John Castles, moldear un legado en hierro y acero
El artista barranquillero, que falleció el jueves en la noche a causa de complicaciones de salud, fue uno de los grandes referentes del modernismo escultórico en Colombia. Nacido en Barranquilla en 1946, Castles hace parte del grupo de escultores destacados del país, junto a Édgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar, entre otros.
Andrea Jaramillo Caro
Primero fue la madera en 1970 y luego, con la velocidad de una bola de nieve cayendo por una colina, el trabajo escultórico del artista barranquillero John Castles fue creciendo y mutando con el tiempo. Su obra, que comenzó con una muestra individual en la galería El Parque de Medellín, lo convirtió en uno de los referentes del modernismo escultórico en Colombia.
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Primero fue la madera en 1970 y luego, con la velocidad de una bola de nieve cayendo por una colina, el trabajo escultórico del artista barranquillero John Castles fue creciendo y mutando con el tiempo. Su obra, que comenzó con una muestra individual en la galería El Parque de Medellín, lo convirtió en uno de los referentes del modernismo escultórico en Colombia.
La Arenosa fue la ciudad que lo vio nacer en 1946, pero fue en Medellín donde su carrera artística tomó vuelo. A la capital del departamento de Antioquia llegó con la intención de realizar una carrera en arquitectura, que comenzó con sus estudios en la Universidad Javeriana de Bogotá, y que quiso terminar en la Universidad Nacional en Medellín. Sin embargo, el diploma no lo recibió: las primeras y únicas esculturas en madera que realizó, formaron un nuevo sueño en el mundo del arte.
Desde entonces, su carrera, que se extendió por más de 40 años, lo llevó a exhibir en salones de artistas, bienales y muestras individuales alrededor del mundo. “Su trabajo nace de la tradición geométrica abstracta en Colombia y se caracteriza por el uso de materiales como el acero y el hierro. En su obra la materia se desdobla, las tensiones entre las formas y el vacío, entre el peso y la ligereza, entre el volumen y el espacio, alcanzan un equilibrio arquitectónico”, se lee en la página de la galería Nueveochenta, donde exhibió su obra en 2022.
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El aluminio pintado reemplazó a la madera en 1972 y, con tuercas y tornillos como un guiño a la obra de Édgar Negret, Castles comenzó a abrirse paso en ese grupo de artistas cuyas obras se enmarcaban en el modernismo escultórico, a pesar de que sus pares fueran casi 20 años mayores que él. En esta corriente figuraron personajes como Eduardo Ramírez Villamizar, Carlos Rojas y Feliza Burzstyn. “Castles admiraba a Negret, pero también quería diferenciarse. Sus formas apuntaron a problemas físicos y estructurales, y así, se alejaron de las evocaciones ingenieriles y humanísticas de su predecesor. Las esculturas de Castles estaban estructuradas con planos rectos y dejaban ver las soluciones espaciales mostrando lugares vacíos y marcando los llenos con superficies de aluminio pintado bordeados de tornillos”, escribió Miguel González para la revista Art Nexus.
En vida lo calificaron como enigmático y su obra fue de interés para varios críticos que tuvieron la intención de revelar uno o varios significados de las formas que creó a partir de aluminio, el acero o el hierro. John Castles tenía en sus manos y en su mente el poder de moldear estos metales, tan asociados con la rigidez, y darles movimiento, expresión y formas etéreas. Les dio un aspecto liviano a sus creaciones. Cada una de sus esculturas “es un proceso; un problema lleva a otro; una obra conduce a otra. Es un conjunto de variaciones”, dijo a El Tiempo.
“Sus esculturas no aparecen como objetos, sino que sus planos delicadamente colocados obligan a la consideración de tres puntos específicos: en primer lugar, los elementos que la conforman: planos enormes en hierro oxidado, contrapuestos y en posiciones inestables, que mantienen en quien los detalla la sensación espacial de una arquitectura elemental y pesada. En segundo lugar, los elementos lineales, que usualmente estructuran las láminas de hierro en niveles superiores, confieren fragilidad y aclaran el trabajo de la escultura por gravedad. En tercer lugar, la lectura espacial absorbe la atención por el extremo cuidado tenido por el escultor en los pasos creativos iniciales. Todo obliga a un recorrido en el que se entienden las proyecciones lógicas que las líneas y planos generan. No aparecen entonces espacios gratuitos, sino el estricto control que el escultor ejerce en la creación de sus vacíos, ganando cada vez más terreno fuera de las mismas formas, recurso no utilizado hasta ahora en nuestra escultura”, escribió el director de la galería La Oficina en Medellín, durante la década de los 70.
John Castles llegó a la esfera del arte pisando fuerte en el ámbito nacional y para la década de 1980 su trabajo se internacionalizó, primero en Brasil y luego en Puerto Rico. En 1983 ya estaba mostrando sus obras en Nueva York. La experiencia ganada durante estos años abrió las puertas a nuevos materiales y, por lo tanto, se dio a la experimentación con elementos como el níquel, el vidrio y la soldadura, de los cuales quiso explorar sus propiedades físicas. Parte de proceso fue descrito en la última entrevista que concedió en 2022. “Mi trabajo comienza en un taller industrial. Llevo las maquetas y trabajan con máquinas hidráulicas dobladoras o roladoras que ejercen presiones sobre el metal y mediante procesos combinados se obtienen las formas; luego, en el taller, hago las soldaduras, las uniones que son posibles para exaltar la relación con el piso como soporte del peso; también las dejo oxidar naturalmente o con chorros de arena; también, en algunos casos, las pinto para que tengan el color original del acero”.
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Para 1990 su lenguaje ya había madurado y, como lo dijo en ese momento Carmen María Jaramillo, “a pesar de que sus obras tienden hoy a la verticalidad, Castles comienza su desinterés por las bases, por entronizar sus trabajos. En el filo de los extremos de la hoja metálica sostiene las obras y de esta manera se integran naturalmente al piso”.
Así como amplió su alcance en cuanto a materiales, John Castles salió del espacio privado e incursionó en el público con esculturas de gran formato. La primera de estas fue realizada en 1975 y se tituló “Pectoral”. Dos años más tarde, en el periódico El Colombiano, el crítico Leonel Estrada publicó un artículo en el que afirmaba sobre las obras de Castles que “si las imaginamos a escala mayor en medio de la naturaleza, se vuelven monumentales y deberían tener presente los arquitectos que ahora proyectan y construyen obras en espacios con amplias zonas verdes. Medellín ganaría en belleza y sería cada vez más centro focal del arte y la cultura”. Estrada, según recordó el artista en una entrevista con El Tiempo, fue el primer comprador de su obra en 1972 durante la III Bienal de Arte Coltejer.
Hoy el nombre y la obra de John Castles se pueden encontrar en diferentes puntos de Bogotá y Medellín. Una de las intervenciones más reconocidas es aquella que instaló en la escalinata de del Museo de Arte Miguel Urrutia del Banco de la República, que se titula “Escalonado”. “En ella el artista intenta una relación arte-público que no concluye en un obstáculo que hay que mirar por obligación. Ni mata el paisaje ni se vuelve paisaje”, escribió Guillermo Vanegas sobre esta obra en la plataforma Esfera Pública. Castles consideraba que estas obras conllevaban “una responsabilidad con el espacio público y con sus transeúntes”, según dijo a El Tiempo.
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Lo apodaron “el monstruo del hierro y el acero”, aunque sus orígenes comenzaron con otros materiales. En esa última entrevista, detalló: “Inicialmente, empecé con láminas porque me permitían tener superficies más grandes, más holgadas y así tener menos elementos. Después de trabajar volúmenes vacíos en su interior, opté por el hierro fundido, que me permitió tener volúmenes más pequeños pero sólidos, más pesados y densos”. La densidad y el volumen caracterizaron el legado que dejó alrededor del mundo y por el que será recordado, pues fueron más de 400 obras las que creó durante su vida artística.