José Mujica: “debemos reafirmar la vida frente a la muerte”
El testimonio del expresidente de Uruguay sobre los 12 años de aislamiento durante la cuarentena.
Andrés Osorio Guillot y Laura Valeria López
“Tal vez la conclusión más importante que tuvimos en el período que estuvimos en las catacumbas fue consultarnos los tres cuál era nuestro deber militante en esa condición y en ese lugar, y se sintetiza en una sola palabra: resistir”. Estas fueron las palabras de Mauricio Rosencof, poeta y dramaturgo uruguayo que escribió Memorias del calabozo, libro que recoge las memorias de él, de Eleuterio Fernández Huidobro, de José Mujica y de las narraciones que fueron tan propias, pero también tan compartidas con los Tupamaros que fueron capturados por el ejército que estuvo a cargo de Juan Manuel Bordaberry en la dictadura uruguaya, entre 1973 y 1985.
Y como bien se tituló la película dirigida por Álvaro Brechner y que fue inspirada en el caso de los tres personajes mencionados anteriormente, su situación como presos políticos fue una Noche de 12 años.
Y el mismo Rosencof escribió un poema que termina por definir la reflexión a la que llegaremos más adelante: “Y si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Versos que fueron escritos en cautiverio, en un aislamiento diferente al del presente, donde la libertad se reducía a su mínima expresión, y por ser reducida a su mínima expresión terminaba invalidándose por sí misma. En ellos está entonces la lealtad que juran quienes tienen una causa en común. No hay represión ni crisis que eliminen las utopías de esa quimera llamada “un mundo mejor”. Y sobrevivir al encierro, a las torturas, al más radical de los aislamientos, fue en realidad el resistir que mencionaron, fue reafirmar que los tesoros más preciados del ser humano son los momentos esenciales de lo cotidiano: un abrazo, una caminata, un viento que se lleva nostalgias.
Lo invitamos a leer: El coronavirus y la vacuna poética: Pensamientos desde casa, día 20
Para los últimos días de marzo José Mujica, en una entrevista que le realizaron en España y que fue transmitida por redes sociales, comentó que este encierro es el momento perfecto para hablar con “el que llevas a dentro de ti”, donde se da el espacio para galopar dentro de la subjetividad de cada quien y permitir que aquel “poeta que te enseñó el secreto de la filantropía” renazca o reaparezca. “Es un tiempo para meditar, para mirar el cielo y para el que cree en Dios, hablé con él”.
La historia se ha encargado de recordarnos que cada determinado tiempo la humanidad se enfrenta a lo mismo. Luego del posicionamiento del capitalismo -en este caso-, corriente que nos volvió individualistas y competitivos, donde lo realmente necesario ha resurgido de las cenizas para mostrarnos que nos encontramos frente a una realidad colectiva que, con el pasar de los días, ha ido aumentando con la misma frecuencia con la que sube la marea en diversas partes del mundo y que nos ha llevado al confinamiento, que como consecuencia este virus le ha quitado la máscara a este sistema y a la nueva religión: “el mercado”.
Nuestro mayor problema actualmente es el egoísmo, pues cada quien solo piensa en beneficio personal. Con este acontecimiento global debemos dejar esto a un lado, y comprender el concepto de comunidad. “¿Qué es lo que estamos sintiendo todos en este momento?”, se preguntó Mujica, “estamos asustados porque amamos la vida”. El COVID-19 parece una película de ficción hasta que uno lo tiene, el virus nos ha demostrado que todos somos vulnerables y que como todo ser vivo estamos en una lucha constante con la muerte. Ahora, debemos preguntarnos: ¿qué estamos haciendo con nuestra vida, somos realmente felices? Según José Mujica, debemos preguntarnos cuál es la causa de esta lucha para así poder encantarnos y desencantarnos, y así reafirmar la vida frente a la muerte.
“Debemos gastar el tiempo en lo que más nos gusta sin pasar por encima de nadie”. Durante este encierro tenemos la oportunidad de fortalecernos mentalmente y recrear nuestro espíritu, para que el día de mañana, cuando salgamos, seamos más generosos y cambiemos nuestra mirada hacia el otro. Entre relatos y reflexiones volvemos a hablar sobre el carácter sagrado de la vida.
(Recomendamos otra columna de esta serie: El coronavirus, los vivos y los muertos).
No existe un punto de comparación entre el encierro al que asistimos nosotros para salvaguardar nuestra propia existencia y el aislamiento como método de tortura para Mujica y los demás integrantes de los Tupamaros en Uruguay. Sin embargo, las palabras de quienes padecieron de una soterrada soledad nos pueden sugerir que la zozobra de sentirnos separados esconde en sus misterios aquello que no habíamos visto antes, y que no es otra cosa distinta a reconocer el valor de los otros, a ver en lo más cotidiano lo más sublime de nuestras memorias, a descubrir que en lo simple y en lo no-inmediato también se halla el sentido trascendental del tiempo que habitamos.
“Para mantenernos vivos tuvimos que pensar y repensar mucho. Les debemos mucho a esos años que pasamos en soledad. (…). El hombre aprende mucho más del dolor y de la adversidad que de los triunfos y las cosas fáciles (...). No sería quien soy. Sería más fútil, más frívolo, más superficial, más exitista, más de corto plazo, más triunfador, más embebido al éxito, más con pose de estatua, más todo eso que no soy hoy. Si no hubiera vivido esos años en profunda soledad”. Así afirmó José Mujica sus años de aislamiento en la dictadura en el documental que aparece en Netflix y que lleva por nombre El Pepe, una vida suprema.
“Tal vez la conclusión más importante que tuvimos en el período que estuvimos en las catacumbas fue consultarnos los tres cuál era nuestro deber militante en esa condición y en ese lugar, y se sintetiza en una sola palabra: resistir”. Estas fueron las palabras de Mauricio Rosencof, poeta y dramaturgo uruguayo que escribió Memorias del calabozo, libro que recoge las memorias de él, de Eleuterio Fernández Huidobro, de José Mujica y de las narraciones que fueron tan propias, pero también tan compartidas con los Tupamaros que fueron capturados por el ejército que estuvo a cargo de Juan Manuel Bordaberry en la dictadura uruguaya, entre 1973 y 1985.
Y como bien se tituló la película dirigida por Álvaro Brechner y que fue inspirada en el caso de los tres personajes mencionados anteriormente, su situación como presos políticos fue una Noche de 12 años.
Y el mismo Rosencof escribió un poema que termina por definir la reflexión a la que llegaremos más adelante: “Y si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Versos que fueron escritos en cautiverio, en un aislamiento diferente al del presente, donde la libertad se reducía a su mínima expresión, y por ser reducida a su mínima expresión terminaba invalidándose por sí misma. En ellos está entonces la lealtad que juran quienes tienen una causa en común. No hay represión ni crisis que eliminen las utopías de esa quimera llamada “un mundo mejor”. Y sobrevivir al encierro, a las torturas, al más radical de los aislamientos, fue en realidad el resistir que mencionaron, fue reafirmar que los tesoros más preciados del ser humano son los momentos esenciales de lo cotidiano: un abrazo, una caminata, un viento que se lleva nostalgias.
Lo invitamos a leer: El coronavirus y la vacuna poética: Pensamientos desde casa, día 20
Para los últimos días de marzo José Mujica, en una entrevista que le realizaron en España y que fue transmitida por redes sociales, comentó que este encierro es el momento perfecto para hablar con “el que llevas a dentro de ti”, donde se da el espacio para galopar dentro de la subjetividad de cada quien y permitir que aquel “poeta que te enseñó el secreto de la filantropía” renazca o reaparezca. “Es un tiempo para meditar, para mirar el cielo y para el que cree en Dios, hablé con él”.
La historia se ha encargado de recordarnos que cada determinado tiempo la humanidad se enfrenta a lo mismo. Luego del posicionamiento del capitalismo -en este caso-, corriente que nos volvió individualistas y competitivos, donde lo realmente necesario ha resurgido de las cenizas para mostrarnos que nos encontramos frente a una realidad colectiva que, con el pasar de los días, ha ido aumentando con la misma frecuencia con la que sube la marea en diversas partes del mundo y que nos ha llevado al confinamiento, que como consecuencia este virus le ha quitado la máscara a este sistema y a la nueva religión: “el mercado”.
Nuestro mayor problema actualmente es el egoísmo, pues cada quien solo piensa en beneficio personal. Con este acontecimiento global debemos dejar esto a un lado, y comprender el concepto de comunidad. “¿Qué es lo que estamos sintiendo todos en este momento?”, se preguntó Mujica, “estamos asustados porque amamos la vida”. El COVID-19 parece una película de ficción hasta que uno lo tiene, el virus nos ha demostrado que todos somos vulnerables y que como todo ser vivo estamos en una lucha constante con la muerte. Ahora, debemos preguntarnos: ¿qué estamos haciendo con nuestra vida, somos realmente felices? Según José Mujica, debemos preguntarnos cuál es la causa de esta lucha para así poder encantarnos y desencantarnos, y así reafirmar la vida frente a la muerte.
“Debemos gastar el tiempo en lo que más nos gusta sin pasar por encima de nadie”. Durante este encierro tenemos la oportunidad de fortalecernos mentalmente y recrear nuestro espíritu, para que el día de mañana, cuando salgamos, seamos más generosos y cambiemos nuestra mirada hacia el otro. Entre relatos y reflexiones volvemos a hablar sobre el carácter sagrado de la vida.
(Recomendamos otra columna de esta serie: El coronavirus, los vivos y los muertos).
No existe un punto de comparación entre el encierro al que asistimos nosotros para salvaguardar nuestra propia existencia y el aislamiento como método de tortura para Mujica y los demás integrantes de los Tupamaros en Uruguay. Sin embargo, las palabras de quienes padecieron de una soterrada soledad nos pueden sugerir que la zozobra de sentirnos separados esconde en sus misterios aquello que no habíamos visto antes, y que no es otra cosa distinta a reconocer el valor de los otros, a ver en lo más cotidiano lo más sublime de nuestras memorias, a descubrir que en lo simple y en lo no-inmediato también se halla el sentido trascendental del tiempo que habitamos.
“Para mantenernos vivos tuvimos que pensar y repensar mucho. Les debemos mucho a esos años que pasamos en soledad. (…). El hombre aprende mucho más del dolor y de la adversidad que de los triunfos y las cosas fáciles (...). No sería quien soy. Sería más fútil, más frívolo, más superficial, más exitista, más de corto plazo, más triunfador, más embebido al éxito, más con pose de estatua, más todo eso que no soy hoy. Si no hubiera vivido esos años en profunda soledad”. Así afirmó José Mujica sus años de aislamiento en la dictadura en el documental que aparece en Netflix y que lleva por nombre El Pepe, una vida suprema.