Jorge Luis Borges: entre leer y escribir
Celebrar los 121 años del natalicio de Jorge Luis Borges y recordar lo que el autor argentino pensaba de aquello que hizo toda su vida: leer y escribir.
Andrés Osorio Guillott
“Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe”, dijo Jorge Luis Borges. Y seguramente lo dijo también por lo que le mencionó a la escritora argentina Susan Sontag en una entrevista: “Yo pienso que en un escritor influye todo el pasado, no sólo un país o un idioma, sino también los escritores que no ha leído, aun los que le llegan por parte del idioma, ya que el idioma, como lo ha dicho Croce, es un hecho estético, y ese idioma es la obra de miles de personas. Yo he perdido mi vista en el año 1955, y desde entonces me dedico más a releer que a leer. La relectura es una actividad que considero muy importante, ya que uno renueva el texto: el libro y uno, ya no somos lo mismo en el momento de la relectura. Como dijo Heráclito: «Nadie se baña dos veces en el mismo río». El río fluye, y Heráclito también fluye, y yo soy ese viejo Heráclito bañándome no en ese mismo río, sino en otro, agradeciendo la frescura de esas aguas”.
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“Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe”, dijo Jorge Luis Borges. Y seguramente lo dijo también por lo que le mencionó a la escritora argentina Susan Sontag en una entrevista: “Yo pienso que en un escritor influye todo el pasado, no sólo un país o un idioma, sino también los escritores que no ha leído, aun los que le llegan por parte del idioma, ya que el idioma, como lo ha dicho Croce, es un hecho estético, y ese idioma es la obra de miles de personas. Yo he perdido mi vista en el año 1955, y desde entonces me dedico más a releer que a leer. La relectura es una actividad que considero muy importante, ya que uno renueva el texto: el libro y uno, ya no somos lo mismo en el momento de la relectura. Como dijo Heráclito: «Nadie se baña dos veces en el mismo río». El río fluye, y Heráclito también fluye, y yo soy ese viejo Heráclito bañándome no en ese mismo río, sino en otro, agradeciendo la frescura de esas aguas”.
La literatura de Borges tiene entonces algo de su pasado, algo del Fervor de Buenos Aires, y algo de los libros de literatura inglesa que reposaban en la biblioteca donde halló su destino. En el prólogo de Evaristo Carriego escribió: “Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses”.
Las obras de Rober Louis Stevenson, Charles Dickens, William Shakespeare, Henry James, Emily Dickinson, G.K. Chesterton, Henry David Thoreau, Mark Twain, Daniel Defoe, entre otros escritores de lengua inglesa, fueron leídas y releídas por Borges. De la tragedia poética de Shakespeare, de la fantasía de Twain o Dickinson se fue forjando la imaginación que el argentino mezcló con ese pasado que le mencionó a Sontag y que se refleja en los personajes que llevan los nombres de sus antepasados, y que lleva también las memorias de sus días creando universos y tiempos en sus cuentos, pero también en su poesía y en su ensayística.
En el prólogo de Historia universal de la infamia, Borges dijo que; “Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual”. De modo que resulta más transparente, si se quiere, acercarse a los libros con los cuales creció el argentino para entender el porqué de su literatura. Una idea del tiempo que, por ejemplo, se puede ver en la filosofía platónica, o en algunos pensadores medievales como San Agustín, de donde existe una cercanía con la noción de la eternidad.
“Yo creo que la originalidad es imposible. Uno puede variar muy ligeramente el pasado, apenas, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema, volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia: de entonación, de voz, y basta con eso”, le dijo Borges a Sontag, tal vez reconociendo que su voz también es el eco y la traducción de los poetas ingleses, que sus relatos tienen antepasados literarios, pero también desconociendo o queriendo ocultar que, como también lo mencionó, ellos tienen algo de su pasado, de las memorias que son siempre fuente primaria de toda narración de ficción.
Aunque en Borges no existió límite alguno por la lectura y la escritura, este sí fue más proclive a creer que la magnificencia de un relato podía plasmarse en pocas palabras, que era mucho más laborioso y heroico construir una obra que pudiera decirse en pocas palabras, de ahí su distancia con la novela que, si bien leyó varias, no se inclinó por este género en su ejercicio de (re)lectura y escritura: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”, dijo en el prólogo de Ficciones.
“El punto de partida tiene que ser la emoción. Ahora —continúa diciendo— que la meta puede ser la belleza u otra, como concentrar hermosas palabras”, afirmó sobre la poesía, esa a la que siempre acudió para aislarse de sus desventuras o desdichas, y esa a la que siempre, como a todo objeto de su lectura, le dedicó tiempo para analizarla y entenderla, haciéndolo, entre otras cosas, para olvidar algo de esa desesperanza que tuvo cuando afirmó en Discusión que: “vida y muerte le han faltado a mi vida. De esa indigencia, mi laborioso amor por estas minucias”.