“Jesús no es solo una idea ni un concepto ético”: hermana María Elizabeth Moreira
Moreira nos compartió su camino de fe y vocación religiosa, su compromiso con la educación y los desafíos de formar para la paz en contextos complejos.
Samuel Sosa Velandia
¿Cómo se inició en la vida religiosa? ¿Cuál fue la motivación?
La experiencia de fe que uno recibe en la familia marca la vida, pero también la formación que recibí, tanto en la escuela primaria como en mi comunidad sobre la fraternidad y la hermandad, me llevaron hacia este camino. A partir de ahí, comienza a tomar forma la experiencia de preparación para el sacramento de la Confirmación. Yo soy de Ecuador, donde la formación dura seis años: el primero es un camino de fe, luego dos años para la reconciliación y la primera comunión, un año bíblico y finalmente dos de Confirmación, hasta los 15 años. A esa edad, ya tenemos la capacidad de tomar decisiones, tanto morales como espirituales. Fue entonces cuando el catequista me hizo una pregunta que nunca me habían hecho antes: ¿cuál es tu proyecto de vida? Él nos explicó que el proyecto de vida no solo es la profesión, sino también el matrimonio, la vida misionera, la soltería, la vida religiosa y la sacerdotal. En ese momento fue cuando conocí a las hermanas de Nuestra Señora de la Paz, en Portoviejo, Manabí. Su vida me marcó profundamente, pues me mostraron una experiencia muy humana de Jesús. Desde allí, empecé a seguirlo, amarlo y servirlo en la cotidianidad y en nuestra misión propia.
Durante toda la preparación, ¿hubo algo que le haya costado dejar atrás?
Mi mamá fue mi pilar de fe y la que me animó a dar este paso. Al contrario de mi hermana mayor, quien estaba estudiando Administración de empresas, y empezó a cuestionarme y a sembrar la duda sobre cuáles era mis sueños, pues yo en ese momento también quería estudiar Economía. Ella comenzó a preguntarme por dónde iban a quedar mis aspiraciones, si al entrar a la comunidad no iba a poder estudiar. En ese momento yo desconocía cómo era la educación en una comunidad religiosa, y tampoco me interesaba, pues mi corazón estaba inquieto por esa opción de vida religiosa. Ya luego, cuando decido ser educadora, me doy cuenta de que nos exigían tener una licenciatura y hacer una maestría. Algo que sí me costó fue estar lejos de mi familia la primera vez que decidí venir a Colombia, pues estuve tres años sin estar cerca de ellos.
¿Por qué viajó a Colombia y qué la hizo quedarse acá?
La comunidad está ubicada en Ecuador, Colombia y Brasil. La preparación que ofrecemos incluye tanto la formación inicial del postulante como el noviciado y el juniorado, que ocurre cuando la persona ya ingresa a la universidad. Todo el acompañamiento que brindan las hermanas se realiza principalmente en Colombia, donde están nuestras casas de formación. Por eso me quedé, además porque aquí la comunidad requiere mi presencia, ya que el enfoque principal de mi labor es en la educación y los colegios están ubicados en Bogotá.
Además de su familia, ¿qué extraña de su país?
El ambiente en el campo, tan familiar y cercano, es algo que no se experimenta en la ciudad. Aunque uno ya se acostumbra y se ubica en el lugar donde está, lo fraterno y cotidiano hace crecer la vida y desarrollar la dimensión humana. Eso es algo que, quizás, falta en las ciudades.
Hablemos sobre el propósito de su ministerio. ¿Se ha transformado con el paso de los años?
Uno puede ir dando forma más concreta a esos sueños. En la educación siempre se sueña, ya sea con un proyecto que se implemente en un curso, con una nueva línea de investigación o con la idea de hacer algo para el bienestar de los niños y jóvenes. Hay muchas cosas que se sueñan, no necesariamente en grande, sino en pequeño. Y “pequeño” no significa que lo minimicemos, sino que empezamos a ser realistas. Implica contar con las personas que están a tu lado, con un presupuesto cuando es necesario, con el interés de todos, y a veces, ese es el gran sueño. Hay cosas que uno dice: “esto no se puede hacer”, pero cuando se limita a otros ideales, lo que realmente nos mueve es lo que cada día vemos en los chicos, ese tejido humano y social. Hablamos de “tejer la esperanza en los jóvenes”, de “construir caminos juntos”, de los valores que, a veces, parecen lejanos, pero que se vuelven posibles. Me motiva la paz, que no es ser indiferente, es una obra de justicia. Para nosotros, ese es el gran sueño, que se concreta en lo pequeño y en lo cotidiano.
Usted actualmente se desempeña como rectora de un colegio. Hablemos de esa labor.
Nuestro fundador, Monseñor Bernardo Sánchez, consideraba que la educación era el mejor camino para llegar a los niños, jóvenes y sus familias. Decía que era el campo más eficaz para reducir los problemas sociales. Aunque no lo conocí, por sus escritos y el testimonio de las hermanas aprendí su lema: “Amen la educación y enseñen con el ejemplo”. La educación, especialmente con las nuevas generaciones, no es sencilla: abarca no solo a niños y jóvenes, sino también a las familias, lo que nos exige mucho. El reto diario es educar para la paz, especialmente en contextos sociales tan difíciles como los de Colombia y Ecuador.
Profundicemos en esos retos que trae enseñar en estos tiempos...
En nuestra obra tenemos el concepto de “misión compartida”. Somos tres hermanas en el proyecto, y aunque mi cargo es formalmente el de representante legal, lo vivo más como una misión, que claramente trae sus retos. Lo más difícil ha sido encontrarnos con padres que no reconocen el trabajo que se realiza por sus hijos, sino que más bien ponen obstáculos. He tenido situaciones en las que han interpuesto tutelas, y actualmente tengo un proceso administrativo abierto con la secretaría. Esto ocurre cuando intentamos formar a los estudiantes desde una perspectiva que no solo se centra en imponer cosas o en su intelecto, sino también en su desarrollo como personas. Sin embargo, también hay padres que se comprometen, apoyan, sugieren ideas y ayudan en esta misión, que no es fácil.
Habrá estudiantes que no crean en Dios, ¿cómo maneja esto?
Con los chicos, fomentamos la apertura a la pluralidad, no solo como una palabra, sino como una actitud de respeto hacia el otro, sus ideas y creencias. Siempre destacamos la importancia de la dimensión espiritual, que va más allá de lo religioso. Aunque conservamos prácticas religiosas, nunca van en contra de la dignidad humana. Las prácticas que seguimos, como la reflexión, la oración y la convivencia, promueven la inclusión y el respeto a las ideas de todos. Lo esencial es formar un espíritu humano que valore al otro. Algunos jóvenes, especialmente en octavo y noveno, nos dicen que no creen en nada. Les explicamos que, aunque no lo crean ahora, podrían encontrar a Dios en algún momento. Lo importante es que no pierdan de vista el propósito de su vida y su humanidad. El proyecto de vida social en educación religiosa es un compromiso social, y la fe debe siempre estar vinculada al ser humano. Aunque existen desafíos, no los vemos como dificultades mayores, ya que los estudiantes muestran una apertura y respeto por las diferencias.
Para los que estén interesados, ¿cuál es la mejor manera de acercarse a la fe católica?
Para conocer a Jesús lo importante es querer adentrarse. Cuando él dice: “echen las redes y remen mar adentro”, el remar mar adentro implica tanto el conocimiento de uno mismo como la búsqueda de Dios, aunque no siempre lo encontremos como lo buscamos, pues se revela de diferentes maneras, en una multiplicidad de formas, y en lenguajes que no son los nuestros. Entonces, conocer a Jesús implica conocer el Evangelio, que siempre nos lleva a aguas más profundas y nos invita a cuestionarnos. Nos llama a salir de nuestro egoísmo y lanzarnos a los demás. A Jesús también se lo encuentra, como dice el Papa Francisco, en las periferias existenciales, en los lugares de sufrimiento, en la cruz. Jesús no está solo en lo bonito, sino también en la dificultad, como crucificado y resucitado. Eso sí, hay que hacer camino, porque Jesús no es solo una idea, o simplemente algo ético, ni tampoco son solo unas prácticas; Jesús es una persona, un “alguien” al que también hay que ganar afecto y mostrarle ese afecto.
¿Cómo se inició en la vida religiosa? ¿Cuál fue la motivación?
La experiencia de fe que uno recibe en la familia marca la vida, pero también la formación que recibí, tanto en la escuela primaria como en mi comunidad sobre la fraternidad y la hermandad, me llevaron hacia este camino. A partir de ahí, comienza a tomar forma la experiencia de preparación para el sacramento de la Confirmación. Yo soy de Ecuador, donde la formación dura seis años: el primero es un camino de fe, luego dos años para la reconciliación y la primera comunión, un año bíblico y finalmente dos de Confirmación, hasta los 15 años. A esa edad, ya tenemos la capacidad de tomar decisiones, tanto morales como espirituales. Fue entonces cuando el catequista me hizo una pregunta que nunca me habían hecho antes: ¿cuál es tu proyecto de vida? Él nos explicó que el proyecto de vida no solo es la profesión, sino también el matrimonio, la vida misionera, la soltería, la vida religiosa y la sacerdotal. En ese momento fue cuando conocí a las hermanas de Nuestra Señora de la Paz, en Portoviejo, Manabí. Su vida me marcó profundamente, pues me mostraron una experiencia muy humana de Jesús. Desde allí, empecé a seguirlo, amarlo y servirlo en la cotidianidad y en nuestra misión propia.
Durante toda la preparación, ¿hubo algo que le haya costado dejar atrás?
Mi mamá fue mi pilar de fe y la que me animó a dar este paso. Al contrario de mi hermana mayor, quien estaba estudiando Administración de empresas, y empezó a cuestionarme y a sembrar la duda sobre cuáles era mis sueños, pues yo en ese momento también quería estudiar Economía. Ella comenzó a preguntarme por dónde iban a quedar mis aspiraciones, si al entrar a la comunidad no iba a poder estudiar. En ese momento yo desconocía cómo era la educación en una comunidad religiosa, y tampoco me interesaba, pues mi corazón estaba inquieto por esa opción de vida religiosa. Ya luego, cuando decido ser educadora, me doy cuenta de que nos exigían tener una licenciatura y hacer una maestría. Algo que sí me costó fue estar lejos de mi familia la primera vez que decidí venir a Colombia, pues estuve tres años sin estar cerca de ellos.
¿Por qué viajó a Colombia y qué la hizo quedarse acá?
La comunidad está ubicada en Ecuador, Colombia y Brasil. La preparación que ofrecemos incluye tanto la formación inicial del postulante como el noviciado y el juniorado, que ocurre cuando la persona ya ingresa a la universidad. Todo el acompañamiento que brindan las hermanas se realiza principalmente en Colombia, donde están nuestras casas de formación. Por eso me quedé, además porque aquí la comunidad requiere mi presencia, ya que el enfoque principal de mi labor es en la educación y los colegios están ubicados en Bogotá.
Además de su familia, ¿qué extraña de su país?
El ambiente en el campo, tan familiar y cercano, es algo que no se experimenta en la ciudad. Aunque uno ya se acostumbra y se ubica en el lugar donde está, lo fraterno y cotidiano hace crecer la vida y desarrollar la dimensión humana. Eso es algo que, quizás, falta en las ciudades.
Hablemos sobre el propósito de su ministerio. ¿Se ha transformado con el paso de los años?
Uno puede ir dando forma más concreta a esos sueños. En la educación siempre se sueña, ya sea con un proyecto que se implemente en un curso, con una nueva línea de investigación o con la idea de hacer algo para el bienestar de los niños y jóvenes. Hay muchas cosas que se sueñan, no necesariamente en grande, sino en pequeño. Y “pequeño” no significa que lo minimicemos, sino que empezamos a ser realistas. Implica contar con las personas que están a tu lado, con un presupuesto cuando es necesario, con el interés de todos, y a veces, ese es el gran sueño. Hay cosas que uno dice: “esto no se puede hacer”, pero cuando se limita a otros ideales, lo que realmente nos mueve es lo que cada día vemos en los chicos, ese tejido humano y social. Hablamos de “tejer la esperanza en los jóvenes”, de “construir caminos juntos”, de los valores que, a veces, parecen lejanos, pero que se vuelven posibles. Me motiva la paz, que no es ser indiferente, es una obra de justicia. Para nosotros, ese es el gran sueño, que se concreta en lo pequeño y en lo cotidiano.
Usted actualmente se desempeña como rectora de un colegio. Hablemos de esa labor.
Nuestro fundador, Monseñor Bernardo Sánchez, consideraba que la educación era el mejor camino para llegar a los niños, jóvenes y sus familias. Decía que era el campo más eficaz para reducir los problemas sociales. Aunque no lo conocí, por sus escritos y el testimonio de las hermanas aprendí su lema: “Amen la educación y enseñen con el ejemplo”. La educación, especialmente con las nuevas generaciones, no es sencilla: abarca no solo a niños y jóvenes, sino también a las familias, lo que nos exige mucho. El reto diario es educar para la paz, especialmente en contextos sociales tan difíciles como los de Colombia y Ecuador.
Profundicemos en esos retos que trae enseñar en estos tiempos...
En nuestra obra tenemos el concepto de “misión compartida”. Somos tres hermanas en el proyecto, y aunque mi cargo es formalmente el de representante legal, lo vivo más como una misión, que claramente trae sus retos. Lo más difícil ha sido encontrarnos con padres que no reconocen el trabajo que se realiza por sus hijos, sino que más bien ponen obstáculos. He tenido situaciones en las que han interpuesto tutelas, y actualmente tengo un proceso administrativo abierto con la secretaría. Esto ocurre cuando intentamos formar a los estudiantes desde una perspectiva que no solo se centra en imponer cosas o en su intelecto, sino también en su desarrollo como personas. Sin embargo, también hay padres que se comprometen, apoyan, sugieren ideas y ayudan en esta misión, que no es fácil.
Habrá estudiantes que no crean en Dios, ¿cómo maneja esto?
Con los chicos, fomentamos la apertura a la pluralidad, no solo como una palabra, sino como una actitud de respeto hacia el otro, sus ideas y creencias. Siempre destacamos la importancia de la dimensión espiritual, que va más allá de lo religioso. Aunque conservamos prácticas religiosas, nunca van en contra de la dignidad humana. Las prácticas que seguimos, como la reflexión, la oración y la convivencia, promueven la inclusión y el respeto a las ideas de todos. Lo esencial es formar un espíritu humano que valore al otro. Algunos jóvenes, especialmente en octavo y noveno, nos dicen que no creen en nada. Les explicamos que, aunque no lo crean ahora, podrían encontrar a Dios en algún momento. Lo importante es que no pierdan de vista el propósito de su vida y su humanidad. El proyecto de vida social en educación religiosa es un compromiso social, y la fe debe siempre estar vinculada al ser humano. Aunque existen desafíos, no los vemos como dificultades mayores, ya que los estudiantes muestran una apertura y respeto por las diferencias.
Para los que estén interesados, ¿cuál es la mejor manera de acercarse a la fe católica?
Para conocer a Jesús lo importante es querer adentrarse. Cuando él dice: “echen las redes y remen mar adentro”, el remar mar adentro implica tanto el conocimiento de uno mismo como la búsqueda de Dios, aunque no siempre lo encontremos como lo buscamos, pues se revela de diferentes maneras, en una multiplicidad de formas, y en lenguajes que no son los nuestros. Entonces, conocer a Jesús implica conocer el Evangelio, que siempre nos lleva a aguas más profundas y nos invita a cuestionarnos. Nos llama a salir de nuestro egoísmo y lanzarnos a los demás. A Jesús también se lo encuentra, como dice el Papa Francisco, en las periferias existenciales, en los lugares de sufrimiento, en la cruz. Jesús no está solo en lo bonito, sino también en la dificultad, como crucificado y resucitado. Eso sí, hay que hacer camino, porque Jesús no es solo una idea, o simplemente algo ético, ni tampoco son solo unas prácticas; Jesús es una persona, un “alguien” al que también hay que ganar afecto y mostrarle ese afecto.