“Mi propósito es llegar a más gente con preguntas profundas sobre la humanidad”
El economista Javier Mejía Cubillos contó su historia de vida en la serie Memorias conversadas, a cargo de Isabel López Giraldo.
Isabel López Giraldo
¿Usted cómo se define?
Me considero una persona paciente, tranquila, alguien que sabe escuchar. Soy observador, contemplativo, reflexivo, práctico. Me gusta pensar las cosas con calma. Me adapto muy fácil. Disfruto las actividades contemplativas.
Hablemos de sus orígenes.
Javier Mejía Mejía, mi abuelo paterno, nació en Aranzazu, Caldas. Fue agente viajero. Murió cuando mi papá era joven, pero lo describen como alguien muy alegre, charlatán, híper extrovertido, contador de historias que se entienden imaginadas. Ismenia Ochoa, mi abuela, de familia liberal del Quindío, estuvo muy involucrada en actividades cívicas, le gustaba el servicio social, perteneció a las Damas Rosadas y a las Damas Grises.
Álvaro Cubillos, mi abuelo, era de Cundinamarca. En su temprana adolescencia se fue a vivir a Medellín. Aleyda Escudero, Eley, mi abuela, fue la típica hija consentida, una persona muy determinada. Su papá, un hombre muy rico del norte de Antioquia, tuvo tierras al lado del cementerio del pueblo, de Yarumal.
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William Mejía Ochoa, mi papá, es una persona muy tranquila, sensible, tierna. Creció en Pereira, estudió economía en la Universidad Libre, trabajó un tiempo en regulación energética estudiando los costos de los racionamientos de los años 1990. Estuvo vinculado a ISA, en Medellín, pero, en sus tempranos treinta, quiso cambiar drásticamente su vida y cumplir su sueño de vivir frente al mar. Viajó a Nuquí solo siendo novio de mi mamá, pero en cierto momento decidió que tenía que llevarla con él, la invitó, se casaron, se instalaron e iniciaron allí su familia.
Inés Alicia Cubillos, mi mamá, es una mujer muy sociable, hace amigos con enorme facilidad; es híper práctica, curiosa, le gusta lo manual, las cosas de la casa. Le gusta también resolver problemas, se queda pensándolos hasta encontrarles solución. Estudiaba contaduría en la Universidad de Antioquia cuando conoció a mi papá en su oficina del centro de investigación de la Facultad de Economía.
Hablemos de sus primeros años...
Mi mamá vivió sus dos embarazos en Nuquí y los partos en Medellín. Camilo, mi hermano mayor, me lleva menos de dos años por lo cual nos criamos muy unidos bajo el cuidado y la protección de mi mamá. Nos crio bajo el rigor de la disciplina y la seriedad, bien comportados, algo tímidos.
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Mi papá siempre ha estado muy presente, y soy muy parecido a él en todo sentido. Pertenece a esa generación de papás que no deben ser interrumpidos cuando están en sus actividades, pero me sentaba en sus piernas cuando leía la prensa, así aprendí no solo a leer, sino el gusto por estar bien informado, también el gusto por la economía y por la historia. Vivimos en medio del riesgo y de la incertidumbre que representaba estar solos en una playa. Cuando mis padres vieron las limitaciones que tenían en Nuquí para nuestra educación decidieron establecerse en Pereira.
Estando en Pereira me matricularon en el Jardín Infantil del barrio El Jardín que manejaba una tía. Allí estudiaba mi hermano, pero también un primo, solo que a mí no me gustó, no me adapté. Luego pasé al colegio Presbiteriano, en el Liceo Francés y después de tres años nos pasaron al Salesiano, donde terminé mi primaria.
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Después del terremoto del año 1999, que sentimos muy fuerte en nuestro apartamento, nos fuimos a vivir a Cartago. Estando allá estudié en el Colegio Académico resultó muy instructivo y me siento muy afortunado de haber pasado por esta Institución. Aprendí a entender la realidad cercana de la vida de la mayor parte de la población en Colombia.
Me inscribí al ICFES anticipando el calendario académico, así lo presenté dos veces. Me fue bien, entiendo que fue el mejor del municipio, lo que dejó muy contentos a los del colegio, aunque no contara para su promedio.
Ha hecho reflexiones sociales muy valiosas, también me contó de la ruta Quetzal.
La ruta Quetzal fue una iniciativa que duró muchos años y que montó Miguel de la Quadra-Salcedo, quien se convirtió en toda una figura en su país como reportero de guerra. Fue el último gran explorador español del Amazonas. En su vejez tuvo la iniciativa de reunir cada año a trescientos jóvenes de todo el mundo en un programa educativo y de aventura, el mismo que pudo materializar al ser amigo del rey de España y al contar con la financiación del BBVA.
Le sugerimos leer la historia de vida de Javier Mejía Cubillos en la página www.isalopezgiraldo.com.
El caso es que cuando yo estaba terminando mi colegio supe de la convocatoria para colombianos que quisieran vivir la experiencia, me presenté y me gané una de las plazas.
Fuimos a México y a España. Acampamos en la montaña escoltados por la policía, pues íbamos trescientos jóvenes y un staff grande de mochileros en un momento de guerra contra los carteles en el gobierno de Calderón en México. Crecí como persona, aprendí a ser flexible, a adaptarme, a ser humilde. A mi regreso ya había comenzado el semestre de la Universidad y mi hermano estudiaba ingeniería en la Tecnológica de Pereira.
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¿Cómo toma su decisión de carrera?
Muy pronto supe que quería estudiar Economía por la conciencia de la importancia de la seguridad material. Además, mi papá como economista me aportaba una biblioteca importante. Y fue precisamente mi papá quien me habló de Fedesarrollo, del Banco de la República, de la importancia de la Universidad de los Andes, de la de Antioquia y de la del Valle.
Me inscribí en la Universidad de Antioquia donde mi mundo cambió, pues me instalé en otra ciudad. Estaba tan concentrado en la carrera, en el estudio, que no disfruté de los planes que ofrecía una ciudad como Medellín: llegaba un día antes de comenzar clases y me iba para mi casa al día siguiente de terminar semestre. No hice mucho más que estudiar. Esta es una economía convencional, en esa época tenía un pensum medio ochentero, enseñaban a Marx. Yo quería ser un intelectual, como los que escribían los libros que yo estudiaba en la biblioteca de mi papá, como esos autores, como los clásicos.
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Sentí mucho afán por graduarme, por lo mismo adelanté materias y me concentré en la tesis. Pero al final hubo un paro de la MANE, la mesa estudiantil, en oposición a la reforma presentada en el Gobierno Santos, fue muy largo y en un momento en el que yo estaba por graduarme y pensando en aplicar a una maestría. Como quería que mi vida fuera académica, sabía que para lograrlo debía hacer un doctorado, pero que debía empezar por una maestría en Europa donde aprendería humanidades y luego sí haría el doctorado en los Estados Unidos. Mi hermano ya se había ido a España a hacer su maestría, por lo que yo estaba familiarizado con el tema, por lo menos sabía que mi proyecto era posible.
Vino una crisis de salud que abrió un compás de espera.
Ya había aplicado a un par de sitios con unas becas no completas. Algo pasó, porque me empecé a sentir mal, estuve enfermo. Me tuvieron que hospitalizar mucho tiempo sin que fuera muy claro qué tenía.
Siempre fui muy cuadriculado y ansioso: en el colegio anticipé el ICFES, quise hacer la Ruta Quetzal, también quería graduarme antes de tiempo y comenzar mi maestría. Era una máquina de buscar objetivos. Pero como estaba en la clínica y no podía hacer nada, tuve que concentrarme en el momento presente. Ni siquiera pude asistir a mi grado, una prima recogió el cartón. También cumplí años y no pude celebrar. Cuando ya habían agotado todos los exámenes posibles, me dieron de alta sin un diagnóstico claro. Posiblemente se trató de una hepatitis.
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Comienza la etapa del académico y luego el doctorado.
Una vez afuera no pude hacer nada para aplicar a una maestría, pues ya se habían vencido los plazos. Tan solo sabía que debía quedarme por lo menos un año en Cartago, que debía posponer cualquier plan. Pero no me frustré, me sentí tranquilo. Mis papás me ayudaron a llevar mi hoja de vida a distintas universidades, fue así como me contrataron en la Andina de Pereira para dictar unas clases de cátedra a comunicadores, también en la clase de economía para abogados de la Cooperativa de Cartago. Tuve un buen número de cursos que me ocuparon durante todo el día. Si bien al comienzo resultó muy estimulante, luego ya no lo fue tanto.
Sentí mucha ansiedad cuando empecé a ver que compañeros de carrera empezaban a trabajar en el Banco de la República, que a otros los contrataban como asistentes en el Rosario, en los Andes, unos más habían comenzado sus maestrías. Fue cuando me empecé a sentir estancado en mi carrera, sentí que cada vez había mayor distancia con respecto a mis objetivos, que para mí era cada vez más difícil acceder a los lugares donde se hacía buena economía.
Cuando estudiaba mi carrera en la Universidad, al mismo tiempo participaba en las convocatorias que hacían de ponencias, presentaba ensayos, porque siempre me ha gustado escribir. Como siempre me ha interesado la historia económica, entonces seguí escribiendo artículos y estuve trabajando en un documento sobre el PIB de Antioquia en el siglo XIX que le envié a Salomón Kalmanovitz, sin conocerlo. Recibí respuesta de Edwin López, quien trabajaba con él, me dijo que les gustaría que presentara mi estudio en el evento que estaban preparando de historia económica en Bogotá.
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Asistí al evento donde conocí a Andrés Álvarez Gallo, quien estaba buscando un asistente para su investigación en los Andes, y me propuso que habláramos. Me quiso contratar, para lo que tendría que instalarme en Bogotá, pero las condiciones no me permitirían aceptar. Entonces me habló del doctorado, me dijo que podrían pagarme un sueldo para cursarlo. Decidí aplicar, fui aceptado y me ofrecieron la beca del primer año, luego ya debía continuar con becas de Colciencias.
Sigamos hablando del doctorado, de Stanford y de su viaje a Francia.
Durante el doctorado tuve oficina, porque parecía más un empleado que tenía que ver clases. Este era un trabajo de tiempo completo: atendía mis cursos y el resto del tiempo debía estar estudiando y haciendo investigación. Tuve muy buenos profesores. Recuerdo especialmente a Marcela Eslava, quien lo dirigía, era evidente su compromiso, lo micro manejaba, proponía reuniones semanales de seguimiento que resultaban muy constructivas. Después del primer año pude tener una vida social más activa, a diferencia de mi pregrado en el que era menor de edad lo que me limitaba para compartir con mis amigos.
Fueron cinco años de doctorado. En Bogotá estuve tres tomando clases, uno trabajando en mi tesis y otro en los Estados Unidos, pues era obligatorio hacer una pasantía en el exterior. La mía fue en Stanford. Mi plan era irme seis meses, cumplir con el requisito y regresar para graduarme, pero estando allá me di cuenta de que era muy productivo, entonces prolongué mi estadía, me involucré en un proyecto en el que me contrataron, viajé a Francia y regresé a defender mi tesis.
Alguna vez, Thibaud Deguilhem, estudiante de doctorado de la Universidad de Bordeaux, Francia, quería estudiar el mercado laboral colombiano. Lo conocí en los Andes, lo orienté en su propósito, le facilité procesos. Debían aplicar a Colciencias por un tema de colaboración para el que requerían dos firmas, entonces acepté firmar. También querían hacer una encuesta para probar el formulario y me ofrecí a hacerla a un par de amigos y luego retroalimentarlos. De esta manera, y sin proponérmelo, me volví un miembro activo del equipo. El equipo contó con el presupuesto que les permitió viajar a Colombia, ahora tenían recursos para viajar a Francia, y me invitaron. Viajé antes de entregar mi tesis y después de pasar esa Navidad con mi familia en Cartago. Me ayudó el que había tomado clases de francés como parte de mi pregrado en la Universidad de Antioquia, pues era mi objetivo estudiar afuera, aunque me desenvolví en inglés.
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Recordemos la historia de su paso por Abu Dabi.
Mi historia con Abu Dabi se parece a la de mi papá con Nuquí, porque yo también sentí un llamado. En algún momento me enteré de que en Abu Dabi había gente haciendo historia económica. Mi primo mayor, hijo de un italiano que trabajaba en una petrolera, había vivido en Abu Dabi en los noventas, entonces ya tenía referencias. Cuando vi la convocatoria quise aplicar, sin conocer a nadie, sin que me conocieran.
La Universidad de Nueva York tiene un campus en Abu Dabi, y esta era una de las que más me llamaba la atención. Vieron mi hoja de vida, me contactaron, me entrevistaron vía Skype y en muy poco tiempo me hicieron una oferta, una imposible de igualar por parte de cualquier otra universidad en el mundo en términos de plata. Luego sustenté mi tesis y me fue bien, me dio tiempo para identificar dónde estaban mis talentos, me permitió reconocer en los otros sus fortalezas. Mis notas estuvieron bien y el mayor reto fue tener la tesis lista para entregarla. Aunque en Economía era más un ritual, pues ya tenía una oferta de trabajo que validaba la sustentación, porque la comunidad reconoce que ya se logró. Mis papás asistieron, lo que fue muy emotivo.
Nuevamente, no fui al grado de mi colegio porque estaba de viaje, no fui al grado de mi universidad porque estaba en la clínica y no fui al grado del doctorado porque debía viajar a Abu Dabi, entonces me gradué por ventanilla. Pero la sustentación cumplió con esta función y ese día vi todo el sentido de haberlo estudiado, pues nos congregó como comunidad.
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La que tuve en Abu Dabi es la mejor posición que cualquier economista junior en el mundo puede obtener, porque no siente ninguna presión ni tiene que dar clases ni investigar sobre algo definido por contrato, sino que le pagan para que trabaje en la agenda que uno tiene y que previamente han aprobado. De alguna forma era como continuar trabajando en mi tesis.
La oferta aquí era por dos años, porque era una posición temporal. Llegué a considerar dictar clases en una universidad en Colombia, alguna que me brindara una oportunidad de largo plazo, algo más estable. Pero estar en Abu Dabi rompió el ciclo, además, me fueron prorrogando el contrato. Después de tres años de estar como investigador llegó la pandemia. Fue toda una decisión, la de si quedarme allá o regresar a Colombia. Por fortuna, nuevamente me prorrogaron el contrato, esta vez con el compromiso de dictar tres cursos por los siguientes dos años. Fue la única contraprestación que pidieron.
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¿Cómo es que terminó vinculado a Stanford?
Vine a Colombia un verano y mientras estaba de visita me escribió un profesor de la Universidad de Pensilvania a quién habían contactado diciéndole que en Stanford estaban montando un instituto para lo cual buscaban a alguien y que quizás yo era la persona. El profesor de la Universidad de Stanford, Josh Ober, es ahora mi jefe. Nos entrevistamos por zoom y conectamos muy rápidamente. Él básicamente creó el Stanford Civics Initiative, proyecto que busca mejorar la educación en valores cívicos y democráticos en la Universidad en respuesta a una preocupación por la democracia americana. Y necesitaba un economista que complementara el equipo del que participan filósofos y científicos políticos. Recuerdo que le hablé del curso que yo dictaba en Abu Dabi, The Wealth of Nations, y al dominar él los clásicos se encantó con la conversación. Al día siguiente me estaba haciendo una oferta para que me fuera a trabajar con él.
Yo era completamente feliz en Abu Dabi, parecía haber posibilidades de continuar y no estaba pensando en irme, entonces no fue fácil tomar esta decisión.
Estar en Stanford comenzó a ser muy estimulante. Dicto dos cursos que encajan con el objetivo del Departamento de Ciencia Política, uno tiene que ver con lo que comenté al comienzo en la etapa de colegio, pues es el de La Riqueza de las Naciones, el mismo que daba en Abu Dabi. Este curso es sobre crecimiento económico, ahonda en los dilemas morales del crecimiento, busca que los alumnos sean conscientes de que puede haber muy buena voluntad para que pasen cosas, pero que esta conciencia no es suficiente, pues mejorar las condiciones de vida de una sociedad va más allá de querer hacerlo. El otro curso es Colapso social. El crecimiento económico es un fenómeno moderno, entonces antes de la Revolución Industrial las sociedades no crecían, las economías eran más o menos iguales en términos de pobreza, porque estas grandes preguntas, las de crecimiento y desarrollo, tienen todo que ver con el tema de la modernidad. Antes de eso, la humanidad ha vivido en sociedades de gran escala por milenios. Lo que uno ve en esos contextos son patrones de florecimiento y decadencia. En la clase nos concentramos en los períodos de crisis.
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Ahora también es columnista.
En los últimos años me empecé a interesar por la opinión pública, por lo mediático, por la generación de conocimiento. Así comencé a escribir columnas de prensa, lo que fue cambiando mi orientación híper teórica que venía desde mi infancia. Ahora dedico tiempo a escribir para contribuir a la opinión pública. Lo hago para Forbes desde hace tres años, y para El Colombiano desde hace año y medio. Son columnas quincenales. Este ejercicio me genera un estímulo cotidiano a diferencia de lo que ocurre con la investigación para la universidad.
¿Cómo se proyecta?
Quiero seguir haciendo investigación y generar cosas con impacto internacional. Cuando pienso en un libro que estoy escribiendo, lo equiparo a armas, gérmenes y acero o Sapiens libros para audiencias amplias, pero con alto rigor académico. Mi propósito claro es llegar a más gente con preguntas profundas sobre la humanidad.
Quiero ser un intelectual amplio y no simplemente participar de las decisiones de coyuntura. No solo quiero hablarle a mi grupo que se mueve en la misma disciplina, sino llegarle a todo público.
No sé qué tan pronto, pero en algún momento me gustaría regresar a Colombia.
¿Usted cómo se define?
Me considero una persona paciente, tranquila, alguien que sabe escuchar. Soy observador, contemplativo, reflexivo, práctico. Me gusta pensar las cosas con calma. Me adapto muy fácil. Disfruto las actividades contemplativas.
Hablemos de sus orígenes.
Javier Mejía Mejía, mi abuelo paterno, nació en Aranzazu, Caldas. Fue agente viajero. Murió cuando mi papá era joven, pero lo describen como alguien muy alegre, charlatán, híper extrovertido, contador de historias que se entienden imaginadas. Ismenia Ochoa, mi abuela, de familia liberal del Quindío, estuvo muy involucrada en actividades cívicas, le gustaba el servicio social, perteneció a las Damas Rosadas y a las Damas Grises.
Álvaro Cubillos, mi abuelo, era de Cundinamarca. En su temprana adolescencia se fue a vivir a Medellín. Aleyda Escudero, Eley, mi abuela, fue la típica hija consentida, una persona muy determinada. Su papá, un hombre muy rico del norte de Antioquia, tuvo tierras al lado del cementerio del pueblo, de Yarumal.
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William Mejía Ochoa, mi papá, es una persona muy tranquila, sensible, tierna. Creció en Pereira, estudió economía en la Universidad Libre, trabajó un tiempo en regulación energética estudiando los costos de los racionamientos de los años 1990. Estuvo vinculado a ISA, en Medellín, pero, en sus tempranos treinta, quiso cambiar drásticamente su vida y cumplir su sueño de vivir frente al mar. Viajó a Nuquí solo siendo novio de mi mamá, pero en cierto momento decidió que tenía que llevarla con él, la invitó, se casaron, se instalaron e iniciaron allí su familia.
Inés Alicia Cubillos, mi mamá, es una mujer muy sociable, hace amigos con enorme facilidad; es híper práctica, curiosa, le gusta lo manual, las cosas de la casa. Le gusta también resolver problemas, se queda pensándolos hasta encontrarles solución. Estudiaba contaduría en la Universidad de Antioquia cuando conoció a mi papá en su oficina del centro de investigación de la Facultad de Economía.
Hablemos de sus primeros años...
Mi mamá vivió sus dos embarazos en Nuquí y los partos en Medellín. Camilo, mi hermano mayor, me lleva menos de dos años por lo cual nos criamos muy unidos bajo el cuidado y la protección de mi mamá. Nos crio bajo el rigor de la disciplina y la seriedad, bien comportados, algo tímidos.
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Mi papá siempre ha estado muy presente, y soy muy parecido a él en todo sentido. Pertenece a esa generación de papás que no deben ser interrumpidos cuando están en sus actividades, pero me sentaba en sus piernas cuando leía la prensa, así aprendí no solo a leer, sino el gusto por estar bien informado, también el gusto por la economía y por la historia. Vivimos en medio del riesgo y de la incertidumbre que representaba estar solos en una playa. Cuando mis padres vieron las limitaciones que tenían en Nuquí para nuestra educación decidieron establecerse en Pereira.
Estando en Pereira me matricularon en el Jardín Infantil del barrio El Jardín que manejaba una tía. Allí estudiaba mi hermano, pero también un primo, solo que a mí no me gustó, no me adapté. Luego pasé al colegio Presbiteriano, en el Liceo Francés y después de tres años nos pasaron al Salesiano, donde terminé mi primaria.
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Después del terremoto del año 1999, que sentimos muy fuerte en nuestro apartamento, nos fuimos a vivir a Cartago. Estando allá estudié en el Colegio Académico resultó muy instructivo y me siento muy afortunado de haber pasado por esta Institución. Aprendí a entender la realidad cercana de la vida de la mayor parte de la población en Colombia.
Me inscribí al ICFES anticipando el calendario académico, así lo presenté dos veces. Me fue bien, entiendo que fue el mejor del municipio, lo que dejó muy contentos a los del colegio, aunque no contara para su promedio.
Ha hecho reflexiones sociales muy valiosas, también me contó de la ruta Quetzal.
La ruta Quetzal fue una iniciativa que duró muchos años y que montó Miguel de la Quadra-Salcedo, quien se convirtió en toda una figura en su país como reportero de guerra. Fue el último gran explorador español del Amazonas. En su vejez tuvo la iniciativa de reunir cada año a trescientos jóvenes de todo el mundo en un programa educativo y de aventura, el mismo que pudo materializar al ser amigo del rey de España y al contar con la financiación del BBVA.
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El caso es que cuando yo estaba terminando mi colegio supe de la convocatoria para colombianos que quisieran vivir la experiencia, me presenté y me gané una de las plazas.
Fuimos a México y a España. Acampamos en la montaña escoltados por la policía, pues íbamos trescientos jóvenes y un staff grande de mochileros en un momento de guerra contra los carteles en el gobierno de Calderón en México. Crecí como persona, aprendí a ser flexible, a adaptarme, a ser humilde. A mi regreso ya había comenzado el semestre de la Universidad y mi hermano estudiaba ingeniería en la Tecnológica de Pereira.
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¿Cómo toma su decisión de carrera?
Muy pronto supe que quería estudiar Economía por la conciencia de la importancia de la seguridad material. Además, mi papá como economista me aportaba una biblioteca importante. Y fue precisamente mi papá quien me habló de Fedesarrollo, del Banco de la República, de la importancia de la Universidad de los Andes, de la de Antioquia y de la del Valle.
Me inscribí en la Universidad de Antioquia donde mi mundo cambió, pues me instalé en otra ciudad. Estaba tan concentrado en la carrera, en el estudio, que no disfruté de los planes que ofrecía una ciudad como Medellín: llegaba un día antes de comenzar clases y me iba para mi casa al día siguiente de terminar semestre. No hice mucho más que estudiar. Esta es una economía convencional, en esa época tenía un pensum medio ochentero, enseñaban a Marx. Yo quería ser un intelectual, como los que escribían los libros que yo estudiaba en la biblioteca de mi papá, como esos autores, como los clásicos.
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Sentí mucho afán por graduarme, por lo mismo adelanté materias y me concentré en la tesis. Pero al final hubo un paro de la MANE, la mesa estudiantil, en oposición a la reforma presentada en el Gobierno Santos, fue muy largo y en un momento en el que yo estaba por graduarme y pensando en aplicar a una maestría. Como quería que mi vida fuera académica, sabía que para lograrlo debía hacer un doctorado, pero que debía empezar por una maestría en Europa donde aprendería humanidades y luego sí haría el doctorado en los Estados Unidos. Mi hermano ya se había ido a España a hacer su maestría, por lo que yo estaba familiarizado con el tema, por lo menos sabía que mi proyecto era posible.
Vino una crisis de salud que abrió un compás de espera.
Ya había aplicado a un par de sitios con unas becas no completas. Algo pasó, porque me empecé a sentir mal, estuve enfermo. Me tuvieron que hospitalizar mucho tiempo sin que fuera muy claro qué tenía.
Siempre fui muy cuadriculado y ansioso: en el colegio anticipé el ICFES, quise hacer la Ruta Quetzal, también quería graduarme antes de tiempo y comenzar mi maestría. Era una máquina de buscar objetivos. Pero como estaba en la clínica y no podía hacer nada, tuve que concentrarme en el momento presente. Ni siquiera pude asistir a mi grado, una prima recogió el cartón. También cumplí años y no pude celebrar. Cuando ya habían agotado todos los exámenes posibles, me dieron de alta sin un diagnóstico claro. Posiblemente se trató de una hepatitis.
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Comienza la etapa del académico y luego el doctorado.
Una vez afuera no pude hacer nada para aplicar a una maestría, pues ya se habían vencido los plazos. Tan solo sabía que debía quedarme por lo menos un año en Cartago, que debía posponer cualquier plan. Pero no me frustré, me sentí tranquilo. Mis papás me ayudaron a llevar mi hoja de vida a distintas universidades, fue así como me contrataron en la Andina de Pereira para dictar unas clases de cátedra a comunicadores, también en la clase de economía para abogados de la Cooperativa de Cartago. Tuve un buen número de cursos que me ocuparon durante todo el día. Si bien al comienzo resultó muy estimulante, luego ya no lo fue tanto.
Sentí mucha ansiedad cuando empecé a ver que compañeros de carrera empezaban a trabajar en el Banco de la República, que a otros los contrataban como asistentes en el Rosario, en los Andes, unos más habían comenzado sus maestrías. Fue cuando me empecé a sentir estancado en mi carrera, sentí que cada vez había mayor distancia con respecto a mis objetivos, que para mí era cada vez más difícil acceder a los lugares donde se hacía buena economía.
Cuando estudiaba mi carrera en la Universidad, al mismo tiempo participaba en las convocatorias que hacían de ponencias, presentaba ensayos, porque siempre me ha gustado escribir. Como siempre me ha interesado la historia económica, entonces seguí escribiendo artículos y estuve trabajando en un documento sobre el PIB de Antioquia en el siglo XIX que le envié a Salomón Kalmanovitz, sin conocerlo. Recibí respuesta de Edwin López, quien trabajaba con él, me dijo que les gustaría que presentara mi estudio en el evento que estaban preparando de historia económica en Bogotá.
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Asistí al evento donde conocí a Andrés Álvarez Gallo, quien estaba buscando un asistente para su investigación en los Andes, y me propuso que habláramos. Me quiso contratar, para lo que tendría que instalarme en Bogotá, pero las condiciones no me permitirían aceptar. Entonces me habló del doctorado, me dijo que podrían pagarme un sueldo para cursarlo. Decidí aplicar, fui aceptado y me ofrecieron la beca del primer año, luego ya debía continuar con becas de Colciencias.
Sigamos hablando del doctorado, de Stanford y de su viaje a Francia.
Durante el doctorado tuve oficina, porque parecía más un empleado que tenía que ver clases. Este era un trabajo de tiempo completo: atendía mis cursos y el resto del tiempo debía estar estudiando y haciendo investigación. Tuve muy buenos profesores. Recuerdo especialmente a Marcela Eslava, quien lo dirigía, era evidente su compromiso, lo micro manejaba, proponía reuniones semanales de seguimiento que resultaban muy constructivas. Después del primer año pude tener una vida social más activa, a diferencia de mi pregrado en el que era menor de edad lo que me limitaba para compartir con mis amigos.
Fueron cinco años de doctorado. En Bogotá estuve tres tomando clases, uno trabajando en mi tesis y otro en los Estados Unidos, pues era obligatorio hacer una pasantía en el exterior. La mía fue en Stanford. Mi plan era irme seis meses, cumplir con el requisito y regresar para graduarme, pero estando allá me di cuenta de que era muy productivo, entonces prolongué mi estadía, me involucré en un proyecto en el que me contrataron, viajé a Francia y regresé a defender mi tesis.
Alguna vez, Thibaud Deguilhem, estudiante de doctorado de la Universidad de Bordeaux, Francia, quería estudiar el mercado laboral colombiano. Lo conocí en los Andes, lo orienté en su propósito, le facilité procesos. Debían aplicar a Colciencias por un tema de colaboración para el que requerían dos firmas, entonces acepté firmar. También querían hacer una encuesta para probar el formulario y me ofrecí a hacerla a un par de amigos y luego retroalimentarlos. De esta manera, y sin proponérmelo, me volví un miembro activo del equipo. El equipo contó con el presupuesto que les permitió viajar a Colombia, ahora tenían recursos para viajar a Francia, y me invitaron. Viajé antes de entregar mi tesis y después de pasar esa Navidad con mi familia en Cartago. Me ayudó el que había tomado clases de francés como parte de mi pregrado en la Universidad de Antioquia, pues era mi objetivo estudiar afuera, aunque me desenvolví en inglés.
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Recordemos la historia de su paso por Abu Dabi.
Mi historia con Abu Dabi se parece a la de mi papá con Nuquí, porque yo también sentí un llamado. En algún momento me enteré de que en Abu Dabi había gente haciendo historia económica. Mi primo mayor, hijo de un italiano que trabajaba en una petrolera, había vivido en Abu Dabi en los noventas, entonces ya tenía referencias. Cuando vi la convocatoria quise aplicar, sin conocer a nadie, sin que me conocieran.
La Universidad de Nueva York tiene un campus en Abu Dabi, y esta era una de las que más me llamaba la atención. Vieron mi hoja de vida, me contactaron, me entrevistaron vía Skype y en muy poco tiempo me hicieron una oferta, una imposible de igualar por parte de cualquier otra universidad en el mundo en términos de plata. Luego sustenté mi tesis y me fue bien, me dio tiempo para identificar dónde estaban mis talentos, me permitió reconocer en los otros sus fortalezas. Mis notas estuvieron bien y el mayor reto fue tener la tesis lista para entregarla. Aunque en Economía era más un ritual, pues ya tenía una oferta de trabajo que validaba la sustentación, porque la comunidad reconoce que ya se logró. Mis papás asistieron, lo que fue muy emotivo.
Nuevamente, no fui al grado de mi colegio porque estaba de viaje, no fui al grado de mi universidad porque estaba en la clínica y no fui al grado del doctorado porque debía viajar a Abu Dabi, entonces me gradué por ventanilla. Pero la sustentación cumplió con esta función y ese día vi todo el sentido de haberlo estudiado, pues nos congregó como comunidad.
Le sugerimos escuchar: Mario Mendoza: “Hay que desconfiar de la gente que sufre demasiado”
La que tuve en Abu Dabi es la mejor posición que cualquier economista junior en el mundo puede obtener, porque no siente ninguna presión ni tiene que dar clases ni investigar sobre algo definido por contrato, sino que le pagan para que trabaje en la agenda que uno tiene y que previamente han aprobado. De alguna forma era como continuar trabajando en mi tesis.
La oferta aquí era por dos años, porque era una posición temporal. Llegué a considerar dictar clases en una universidad en Colombia, alguna que me brindara una oportunidad de largo plazo, algo más estable. Pero estar en Abu Dabi rompió el ciclo, además, me fueron prorrogando el contrato. Después de tres años de estar como investigador llegó la pandemia. Fue toda una decisión, la de si quedarme allá o regresar a Colombia. Por fortuna, nuevamente me prorrogaron el contrato, esta vez con el compromiso de dictar tres cursos por los siguientes dos años. Fue la única contraprestación que pidieron.
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¿Cómo es que terminó vinculado a Stanford?
Vine a Colombia un verano y mientras estaba de visita me escribió un profesor de la Universidad de Pensilvania a quién habían contactado diciéndole que en Stanford estaban montando un instituto para lo cual buscaban a alguien y que quizás yo era la persona. El profesor de la Universidad de Stanford, Josh Ober, es ahora mi jefe. Nos entrevistamos por zoom y conectamos muy rápidamente. Él básicamente creó el Stanford Civics Initiative, proyecto que busca mejorar la educación en valores cívicos y democráticos en la Universidad en respuesta a una preocupación por la democracia americana. Y necesitaba un economista que complementara el equipo del que participan filósofos y científicos políticos. Recuerdo que le hablé del curso que yo dictaba en Abu Dabi, The Wealth of Nations, y al dominar él los clásicos se encantó con la conversación. Al día siguiente me estaba haciendo una oferta para que me fuera a trabajar con él.
Yo era completamente feliz en Abu Dabi, parecía haber posibilidades de continuar y no estaba pensando en irme, entonces no fue fácil tomar esta decisión.
Estar en Stanford comenzó a ser muy estimulante. Dicto dos cursos que encajan con el objetivo del Departamento de Ciencia Política, uno tiene que ver con lo que comenté al comienzo en la etapa de colegio, pues es el de La Riqueza de las Naciones, el mismo que daba en Abu Dabi. Este curso es sobre crecimiento económico, ahonda en los dilemas morales del crecimiento, busca que los alumnos sean conscientes de que puede haber muy buena voluntad para que pasen cosas, pero que esta conciencia no es suficiente, pues mejorar las condiciones de vida de una sociedad va más allá de querer hacerlo. El otro curso es Colapso social. El crecimiento económico es un fenómeno moderno, entonces antes de la Revolución Industrial las sociedades no crecían, las economías eran más o menos iguales en términos de pobreza, porque estas grandes preguntas, las de crecimiento y desarrollo, tienen todo que ver con el tema de la modernidad. Antes de eso, la humanidad ha vivido en sociedades de gran escala por milenios. Lo que uno ve en esos contextos son patrones de florecimiento y decadencia. En la clase nos concentramos en los períodos de crisis.
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Ahora también es columnista.
En los últimos años me empecé a interesar por la opinión pública, por lo mediático, por la generación de conocimiento. Así comencé a escribir columnas de prensa, lo que fue cambiando mi orientación híper teórica que venía desde mi infancia. Ahora dedico tiempo a escribir para contribuir a la opinión pública. Lo hago para Forbes desde hace tres años, y para El Colombiano desde hace año y medio. Son columnas quincenales. Este ejercicio me genera un estímulo cotidiano a diferencia de lo que ocurre con la investigación para la universidad.
¿Cómo se proyecta?
Quiero seguir haciendo investigación y generar cosas con impacto internacional. Cuando pienso en un libro que estoy escribiendo, lo equiparo a armas, gérmenes y acero o Sapiens libros para audiencias amplias, pero con alto rigor académico. Mi propósito claro es llegar a más gente con preguntas profundas sobre la humanidad.
Quiero ser un intelectual amplio y no simplemente participar de las decisiones de coyuntura. No solo quiero hablarle a mi grupo que se mueve en la misma disciplina, sino llegarle a todo público.
No sé qué tan pronto, pero en algún momento me gustaría regresar a Colombia.