Jojo Rabbit: “Ningún sentimiento es definitivo”

El director de esta película, Taika Waititi, nominada a seis Óscar, hace recordar el show circense de antaño, porque además escribe el guion y por si fuera poco se arriesga interpretando al amigo imaginario de Jojo.

Karim Quiroga
09 de febrero de 2020 - 08:56 p. m.
Imagen de una de las escenas de "Jojo Rabbit", nominada a seis premios Óscar. / Cortesia
Imagen de una de las escenas de "Jojo Rabbit", nominada a seis premios Óscar. / Cortesia
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El cine te devuelve, como un espejo, el reflejo de lo que eres, con mayor o menor fuerza o intensidad.

La guerra vista por los ojos de un niño siempre ofrece estados alterados. Jojo Rabbit en sus primeros minutos no logró transmitirme nada;  un campamento con niños alemanes, seguidores del régimen del  Führer  (Der Führer, el líder, guía o conductor) en repetidas alegorías al  Heil Hitler! ('¡Salve Hitler!'), a viva voz, portando sus esvásticas en sus brazos, orgullosos de su raza aria, de su sangre, seguros de su superioridad, de ubicarse por encima de los demás seres humanos, porque los demás, pertenecían a otra clase, eran seres inferiores, con cuernos en la cabeza, con poderes para leer la mente, que dormían en el techo como los murciélagos, cómo decirlo sin que parezca un insulto, eran Ju – Díos.

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Pero el cine de Taika Waititi es como una caja de sorpresas. Nos recuerda que una granada arrojada contra el enemigo, durante unas prácticas puede devolverse como un bumerang. Y allí esta  Johannes "Jojo" Betzler, de 10 años,   de regreso a casa derrotado en su primer entrenamiento en las Juventudes Hitlerianas.

Entonces, Jojo Rabbit, como le apodaron en ese lugar,  llega a casa de su madre Rosie Betzler (Scarlett Johannson) y vuelve a moverse la cámara de los espejos, descubrimos que la infancia de Jojo se ve truncada por los afanes nacionalistas de un país que necesita inventarse una guerra y construir enemigos a toda costa. Era común que algunas familias alemanas escondieran a los judíos entre las paredes de sus casas, como ratas,  comiendo las sobras de la familia; pero ese espacio del tiempo, esa cueva ofrece un verdadero descubrimiento para Jojo, cuando sorprende a “uno de sus enemigos” en su propio hogar; Elsa  Korr (Thomasin McKenzie) una joven judía con quien luego del pavoroso encuentro, en el que fue confundida con un fantasma, empiezan a construir interacciones, algunas a través de cartas enviadas  metafóricamente  por Nathan, el prometido de la chica, asegurando el encuentro en París al final de la guerra.

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La poesía entonces, sería una forma de escapar al temor,  y se cruzan las letras del poeta Reiner María Rilke (Praga, 1875) leído como si se tratara de una provocación, sus versos aparecen en las cartas que escribe el joven Jojo a su “enemiga” refugiada  en la casa.

Yorki; el único amigo de infancia de Jojo permanece en el campamento, en plena campaña de adoctrinamiento y fanatismo de la II Guerra Mundial. De modo que nuestro protagonista, se enfrenta a la soledad de la niñez en medio del falso nacionalismo de ese juego de la muerte  conducido por un cretino, y aquí parece no importar a qué bando pertenezcas, pues básicamente,  los sentimientos son humanos, las pasiones también.

Luego de casi una década sin asistir al cine para mayores de 12 años, por concentrarme por entero al cine infantil, me encuentro maravillosamente hipnotizada por los avances en esta materia. Y aquí viene el golpe rotundo de Waititi para las madres solteras, además de aparentar fortaleza, te derrumbas en un instante y de inmediato te levantas del piso con una sonrisa, y te maquillas de acuerdo a la fuerza histriónica del momento (bigote, barba, nariz de payaso, lo que sea) y luego contraatacas e impostas la voz de acuerdo al personaje de turno y de inmediato eres el padre ausente y gritas y  te enojas y condenas y eres autoritaria y adviertes y señalas la falta y luego el mundo está en calma otra vez y haces reír al hijo y le haces una broma, y ahora bailas con él y se sube a un taburete para ubicarse a tu misma altura y entonces eres una novia enamorada y te abrazas a él, para que te sostenga en este mundo cruel: Bravo, Scarlett Johannson.

Rosie,  en esa cinta, entonces tiene varias facetas o se cambia de sombrero,  Waititi es fetichista  y hay un par de zapatos rojos que usa la madre, para bailar o perderse con destino desconocido y que el director enfatiza sutilmente en primeros planos hasta que logras reconocerlos en el peor escenario.

El director hace recordar el show circense de antaño porque además escribe el guion y por si fuera poco se arriesga interpretando al amigo imaginario de Jojo; Hitler, bajo la mirada del compañero de juegos, que no juzga  y ofrece reiteradamente  cigarrillos a un niño que le recuerda que solo tiene 10 años; Hitler aquí se sumerge  en una piscina, infestada de niños, con el uniforme y las botas puestas;  Hitler se arroja  por la ventana para salir de la habitación y no  ser descubierto, Hitler duerme en la cama de Jojo para calentarle las sábanas, “lo que hace un verdadero amigo”. Hitler aquí es el mejor amigo del niño porque pese a su edad, no alcanza a ser paternal.

En toda guerra, los niños siempre llevan las de perder, a ellos no les corresponden las luchas de poder inventadas por las naciones, en donde los desertores además representan una amenaza para estos regímenes y paulatinamente los van desapareciendo, en silencio, o públicamente, para que sirva como advertencia para quienes tengan la osadía de oponerse o de quejarse.  

Hay un mensaje contundente en la cinta y es que en toda guerra no hay vencedores ni vencidos, todos pierden. Tanto los soldados a quienes como a perros rabiosos les han entrenado físicamente, y les han lavado el cerebro para matarse mutuamente, las madres y los niños que afrontan la soledad y el abatimiento por la pérdida y porque la guerra aleja la fiesta, la risa, el placer de los humanos, el juego,  para convertir la existencia en instrumento de martirio y horror, y más adelante, aquel perpetrador, aquel líder que manipuló y arrojó a todo un país a la destrucción, el hambre  y la barbarie, no tiene reparos en volarse los sesos, en huir, en desaparecer, escabullirse, como un conejo.

Jojo Rabbit produce por momentos, esa misma incomodidad de quien trata de acomodarse en la silla, de quien ha estado más de dos horas sin consultar el celular, de quien no sabe qué pensar, ni qué decir, porque eso representa la belleza o el amor y te deja allí, en algún lugar del cual no quieres salir, o no deberías, mariposas en el estómago que duelen de terror o de pánico.

Y otra vez, llegan los versos de Rilke, para recordarnos, como en toda la cinta, que el poder de la palabra, es repetición;  la poesía es el mejor salvoconducto para la guerra; a ella te arrojas para que te cobije sobre un lecho de rosas o te mastique y escupa sobre la hierba mojada.  Se despide con poesía, este director Neozelandés, en ese punto medio;  “piensa que estamos en Suecia”, dice la madre de Jojo, en el comedor, durante la cena; aquí todos los Derechos Humanos son respetados, y todos podemos ser amigos.

“Deja que todo te pase,

la belleza y el terror,

solo sigue andando,

ningún sentimiento es definitivo”

Rilke

Por Karim Quiroga

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