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ORÍGENES
Mi origen es antioqueño por lo mismo soy muy familiar. Me gusta involucrarme en los temas de interés para las personas que me rodean o los más cercanos, pero también en temas país y me dediqué con mi esposa a construir hogar para que nuestros hijos tuvieran oportunidades importantes de vida.
Mis ancestros son de Cundinamarca y de Antioquia.
Mi papá, Rafael Cárdenas Villegas, era robusto, fumador y un poco menos alto de lo que somos nosotros. Hijo del médico municipal, se educó en Medellín siendo de Chocontá, pues mi abuelo lo mandó a estudiar desde su bachillerato a la universidad a Medellín hasta hacerse ingeniero en la Escuela de Minas. Vivió su vida en Medellín y su mundo fue el tabaco y el cigarrillo, pues desde muy joven se vinculó a la Compañía Colombiana de Tabaco, la principal empresa antioqueña en materia de industria y comercio con fábricas de cigarros y cigarrillos en las principales capitales de Colombia. La Colombiana, así se le llamaba, fue la primera corporación de inversión en Colombia, promotora de otras industrias de bancos, seguros y asociaciones de empresarios como la ANDI. Fue pues la Colombiana de Tabaco un interesante centro de trabajo para un profesional, joven como mi padre, que ocupó varios cargos dentro de la compañía hasta su muerte en 1941, una muerte inesperada a sus 41 años, con una familia en que el mayor era yo, de once, y quedando mi mamá con cinco hijos más. El diagnóstico de su muerte, fulminante infarto pulmonar, porque fue un fumador de tres paquetes diarios de cigarrillos. Desde allí yo entendí este riesgo y jamás fumé.
Mi madre, Conchita Gutiérrez Gómez, en ese momento una mujer joven, de 30 años, se hizo cargo de la familia y fue ella quien siempre entendió que fumar en exceso era un grave riesgo, pero no logró que su esposo abandonara ese hábito. Muerto mi padre, ella tomó las riendas de la casa, ordenada y de buena formación pues se había educado en los colegios de Bogotá de las hermanas de La Presentación, hablaba francés e inglés, aprendido en épocas de colegio.
INFANCIA
Fuimos muchos en la casa y todos muy seguidos, llevamos una vida de campo porque buena parte la pasamos en una casa en el Poblado cuando este eran fincas. Asistimos a la escuela más cercana hasta que tuvimos que irnos para Medellín para estudiar el colegio formal en primaria y bachillerato.
Vivimos en función del barrio, de los vecinos, de los equipos que formábamos para jugar. Llevamos una vida muy fácil y sencilla hasta los once años cuando murió mi papá, tres días después de matricularnos en el colegio cuando apenas terminaban nuestras vacaciones en la finca cuando se infartó. Este fue un impacto muy grande, también para los hermanos cristianos de La Salle del colegio San José. Mi padre había venido temprano a su oficina, un poco antes que nosotros, pero cuando llegamos nos encontramos con la preocupación de que se sentía mal, el médico lo había visitado y lo llevaba a la casa en ambulancia. Esto fue muy duro para nosotros que estábamos tan pequeños, no fue fácil verlo salir bien y llegar con angina de pecho. En esa época no se contaba con las facilidades que hoy en día, lo atendieron con un sistema de ventosas moviéndole el pulmón bajo presión. Murió en la casa dos horas más tarde.
Vi a una mamá muy vigorosa que vistió el luto de rigor, al tercer día nos acompañó al colegio para presentarnos al rector y a los Hermanos profesores, y se dedicó con entrega a la familia en la casa en la que ella ya estaba completamente instalada. Su mamá y sus hermanas la apoyaron y acompañaron mucho, su hermano, José Gutiérrez, empezó a ser figura muy importante en Medellín y mi referente, y le ayudó a organizarse, aunque mi papá fue una persona muy responsable, igual mi mamá tenía que atender los asuntos de bienes y recursos que él le había dejado. La Colombiana de Tabaco también nos apoyó mucho, brindándonos los colegios, nos asignó conductor y otras cosas. Mi tío Jorge vino de Estados Unidos y estuvo muy cerca de nosotros, respaldó muchísimo a mi mamá. En general todos fueron muy observadores de la familia.
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ACADEMIA
Fui un pésimo estudiante porque a todos nos comparaban y a mí eso no me gustaba. Uno de mis hermanos era muy sobresaliente lo que nos exigía más al resto. Eso sí, fui de muchos amigos, participé de equipos deportivos lo que consideraban el distractor de mis responsabilidades, pero gané los años al tiempo que disfruté de todas las actividades y excursiones, y mantuve muy buena relación con mis profesores y compañeros.
Gran parte de los jóvenes de la Costa Atlántica iba a estudiar a Medellín y llegaban a través del río Magdalena. Conocí a cualquier número de ellos pues además se quedaban durante la época de vacaciones dado que el viaje era muy largo y demorado, entonces se instalaban en el internado. Y yo también estuve interno los dos últimos años de bachillerato porque mi mamá decía que era muy disperso, muy distraído, y que no iba a salir adelante. Decidió que esa experiencia me iba a formar y resultó cierto pues las disciplinas que imponían me ayudaron mucho. Pero, siendo fiel a mi natural sentido de la amistad y de las relaciones sociales, invité a todos mis amigos a que pasaran con nosotros los fines de semana en la casa y en la finca, así, salíamos a pasear gracias a que los profesores les daban la autorización de ir con nosotros.
En mi casa fuimos muy buenos deportistas, jugamos fútbol, básquet, practicamos el ciclismo, que fueron la gran diversión para mí y para mis hermanos, Juan Rafael, trabajó en la Coltabaco por cincuenta años, también fumador; Francisco, médico que se fue a vivir a Estados Unidos; Clara Teresa, muy vinculada a la actividad cultural de Bogotá; Jaime, arquitecto; Sergio, ingeniero agrónomo; y María Helena, dos años mayor a mí pero que murió muy niña. Tuvimos excelentes amigos deportistas que luego dirigieron equipos, siendo también profesionales de la medicina, la ingeniería y el derecho.
Recuerdo que las pilatunas de los muchachos eran fumar, ahí estaba su desespero especialmente en las noches, pero yo nunca me enredé con ese problema. No fui distante a las matemáticas, ni al álgebra, a la geometría, a la física y a la química, que podían resultar tan complejas, pero yo las pasaba porque, además, los profesores fueron sumamente buenos. Hice parte de los grupos culturales, de teatro, era de los que armaba la función, también de los que escribía artículos para el periódico interno, de los que divulgaba temas y de los que se interesaban por los temas políticos, y de los que generaba discusiones que salían interesantes pues muchos de mis compañeros pertenecían a familias vinculadas a la política.
Para ese momento en el país se dio el gran debate por la segunda elección de Alfonso López Pumarejo que compitió con el doctor Carlos Arango Vélez y que terminó en que el doctor López renunciara y encargan a Alberto Lleras de la Presidencia. Había unos líderes muy importantes en Antioquia que serían los sucesores de López y como los hijos de sus familias estudiaban en el colegio, hizo que viviéramos muy de cerca esos procesos. Luego vino la elección del doctor Mariano Ospina Pérez y su gobierno hasta el año 50 y los grandes conflictos que se dieron después. Yo ya iba a manifestaciones pues los directorios políticos quedaban alrededor del colegio, entonces nos acercábamos a escuchar a los grandes líderes de la política del momento. Estudiando Derecho me interesé aún más por estos temas, aunque nunca estuve involucrado con cargos públicos, sino que lo hice desde la barrera.
Recuerdo que pensaba estudiar economía, pero eran los primeros años de esa carrera en Medellín, así que me puse a vacilar y el día de la matrícula alguien me dijo que era mucho más sólido ir a la escuela de Derecho tomando cursos de economía. Tuve muchos diálogos evaluando la posibilidad hasta que tomé la decisión y adelanté mi carrera que me hizo abogado de la Universidad de Antioquia. Me encantó mi carrera, en especial el derecho público y comercial, y en aquel entonces comenzaba con fuerza el derecho financiero, daban los primeros cursos que se hacían con cierta especialización, y me gustaron también. Por supuesto, pasamos por el derecho penal, el internacional y el laboral, y fue una buena combinación.
Estudiábamos durante el día, pero muchas veces recibíamos clases al final de la tarde pues la mayoría de los profesores eran catedráticos que se desempeñaban en el ejercicio de su profesión. Los días comenzaban tan temprano que desayunábamos con frecuencia cerca de la universidad y repetidas veces el tiempo no nos daba para almorzar en la casa. Nos pasaban contenidos en mimeógrafo y uno de los compañeros hizo negocio con eso, vendiéndole la copia de libros y documentos a los amigos. Una vez terminé materias hice el año rural, la judicatura, en Copacabana que para esa época era un pueblo pequeño, muy rural, hoy una ciudad industrial. Fui juez municipal promiscuo y alcancé a ser juez del circuito por pocos meses. Viajaba a diario pues seguí viviendo en Medellín, iba todas las mañanas en mi carro pequeñito que había comprado desde que estaba en la facultad. Atendí problemas generalmente muy simples, por ejemplo, de linderos que eran comunes, cosas realmente sencillas, pero durante ese año me familiaricé con el pueblo, con sus veredas y también con todos los que hacían su rural como odontólogos y médicos.
Cuando saqué el título, me inscribí como abogado en el Tribunal de Antioquia porque adelanté todos los trámites para que el día en que me graduara pudiera salir a ejercer la profesión, aunque siempre pensé más en trabajar en empresa o en el gobierno, en alguna cosa de esa naturaleza, pues el ejercicio profesional no lo vi tan cercano. Le puse mucho interés a las figuras del derecho público de la época para tener más familiaridad sobre los temas de gobierno y desde la carrera, como mencioné, conocí a muchos funcionarios, figuras centrales de los gobiernos departamental y municipal que en su mayoría eran profesores, entre otros, recuerdo al doctor Lázaro Tobón, lo heredó su sobrino, el doctor Diego Tobón Arbeláez que fue muy famoso en el país como banquero, vicepresidente de la ANDI, un gran jurista y persona. También a Miguel Moreno Jaramillo, otra gran figura antioqueña, gente supremamente buena. Así varios otros ilustres profesores Samuel Barrientos, presidente de la Corte Suprema, Eudoro González, J.E. López, etc. Todos muy reconocidos.
Los profesores eran muy accesibles, llegaban quince minutos antes de la clase y se quedaban después, compartían tinto con los estudiantes, aclaraban dudas, mantenían un diálogo muy permanente. Yo no me perdía conferencia en la facultad de economía, conformamos un grupo magnífico de profesores y alumnos, como Edgar Gutiérrez Castro, el primer director de Planeación; Diego Calle, gran gerente de las Empresas Públicas de Medellín, gobernador de Antioquia, ministro de Hacienda; Jorge Valencia Jaramillo, ministro de Desarrollo, alcalde de Medellín y senador de la República y muchos otros distinguidos economistas.
Siempre pensé que viajaría a Estados Unidos a estudiar algo que me sirviera profesionalmente, y seguí considerando icetxeconomía, pero la vida da muchas vueltas. Estando en la escuela de leyes, ya bastante al final de la carrera cuando dirigía la revista de la Universidad con dos amigos más como responsables y en la que además estuve al frente de la gerencia, un poco en lo literario y en temas de la facultad, haciendo la tarea de conseguir patrocinadores que la financiaran con avisos me encontré con el doctor Gabriel Betancourt Mejía, una persona muy importante, años después papá de Ingrid Betancourt y presidente de Peldar.
Gabriel me contó del proyecto de lo que sería el Icetex, iniciativa que hacía parte de su vida, y que desde 1950 al final del gobierno del doctor Ospina cuando él era secretario económico de la Presidencia, había dejado las bases, la ley y el estatuto para crear la institución que les financiaba a los estudiantes su especialización en el exterior, me contó vida y milagros de cómo financió su colegio y demás. Entonces le pedí un artículo para la revista contando toda la historia para que la gente se enterara y así impulsarlo. Finalmente me dio el aviso, escribió el artículo y construimos una amistad muy estrecha, pese a que él era mucho mayor a mí.
Para entonces se estaba promoviendo un congreso universitario en Medellín del que fui su secretario y en el que se decidió que uno de los temas centrales sería el del Icetex. Se conformó un comité de cuatro personas, viajamos a Bogotá para invitar al presidente Urdaneta Arbeláez, le hablamos del gran interés nuestro en que se promoviera en el congreso la institución que estábamos organizando. Nos dijo muy amablemente que él no podía asistir, pero sí el ministro de educación, nos dijo también que a él le gustaría poner en marcha la idea del Icetex, que entendía bien su importancia, pero que sólo lo haría si el propio doctor Gabriel Betancur aceptaba ponerse al frente de dicha empresa, que era la persona que haría crecer en grande esa tarea.
A nuestro regreso le transmitimos a Gabriel Betancur el mensaje del presidente, dijo que lo pensaría y pocas semanas después había renunciado a su cargo de presidente de Peldar y se disponía a iniciar su labor en la organización del Icetex. Fue pues su fundador, director y gran impulsor. En el Congreso Universitario todos conocieron de esta nueva iniciativa.
Fui su beneficiario pues en 1955 viajé por sugerencia de Gabriel, ya ministro de Educación, a estudiar a la Maxwell School en Syracuse University. El Icetex autorizaba la compra de dólares por que existía un control de cambios. El apoyo que recibí fue más que una beca.
Terminando los estudios en Syracuse pasé un tiempo en Washington, donde mi tío José Gutiérrez Gómez que desempeñaba exitosamente la embajada ante el Gobierno de los Estados Unidos y la Organización de los Estados Americanos. Allí viví con mi esposa, Cecilia Santa María, unos meses, nació nuestra hija Patricia Eugenia e hice varios cursos generales en el Banco Mundial, sobre Desarrollo Económico. Cecilia había estudiado en Milwakee y Syracuse. Nos casamos en Medellín en 1957 y regresamos a continuar los estudios. A finales de 1958 regresamos a Medellín.
Gabriel Betancur había estudiado en esa universidad con patrocinio de la Coltabaco, y como gozaba de gran prestigio nos abrió espacio, así pues, nos recibieron muy bien, aunque hoy es mucho más complejo y competido entrar a una universidad. Comencé estudios en octubre después de haber tomado por años inglés en mi casa, pero al llegar vi que definitivamente no tenía el idioma, entonces me matriculé en una escuela donde lo estudié tres meses.
VIDA LABORAL
Una vez en el país comencé a trabajar en el Banco de Bogotá en Medellín cuando Martín del Corral, un prohombre, era su presidente, estaba en la vicepresidencia Augusto Restrepo Garay, y en la gerencia regional Mario Villa. Estando ahí fui nombrado secretario de Hacienda del municipio, así que pedí una licencia no remunerada pero jamás volví, pues me la extendieron después de un año y así durante varios períodos. Y fue que me trasladaron a Bogotá después de posesionarse como presidente el doctor Alberto Lleras, cuando nombraron una comisión que buscaba reestructurar el gobierno nacional. Ya había nacido Jorge Hernán, el segundo de nuestros cuatro hijos, en el año 60, dos años más tarde y ya en Bogotá, nació Mauricio y en el 68 Eduardo.
Nos adaptamos bien a la ciudad y yo a mi trabajo que compartí con grandes personalidades de Medellín, enfocado en temas de planeación nacional, servicio civil y escuela de administración pública, fue un equipo dirigido por Guillermo Bernal, de altísima categoría. Crearon y dirigí el Departamento Administrativo de Servicios Generales de la presidencia, una copia del gobierno americano que centralizaba el manejo de todos los edificios públicos, la imprenta nacional, las compras del gobierno y la flota de vehículos, lo que se llamó la Ley 19 del 59 que transformó cada ministerio.
Recuerdo que, entre otros personajes, el doctor Víctor G. Ricardo - padre, entonces ministro de Minas, me decía que para qué iba a volver al banco, que mejor me quedara en el gobierno y, faltando un mes para acabarse el gobierno de Lleras, me llamaron a ocupar la vicepresidencia financiera de Ecopetrol, a mis 32 años, cuando se retiraron Fernando Gaviria y Eduardo Suárez, figuras muy importantes. A partir de ese instante decidimos, Cecilia y yo, cerrar la casa que habíamos dejado abierta en Medellín, pues hasta ese momento nos sentíamos en tránsito.
En Ecopetrol fuimos tres vicepresidentes, de Producción, Refinería y Financiero – Administrativo. Fue una gran experiencia para mí, y como vicepresidente Financiero, recibí la colaboración de muchos funcionarios y directivos de larga trayectoria en la empresa. Recién llegado a la vicepresidencia y, con pocos meses de experiencia, se produjo una crisis que condujo a la renuncia del presidente de la compañía, Samuel Arango Reyes. En ese momento la Junta decidió encargarme de la presidencia mientras se designaba una persona en propiedad. Esto que en principio sería algo breve se extendió por cerca de seis meses. Durante ese período y en medio de una negociación colectiva se precipitó una huelga que me correspondió afrontar, afortunadamente con éxito pues no se paró la operación. Cuando el doctor Mario Galán Gómez se posesionó, pudo firmar la convención colectiva unas semanas después.
FEDERACIÓN NACIONAL DE CAFETEROS - FEDERACAFÉ
Estando en Ecopetrol un día me citó a su despacho el doctor Arturo Gómez Jaramillo, gerente general de Federacafé. Para mi sorpresa me ofreció el cargo de gerente Auxiliar de la Federación, le dije que sí me interesaba, pero luego se precipitó la renuncia del doctor Samuel Arango Reyes a la presidencia de Ecopetrol y la huelga. Debido a las ocupaciones del cargo en la ANDI, Galán se tomó cuatro meses para posesionarse como nuevo presidente de Ecopetrol, por lo que la Federación amablemente me esperó por seis.
Cuando llegué a la Federación en 1963, su gerente general, Don Arturo Gómez Jaramillo, nombrado en 1957 para reemplazar a Don Manuel Mejía, un ícono del mundo del café y quien murió repentinamente, había puesto en marcha un gran programa de modernización pues venía de Europa donde por diez años representó a la Federación y traía una visión clara de cómo estaban evolucionando los negocios del café, su comercio, sus empresas en la época de la posguerra, y de la necesidad de una relación muy estrecha con países productores y consumidores del café. Sin saber mucho de café me integré a un equipo que encabezaban Gustavo Arango Bernal, Gustavo de los Ríos, Germán Valenzuela y, por supuesto, Don Mario Aníbal Melo, quien venía siendo el gran apoyo de los gerentes. Tuve desde un principio la confianza de Don Arturo, del Comité Nacional y de quienes conocían en detalle todas las operaciones relacionadas.
De ese proceso salió una Federación con una gran visión regional del papel de los comités departamentales que se vieron fortalecidos con el apoyo a un movimiento cooperativo nacional como puente entre productores e instituciones cafeteras, también se inició un esfuerzo que con los años fue trascendental en la vida del negocio, la imagen de Juan Valdez, una iniciativa exclusiva de Arturo Gómez con Andrés Uribe Campuzano, representante de la Federación en la Estados Unidos. Fue pues una oportunidad única para llegar a una empresa a una posición de liderazgo dentro de la organización. Me involucré por completo para vivir toda una vida en el mundo cafetero.
El momento no era fácil, el doctor Ignacio Betancur Campuzano, una personalidad en el mundo empresarial, se retiraba de la gerencia auxiliar, el segundo cargo dentro de la institución, para asumir la presidencia de la ANDI. Él por varios meses había ocupado la gerencia general dado que Don Arturo Gómez se movía entre Washington, New York, Río de Janeiro y Londres, uniendo países, gobiernos y diferentes cafeteros para poner en marcha el Primer Gran Acuerdo Internacional de Café cuya operación se inició en octubre de 1962. Fue el lugar en el que inicié en el café y en particular en la Federación.
Hemos escuchado de la Federación Nacional de Cafeteros de su importante función en el desarrollo de la agricultura, del comercio del café y de su papel como una institución de mucha trascendencia económica y por eso hacer parte de su equipo directivo era algo muy importante y afortunado.
La Federación es una institución gremial, creada por los productores de café en 1927 y no obstante su importancia en el manejo de un sector que es fundamental en lo económico, en lo social y aún en lo internacional, no ha perdido su condición de empresa privada, de organismo gremial, sin embargo, como desde los años cuarenta administra el Fondo Nacional del Café, que se alimenta de recursos públicos o parafiscales como son las contribuciones cafeteras y de los recursos provenientes del comercio del café, por lo tanto su tarea es no solo privada sino que por esta razón hace parte de entidades y organismos del Estado comprometidos con el desarrollo de políticas públicas y es el organismo regulador de las políticas cafeteras, a través del Comité Nacional de Cafeteros en el cual participa el Gobierno Nacional en forma paritaria con el gremio cafetero. Esto no le ha hecho perder la condición de institución privada y gremial. Es algo que directivos de la Federación y el propio Gremio Cafetero han sabido manejar a lo largo de noventa años y que hoy el país acepta y además le sirve de ejemplo para la administración de recursos parafiscales. Por eso, trabajar en una institución con un perfil tan importante y especial era una oportunidad muy valiosa.
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Ha sido también muy importante su función en el desarrollo de la agricultura, del comercio del café y su papel como una institución de mucha trascendencia económica y por eso hacer parte de su equipo directivo era algo trascendente y afortunado.
La Federación es una institución gremial, creada por los productores de café en 1927 y no obstante su importancia en el manejo de un sector que es fundamental en lo económico, en lo social y aún en lo internacional, no ha perdido su condición de empresa privada, de organismo gremial, sin embargo, como desde los años cuarenta administra el Fondo Nacional del Café, que se alimenta de recursos públicos o parafiscales como son las contribuciones cafeteras y de los recursos provenientes del comercio del café, por lo tanto su tarea es no solo privada sino pública cuando
Nacional del Café y que por esta razón hace parte de entidades y organismos del Estado comprometidos con el desarrollo de políticas públicas y es el organismo regulador de las políticas cafeteras, a través del Comité Nacional de Cafeteros en el cual participa el Gobierno Nacional en forma paritaria con el gremio cafetero. Esto no le ha hecho perder la condición de institución privada y gremial. Es algo que Directivos de la Federación y el propio Gremio Cafetero han sabido manejar a lo largo de noventa años y que hoy el país acepta y además le sirve de ejemplo para la administración de recursos parafiscales. Por eso, trabajar en una institución con un perfil tan importante y especial era una oportunidad muy valiosa.
Capítulo muy importante de los años sesenta fue el Acuerdo Internacional del Café, que estuvo vigente por treinta años a partir de 1962. El Acuerdo fue producto de los grandes objetivos de la Alianza para el Progreso de las Américas, iniciativa del presidente Kennedy y de la cual fueron protagonistas importantes personalidades colombianas como Carlos Lleras, Carlos Sanz de Santamaría y José Gutiérrez.
Alrededor del acuerdo giró la política cafetera mundial durante treinta años, transformó la vida colombiana porque valorizó el café, se creó el principio de ser el gran transformador. La decisión de almacenar café obligó al productor a entregar sin costo un porcentaje de su producto, faena bien compleja que solo se había hecho en el país cuando la Segunda Guerra Mundial cuando fue financiado por el Banco de la República. El gobierno no puso un peso y la Federación con su prestigio y con su nombre comprometió a todos los productores a guardar el 10%, según el tamaño de la cosecha y todo de acuerdo con las cuotas de exportación que este fijaba.
Con un talento enorme, los cafeteros dijeron: “Vamos a hacer el esfuerzo, pero como compensación se realizará un programa de desarrollo social de las regiones cafeteras en el cual los Comités Departamentales juegan un papel importante en su formulación y seguimiento”. Los recursos, en parte, eran producto de la venta del café para el consumo nacional que se impulsaría y otras rentas. Los dineros se aplicarían en proporción a la producción de cada departamento o región cafetera.
Y es que el mercado interno no tomaba café, lo mezclaba con panela, y en las fincas cafeteras la gente tomaba chocolate, por lo mismo fue necesario educar al consumidor. Como no tenían cafeteras, se les enseñó a las familias a usar la media velada sobre la tasa de café, luego vino el filtro, después la cafetera eléctrica y, más adelante, las máquinas europeas que producían café expreso, también las italianas que trabajan bajo presión.
Las primeras marcas en el país fueron Bastilla –Antioquia, Sello Rojo, Colonial, Águila Roja, Almendra Tropical, Universal, etc., el consumo inició y la Federación se ocupó de apoyar su crecimiento y calidad. Ordenar el mercado fue labor importante pues había mucho fraude, el café se mezclaba con frijol y otros granos. Se le quiso dar al mercado nacional las reglas del internacional que estaba más consolidado.
El café nace en el oriente colombiano pues llega vía Venezuela por el Orinoco, y a Antioquia cuando se acabó la minería de oro que reemplazó ese empleo, empezó a bajar hasta el Eje Cafetero que se convirtió en la región más importante. Santander, Cundinamarca y Tolima también fueron relevantes.
La etapa cafetera, la de los treinta años del acuerdo del café, fue enormemente trascendente para el desarrollo del país. Cuando se inició este acuerdo el café era vital en la economía colombiana, pero sin desconocer su importancia en el país tomó la decisión de impulsar el desarrollo de otros sectores económicos, surgió entonces Proexport y con él un gran plan de incentivos que diversificaron las exportaciones: flores, palma de aceite, productos industriales como confecciones, banano y otros productos agrícolas.
El café es un porcentaje importantísimo de la exportación y se hacen esfuerzos muy grandes para mejorar productividad, cultivos y para expandirlos dentro de los límites que daba el acuerdo. Lo más importante es que Colombia no es conocida como productor de café, los aplausos y los reconocimientos son casi todos para Brasil.
Ha venido ya una competencia grande y las organizaciones que se tenían, como la Oficina Panamericana de Café que funcionaba en N.Y. y de la cual hacían parte todos los países de América Latina, de México al sur, eran muy locales, por lo tanto debíamos llevar el esfuerzo de promoción, de imagen y de consumo, al acuerdo, para que no solo fuera un organismo de regulación y de estabilización de precios y tranquilidad para el mercado, sino también de promoción de consumo hacia áreas que no lo acostumbraban tomar y a los países nuevos que no hacían parte.
Cualquier exportación que se hacía no contaba, como a Corea, Japón y a muchos de los países asiáticos; los socialistas también significaron un problema pues allí no había un mercado abierto y libre, sino que era manejado por el Estado que limitaba enormemente el consumo de café porque consideraban que facilitarlo tenía un costo grande para la economía, le asignaban impuestos altísimos y se veía afectado por las divisas. La misión era abrir estos mercados y no solo llegar a ellos sino a algunas áreas de Europa como países escandinavos y a España.
En las economías en proceso de crecimiento había que ayudar a impulsar su consumo, así el acuerdo hizo las veces de facilitador. Ahí Federación llegó a crear una serie de foros buscando los mecanismos para lograrlo, para darle marca a nuestro producto que, si bien era importante, no podemos olvidar que era genérico, es decir, no se diferenciaba entre un café suave, robusta o arábico.
La Federación adelantó entonces dos políticas supremamente importantes, una fue la creación de una campaña permanente financiada con sus propios recursos y que se dirigió inicialmente a Estados Unidos, después a Europa, para luego extenderla al mundo. Hablo de la campaña de Juan Valdez que nació en 1960, que toma fuerza dentro del acuerdo y que se orienta a mostrar los parámetros de la caficultura colombiana, primero deja en evidencia su calidad y, segundo, que se trata de una industria familiar, porque en Colombia no hay grandes conglomerados, ni latifundios, ni grandes extensiones, son los campesinos los que están al frente de la producción, son ellos los que le ponen toda la atención a su producto. Juan Valdez es un campesino que está en su finca, con su familia y con su cafetal.
El equipo de mercadeo y comunicaciones, después de adelantar un estudio, decidió que la figura que se debe promocionar es la de un campesino. La mayor dificultad fue encontrar un nombre que los americanos pudieran pronunciar sin problema, por lo mismo el apellido, que se escribe con Z. Después de que se elabora la imagen y se construye la campaña, don Arturo Gómez y Andrés Uribe Campuzano, entonces Representante de la Federación en Nueva York, llegaron a Colombia a presentarla a los cafeteros, a los medios nacionales, al gobierno y a todos cuantos tenían que opinar, pero no gustó mucho pues no querían proyectar esa imagen tan coloquial, tan rural y campesina, cuando consideraban el café una joya, un producto sobresaliente. Fue realmente un proceso de revisiones, una y otra vez, hasta que don Arturo decidió convocar a los mejores publicistas del momento (años 60), Sancho, Época, Ultra y otras, y después de una reflexión de varias semanas, concluyeron que sí, que era muy buena, que no se podía vacilar, entonces hablaron con los directores de los periódicos para presentar los argumentos.
Cuando salió el primer aviso de Juan Valdez en Nueva York, ocupó la primera página del New York Times, se trataba de un campesino con una mula apoderados de la Quinta Avenida. Todos los fotografiaron y a todas horas, incluso a las dos de la mañana.
La campaña fue creciendo en la medida en que hubo recursos, con el tiempo se volvió muy importante en el mundo. Después de diez años de tenerla y obtener los logros que se propusieron, cuando se consideró que ya había logrado crear una imagen de alta calidad y de una caficultura socialmente justa, se mueve hacia otros escenarios más especiales, lo cultural, los deportes, los grandes eventos sociales, etc., dio un giro muy importante a escala mundial.
Fue cuando aparecieron los sellos en las distintas marcas de café: “100% café de Colombia”, éxito total. Los tostadores saben que ese sello abre mercados y muestra calidad, y fue tan importante en términos de consumo, que se logró que el café de Colombia tuviera una prima constante en el mercado internacional.
La propaganda era tan bonita que, en uno de los programas nocturnos más conocidos de Estados Unidos y en un momento de crisis de recursos, se decidió suspender el aviso que salía de costa a costa, pero la compañía llamó a decir que estaban tan comprometidos con el aviso que lo dejaron sin costo por tres o cuatro meses. Se patrocinaron el Roland Garros, los campeonatos de tenis en N.Y. y Londres, además se pusieron servicios de café diarios. Se llegó a tener la exclusiva en Disney Word donde abrió el programa de promoción colombiano Juan Valdez y su mula. Más tarde se llevó la campaña a Japón y a Corea, a toda el Asia, a la China, fundamentalmente a Hong Kong.
Otra tarea muy importante, fue la de abrir mercado en los países socialistas, impulsar el mercado en España, en Finlandia, en Escandinavia en general, pero muy orientado al mundo donde no había moneda dura para comprar el café. Federación envió una misión, primero en los años 59/60, de personajes importantísimos que recorrieron todo el mundo socialista. Se suscribieron convenios comerciales de compensación. El pago se hacía en dólares no convertibles que manejaban los bancos de los Estados y el Banco de la Republica en Colombia. Con estos recursos se hacían compras en los países firmantes de los acuerdos, así fue creciendo el comercio y el conocimiento del café de Colombia.
En el año 1967 se envió a una nueva misión a los países socialistas por iniciativa del presidente Carlos Lleras para avanzar y profundizar esas relaciones pasando de lo comercial a las relaciones políticas, un gran paso, pero difícil porque en el país había aún mucha sensibilidad por las relaciones con los países comunistas. La misión, y debo decir que hice parte de ella con personas como Jorge Valencia Jaramillo, Germán Botero de los Ríos, Álvaro Herrán Medina del lado oficial y un grupo valioso de empresarios, logró muchos avances, y la Federación la aprovechó para lograr la apertura de centros de promoción del café colombiano en lugares muy significativos de esos países: museos, teatros, etc.
Así se avanzó durante treinta años con el acuerdo internacional hasta el punto de que comenzaron a ser países consumidores importantes, pero ahí viene uno de los problemas para el futuro del acuerdo del café.
En los años 89/90 ya había países importantes como Japón, Corea, donde no contaban las cuotas y todos los países llamados no miembros ya eran consumidores. Los americanos y los europeos decían que esos países también tenían que hacer parte para que no se hiciera fraude, para evitar el contrabando de los países no miembros hacia países miembros del acuerdo. Como las fronteras eran tan difíciles de controlar, se fue creando una resistencia que lo desgastó, cómo evitar la resistencia, cómo repartir las cuotas, cómo evitar el problema, esas eran las preguntas.
Al mismo tiempo, muchos de los productores que nacieron dentro de la época del acuerdo aspiraban a tener su nueva cuota, lo que creó fricciones, el mundo fue cambiando, llegaron otras ideas, se consideró que los temas del acuerdo ya no eran tan fundamentales, que el mundo tenía que participar de mercados más libres, más abiertos, menos complicados. En un momento dado se acabó el acuerdo después de agotar mil maneras de resolver, pero no se logró. Ahí cambió el cuadro cafetero del mundo, ya con más café, con más competencia, con muchos países que querían participar y que mandaron los precios al piso, hicieron replantear la economía cafetera en el mundo.
Mientras tanto Colombia construyó una gran infraestructura de investigación, de desarrollo de consumo y de mercadeo. El café acumulado ayudó a que la caída de precios no fuera tan fuerte porque Federación paga más caro el café dentro del país basado en los excedentes de recursos que se fueron gastando durante una década hasta que ya no aguantó en el año 2000 y se sumó al precio internacional de mercado. El gobierno ayudó a pagar una prima para que el golpe no fuera muy grande lo que implicó un proceso político muy complejo pues no estaba acostumbrado a subsidiar el sector. La caficultura se tuvo que acomodar. Por fortuna, ese gran período que tanta gente criticaba y descalificaba, demuestra que nada más inteligente y oportuno que haber creado la figura del acuerdo que reguló la industria cafetera por años, que garantizó volúmenes de exportación y que aseguró una estabilidad de precios.
En esos treinta años sucedieron cosas muy grandes como que la Federación se volvió inmensamente abierta y democrática. Como era una institución tan fuerte y monolítica en su administración, fue abriendo espacios para que primero se eligieran los comités de cada departamento, lo que se hacía internamente, una parte nombrada por la Federación y otra por los productores, lo que fue cambiando hasta que ya no participó más. Entonces en los cuatrocientos municipios que producen café hay un comité que los elige, lo que hace más democrática la elección, pero también más exigente.
También hay episodios muy importantes de cómo se manejaron las bonanzas cafeteras, pero también se afrontaron crisis y la forma como la Federación contribuyó de manera sustancial a que viniera una apertura de otras exportaciones para diversificar, fue decisiva. Hubo un impuesto directo sobre el dólar del café que tenía un diferencial cafetero, cuando este valía diez pesos en la calle a los cafeteros se les pagaba ocho y ayudó a construir país, a desarrollar proyectos, a brindar una solidez de balanza gradual. Se creó el Decreto 444 de Carlos Lleras Restrepo, un cambio que va subiendo, pero también un estímulo al exportador, CERT.
Mi paso por la Federación fue largo, quizás muy largo. Llegué a una Federación con cuarenta años de antigüedad y me correspondió celebrar sus setenta y cinco. La crisis económica y financiera de 1998 afectó muchísimo la institucionalidad cafetera, la del Banco Cafetero, de la Flota Mercante Grancolombiana y del propio negocio cafetero, obligó a hacer muchos ajustes. La Federación hizo grandes esfuerzos por sostenerlas, pero las políticas de ese momento no facilitaron una solución de muchos de los problemas.
Sólo hacia el año 2.000, el ministro de Hacienda Juan Manuel Santos, conocedor de los temas cafeteros y muy vinculado con la actividad gremial, apoyó un programa que permitía una remuneración adicional a los ingresos del productor, haciendo menos difícil la situación de la industria pues la Federación pudo mantener otros programas asociados como la investigación y la extensión agrícola.
La Federación se ha distinguido por la estabilidad en su dirección. Ha tenido seis gerentes generales: Mariano Ospina Pérez, Manuel Mejía, Arturo Gómez Jaramillo, Jorge Cárdenas, Gabriel Silva, Luis Genaro Muñoz y actualmente Roberto Vélez, quienes cubren ochenta de los noventa años que celebró recientemente.
Terminado el acuerdo y durante varios años, se insistió en agotar distintos caminos buscando recuperarlo y reconociendo que era un tema tan sensible que requería cierto entendimiento para ordenar políticas y estabilizar precios, manteniendo la relación entre países productores y consumidores, entonces, se creó una asociación para llenar el vacío, pero su capacidad no fue suficiente. Más tarde se restableció, pero nunca fue el mismo, se acabaron las cuotas, también los mecanismos de protección a los precios y, sin regulación de mercados, realmente se comportó como un gran foro de diálogo, de intercambio de información, de promoción del consumo y de apoyo entre los países a programas sociales buscando estimular su cultivo en condiciones favorables para las comunidades a través de la creación de instituciones y fundaciones.
Surgieron países como Vietnam, gracias a que el presidente Clinton le levantó el embargo comercial, volvió a ser un actor en el mercado internacional desarrollando su caficultura para sumar hoy treinta millones de sacos. Este desarrollo alteró todas las condiciones del mercado del café. Simultáneamente Brasil, el país líder por excelencia en producción, amplió sus áreas cultivables llegando a zonas nuevas en tamaños muy grandes y empresarialmente muy fuertes. Mientras Colombia tiene una caficultura de pequeñas propiedades, Brasil crece como productor en áreas nuevas con condiciones económicas muy positivas.
Aquí el reto es muy grande, lograr que pequeños productores sean eficientes y conserven la calidad del café.
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El café colombiano siempre será necesario por su calidad y estabilidad en los negocios.
En el mercado mundial actual no hay un control de oferta, cada cual vende en la forma que quiere, en competencia abierta y buscando su propio espacio. Colombia ha ido modernizando su caficultura para mantenerse en los niveles de catorce millones de sacos. Dentro de ese gran cuadro nosotros estamos en gran reflexión y preguntándonos qué hacer, cómo no salirnos de la caficultura, haciendo un esfuerzo gigantesco tratando de elevar la producción por hectárea.
Nos aporrea muy fuerte el que recolectamos los granos rojos únicamente, para garantizar el sabor y la calidad del nuestro, lo que no ocurre en otros países; cultivamos en ladera mientras que los otros países están en pradera donde pueden mecanizar la recogida.
Entonces, ¿qué debemos hacer?
Se debe continuar estimulando variedades de café que resulten más productivas, investigando sobre aquellas que sean resistentes a plagas, implementando tecnología que no dañe nuestra calidad. Colombia va para una caficultura familiar, la del campesino, está volviendo a sus orígenes en vez de crecer pues ya no genera prosperidad como otrora.
No fueron años fáciles de 1998 al 2002. La crisis fue profunda y no fácil de comprender por parte de autoridades y del gremio cafetero. Por primera vez en muchos años la Federación, en vez de ser una institución autosuficiente y con capacidad de apoyar aún la financiación de proyectos del mismo gobierno como lo hizo desde 1958, tuvo que recurrir al apoyo de este.
Los cafeteros se sintieron muy afectados y para ellos el apoyo no fue suficiente. Todo eso generó un clima difícil y de mucha inconformidad dentro del gremio y más aún en las propias regiones cafeteras, acostumbradas a ver el apoyo de la Federación de los Comités de Cafeteros y de todas las instituciones vinculadas con el sector en proyectos de infraestructura y de desarrollo social.
¿Podemos seguir argumentando calidad en el mercado internacional actual?
El país ha defendido a lo largo de la historia cafetera su calidad, su tipo suave de café y el buen manejo de sus plantaciones. Eso es valioso y ha sido remunerativo, pero hacia adelante debe repensar si es necesario ser un poco más flexible en calidades. Tener cafés con calidad superior, y otras menos exigentes y aún de café no arábico sino robusta.
El mercado tiene espacios en todos los tipos de café y el consumo está señalando ya un balance entre arábicos y robustas. Todo por las innovadoras formas de beneficio y torrefacción del café. El tema del cultivo de robusta en el país sonaba mal y había oposición, pero la realidade de hoy es diferente. El ejemplo de Brasil que ha combinado todo tipo de café es materia de observación y estudio.
- ¿Cuáles son los beneficios del café en la salud?
- Su retiro de la Federación se da en un momento complejo.
En lo personal yo estaba tranquilo con lo que había sido mi labor de casi cuarenta años en la actividad cafetera. Se habían superado con éxito épocas difíciles y otras donde las condiciones de precio y mercado fueron muy positivas.
- Fue entonces cuando cambió de sector.
Este fue un tema muy cercano porque fui testigo de la evolución del Etanol en Brasil y de cómo ese país había sorteado su crisis del petróleo desarrollando la gran agroindustria del alcohol carburante, llegan a casi un 40% de mezcla con la gasolina a la vez que era una fuente de empleo en el campo y en la industria con millones de hectáreas sembradas en caña de azúcar y sin oposición alguna por conductores y transportadores.
Pensé que mi participación podría aportar, más cuando el gobierno del presidente Uribe estaba realmente comprometido con este proyecto. La visita del presidente Lula en ese momento a Colombia facilitó que sectores empresariales brasileños se interesaran en el tema y ofrecieran vincularse con empresarios colombianos del sector azucarero ya trabajando en él. Llegué a formar parte de los grupos que con mayor conocimiento impulsaban esas ideas y esos proyectos.
Todo condujo a que con los doctores Amylkar Acosta y Jorge Bendeck se promoviera la Federación de Biocombustibles y se inició un proceso de educación e información sobre las bondades y conveniencia de esta industria. Hice parte de esa tarea inicial y fue otra oportunidad de aprender y conocer de un sector importante.
Se hicieron estudios que exaltaban sus bondades y muchos debates para demostrar que no perdía espacio la agricultura tradicional, que no se reemplazaban cultivos, que no se invadían zonas de actividad potencial para la agricultura porque nos concentramos en tierras desaprovechadas o usadas para ganadería supremamente extensiva y a distancias muy grandes que resultaban muy costosas para los cultivadores de otros productos.
Actualmente le compiten el gas natural y los carros eléctricos, es el dilema del transporte. El diesel que se consume en el país y que entrega Ecopetrol a través de las distribuidoras, es supremamente superior en términos de ambiente a la inicial. Con la baja del precio del petróleo, que coincide un poco con cierta parte del gobierno de Santos, el etanol ya no era tan atractivo, entonces hubo que competir en otros términos. Igual sigo vinculado a la Junta y tomando café.
Y todo retorna a la familia, en especial cuando se desprende de esas responsabilidades mayúsculas.
Me emociona evidenciar una familia que se ha mantenido muy compacta pese a la desafortunada enfermedad de Cecilia que fue larga, tiempo durante el cual la rodeamos, la acompañé a sus viajes para atención médica y nos unió aún más mientras los nietos crecían y se iban graduando de sus universidades, pero siempre muy cercanos y amorosos, como los hijos que cada uno se fue consolidando en sus tareas.
El ejemplo, que se transmite por generaciones, va dando una cierta escuela. Nos es muy propio el consagrarnos a nuestras responsabilidades, asumiendo con gran interés y entusiasmo cada proyecto, lo que para mí es una satisfacción muy favorable. Por fortuna, todos mis hijos se han sentido muy plenos con sus carreras y con sus vidas, con una gran vocación de servicio al país, colaborando con la administración pública, siempre en función de transmitir la inquietud por los temas que nos competen como nación.
¿Dónde halla su plenitud?
En mi familia, es mi más grande sentido de vida, sumado al ayudar, al aportar en la realización de tareas que generen impacto en la comunidad. Vivimos en un país en pleno crecimiento y de gran proyección y eso es algo muy satisfactorio pues es el que heredarán las futuras generaciones.
¿Cómo quisiera ser recordado el día de mañana?
Como una buena persona que prestó servicios al país en forma oportuna en los frentes en que actuó. Como alguien que aportó.
¿Cuál debería ser su epitafio?
Cumplí con lo que me tocó, con mi tiempo, con mi gente, con mi obligación.