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Aunque descreía en cierta medida de las palabras y de lo contado, contaba y necesitaba las palabras. Aseguraba que, como decía Charles Dickens en el comienzo de David Copperfield: “Para empezar por el principio, diré que nací (o eso me han dicho y yo lo creo) un viernes”. No estaba seguro de casi nada, y la duda lo atravesaba, a veces para descubrir, inventar, “qué significaba descubrir algo nuevo”, como le explicaba en una entrevista a Federico Simón, de El País, a veces para sonreír con ironía ante lo que llamaba el extremismo de los últimos tiempos. “La época que nos ha tocado vivir, casi desde que empezó el siglo XXI, es muy exagerada en todo. Se lleva todo al extremo. Ahora los rusos son horribles, luego Pushkin es asqueroso, cuando era un poeta mayúsculo. Hay un viejo dicho que dice: ‘Cuando se tiene la razón, pero se la exagera, se acaba perdiendo la razón’, y eso es lo que pasa continuamente. Ahora todo el mundo es esclavista, colonialista, y los países tienen que pedir perdón por esas rentas que no tienen que ver con la época actual”.
Alguna vez, años atrás, le preguntaron cómo había sido la convivencia con Julián Marías, su padre, uno de los pensadores más valiosos de España en el siglo XX. Rafael Narbona, de El Español, quiso saber sobre la convivencia con su padre, pero además sobre su opinión por la posteridad y su justicia. Marías respondió que sí, la convivencia estuvo bien, fue agradable porque cada uno tuvo su espacio, pero con respecto a la posteridad, contestó que “ya no existía tal cosa”. Que, hoy en día, las cosas iban tan deprisa, que todo se olvidaba con mucha velocidad. Que cuando alguien moría, dejaba de ser leído, como si los libros necesitaran una presencia que los avalara. Que en el caso de su padre, la injusticia comenzó en vida.
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A Narbona también le dijo que estaba harto de la estupidez: “Ya no puedo más”, agregó, explicando por qué en sus novelas había personajes inteligentes y con sentido del humor como un eco de sus inquietudes y convicciones. Porque Marías era exigente con sus obras, sus pensamientos y sus decisiones. Por eso rechazó premios, se tomó tan en serio la escritura de cada uno de sus libros y opinó con libertad, por más polémica o impopular que fuese su opinión, como las veces en las que consideró que algunos feminismos actuales eran “una contradicción”: “Hay diferentes tipos de feminismos. Los hombres, en su mayoría, estamos de acuerdo en que la situación de las mujeres ha sido de sometimiento y sojuzgamiento, y que ya no puede ser así. Ahora bien, una de las aspiraciones del feminismo clásico y del que la población occidental ha suscrito hace tiempo es que no se viera a las mujeres con paternalismo y que se apreciara lo que hacían por su valor, su mérito y calidad, sin atender si algo estaba hecho por un hombre o una mujer. Ahora hay un tipo de feminismo que, de manera obsesiva, habla del número de mujeres que hacen esto o lo otro, de cuántas están representadas en un festival de cine, de cuántas mujeres han ganado un premio nacional, etc. Si hablan de esto todos los días, yo ya no puedo leer sus textos como si fueran de cualquiera; desde el primer momento estoy viendo que es un texto de mujer”. Así se lo dijo a Patricio Zunini, de Infobae.
Su nombre se mencionó muchas veces en las listas de candidatos al Premio Nobel de Literatura y su obra fue galardonada con numerosos reconocimientos, aunque no confiara mucho en las dinámicas que rodeaban los premios. Corazón tan blanco fue galardonada con el premio de la Crítica, que volvió a recibir en una segunda ocasión, 26 años después, con la novela Berta Isla. Creía que era uno de los pocos reconocimientos “de los que uno puede estar seguro de que no intervienen en él factores extraliterarios”, ya que “los críticos españoles no se van a dejar influir por nada o nadie”.
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Escribió 16 novelas, entre ellas Los dominios del lobo, El hombre sentimental (Premio Ennio Flaiano), Todas las almas (Premio Ciudad de Barcelona), Corazón tan blanco (Premio de la Crítica, IMPAC Dublin Literary Award, Prix l’Oeil et la Lettre), Mañana en la batalla piensa en mí (Premio Rómulo Gallegos, Prix Femina Étranger, Premio Mondello, Premio Fastenrath), Negra espalda del tiempo, los tres volúmenes de Tu rostro mañana (Fiebre y lanza, Baile y sueño y Veneno y sombra y adiós), Los enamoramientos (Premio Tomasi di Lampedusa, Mejor Libro del Año en Babelia, Premio Qué Leer), Así empieza lo malo (Mejor Libro del Año en Babelia), Berta Isla (Premio de la Crítica, Premio Dulce Chacón, Mejor Libro del Año en Babelia, en Corriere della Sera y en Público de Portugal) y Tomás Nevinson (Premio Gregor von Rezzori - Ciudad de Florencia)
Concedió pocas entrevistas, pues estaba convencido de que nada nunca era totalmente cierto. Con sonrisas, solía decir que si alguien no le decía la verdad a un juez y en un juicio, por qué iba a hacerlo en una charla para un periódico. Los títulos de sus novelas eran un homenaje a esa dualidad en su vida, que, en últimas, se traducía en “realidad”, la “realidad”: Si te dicen que caí, Mañana en la batalla piensa en mí, Así empieza lo malo y Tu rostro mañana. Había algo de desesperación en ellos y algo de pesimismo, un poco de ese optimismo que, aseguraba, era tan necesario para vivir, y otro poco de amargura por ver cómo con ciertos “ismos” la sociedad había regresado a los tiempos de la Inquisición y del franquismo y de las radicales persecuciones morales e ideológicas para destrozar la autenticidad, la libertad, y se había convertido en un baile de hipocresía, de radicalismo, y en una cacería de lo humano, verdaderamente humano, juzgando y condenando, incluso, una mirada, una simple mirada, o un gesto.
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Preguntarle por la siguiente novela era algo decepcionante y hasta angustiante: no creía que pudiese comenzar una nueva obra. Para él, emprender un nuevo proyecto con personaje y sus innumerables detalles era un desafío inmenso como para pretender reiniciarlo, así que escribía cada página como si fuese la última. Cada palabra, como si fuese lo más importante que alguna vez diría.