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¿Cómo llegó su obra a participar en la exhibición “Remedios”?
Esa obra, que es parte de una serie que se llama No tengo hambre, se la vendí al Thyssen-Bornemiza en 2012 o 2014, y no he sabido lo que pasó con ella. Supe que se mostró alguna vez en Brasil, en otro lado y ahorita, por casualidad, me di cuenta de que estaba en esta exposición. La muestra tiene artistas muy importantes, como Marina Abramovich, Olafur Elgasson y Kader Atia, entonces para mí es chévere estar en esa exposición.
¿Cuál es la historia detrás de la obra que están mostrando en esa exhibición?
La obra se llama No tengo hambre y es una serie de aproximadamente 60 pinturas que hice a los 20 o 21 años en el período en el que más vivo estuve, el cual relato en mi libro “Cómo abrí el mundo”, que publiqué en 2021 con Planeta. En esa etapa estaba experimentando con el psicoanálisis, la filosofía, la introspección y consumir drogas de una manera de experimentar la realidad. Por ejemplo, un par de veces me fui drogado con LSD a Mundo Aventura y a Salitre Mágico a montarme en todas las atracciones, en el cuarto de los espejos y todo eso. En ese contexto hice estas pinturas, en las que por primera vez me formulé, como artista ya digamos adulto, ya con una estética desarrollada, una propuesta poética. Son pinturas que me gustan mucho y me parecen un punto alto de mi producción pictórica, porque me parece que no hay mentiras ni artificios en ellas, casi que no son pinturas, casi que son como directamente el material puesto sobre la tabla.
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En ese período, en el que afirma que es en el que más vivo se ha sentido, ¿hubo alguna experiencia que marcara esos momentos de creación?
La experiencia fundamental que tuve dentro de esa experimentación fue un quiebre psicótico fuerte. Me puse paranoico, pero es que al mismo tiempo lo interesante para mí es que mezclado con la psicosis accedí a verdaderas perspectivas filosóficas, que preservo conmigo todavía y he explorado en mi trabajo filosófico. Por eso digo que es cuando más vivo estuve, porque estuve loquísimo, pero al mismo tiempo como que había algo de esa locura que llegaba a la verdad de la realidad. Eso me parece interesante, pensar que las cosas no son tan simples como estar enfermo o estar cuerdo, sino que todo siempre está mezclado y puede haber perspectivas dentro de cosas como la depresión y, de hecho, es común en psiquiatría, que se estudia el hecho de que la gente que sufre depresión muchas veces tiene una versión más equilibrada de la realidad, porque mientras estás en depresión toda tu realidad se permea de esos pensamientos que de alguna manera pueden ser más realistas porque no están poblados de las fantasías cotidianas con las que satisfacemos nuestros deseos más inmediatos, fantasiosos.
¿Para usted qué es la realidad?
La realidad es una especie de alucinación muy estable. El cerebro humano evolucionó para solucionar el problema logístico de vivir mucha gente junta, es decir, para distribuir los recursos, para saber qué fruta está madura o qué animal es peligroso y cuál no. Esas son las tareas que tenía que cumplir el cerebro humano y el cerebro de los animales en general para poder pasar sus genes a la próxima generación, es decir, que nosotros no tenemos una especie de contrato secreto con el universo para que el universo se deje conocer por nosotros. Si lo conocemos es con mucho esfuerzo y con muchos errores siempre. Para mí la realidad es como una especie de capa que le ponemos nosotros subjetivamente a lo que sea que está allá afuera que no podemos nombrar sin ya estar nombrando la realidad. Si tratamos de ir más allá de nuestra propia realidad psicológica, subjetiva, fantasiosa, ya no hay lenguaje para describir eso. Podríamos estar hablando de dos realidades: la realidad humana, que es una especie de sueño ahí más o menos estable que compartimos entre todos, y la realidad más allá de ese sueño, de la cual no podemos decir absolutamente nada sin caer en error.
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¿Qué es el arte, en su opinión?
El arte es, aquí me toca citar a mi filósofo predilecto, Hegel, la expresión sensible del espíritu, la expresión disponible para los sentidos y para la sensación de lo mismo que subyace a todas nuestras estructuras, a todas nuestras instituciones, nuestras leyes, nuestros sistemas de transporte. Hay algo que surge de los pueblos o de la humanidad y que se expresa a través del arte y luego en el arte nosotros nos reconocemos y hay como un circuito ahí en el que el espíritu se devuelve a sí mismo y se reconoce a sí mismo, sin ser yo religioso, no hay que tomarlo por ese lado. Es más un estar de acuerdo.
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Su obra “No tengo hambre”, ¿cómo se configura dentro de la exhibición que busca advocar por la labor reparativa, la sanación y la transformación social?
Creo que la creación de una obra de arte es parecida a, como dicen en psicoanálisis, cuando el psicótico tiene el delirio paranoide y ya se está empezando a mejorar, porque ya tiene una teoría de la realidad. Entonces en cuanto ya formulamos una obra de arte que exprese el sentimiento interno, ya nos estamos empezando a mejorar, porque somos capaces de ver exteriormente lo que nos está pasando.
¿Cuáles diría que son sus referentes?
Los más grandes, Hegel y Freud. El idealismo alemán y el psicoanálisis. Que en primera instancia podrían parecer dos cosas contradictorias, porque el idealismo alemán trata de proponer una teoría completa de la realidad, pero con Freud veo esa teoría completa de la realidad como una fantasía. Con respecto a la realidad, es una especie de sueño muy estable que le ponemos, que proyectamos sobre lo que sea que está allá afuera. Entre esas dos cosas, y también el evolucionismo Darwin y todo lo que ha pasado en el siglo XX ya con análisis más detallados, científicos y cuantitativos de cómo exactamente trabaja la evolución, cómo exactamente se reproducen los genes, y esas tres influencias han sido determinantes para mí porque me llevaron a ver el desarrollo de la realidad y de la sociedad y de las ideas como una cosa mucho más accidentada de lo que normalmente estamos dispuestos a creer y mucho más frágil de lo que nos gustaría conceder.
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