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                                                                                                                                José Alfredo Jiménez: “Las demás opiniones, mi cielo, me vienen sobrando”

                                                                                                                                Este jueves se cumplen 50 años del fallecimiento del cantante recordado por éxitos como “Si nos dejan”, “La media vuelta”, “Te solté la rienda”, entre otros.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
                                                                                                                                Gracias a sus hijos, José Alfredo Jiménez conoció el rock, a través de agrupaciones como Pink Floyd y los Beatles.
                                                                                                                                Foto: El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Si nos dejan/ Nos vamos a querer toda la vida/ Si nos dejan/ Nos vamos a vivir a un mundo nuevo/ Yo creo que podemos ver/ El nuevo amanecer de un nuevo día/ Yo pienso que tú y yo/ Podemos ser felices todavía”.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Le invitamos a leer: José Alfredo Jiménez: las interpretaciones de sus canciones a 50 años de su muerte

                                                                                                                                A los seis años se mudó a Ciudad de México, con su madre y sus dos hermanos. Ahí comenzó a ser José Alfredo Jiménez, aunque nadie lo conociera y fuera uno más de los millones que llegaban todos los días a aquella ciudad de todos y de pocos, por no decir que de nadie. Trabajó de mesero en un restaurante, y entre plato y plato observó. Detalló. Escuchó las conversaciones de los clientes. Sus secretos. Sus desengaños. Sus amores prohibidos. Sus anhelos. Los papelitos que se pasaban por debajo de la mesa. Entonces comenzó a escribir frases sueltas. A silbar. Unas veces, con una melodía. Otras, con cualquier otra. Silbaba lo que se le ocurría y lo que quedara bien con lo que quería decir. Hasta que un día el hijo del dueño del restaurante le habló. Le dijo que cantaran, que él había formado un trío, Los Rebeldes.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Le recomendamos leer: El cantautor chileno Manuel García se presenta este domingo en Bogotá

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Yo” fue el himno de millones de mexicanos que salían a las tabernas y a las cantinas y cantaban con la voz quebrada “Ando borracho, ando tomando, porque el destino cambió mi suerte, ya tu cariño nada me importa, mi corazón te olvidó pa´ siempre…”. Con el tiempo y los años, y el éxito y las películas, y los discos, y su vida intensa y su muerte, le gente seguía cantando aquellos versos, y alguna hablaba de las cantinas, de que sin el alcohol aquel señor no hubiera sido aquel señor, y sus detractores lo defenderían, como Lucha Villa, quien los interpeló y les dijo que ojalá hubieran tomado en las cantinas como José Alfredo Jiménez y hubieran sido capaces de hacer una, al menos una canción como las de él. Jiménez era México. Y era el pueblo. Y era el dolor del pueblo.

                                                                                                                                “No vale nada la vida/ La vida no vale nada/ Comienza siempre llorando/ Y así llorando se acaba/ Por ese es que en este mundo/ La vida no vale nada”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Era el canto de todos, aunque todos no cantaran, o solo cantaran en las fiestas y en las malas. Alguna vez lo tacharon de haber sido un incitador. Lucha Villa dijo que sí, pero que no. Que el pueblo lo había buscado a él y lo había hallado. No al contrario. Jiménez fue pueblo, destino, hombre traicionado, lealtad, amor no correspondido, lealtad. “Un amigo como pocos, o como ninguno”, decía Villa, una de sus cantantes. Una de sus decenas de cantantes. Porque Jiménez también fue la voz de los artistas, de centenares de cantantes y de músicos que tomaron sus canciones para hacerlas suyas, o para propagarlas y decirle al mundo lo que él decía. Tanto que decía, tanto que dijo, con sus palabras sencillas y sus frases inmortales.

                                                                                                                                Le puede interesar: “Goodbye my honey”, la unión de Puerto Candelaria y la Filarmónica de Bogotá

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                                                                                                                                Tanto que marcó a la música mexicana, que muchos fueron capaces de decir, de asegurar que hubo un antes de José Alfredo Jiménez, y un después de él. Y hubo un México antes de él y uno después. Porque Jiménez influyó en la gente de a pie, y la gente de a pie alguna vez se levantó contra la otra gente, contra la gente de avión, como lo hizo el comandante Marcos, y fue por él. Y porque marcó a los cantantes, y los llevó más a interpretar y a decir y a rasgarse si era necesario, que a ser una perfecta y hermosa voz y nada más. Jiménez fue un trago. Mil tragos de tequila, de lo que fuera, pero sin la borrachera perdida. Fue palabra, denuncia, grito, dolor, rabia, impotencia y una perenne invitación a hacer, a seguir haciendo y seguir contando.

                                                                                                                                “Cariño de mis cariños, corazón apasionado, / No quiero verte llorando/ Porque me voy de tu lado, / Yo no nací para darte/ El mundo que tú has soñado/ Pa’ mí las nubes son cielo, / Pa’ mí las olas son mar, / Pa’ mi la vida es un sueño/ Y la muerte el despertar/ Si tienes una ilusión/ Y las llevas muy adentro, / Desagarra tu corazón/ Pa’ que salga el sentimiento/ Que una vez fuera el dolor/ Se lo ha de llevar el viento”.

                                                                                                                                Gracias a sus hijos, José Alfredo Jiménez conoció el rock, a través de agrupaciones como Pink Floyd y los Beatles.
                                                                                                                                Foto: El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Si nos dejan/ Nos vamos a querer toda la vida/ Si nos dejan/ Nos vamos a vivir a un mundo nuevo/ Yo creo que podemos ver/ El nuevo amanecer de un nuevo día/ Yo pienso que tú y yo/ Podemos ser felices todavía”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                A los seis años se mudó a Ciudad de México, con su madre y sus dos hermanos. Ahí comenzó a ser José Alfredo Jiménez, aunque nadie lo conociera y fuera uno más de los millones que llegaban todos los días a aquella ciudad de todos y de pocos, por no decir que de nadie. Trabajó de mesero en un restaurante, y entre plato y plato observó. Detalló. Escuchó las conversaciones de los clientes. Sus secretos. Sus desengaños. Sus amores prohibidos. Sus anhelos. Los papelitos que se pasaban por debajo de la mesa. Entonces comenzó a escribir frases sueltas. A silbar. Unas veces, con una melodía. Otras, con cualquier otra. Silbaba lo que se le ocurría y lo que quedara bien con lo que quería decir. Hasta que un día el hijo del dueño del restaurante le habló. Le dijo que cantaran, que él había formado un trío, Los Rebeldes.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Le recomendamos leer: El cantautor chileno Manuel García se presenta este domingo en Bogotá

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                                                                                                                                “No vale nada la vida/ La vida no vale nada/ Comienza siempre llorando/ Y así llorando se acaba/ Por ese es que en este mundo/ La vida no vale nada”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Tanto que marcó a la música mexicana, que muchos fueron capaces de decir, de asegurar que hubo un antes de José Alfredo Jiménez, y un después de él. Y hubo un México antes de él y uno después. Porque Jiménez influyó en la gente de a pie, y la gente de a pie alguna vez se levantó contra la otra gente, contra la gente de avión, como lo hizo el comandante Marcos, y fue por él. Y porque marcó a los cantantes, y los llevó más a interpretar y a decir y a rasgarse si era necesario, que a ser una perfecta y hermosa voz y nada más. Jiménez fue un trago. Mil tragos de tequila, de lo que fuera, pero sin la borrachera perdida. Fue palabra, denuncia, grito, dolor, rabia, impotencia y una perenne invitación a hacer, a seguir haciendo y seguir contando.

                                                                                                                                “Cariño de mis cariños, corazón apasionado, / No quiero verte llorando/ Porque me voy de tu lado, / Yo no nací para darte/ El mundo que tú has soñado/ Pa’ mí las nubes son cielo, / Pa’ mí las olas son mar, / Pa’ mi la vida es un sueño/ Y la muerte el despertar/ Si tienes una ilusión/ Y las llevas muy adentro, / Desagarra tu corazón/ Pa’ que salga el sentimiento/ Que una vez fuera el dolor/ Se lo ha de llevar el viento”.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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