Jairo” y no salir en busca de una de sus producciones.
Es que Pinilla genera admiración. Pero cuidado: no necesariamente por las virtudes con que desarrolla la operación que da fruto a su estética, más bien por las ganas -la terquedad y el masoquismo- que deposita en ella. Es un autor que se arriesga a todo, incluso a su propia vida: sus películas lo han endeudado. Los críticos, odiosos y elitistas, lo han destruido. Pinilla es un rebelde. La historia de su cine da para más cine. Las historias del rodaje de sus películas dan para más películas.
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Al final del largometraje de Hernández, esto es, en la exhibición del primer film de terror en formato 3D en este país, la cartelera del teatro donde se exhibe termina siendo elocuente por razones que Hernández nunca imaginó:
“CINE TONALA
HOY
ÚLTIMA PELI DE JAIRO PINILLA”.
Es un espejismo de la “industria” cinematográfica en un país cuya sociedad no valora -y ni siquiera conoce- su tradición. Tonalá -ese preciado lugar que ofrecía una cartelera cinéfila distinta a la mediática- hoy no existe.
Pese a todo, es poco probable que pase lo mismo con Jairo Pinilla. Su legado -por defecto o por efecto- ya hace parte de la historia nacional. Es competencia de las nuevas generaciones atacar o aclamar al padre.
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