Jorge Franco: “En Colombia, el autoengaño es común para normalizar lo que está mal”
Hablamos con el autor de “Rosario Tijeras”, a propósito de los 25 años de la publicación de esta novela, lo que sigue vigente y lo que fue para el país y la Medellín de ese entonces.

Andrés Osorio Guillott
Parece que esos 25 años hubieran sido ayer, las secuelas de una sociedad en la que se desayuna la violencia se extienden en el tiempo a tal punto de hacerlo parecer siempre el mismo. Si bien persisten muchos males, la dimensión de algunos de estos parece ser menor. Sin embargo, volver a revisar lo que fue escribir una novela como Rosario Tijeras hace dos décadas y ver lo que se mantiene y lo que se ha transformado es un buen ejercicio para entender algunas lógicas de nuestro país.
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Parece que esos 25 años hubieran sido ayer, las secuelas de una sociedad en la que se desayuna la violencia se extienden en el tiempo a tal punto de hacerlo parecer siempre el mismo. Si bien persisten muchos males, la dimensión de algunos de estos parece ser menor. Sin embargo, volver a revisar lo que fue escribir una novela como Rosario Tijeras hace dos décadas y ver lo que se mantiene y lo que se ha transformado es un buen ejercicio para entender algunas lógicas de nuestro país.
Enmarcada en lo que se llamó la novela sicaresca, Rosario Tijeras fue tal vez, junto a La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, una obra que reflejó, con toda la crudeza del caso, el dolor, el desamparo y la venganza que reinaban en un país que lloraba a diario por tantos y tantos vacíos y víctimas que dejaba la degradación social provocada por la guerra y el narcotráfico; dos males estructurales que permearon todas las esferas, penetraron en las ciudades y marcaron uno de los momentos más críticos de la historia reciente de Colombia.
Quisiera empezar por una afirmación que hace en el nuevo prólogo de la reedición de la novela: “Como muchos de los que vivimos allí, salí lleno de heridas y de rabia”. Hablemos precisamente de esa rabia…
Pues sí, era una rabia justificada por lo que estaba pasando en la ciudad y, sobre todo, por la imposibilidad de hacer muchas cosas. Era joven y buscaba una vida normal, salir, compartir, enamorarme, sin la presión de la violencia, sin la zozobra. Me tocó ver cómo todo se desmoronaba a nuestro alrededor, no solo físicamente por el terror, sino moralmente. Había una decepción por el poder corruptor del narcotráfico que llegaba a personas cercanas. La ciudad se había vuelto invivible, y si queríamos un poco de tranquilidad, había que salir.
En ese prólogo menciona también un documento que relaciona la religión con el narcotráfico. ¿De qué se trata ese documento?
Fue una tesis que me pidió revisar una compañera mientras terminaba mi carrera de Psicología en la Universidad de Antioquia. La tesis explicaba cómo la religión, tan arraigada en la cultura paisa, se empezó a usar de manera distinta por los grupos criminales: se rezaba para matar. Además, los sicarios se referían más a la figura femenina, la Virgen, debido a la devoción que sentían hacia sus madres, su único referente afectivo en muchos casos. Esa transferencia a la figura de la Virgen tenía un peso enorme.
La ausencia de una figura paterna en “Rosario Tijeras” es un tema que se repite en América Latina…
Es una situación normalizada en nuestra cultura, en parte por el machismo y la violencia. Los hombres han estado en los frentes de la violencia, y eso ha causado muchas pérdidas. Además, hay una creencia cultural de que un hombre puede irse sin asumir responsabilidades. Esto genera un desorden social, ya que la familia es el primer eje de la sociedad. Si falla la familia, falla todo el engranaje social.
Hay una frase en el prólogo que dice: “Rosario siempre ha luchado por olvidar su pasado, pero su pasado es como una casa rodante que la acompaña”. ¿Qué opina sobre la idea de que las víctimas quieran olvidar para no revivir ese dolor?
No se puede generalizar, pero muchos recuerdos revictimizan a las personas, manteniéndolas atadas a su violencia. Intentan seguir adelante, pero es un esfuerzo infructuoso porque las marcas del pasado quedan para siempre. En Medellín, después de un atentado, al día siguiente parecía que no había pasado nada. Eso tiene un doble mensaje: no dejarnos doblegar, pero también normalizar la violencia. Un ejemplo claro es la escultura de la paloma de Fernando Botero, destruida por una bomba y luego reemplazada con otra nueva, pero dejando la primera destrozada al lado.
También menciona la mentira como única motivación para vivir. ¿Cómo ve el poder de la mentira en nuestra sociedad?
Creo que en Colombia, el autoengaño es común para normalizar situaciones que sabemos que están mal. Justificamos los errores de nuestros gobernantes diciendo que “todos lo hacen”. El engaño es parte de la vida humana, pero no necesariamente es algo condenable. Sin embargo, cuando nos engañamos como país, justificando el mal comportamiento, eso nos mantiene estancados.
Usted dice que, con los años, Rosario ha cobrado vida por sí misma, independientemente de su trabajo y de la obra en sí...
Rosario Tijeras se ha convertido en parte del mito urbano de la violencia de Medellín. Recuerdo que cuando íbamos a hacer la película, un niño en el cementerio de San Pedro nos dijo que nos mostraría la tumba de Rosario Tijeras, como si fuera una persona real. En la serie de televisión, por allá en la cuarta temporada, Rosario ya no tiene nada que ver conmigo; tiene una hija adolescente que sigue sus pasos. Es una historia que sigue adelante por su cuenta.
“Rosario Tijeras” también es una historia de amor. ¿Cómo integró este tema en un contexto tan violento?
El amor es un sentimiento cambiante y muy vinculado a la época. Me interesaba contar una historia de amor entre dos clases sociales muy diferentes, y lo hice a través de un narrador enamorado en silencio, que solo comparte su amor con el lector. Eso crea una complicidad entre el lector y el narrador.
Rosario es una mujer que, además de ser víctima, se convierte en victimaria. ¿Por qué decidió que fuera un personaje femenino?
Lo que más me impactó de la tesis que leí fue descubrir cómo muchas jóvenes pasaban de ser víctimas a victimarias. La rabia y el dolor las llevaban a cobrar venganza. Es un tema difícil y que mantiene a Colombia muy herida. El hecho de justificarlas por haber sido víctimas legítima de alguna forma la justicia por mano propia. Justificar la venganza lleva a perpetuar la violencia. En Rosario Tijeras, ella está atrapada en ese dilema: el camino de la venganza o el del perdón.
Hay varios apartados del libro con momentos o diálogos polémicos. En tiempos de lo políticamente correcto, ¿cómo ve las licencias que puede tomarse un escritor al contar historias?
Es cada vez más difícil, porque vivimos bajo una dictadura de lo políticamente correcto. A veces me han dicho que mi literatura es misógina porque presento mujeres que usan su cuerpo para salir adelante, como Rosario, que saben que su belleza es su principal herramienta. Yo como autor no es que esté promoviendo o avalando ese tipo de situaciones, pero como escritor siento que mi responsabilidad es mostrar la realidad, con toda su crudeza. Creo que una obra debe reflejar su tiempo, lo bueno, lo malo y lo incómodo, porque solo enfrentando esas realidades se puede generar una discusión genuina sobre ellas.
Hoy en día, con todo el movimiento hacia lo políticamente correcto, creo que se están poniendo límites muy rígidos a la ficción y a la representación de personajes que no se ajustan a ciertos estándares morales contemporáneos. La literatura, por su naturaleza, tiene que explorar todos los matices de la condición humana, incluidos los aspectos que no nos gustan. Si se le priva de esa libertad, si a los autores nos empiezan a censurar por abordar estos temas, entonces estamos limitando la capacidad del arte para hacer preguntas difíciles y reflejar lo que está mal en nuestra sociedad.
No creo que la intención del escritor deba ser siempre complacer o congraciarse con todos. El arte también debe incomodar, provocar, cuestionar, y a veces eso implica retratar situaciones y personajes que, desde un punto de vista contemporáneo, pueden ser vistos como problemáticos.