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Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y el comienzo del periodo conocido como la Guerra Fría, el contexto internacional se caracterizó por una tensión ideológica creciente entre el bloque soviético y el norteamericano. Los gobiernos estadounidenses de turno centraron sus esfuerzos en idear políticas que les permitieran detener lo que consideraban como una amenaza para la seguridad nacional: la expansión del comunismo. En Europa, por ejemplo, el Plan Marshall proporcionó una ayuda económica masiva a los países afectados por la guerra con el fin de promover su desarrollo económico y social, y evitar así el asentamiento y popularidad de los partidos comunistas.
Debido al fortalecimiento de las relaciones políticas y económicas de Cuba con la Unión Soviética, John F. Kennedy anunció la puesta en marcha de una iniciativa similar al Plan Marshall para América Latina y el Caribe el 13 de marzo de 1961. Su programa de ayuda económica, política y social para detener la expansión del comunismo en esta región se llamó la Alianza para el Progreso. Desde su anuncio, la Alianza generó gran expectativa en varios sectores sociales. De acuerdo con el mandatario estadounidense, este programa iba a constituir un “gran esfuerzo cooperativo, incomparable en magnitud y nobleza de propósito, para satisfacer las necesidades del pueblo latinoamericano en vivienda, trabajo, tierra, salud y educación”. Sin embargo, su fracaso fue palpable tan sólo una década después de su implementación. A finales de los sesenta, los casi veintidós billones de dólares en capital público y privado que el gobierno estadounidense invirtió en esta región se tradujeron en cifras de crecimiento económico y social poco significativas.
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Aunque las causas del fracaso de la Alianza fueron ampliamente estudiadas en los setenta, dos décadas después surgieron numerosas monografías de investigación al respecto, fruto de la gran disponibilidad de fuentes para la época. Ciertamente, la memoria histórica en torno a la Alianza se ha ampliado y cuestionado en la medida en que los gobiernos estadounidenses han autorizado la desclasificación de los archivos de la CIA asociados a las intervenciones militares en la región. Con todo, la obra de Stephen G. Rabe, The Most Dangerous Area in the World, publicada en 1999 por la University of North Carolina Press, se destaca por ser una de las mejores síntesis sobre las políticas de Kennedy respecto a América Latina y el Caribe.
En este libro de ocho capítulos repartidos a lo largo de doscientas páginas, Rabe, quien es profesor emérito de Historia en la Universidad de Texas, en Dallas, analiza tanto el perfil ideológico anticomunista de Kennedy y sus asesores, como las iniciativas bilaterales de los presidentes latinoamericanos beneficiados por la Alianza. De acuerdo con él, el ahínco inicial de Kennedy por contener el comunismo en la región se materializó en la promoción de líderes que defendieran el capitalismo democrático. Esto, con la finalidad de que los gobiernos latinoamericanos fueran tierra fértil para las reformas de la Alianza. No obstante, su creciente temor de que los países de la región siguieran el ejemplo de Cuba lo llevó a apoyar con el tiempo, más bien, a líderes autoritarios decididamente anticastristas, lo cual desvirtuó los objetivos originales del programa.
Concretamente, Rabe comienza su análisis afirmando que uno de los principales objetivos de Kennedy era evitar que el pueblo latinoamericano asociara a los Estados Unidos con gobiernos dictatoriales o militares, lo que lo diferencia de su predecesor, Dwight D. Eisenhower. Por tal razón, Kennedy promovió inicialmente el derrocamiento de dicho tipo de regímenes y apoyó el ascenso al poder de líderes progresistas y democráticos que, bajo su criterio, estaban comprometidos con el desarrollo económico y social de la región. Precisamente, fue la búsqueda de líderes que cumplieran dicho perfil la que justificó varias de las intervenciones estadounidenses en la región, como, por ejemplo, la que tuvo lugar en Chile durante el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez.
A mediados de 1959, el businessman’s government de Alessandri recibió casi cien millones de dólares en créditos privados del gobierno de Eisenhower para aliviar la crisis financiera que atravesaba el país. Pese a la solidaridad estadounidense, el mandatario chileno se negó a comprometerse con la resolución de los problemas económicos y sociales de su país, razón por la cual Kennedy le retiró su apoyo. En su lugar, el gobierno de Estados Unidos respaldó en las elecciones presidenciales de 1964 a Eduardo Frei Montalva, quien prometía gestionar las principales reformas económicas y sociales que Chile requería. Bajo la visión de Kennedy, apoyar a un líder como Frei era vital para ganar la Guerra Fría en este país. Más aún si se tiene en cuenta que, para 1964, Chile tenía inclinaciones políticas ampliamente divididas fruto de la gran desigualdad social, y la izquierda, encabezada por Salvador Allende Gossens, gozaba de gran popularidad.
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Si bien la salida de Alessandri del poder estuvo exenta de violencia militar, la mayoría de las intervenciones que se llevaron a cabo en la región no lo estuvieron. De acuerdo con Rabe, la política exterior de Kennedy revivió la ‘diplomacia cañonera’ o Gunboat Diplomacy, puesto que ejecutó golpes de estado violentos contra los líderes dictatoriales que no se acoplaron a los fines de la Alianza. Ejemplo de lo anterior fue el golpe de estado que el gobierno estadounidense efectuó en 1961 contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
En la obra también se explica cómo, después del desastre de Bahía Cochinos de 1961, el objetivo de encontrar líderes progresistas y democráticos que se ajustaran a los fines de la Alianza —como el venezolano Rómulo Betancourt o el costarricense José Figueres Ferrer— se hizo cada vez más difícil de alcanzar. Aunque en la introducción de la obra se aclara que el tema de las relaciones de Estados Unidos con Cuba no se abordará a profundidad, pues esto requeriría de un estudio aparte, el autor hace énfasis en que después de dicho suceso la obsesión anticomunista de Kennedy se incrementó y adquirió un tinte “anti-Castro”. De hecho, para 1963, el mandatario estadounidense llegó a considerar que América Latina era “el área más peligrosa del mundo” por ser tan proclive a seguir el ejemplo revolucionario de Cuba. Uno de los múltiples casos que presenta el autor para dar cuenta de lo anterior es el del presidente argentino Arturo Frondizi.
Para la década de los sesenta, Argentina estaba sumida en un escenario de inflación crítico y se encontraba muy por detrás de las economías industrializadas más pujantes del mundo, a pesar de tener un nivel de desarrollo superior al de muchos países latinoamericanos. Frondizi, quien logró reducir la inflación considerablemente en cuestión de dos años e implementó reformas que le permitieron al país alcanzar cifras de crecimiento económico importantes, gozó en un principio de la confianza y el apoyo económico de Kennedy. Pero, a pesar de ser abiertamente anticomunista y en teoría satisfacer el perfil de líder que la Alianza necesitaba, se negó a cortar las relaciones comerciales con Cuba, lo que terminó por decepcionar a Kennedy. Frondizi fue destituido después de que las Fuerzas Armadas argentinas ejecutaran un golpe de estado en su contra el 29 de marzo de 1962. No dejan de ser reveladoras las palabras pronunciadas por el secretario de Estado, Dean Rusk, frente a la situación política argentina: “Lo que causó el derrocamiento del gobierno de Frondizi fue consecuencia directa de la actitud de Frondizi hacia Castro”.
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Presidentes como Joao Goulart, de Brasil, y Cheddi Jagan, de la Guyana Británica tampoco se alinearon a las políticas de desestabilización estadounidenses contra Cuba. Al igual que muchos de los países del Cono Sur, estos no veían a Castro como una posible amenaza para el continente y respaldaban el principio de no intervención de la Organización de los Estados de las Américas (OAS). Además, consideraban que actuar conforme Kennedy les solicitaba provocaría que Castro se uniese irrevocablemente al bloque Sino-Soviético. Por esta razón, Kennedy comenzó a respaldar, ya para 1963, a líderes dictatoriales que compartían su visión sobre la situación en Cuba.
Evidentemente, la decisión de apoyar a este tipo de regímenes transgredió uno de los pilares fundamentales de la Alianza. No obstante, el autor señala que este programa tampoco alcanzó sus metas socio-económicas por otros motivos. Por ejemplo, los autores intelectuales de los modelos de crecimiento económico de la Alianza no sólo tenían una comprensión superflua del contexto latinoamericano, sino que también subestimaron el papel reformista que la clase media podía llegar a ejercer. Sumado a lo anterior, la región enfrentó numerosos obstáculos en temas de población, comercio e inversión en la década de los sesenta.
En este punto valdría la pena aclarar que los paradigmas en la literatura especializada sobre la Guerra Fría se caracterizan por cómo explican las motivaciones detrás de las acciones de los bloques soviético y estadounidense. En concreto, uno de esos paradigmas defiende que la principal motivación de las políticas de contención estadounidenses era la consecución de una supremacía económica mundial. Rabe se aleja de dicha postura y afirma, en cambio, que estas políticas pretendían frenar los impulsos imperiales del bloque comunista. De ahí que en The Most Dangerous Area in the World se describa con particular ahínco el espectro político de los países latinoamericanos que eran vistos como una “amenaza comunista” y se señalen cuáles fueron los hitos que marcaron la radicalización de la obsesión anticomunista de Kennedy.
Lo anterior permite que tanto un público especializado, como uno no experto en la materia obtenga una visión holística de las políticas de la administración de Kennedy referentes al “área más peligrosa del mundo”. Definitivamente, The Most Dangerous Area in the World resulta una lectura obligatoria para los interesados en la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría.
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