Javier Ortiz Cassiani: “Nada se hace más desde el presente que la historia”
A propósito de la celebración del 20 de julio, una entrevista a partir de la intervención de este historiador y columnista en el documental “La forma de presente”. En la película, Cassiani habló de las diferencias entre memoria e historia, entre otros temas.
Laura Camila Arévalo Domínguez
A partir de la historia que conoce, ¿cuáles cree que son los grandes méritos de Colombia con respecto a su formación como nación? Se habla mucho de una idea con respecto al 20 de julio: “Reorientar el orgullo patrio”…
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A partir de la historia que conoce, ¿cuáles cree que son los grandes méritos de Colombia con respecto a su formación como nación? Se habla mucho de una idea con respecto al 20 de julio: “Reorientar el orgullo patrio”…
Creo que los grandes méritos, si podemos decirlo en ese sentido, de la formación del Estado-nación colombiano, es la participación de los sectores populares, de los llamados grupos subalternos, de acuerdo con una visión historiográfica que ha venido haciendo carrera en Colombia a partir de los años 90. Lo digo de esa manera porque para hablar de Estado-nación hay que remitirse a los procesos de independencia que se dieron en el país. Y en esos procesos, el papel que cumplieron los grupos populares, o los llamados libres de todos los colores, donde se encontraban distintas mezclas raciales, fue muy importante. Esa reorientación implica el reconocimiento de los sectores populares en la construcción de la nación.
Hablemos de algunas de las frases de la película “La forma del presente”, de Manuel Correa, en la que participó para hablar de las diferencias entre historia y memoria: “Nada se hace más desde el presente que la historia. Todo lo que sucede en el presente afecta la manera de hacer historia”.
Es una manera de reconocer no solo la historia, en tanto los acontecimientos y hechos del pasado, sino también el ejercicio profesional del historiador. Es decir, el quehacer del historiador. Estábamos acostumbrados al oficio de diletante, de historiadores de fin de semana que asumían otras profesiones y que, ocasionalmente y por afición, se dedicaban a escribir textos de historia. Había una aproximación al pasado muy relacionada con el dato curioso. Por fortuna, la historia profesional ha demostrado otros intereses, además toda pregunta que nos lleve al pasado se hace pensando en el presente. Recuerdo la frase de Andreas Huyssen: “El pasado no podrá darnos lo que el futuro no pudo ofrecernos”. Es la idea de futuro la que nos llevará al pasado a preguntarle ciertas cosas. Ese pasado solo nos podrá dar algo en la medida en que estemos pidiéndole algo al futuro.
Otra frase: “La manera de acercarse al pasado se complejiza cuando los medios disponibles para hacerlo también lo hacen”…
Los cambios recientes que ha tenido el mundo, sobre todo en términos de medios de comunicación, han sido vertiginosos. Creemos que ahora tenemos mucho más acceso a la información y podemos conocer más cosas en el menor tiempo posible. Eso está afectando de manera sustancial la forma de acercarse al pasado. Eso quiere decir que la historia tiene que ser lo suficientemente hábil para transformar la manera en que se acerca al pasado: no puede estar de espaldas a unas realidades que están transformando la vida. Uno podría preguntarse qué va a pasar con las redes sociales. La mejor fuente para revisar cómo hicimos historia serán esos espacios, lo que pasa es que no hemos inventado la forma de tabular eso. No hemos construido el archivo de algo que está sucediendo y que sabemos que se convertirá en historia. Hay una necesidad de estar atentos a esas transformaciones, porque están construyendo el conocimiento que vamos a necesitar en un futuro. Nos lleva a un campo que en la historiografía cada vez se explota más, que tiene que ver con cómo se produce el conocimiento: no solo hay interés por el dato factual, sino también por cómo se construye esa factualidad. Todo es una construcción que depende del lugar, del momento, de los intereses, etc.
Usted dijo: “La carne de la memoria, que es algo más vivo que la historia. Pasa por el corazón, por los sentimientos…”, pero, ¿cómo usarla para construir? Para que esa memoria no sea combustible del rencor, sino del porvenir…
La memoria tiene un sentido moral y se construye alrededor de una ética individual y colectiva. Ahora bien, hay una diferenciación interesante entre la historia y la memoria: mientras que a medida que la primera se fue profesionalizando, se le fue exigiendo una rigurosidad que la acercaba a la ciencia, en cambio, la memoria no tiene este inconveniente de demostrar cientificidad, porque pasa por una construcción política, lo que no quiere decir que la historia no sea política. Por esa razón, la memoria tiene que ver con el pensamiento y esa necesidad de reivindicación política a partir de su ejercicio.
Dijo que el papel de la memoria en las sociedades en conflicto era fundamental, ¿por qué?
Para que el ejercicio de la memoria no se convierta en una suma de memorias que termina relativizando los hechos del pasado, sobre todo en sociedades donde ha habido un ejercicio de la violencia, hay que recurrir a factores éticos que construye la humanidad y al sentido de justicia. Para lograr una reconciliación, hay una necesidad de reconocimiento. De lo contrario, tendríamos naciones fantasmas: no se descansa hasta que el victimario reconozca lo que hizo. Lo que pasa es que la memoria en el país ha sido un campo de batalla. La memoria de las víctimas es muy importante. Es una forma de encontrar el reconocimiento de su condición de víctimas, sobrevivientes o protagonistas de un momento de la historia.
Otro de los invitados a la película que basó esta entrevista, fue el matemático y filósofo Fernando Zalamea, quien afirmó que, a partir de la ciencia, se hacía una diferenciación de un objeto (varios ángulos sobre el mismo) para acercarse a una buena representación… Que un punto particular nunca sería correcto. En términos de memoria, ¿qué opina?
Es muy interesante lo que dice Zalamea. Hay que revisar distintos puntos, pese a que siempre existe una selección, que es, además, una edición de la historia. Las miradas únicas nunca son satisfactorias. Estoy de acuerdo con lo que está diciendo, pero tiene que haber unos puntos mínimos y comunes que permitan siempre ponernos de acuerdo sobre ciertas responsabilidades. De lo contrario, la barbaridad termina siendo justificada.
El negociador de paz Juan Esteban Ugarriza dijo que “al recordar, se crea una nueva historia” y manifestó su miedo a una versión “mejor” que las otras sobre el Conflicto armado: negaría otras que no van a cuadrar con esa única versión… “Eso nos polarizaría más”. Y hablando en términos de, por ejemplo, el informe de la Comisión de la verdad o el de las víctimas, ¿estaríamos entonces basándonos en una única versión?
La memoria es cambiante. Es más subjetiva. Las memorias se transforman de acuerdo a la evolución de las circunstancias. Cuando Ugarriza intervino en la película, atravesábamos la coyuntura de la firma del Acuerdo de paz con las Farc, ahora estamos en otra. Es cierto que en Colombia se produjo un informe de la verdad donde hubo un actor menos en el escenario de conflicto, pero estamos lejos de tener una paz total, que es la aspiración del actual presidente. Eso hace que el informe, de alguna manera, se vea matizado. Creo, además, que el informe es interesante en cuanto al reconocimiento de las víctimas, en cuanto a construir una ética y una estética de sus relatos. Como material literario y político es un material supremamente importante, pero las dificultades del país hacen que el relato esté allí, pero no la preocupación por la verdad en cuanto a reconocer cuáles fueron los actores que generaron la violencia. En eso el informe se queda corto, pero es entendible: Colombia no ha terminado de sanar.
En “Las vísceras de la nación”, de su más reciente libro “Bailar con las trompetas del apocalipsis”, usted cuenta cómo, ni estando muertos, nos libramos de las “jerarquías con las que la sociedad administra la vida”, ¿por qué?
En el imaginario popular se dice que la muerte como el destino en el que se equiparan las condiciones sociales. “Todos somos iguales en la muerte”, dicen, pero las jerarquías se siguen repitiendo, los espacios que se ocupan una vez alguien muere, demuestran un grado de clasismo. Pero eso ha sido así históricamente. Hay muertos que duelen más que otros y en un país violento. No es lo mismo matar indígenas, que matar gente mestiza, y eso se ha demostrado en estudios sobre las violencias. Por eso el tratamiento de las víctimas se hace con enfoques diferenciales: de género, de raza... Ahora tenemos una mayor sensibilidad de la muerte que teníamos en los 90. El tener una Ley de víctimas, el reconocimiento de que somos un país en conflicto y el hecho de que hayamos firmado acuerdos de paz, habla de eso. Pero eso no quiere decir que las jerarquías ante la muerte hayan terminado.