Jorge Volpi: 'escribo para vivir otras vidas distintas a la mía'
El escritor mexicano Jorge Volpi, recientemente galardonado con el Premio Alfaguara de Novela 2018, estuvo de visita en Colombia para formar parte de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y presentar su libro “Una novela criminal”, editado por el grupo editorial Penguin Random House.
Santiago Díaz Benavides y Juan Camilo Rincón* @santiescritor @JuanCamiloRinc2
El Boom cumplió más de 50 años y el espectro de la literatura latinoamericana sigue ampliándose. Luego de Cien años de soledad, Rayuela, La muerte de Artemio Cruz y La ciudad y los perros, Latinoamérica aún cuenta sus historias, ya no desde el realismo mágico sino desde las ciudades, con realidades diversas y también extrañas. En décadas recientes hemos venido conociendo a los descendientes de aquel movimiento que leyeron y admiraron a García Márquez, a Fuentes, a Vargas Llosa y a Donoso, y quienes se dieron a la tarea de contar lo que faltaba. Ya no hay más Macondo ni Comala; ahora aparecen Cali y Monterrey, y el insomnio de Bolívar es narrado por otras manos y con nuevas letras. Esto es lo que representa el escritor mexicano Jorge Volpi, quien visitó Colombia para hablar sobre su novela más reciente, con la que ganó el Premio Alfaguara 2018.
Nos acercamos a uno de los grandes críticos del ser latinoamericano, pues en su obra es recurrente la pregunta por la identidad de los pueblos al sur del río Bravo: “Nos sentimos felizmente latinoamericanos, aunque en la práctica desconociésemos todo, vaya, casi todo de los demás”, dice Volpi. Y es que nos desconocemos, pero a la vez sabemos lo mucho que tenemos en común. En Una novela criminal, el mexicano cuenta la historia de un montaje mediático -de esos tan comunes en nuestros países- creado para ocultar la desagradable verdad de la corrupción y la incapacidad del Estado de cumplir con lo que le corresponde. Al entrar en sus páginas recorremos historias que se nos harán familiares y seguramente nos sentiremos interpelados por ellas. Sabemos que compartimos desgracias y también remedios: Volpi nos permite sentir cómo la literatura ayuda a expulsar demonios y enfrentar realidades ya no tan mágicas.
Leer su obra nos permite abrir los ojos ante lo que somos y buscar, de alguna manera, librarnos de tantos males. Al encontrarnos con su obra, la buena literatura se acomoda y se arraiga en nuestras bibliotecas pues, aunque hayan pasado tantos años después del ocaso del Boom y temamos la desaparición de sus letras, la Tierra sigue girando y grandes libros siguen naciendo en esta región, la más transparente.
Señor Volpi, díganos, ¿de qué manera comienza su contacto con las letras?
Mi padre era un gran lector. Siempre hubo muchos libros en mi casa. Pero, no le prestaba atención cuando me invitaba a leer algo. Lo empecé a hacer, por gusto, hacia los 11 o 12 años, cuando descubrí los cuentos de Edgar Allan Poe y Cosmos, de Carl Sagan. Para mí, la ciencia ha sido muy importante. En algún momento, pensé que podría dedicarme a la Física, pero tuve muy malos profesores y terminé acercándome más a las humanidades que a las ciencias. Cuando estuve en la preparatoria, conocí a Eloy Urroz, quien me convenció de escribir mi primer cuento. Luego vino el manifiesto del Crack.
¿Cómo fue su relación con Ignacio Padilla y Eloy Urroz?
Para mí, fue crucial el encuentro con ellos dos. Nos hicimos buenos amigos y hallamos convergencia en muchos de nuestros intereses y gustos. Luego, conocimos a Pedro Ángel Palou, a Ricardo Chávez Castañeda y a Vicente Herrasti. Con ellos formamos un taller de literatura y, posteriormente, a raíz de nuestros intereses literarios, surgió lo que se ha llamado como la Generación del Crack. Nos gustaba la idea de la onomatopeya inglesa para hacer referencia a la ruptura con el Boom. En esa época, también apareció la antología “McOndo”, de Alberto Fuguet y Sergio Gómez. Estábamos todos un poco cansados de la obligación que tenía la literatura latinoamericana por narrar desde el realismo mágico. Nuestros intereses apuntaban hacia otras partes. Entonces, publicamos el manifiesto del Crack, en el que exponíamos todas nuestras inquietudes y hacíamos mención de los cuentos y novelas que trabajamos juntos durante tanto tiempo. Pasados veinte años, trabajamos en un post-manifiesto del Crack, pero en ese año falleció Ignacio Padilla y fue así como terminó todo. Yo así lo sentí.
¿Qué relación ha tenido con la literatura colombiana?
Bueno, Colombia es un país que me gusta muchísimo. Casi que he venido todos los años desde 1999. Aquí tengo varios amigos. Con Santiago Gamboa y Mario Mendoza he logrado tejer una buena amistad, lo cual me ha ayudado a seguir de cerca la actualidad de la literatura colombiana.
¿Por qué le interesa tanto la Política? La trata continuamente en lo que escribe.
Yo creo que tiene que ver con mi formación. En la escuela preparatoria, me incluí mucho en un grupo de debate político y de ahí, muchos de los que participábamos nos fuimos a estudiar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México. Estando en eso, descubrí que la combinación entre literatura y política que a mí me interesaba explorar, y que luego ha quedado plasmado en lo que he escrito, tiene que ver con el fenómeno del poder, pero no visto éste como un factor meramente político, sino como una manifestación de carácter humano.
¿Piensa que la literatura puede ser útil para denunciar lo que está mal en estos tiempos que nos ha tocado vivir?
Pues, sí. Me parece que, afortunadamente, ya superamos la época en la que la literatura tenía una obligación con la política y la realidad de cada nación. El escritor debía ocupar un puesto de intelectual inmerso en casi todas las áreas, y opinar sobre un poco de casi todo. Ahora, esto es más una opción. Como novelista, puedo optar por denunciar o no condiciones políticas o humanas que me parecen inadmisibles. En alguna medida, contar una historia se vuelve en un compromiso de exigencia con uno mismo, con quien lee y con el mundo en el que vivimos.
En su opinión, ¿de qué forma las dictaduras latinoamericanas han dado a luz una particular manera de contar?
Creo que el autoritarismo en América Latina ha existido siempre. Es una constante en nuestra vida pública, política y social, tanto así que es inevitable que la literatura no se vea permeada por esto. Hay grandísimos escritores, desde luego, que nunca se preocuparon por escribir acerca de lo que estaba ocurriendo, y que no lo harán, seguramente. Pero, es muy natural que en condiciones opresivas aparezca este tipo de literatura vinculada con la violencia. De alguna manera, nuestra historia gubernamental y social termina por definir la calidad del arte que concebimos a través de lo que se narra.
Sergio Ramírez menciona que este libro, Una novela criminal, tiene bastantes elementos del género negro que se ha desarrollado desde hace algunos años en el continente. ¿Qué características cree que presenta el texto en relación con esta afirmación?
Santiago Gamboa me decía que esta es una novela negra, pero no porque yo la haya pensado así, sino porque lo negro está en la realidad latinoamericana. Entonces, en ningún momento estuve yo a punto de señalar mi trabajo como parte del género policial o negro. Salió así, simplemente, porque la realidad misma obliga a ver cómo funcionan estas cosas. Si hablamos de esto, no puedo olvidar mencionar lo que hizo Rodolfo Walsh con Operación Masacre. Me parece que es la primera novela sin ficción en nuestra lengua y, probablemente, en el mundo. Así pues, este ha podido ser un grandísimo referente.
¿Cómo puede la literatura ocupar un papel en el tratamiento ético de la verdad?
La verdad es subjetiva en estos tiempos. Hemos visto cómo a la gente se le vende una mentira con cara de verdad, pero no repitiéndola una y otra vez hasta hacerla creíble, sino enfatizando en que se trata de una mentira, con lo cual la gente comienza a perder el interés. En una época como ésta en la que la información corre a la velocidad de la luz, es necesario ser cuidadosos, porque justamente lo que aquí se pierde es la posibilidad de profundizar. Esto es lo que permite que diferenciemos entre lo que es verdad y lo que no. Creo que la literatura debe explorar allí, entre los límites de la realidad y la ficción, en aquello que ha perdido profundidad.
¿Para qué escribe Jorge Volpi?
Lo hago para entenderme mejor a mí mismo, a la realidad que me rodea. Escribo para tratar de comprender al mundo, aunque luego descubra que no sirve de nada. También lo hago, y sobre todo por eso, para vivir otras vidas distintas a la mía.
Y como lector, ¿es muy diferente?
Soy lector, en buena medida, del mundo. La literatura nos permite eso. Trato de explorarlo todo en la novela, el ensayo y los textos de no ficción. Disfruto mucho acercarme a la poesía y, debo confesar que he dejado de lado la narrativa corta. El cuento me ha ganado por knock-out.
¿Cuál es la palabra más bella del castellano?
¡Qué pregunta compleja! Bueno, debo decir que me encanta una palabra, incorporada a nuestra lengua, pero de origen náhuatl: Papalote. Se refiere a las cometas que cuando niños intentamos volar ante el primer aviso de buen viento.
*Santiago Díaz Benavides (Bogotá, 1994). Periodista cultural, lector editorial, librero y director de la Revista Canéfora. En 2015, participó como el ponente más joven del III Congreso Iberoamericano de Estudios sobre la Oralidad, realizado en Ciudad de México, y al año siguiente fue reconocido como ganador del VII Concurso de Cuento Breve y Poesía, de la Universidad La Gran Colombia, por su texto “9 de abril”. Ha colaborado con medios como El Tiempo y El Espectador. Actualmente, se desempeña como librero especializado en literatura hispanoamericana contemporánea en la librería Tornamesa; trabaja en su primer libro.
*Juan Camilo Rincón Bermúdez (Bogotá, 1982). Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia. Publicó en 2007 el libro Manuales, métodos y regresos con Arango Editores; en 2014 Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia con la editorial Libros & Letras; y en 2015 Viaje al corazón de Cortázar. El cronopio, sus amigos y otras pachangas espasmódicas, también editado por Libros & Letras, y presentado en Colombia, México y Argentina. En 2016 creó Constelaciones y letras colombianas, diario-agenda sobre escritores colombianos, ilustrado por Marco Pinto, y en 2017 publicó el libro digital Nuestra memoria es para siempre, de la mano de Señal Memoria y la Fundación Patrimonio Fílmico de Colombia. Ha ganado varias becas y residencias artísticas para realizar investigaciones sobre literatura latinoamericana, entre ellas el FONCA, y fue reconocido por El Tiempo por crear una de las mejores crónicas del diario durante 2014, incluida en el libro Crónicas El Tiempo. Ha colaborado para medios nacionales e internacionales como El Espectador (Colombia) y Televisión Iberoamericana (España). Actualmente, trabaja en un libro sobre las relaciones entre la literatura mexicana y colombiana.
El Boom cumplió más de 50 años y el espectro de la literatura latinoamericana sigue ampliándose. Luego de Cien años de soledad, Rayuela, La muerte de Artemio Cruz y La ciudad y los perros, Latinoamérica aún cuenta sus historias, ya no desde el realismo mágico sino desde las ciudades, con realidades diversas y también extrañas. En décadas recientes hemos venido conociendo a los descendientes de aquel movimiento que leyeron y admiraron a García Márquez, a Fuentes, a Vargas Llosa y a Donoso, y quienes se dieron a la tarea de contar lo que faltaba. Ya no hay más Macondo ni Comala; ahora aparecen Cali y Monterrey, y el insomnio de Bolívar es narrado por otras manos y con nuevas letras. Esto es lo que representa el escritor mexicano Jorge Volpi, quien visitó Colombia para hablar sobre su novela más reciente, con la que ganó el Premio Alfaguara 2018.
Nos acercamos a uno de los grandes críticos del ser latinoamericano, pues en su obra es recurrente la pregunta por la identidad de los pueblos al sur del río Bravo: “Nos sentimos felizmente latinoamericanos, aunque en la práctica desconociésemos todo, vaya, casi todo de los demás”, dice Volpi. Y es que nos desconocemos, pero a la vez sabemos lo mucho que tenemos en común. En Una novela criminal, el mexicano cuenta la historia de un montaje mediático -de esos tan comunes en nuestros países- creado para ocultar la desagradable verdad de la corrupción y la incapacidad del Estado de cumplir con lo que le corresponde. Al entrar en sus páginas recorremos historias que se nos harán familiares y seguramente nos sentiremos interpelados por ellas. Sabemos que compartimos desgracias y también remedios: Volpi nos permite sentir cómo la literatura ayuda a expulsar demonios y enfrentar realidades ya no tan mágicas.
Leer su obra nos permite abrir los ojos ante lo que somos y buscar, de alguna manera, librarnos de tantos males. Al encontrarnos con su obra, la buena literatura se acomoda y se arraiga en nuestras bibliotecas pues, aunque hayan pasado tantos años después del ocaso del Boom y temamos la desaparición de sus letras, la Tierra sigue girando y grandes libros siguen naciendo en esta región, la más transparente.
Señor Volpi, díganos, ¿de qué manera comienza su contacto con las letras?
Mi padre era un gran lector. Siempre hubo muchos libros en mi casa. Pero, no le prestaba atención cuando me invitaba a leer algo. Lo empecé a hacer, por gusto, hacia los 11 o 12 años, cuando descubrí los cuentos de Edgar Allan Poe y Cosmos, de Carl Sagan. Para mí, la ciencia ha sido muy importante. En algún momento, pensé que podría dedicarme a la Física, pero tuve muy malos profesores y terminé acercándome más a las humanidades que a las ciencias. Cuando estuve en la preparatoria, conocí a Eloy Urroz, quien me convenció de escribir mi primer cuento. Luego vino el manifiesto del Crack.
¿Cómo fue su relación con Ignacio Padilla y Eloy Urroz?
Para mí, fue crucial el encuentro con ellos dos. Nos hicimos buenos amigos y hallamos convergencia en muchos de nuestros intereses y gustos. Luego, conocimos a Pedro Ángel Palou, a Ricardo Chávez Castañeda y a Vicente Herrasti. Con ellos formamos un taller de literatura y, posteriormente, a raíz de nuestros intereses literarios, surgió lo que se ha llamado como la Generación del Crack. Nos gustaba la idea de la onomatopeya inglesa para hacer referencia a la ruptura con el Boom. En esa época, también apareció la antología “McOndo”, de Alberto Fuguet y Sergio Gómez. Estábamos todos un poco cansados de la obligación que tenía la literatura latinoamericana por narrar desde el realismo mágico. Nuestros intereses apuntaban hacia otras partes. Entonces, publicamos el manifiesto del Crack, en el que exponíamos todas nuestras inquietudes y hacíamos mención de los cuentos y novelas que trabajamos juntos durante tanto tiempo. Pasados veinte años, trabajamos en un post-manifiesto del Crack, pero en ese año falleció Ignacio Padilla y fue así como terminó todo. Yo así lo sentí.
¿Qué relación ha tenido con la literatura colombiana?
Bueno, Colombia es un país que me gusta muchísimo. Casi que he venido todos los años desde 1999. Aquí tengo varios amigos. Con Santiago Gamboa y Mario Mendoza he logrado tejer una buena amistad, lo cual me ha ayudado a seguir de cerca la actualidad de la literatura colombiana.
¿Por qué le interesa tanto la Política? La trata continuamente en lo que escribe.
Yo creo que tiene que ver con mi formación. En la escuela preparatoria, me incluí mucho en un grupo de debate político y de ahí, muchos de los que participábamos nos fuimos a estudiar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México. Estando en eso, descubrí que la combinación entre literatura y política que a mí me interesaba explorar, y que luego ha quedado plasmado en lo que he escrito, tiene que ver con el fenómeno del poder, pero no visto éste como un factor meramente político, sino como una manifestación de carácter humano.
¿Piensa que la literatura puede ser útil para denunciar lo que está mal en estos tiempos que nos ha tocado vivir?
Pues, sí. Me parece que, afortunadamente, ya superamos la época en la que la literatura tenía una obligación con la política y la realidad de cada nación. El escritor debía ocupar un puesto de intelectual inmerso en casi todas las áreas, y opinar sobre un poco de casi todo. Ahora, esto es más una opción. Como novelista, puedo optar por denunciar o no condiciones políticas o humanas que me parecen inadmisibles. En alguna medida, contar una historia se vuelve en un compromiso de exigencia con uno mismo, con quien lee y con el mundo en el que vivimos.
En su opinión, ¿de qué forma las dictaduras latinoamericanas han dado a luz una particular manera de contar?
Creo que el autoritarismo en América Latina ha existido siempre. Es una constante en nuestra vida pública, política y social, tanto así que es inevitable que la literatura no se vea permeada por esto. Hay grandísimos escritores, desde luego, que nunca se preocuparon por escribir acerca de lo que estaba ocurriendo, y que no lo harán, seguramente. Pero, es muy natural que en condiciones opresivas aparezca este tipo de literatura vinculada con la violencia. De alguna manera, nuestra historia gubernamental y social termina por definir la calidad del arte que concebimos a través de lo que se narra.
Sergio Ramírez menciona que este libro, Una novela criminal, tiene bastantes elementos del género negro que se ha desarrollado desde hace algunos años en el continente. ¿Qué características cree que presenta el texto en relación con esta afirmación?
Santiago Gamboa me decía que esta es una novela negra, pero no porque yo la haya pensado así, sino porque lo negro está en la realidad latinoamericana. Entonces, en ningún momento estuve yo a punto de señalar mi trabajo como parte del género policial o negro. Salió así, simplemente, porque la realidad misma obliga a ver cómo funcionan estas cosas. Si hablamos de esto, no puedo olvidar mencionar lo que hizo Rodolfo Walsh con Operación Masacre. Me parece que es la primera novela sin ficción en nuestra lengua y, probablemente, en el mundo. Así pues, este ha podido ser un grandísimo referente.
¿Cómo puede la literatura ocupar un papel en el tratamiento ético de la verdad?
La verdad es subjetiva en estos tiempos. Hemos visto cómo a la gente se le vende una mentira con cara de verdad, pero no repitiéndola una y otra vez hasta hacerla creíble, sino enfatizando en que se trata de una mentira, con lo cual la gente comienza a perder el interés. En una época como ésta en la que la información corre a la velocidad de la luz, es necesario ser cuidadosos, porque justamente lo que aquí se pierde es la posibilidad de profundizar. Esto es lo que permite que diferenciemos entre lo que es verdad y lo que no. Creo que la literatura debe explorar allí, entre los límites de la realidad y la ficción, en aquello que ha perdido profundidad.
¿Para qué escribe Jorge Volpi?
Lo hago para entenderme mejor a mí mismo, a la realidad que me rodea. Escribo para tratar de comprender al mundo, aunque luego descubra que no sirve de nada. También lo hago, y sobre todo por eso, para vivir otras vidas distintas a la mía.
Y como lector, ¿es muy diferente?
Soy lector, en buena medida, del mundo. La literatura nos permite eso. Trato de explorarlo todo en la novela, el ensayo y los textos de no ficción. Disfruto mucho acercarme a la poesía y, debo confesar que he dejado de lado la narrativa corta. El cuento me ha ganado por knock-out.
¿Cuál es la palabra más bella del castellano?
¡Qué pregunta compleja! Bueno, debo decir que me encanta una palabra, incorporada a nuestra lengua, pero de origen náhuatl: Papalote. Se refiere a las cometas que cuando niños intentamos volar ante el primer aviso de buen viento.
*Santiago Díaz Benavides (Bogotá, 1994). Periodista cultural, lector editorial, librero y director de la Revista Canéfora. En 2015, participó como el ponente más joven del III Congreso Iberoamericano de Estudios sobre la Oralidad, realizado en Ciudad de México, y al año siguiente fue reconocido como ganador del VII Concurso de Cuento Breve y Poesía, de la Universidad La Gran Colombia, por su texto “9 de abril”. Ha colaborado con medios como El Tiempo y El Espectador. Actualmente, se desempeña como librero especializado en literatura hispanoamericana contemporánea en la librería Tornamesa; trabaja en su primer libro.
*Juan Camilo Rincón Bermúdez (Bogotá, 1982). Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia. Publicó en 2007 el libro Manuales, métodos y regresos con Arango Editores; en 2014 Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia con la editorial Libros & Letras; y en 2015 Viaje al corazón de Cortázar. El cronopio, sus amigos y otras pachangas espasmódicas, también editado por Libros & Letras, y presentado en Colombia, México y Argentina. En 2016 creó Constelaciones y letras colombianas, diario-agenda sobre escritores colombianos, ilustrado por Marco Pinto, y en 2017 publicó el libro digital Nuestra memoria es para siempre, de la mano de Señal Memoria y la Fundación Patrimonio Fílmico de Colombia. Ha ganado varias becas y residencias artísticas para realizar investigaciones sobre literatura latinoamericana, entre ellas el FONCA, y fue reconocido por El Tiempo por crear una de las mejores crónicas del diario durante 2014, incluida en el libro Crónicas El Tiempo. Ha colaborado para medios nacionales e internacionales como El Espectador (Colombia) y Televisión Iberoamericana (España). Actualmente, trabaja en un libro sobre las relaciones entre la literatura mexicana y colombiana.