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Johannes Kepler (1571-1630) y Galileo Galilei (1564-1642) fueron los más vehementes y notables defensores de la extraña propuesta de Nicolás Copérnico de poner el sol y no la tierra en el centro del universo. Isaac Newton reconoció haber podido ver más lejos porque estaba “sobre los hombros de gigantes”, sin duda uno de ellos, si no el más importante, fue Johannes Kepler. Por su impacto en la física newtoniana Kepler es recordado sobre todo por haber planteado tres leyes matemáticas sobre el movimiento de los planetas alrededor del Sol, la más famosa y difícil de aceptar fue su idea de que los planetas se mueven alrededor de esta estrella en órbitas en forma de elipse y no circulares como se había defendido por siglos. Sus leyes planetarias fueron centrales para la deducción newtoniana de la ley de la gravitación universal, publicada en la gran obra de Newton, Principios matemáticos de filosofía natural, de 1687.
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Más que un dedicado observador y recopilador de datos, fue un teórico genial, pero su obra es inseparable de la de su colega astrónomo Tycho Brahe (1546-1601), de quien heredó una robusta cantidad de datos astronómicos a los que muy pocos en el mundo tuvieron acceso en su momento. El encuentro y amistad con Brahe fue un afortunado accidente para la historia de la ciencia moderna. Este acercamiento de talentos lo describe el mismo Kepler con las siguientes palabras: “Tycho tiene las mejores observaciones, y, por decirlo así, el material para la construcción de un nuevo edificio [...]. Él solamente carece del arquitecto que pueda usar todo ese material de acuerdo con su propio diseño”. Kepler sería entonces el ingenioso “arquitecto” que daría forma a los datos de Tycho Brahe.
Sin duda Kepler fue uno de los grandes arquitectos de la cosmología moderna, lo que se suele dejar de lado son sus profundos intereses teológicos y su obsesión por la armonía matemática de la creación. En el Renacimiento no es posible reconocer una ciencia secular y Kepler es un contundente ejemplo de la profunda importancia de la teología y de la estética en el nacimiento de la cosmología moderna.
La concepción platónica y pitagórica del mundo es evidente en la ciencia de Kepler, para él, las matemáticas y la geometría son la verdad unificadora entre la mente de Dios y la mente del hombre. La geometría existe antes de la creación, es coeterna con la mente de Dios. En sus palabras: “Las figuras que no pueden ser construidas con el compás y la regla, están por fuera del entendimiento, son inexpresables y no existen”. Dios solo podía haber creado un mundo perfecto, ordenado y matemáticamente inteligible. De manera que una pintura genuina del cosmos solo sería posible en el lenguaje, igualmente divino al de la geometría.
El mismo Kepler contó que el 9 de julio de 1596, mientras dibujaba una figura para explicar a sus estudiantes la idea de las proporciones divinas de los sólidos regulares (poliedros como el cubo cuyos lados son iguales), creyó haber descubierto, un modelo para el sistema solar tan perfecto y bello que tenía que ser real. Imaginó que los cinco sólidos regulares inscritos dentro de esferas bien podrían describir las órbitas y las distancias relativas de los seis planetas conocidos. Si bien faltaba confirmar si su preciosa idea correspondía con las observaciones, lleno de gozo, estaba encantado con la perfección de su modelo. Ese mismo año publicó su Misterium Cosmographicum, una particular defensa de la teoría heliocéntrica a partir del número de planetas que deberían coincidir con el número de figuras geométricas platónicas cuyos lados son idénticos.
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“La Tierra es el círculo que es la medida de todo. Circunscríbele un dodecaedro. El círculo que lo circunscriba será Marte. Circunscribe a Marte en un tetraedro, el círculo que lo comprenda será Júpiter. Circunscribe a Júpiter en un cubo. El círculo que lo comprenda a este será Saturno. Ahora en la Tierra un icosaedro. El círculo inscrito en esta será Venus. Inscribe en Venus un octaedro. El círculo inscrito en él será Mercurio. He ahí la explicación del número de planetas”.
Misterio del cosmos no fue el único trabajo en el que Kepler se ocupó de descifrar la armonía divina del universo. Como Pitágoras, defendió que los planetas en su movimiento producían una música perfecta y armoniosa. En sus palabras: “Los movimientos celestes no son más que una canción continua para múltiples voces”. Tal vez esta música perfecta es la que se ha podido escuchar cuando no hay otros sonidos que impiden oír el silencioso concierto de las esferas, que para el astrónomo es una clara expresión de la perfecta armonía de la creación. Una idea preciosa y muy antigua que se remonta a la antigua Grecia y fue recuperada por músicos de la Europa moderna como Vicenzo Galilei, padre de Galileo
La teoría de los cinco sólidos regulares y las órbitas circulares de su modelo no coincidían con la precisión de las observaciones astronómicas de su tiempo, pero él no se rindió en su búsqueda de un orden geométrico y divino para el cosmos. En 1609, escribió un libro titulado Astronomia Nova, en el cual propuso rupturas mayores con la astronomía clásica, no solo defendió la idea copernicana de poner la tierra en movimiento alrededor del sol, sino que llegó a conclusiones igualmente revolucionarias como la forma elíptica de las órbitas planetarias y el cambio de la velocidad de los planetas en relación con su distancia al sol.
Esta “nueva astronomía” suponía romper con el paradigma platónico y aristotélico del movimiento de los planetas en círculos y a velocidad constante alrededor del sol, pero en comparación con la complejidad a la que llegó el modelo geocéntrico de Claudio Ptolomeo (100-170) de numerosos epiciclos y esferas excéntricas, gracias a Kepler se logró un modelo del sistema solar mucho más ordenado, armónico y bello.
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Misterio del Cosmos y Astronomía Nova, parecen dominados por el mismo sueño de encontrar el secreto del orden del universo, una tarea en la cual la geometría, la música, la religión, la astronomía y el arte deben unirse para comprender y representar el pensamiento de Dios. Kepler no fue el único en creer posible descifrar un orden geométrico y divino en la naturaleza. Se trataba de una obsesión colectiva relacionada con la tradición neoplatónica que parecía impregnar la obra de toda una tradición de arquitectos, artistas y astrónomos que concibieron el mundo como una perfecta obra de arte.
Le recomiendo leer un maravilloso libro sobre la revolución copernicana y con especial atención a Kepler y la influencia de Platón es “The Sleepwalkers, de Arthur Koestler”, escrito en 1989.