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A Jorge Luis Borges no se le vincula mucho con el cine, pero ambos tuvieron sus puntos de contacto. La relación de Borges con el séptimo arte fue múltiple. Comentarista, guionista, escritor o argumentista y hasta actor fugaz. De 1931 a 1944 escribió textos cinematográficos para la revista Sur, que dirigía en Buenos Aires Victoria Ocampo, narrativas que, según algunos críticos, desbordan la capacidad de la reseña, pero no alcanzan la dimensión de un ensayo reflexivo. (Lea otro artículo de José Luis Garcés: Por la valoración de los espacios poéticos).
En una entrevista que le hizo Madeleine Chapsal y que fue publicada en el semanario francés L’ Express el 21 de marzo de 1963, el escritor dijo al respecto: “Sí, adoro el cine, sobre todo las películas de vaqueros. Hice un guion (Invasión), me lo rechazaron con entusiasmo” (Juan Moreno Blanco. Borges en francés, 2015).
La primera vez que Borges fue a cine tenía catorce años y vio una película en inglés que, tiempo después, él supuso que sucedía en la India, pues muchas de sus escenas transcurrían frente a un ancho río sucio, en el cual hacían sus abluciones unos viejos casi encueros, cuyas costillas semejaban barrotes doblados cubiertos por una piel arrugada.
En 1963, trabajando con la memoria, Borges escribió un artículo titulado “Films”. Allí, el autor de la “Historia Universal de la Infamia” nos muestra sus dotes y osadías de comentarista cinematográfico. En él, Borges considera a “El asesino Karamasof” como el mejor de los filmes que habían presentado por esos días en las salas de Buenos Aires. En cambio, a la cinta “Luces de la Ciudad”, de Chaplin, la cataloga como “una lánguida antología de pequeños percances, impuestos a una historia sentimental”, y, al contrario, elogia “La Quimera de Oro”, en la que califica a Charlie como “espléndido inventor y protagonista”.
En esa nota, Borges se mete con la tecnología cinematográfica y es capaz de afirmar que los rusos “descubrieron que la fotografía oblicua (y por consiguiente deforme) de un botellón, de una cerviz de toro o de una columna, era de un valor plástico superior a la de mil y un extras de Hollywood...”.
Así mismo demuestra conocer la filmografía soviética al hablar de películas como “El Acorazado Potemkin”, “Iván el Terrible”, “Octubre”, y aprovecha para echarle algunos ramalazos a filmes como “Billy the Kid”, al cual tilda de “púdica historiación de las veinte muertes (sin contar mexicanos) del más mentado peleador de Arizona, hecha sin otro mérito que el acopio de tomas panorámicas y la metódica prescindencia de close-ups para significar al desierto”. A “Marruecos”, de Stenberg, por ejemplo, la señala como “mera acumulación de comparsas y... brochazos de excesivo color local”, aunque acepta que su argumento general es bueno.
En julio de 1979, Borges, en una larga charla con Antonio Carrizo, en Radio Rivadavia de Buenos Aires, confesó, una vez más, su entusiasmo por las películas de gángsteres y por los western. La razón no son los tiros sino el coraje. A Borges, que se declaró cobarde, le gustaba lo épico y él creía, por ejemplo, que el cowboy con su aventura fue capaz de no crear pero sí inspirar un género cinematográfico. Lo cual lo valoraba frente a sus ojos. Y frente a su memoria, que nunca olvidaba el coraje de su abuelo, el coronel Francisco Borges, muerto en el combate de La Verde en 1874.
-Yo nunca he llorado textos sentimentales. En cambio he llorado leyendo textos épicos –dijo en cierta ocasión.
En 1980 se filmó la película El nombre de la rosa, basada en la novela del mismo título, de autoría del filósofo italiano Umberto Eco. En la trama del filme, así como en las páginas del libro, aparecen frecuentes referencias a la obra borgiana, y uno de sus personajes, Jorge de Burgos, es el monje y vigilante ciego de la biblioteca, encargado de imponer el silencio en el recinto sagrado. Más claro homenaje al escritor argentino no puede existir.
La última vez que Borges estuvo en cine fue a la sala Rex; frisaba 1956. Ya casi caía la noche sobre sus ojos. Ocupó la butaca 168 y lo acompañó su amigo Benjamín Cavales, quien le acababa de regalar un libro sobre las sagas islandesas que había adquirido en The Kim Library, en el Londres de post-guerra. Vieron “Lo que el viento se llevó” en una copia no muy propicia a su deficiencia visual. A Borges le satisfizo la actuación de Vivian Leigh. Sobre Clark Gable mantuvo un diciente silencio.
Como se sabe, lo de Borges no era el cine; eran los libros. Aunque varios cuentos suyos, como “La intrusa”, “Emma Zunz”, “El muerto”, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829 - 1874)”, e “Historia de Rosendo Juárez”, entre otros, fueron filmados o pueden ser tomados como argumentos de cine o de seriado televisivo, si se logra captar la atmósfera de azar, violencia y fantasía que a veces acosa a la literatura borgiana. En fin, el cine y la narrativa de Borges no son antípodas. Allí, para demostrarlo, están sus temáticas de villanos, cuchilleros y compadritos.
* Escritor, ensayista, conferenciante. Director del periódico cultural El Túnel, de Montería, Colombia. Cuentos suyos han sido traducidos al francés, alemán, eslovaco e inglés. En septiembre de 2021 publicó Las espadas en receso de El Conde de la Quimera, segundo tomo de una trilogía literaria sobre el Sinú colombiano. E.:jlgarces2@yahoo.es.