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El otro lado de la luna, es el título de mi reflexión en voz alta. Hemos visto un lado, la parte siempre visible, el continente rico y contradictorio en que estamos y que, a mi entender, necesita un nombre distinto del que le ha sido dado. ¿Por qué? Porque está la parte oculta, la parte que no aparece al no ser denomina: esa es la importancia capital del nombre, que puede mostrar pero también ocultar. Decir Iberoamérica es seguir ignorando la existencia de la cara oculta de este continente. Me perturba mucho este asunto, no saben cómo… ¿Dónde están los indios? Los pueblos indígenas son también iberoamericanos?
El guatemalteco que procede y se reivindica de una etnia anterior a la llegada de los pueblos ibéricos ¿es también iberoamericano? ¿Y por qué, en un encuentro en que, entre otras cosas, se habla de la identidad iberoamericana, no se habla también de las otras identidades que conforman el continente? ¿No tienen el mismo nivel cultural? ¿O será que no tienen el mismo nivel económico? No sé si hay aquí indios, indígenas con conciencia clara de serlo.
No hablo del mestizaje, otro concepto que habría que revisar, que ha producido algunas salidas, no hablo de indios aculturados, con una situación económica razonable. No hablo de ellos, hablo de los millones de hombres y mujeres que han sido y son ignorados sistemáticamente. Incluso no entiendo que no se hable de los pueblos indígenas en este encuentro, que ni la palabra indio haya salido hasta ahora, pese a estar donde estamos, que no es Bruselas.
¿Cuántos millones de indios quedan? A veces digo, no con autoritas, sino con cierto espíritu romántico, mejor dicho, con el espíritu característico del romanticismo, que los indios eran los dueños de la tierra. Cuando aquí llegó Colón y cuando a Brasil, a lo que después se llamó Brasil, llegó Pedro Álvares Cabral, encontraron gente y culturas, algunas de ellas muy avanzadas. Había idiomas, había literatura, aunque en algunos casos solo se expresara oralmente, pero el cuento, aún no escrito, es ya una manifestación literaria. (Lea una entrevista de El Espectador a José Saramago).
¿Qué hemos hecho? ¿Qué hacemos? O mejor, ¿qué pueden hacer ustedes? Como ven, yo no puedo hacer nada más que preguntar. Sorprendido, asombrado, perplejo. ¿Por qué se olvidada, se ignora, a los indios, a los indios de Colombia, que están aquí, al lado de esta sala, en la puerta? A los de Guatemala, que son el 50% de la población. A los de México, que son millones... ¿Qué harán con ellos, con esa gente? ¿Seguirán habitando la cara oculta de la luna?
Claro que la palabra mágica es integración. Pero integrar ¿cómo? porque la palabra mágica no es suficiente para producir magia. Y la integración, para ser auténtica, debe ser una inter-integración. Yo me integro en ti y tú te integras en mí, pero no es en esto en lo que pensamos cuando decimos “integración”.
Seamos sinceros: si aplicamos la palabra, y el concepto que la palabra encierra, a los indios de América, de esta América, me gustaría saber qué integración estarían dispuestas a conceder las clases privilegiadas y dominantes, qué parte de los indígenas iban a reclamar como propias. Me temo que ninguna, que integración significa que “ellos” se incorporen a los valores dominantes. O sea, a puesto que no habrá integración, y lo sabéis, en el sentido de inter-actuación, a los indios no les quedan más que dos alternativas: desaparecer y, por así decir, limpiar el terreno, que más o menos es la idea que tiene, por ejemplo, Israel con respecto a los palestinos, sencillamente espera que se acaben y está haciendo todo para que eso ocurra, que adopten los modos y las maneras hegemónicas. De integración y de mestizaje, nada, simplemente drástica imposición, aunque sea hacha a través de sutiles maneras. (Lea una entrevista de El Espectador a Pilar del Río, escritora y presidenta de la Fundación José Saramago).
¿Porqué el indio se convirtió de dueño de la tierra en siervo de la tierra? ¿Cómo la tierra pasó de unas manos a otras?. Sabemos que los norteamericanos para resolver eso encerraron a los pieles rojas a reservas. Que es otra forma de acabar con el problema, que antes se me escapó. Aunque de alguna manera los indios de aquí, sus pueblos, donde ellos están, son reservas, reservas sin la grandeza que tuvieron otras reservas, para tener mano de obra barata, reservas para ser ignoradas. Para nosotros todavía viven en lo que llamamos Edad Media, aunque ellos tendrán otra visión, porque la apreciación del tiempo en esas cabezas, en esas inteligencias y en esas sensibilidades, seguramente es distinta de la nuestra. Para nosotros ellos creen que el tiempo está inmóvil, está detenido. Quizá están contando sus víctimas o preguntándose cómo ha sido esto posible, que sunami los despojó de todo, tantas veces y para tantos, no solo de su identidad sino, incluso, del su propia autoestima.
La pregunta que os dirijo, como estudiosos aventajados, es ésta: cuántos millones de indios existen desde México hasta el sur del Sur. Cuántos mapuches, por ejemplo, sean de Argentina, sean de Chile... A los de Chile, parece que les queda menos del diez por ciento de su territorio histórico. El resto les ha sido robado por grandes multinacionales. Por ejemplo, tanto en Argentina como en Chile, Benetton es propietaria de territorios que son como países. Los indios han sido saqueados y, ahora, a los que protestan, se les aplica una ley antiterrorista aprobada en Chile.
Hay personas que no pueden decir: «Esto es mío», y hay firmas, empresas, terratenientes que sí pueden afirmar, sin que les pase nada “Esto ahora es mío”. Y si alguien pretende restituir la propiedad de la tierra, diciendo, «No, no era tuyo y ya tampoco lo será», si dicen: «Me lo robaste, quiero que me lo devuelvan», ésos serán acusados de alterar el orden y recaerá sobre ellos el peso de la ley. No sobre los que se instalan en beneficio propio, con las leyes que ellos han declarado santas, o sea, las leyes del mercado.
Por supuesto, no propongo que ni las ciudades ni las regiones que fueron emblemáticas de los mapuches les sean devueltas a los descendientes, a los tataranietos de aquellos que vivían entonces aquí. No es eso, ni se trata de eso, porque no es posible. Sencillamente, lo que se debería hacer es buscar fórmulas de no dejarlos atrás y de no dar pretextos para situaciones terribles como las que viven, carnicerías tremendas contra los pobres, exterminios de pueblos sin que eso sea noticia. Porque el indio no es noticia. Uno abre un periódico cualquiera y una parte importante, aunque sea una minoría, no forma parte de la realidad que los medios retratan.
Es curioso que ahora que andamos preocupados con la protección de las minorías, incluso de las minorías políticas, y queremos que estén representadas en el parlamento para que la diversidad ideológica y política del país encuentre ahí su retrato, su radiografía, esta minoría mayoritaria que son los indios esté tan ausente de los medios. De los indios no se habla, salvo para un suceso que mal se explica. Y si no hablan ustedes, si no empiezan a hablar de los indios, se está haciendo algo muy grave, porque es considerar que una parte de la población no merece ni un esfuerzo para sacarla de la miseria, de la humillación a que ha sido empujada.
Recordad que esos pueblos llevan cinco siglos de humillación. Les robaron sus idiomas, les robaron sus creencias, les robaron su tierra, les robaron sus dioses. Les robaron todo, todo, todo, todo. No tengamos ninguna ilusión: lo que ocurrió fue una extorsión, un robo montado con eficacia y acompañado de la imposición de una nueva religión que, casualmente, es una religión también de humillación, de negarse a sí mismo. Hay algo de maquiavélico en todo este proceso que ya lleva, se arrastra, quinientos años.
Y, por favor, como ya somos mayores, no repitamos algo que sabemos que no es cierto, no hubo ningún encuentro de civilizaciones, los indios de ninguna parte se metieron en sus barcos, en sus canoas para cruzar el Atlántico y, por una casualidad extraordinaria, encontrarse en su ruta a Colón o a Álvares Cabral. Aquí llegaron las naos o las carabelas que traían, entre otros, a dos personajes importantísimos: el fraile y el soldado. El fraile ponía el pie en tierra y decía: «Vuestros dioses son falsos. Yo traigo conmigo el verdadero Dios». Olvidad por un momento el imperdonable pecado de orgullo que es decir: «Yo traigo conmigo el verdadero Dios», y que ha tenido como resultado una aculturación violenta, en todos los aspectos, aunque es cierto que los guatemaltecos, por lo menos, en un viaje que hice vi que hacen de las iglesias un uso que no es canónico, porque se sientan en el suelo, encienden unas velas en el suelo, no le dan ninguna importancia al altar, o a lo que pasa allí arriba, y es en el suelo dónde hacen sus rezos. No sé qué están rezando. Todo esto debería merecer un enorme respeto.
Pero, decía, que llegaron el fraile y el soldado. Y cuando el fraile decía “traigo al verdadero Dios”, el soldado ya estaba preparando el arma, y enarbolando la bandera de conquista. Detrás, con menos aparato simbólico, estaba el recaudador y el mercader: ellos no se exponían, pero eran los que contaban los beneficios. ¿Dónde está el encuentro?
Ocurre que hay descendientes de aquellas primeras civilizaciones. Y ocurre que esos hombres y mujeres, dispersos e inorados por los medios, pero con idiomas propios, con usos, con tradiciones, con ignorancia de cosas y con sabiduría de otras, pobres, humillados, muchas veces vencidos, otras no, esos hombres y mujeres también son americanos. Así lo ha querido la historia, pero son americanos invisibles o por lo menos así me lo parece y, desde luego, en este encuentro no han aparecido como sujetos de nada, ni de su presente ni de su destino.
A mí me parece que hay que hacer algo, que no podemos ser habitantes de una especie de segundo país, porque se razona, entre nosotros, aquí, por lo que he oído, como si los becarios, y los invitados fuéramos de otra galaxia, como si todos los que estamos aquí fuéramos universitarios norteamericanos o europeos o de cualquier parte del mundo que no tiene una comunidad tan importante reducida a la condición de anécdota.
Se les ha olvidado el indio. Y eso es grave. Es grave porque, si se nos olvida una vez, podemos corregirlo, pero si se olvida una vez y dos veces y tres veces, porque los indios han sido olvidados todos los días que empezaron en el 1500, hasta el día de hoy, entonces la caso va mal, muy mal, es como si no hubiéramos avanzado en derecho internacional, como si no se hubiera abolido la esclavitud, al menos legalmente.
Hace un tiempo que vengo diciendo, con algunas sonadas divergencia, que el futuro de América, de esta Nuestra América, o América del Sur dependía mucho de la emergencia de los pueblos indígenas. De la emergencia de los pueblos, o sea, emerger desde el fondo y aparecer a la luz del sol. Porque una América que recuperase su identidad primera en la figura de esos indios, de esas personas, sería seguramente distinta. Porque puede ocurrir, y no es una acusación malvada, es una provocación, como mucho, que ciertas clases que se consideran hegemónicas, ciertos comportamientos “líderes”, no sean más que copias de formatos europeos o norteamericanos. Y no hay nada peor que ser copia de…
Está faltando el indio. A lo mejor les asombra lo que este señor mayor, europeo, desde lo alto de la tribuna está diciendo. Pues lo repito: está faltando el indio. Y esto es terrible, es como si una clase social, una clase social ya integrada, un sector de la clase media, por ejemplo, fuera, por razones inexplicables, excluido, segregado de la comunidad nacional. De producirse un hecho así enseguida se mostraría la protesta e indignación: «No puede ser», se diría. Y con toda la razón.
Pero los indios están excluidos y segregados desde hace 500 años. Tienen una oportunidad ahora, una doble oportunidad: ayudarlos a que se salven del exterminio, ayudarse a ustedes mismos a salvar su propia dignidad de ciudadanos que no transigen con a barbarie heredada. Quizá la aportación de esta gente, en las distintas edades o grados de desarrollo, con sus valores, algunos tan interesantes, puedan realmente cambiar América.
Porque América necesita ser América y no dirigir su mirada a los países de Europa o a Estados Unidos, que siendo América, tiene otra tradición y otros valores. Ustedes son otros, son distintos; no quieran ser idénticos a nadie más. La identidad de América del Sur tiene que pasar por la aportación, por una recuperación del otro, del indio. Aquí nunca se dijo que el mejor indio era el indio muerto, aunque se le matara. No reivindicamos al otro por una moda literaria, no es el indigenismo y todo eso lo que nos mueve.
No, es el simple y urgente sentido de justicia y, quizá, la necesidad, que no sé si será compartida, de incorporar al otro a nuestras vidas. Como personas puede ser que no se sienta esa necesidad, pero el continente americano del sur necesita esa sangre, necesita a esa gente para estar completo. No se olviden. Porque olvidarse una vez más de la cara que la luna ha querido ocultar sería una infamia y ya es hora de acabar con la infamia de cinco siglos de extorsión y de humillación.
Hay una escritora mexicana, Rosario Castellanos, que es imprescindible leer. En estos países de América del Sur no han faltado escritores que han mirado al indio, al indígena, aunque eso, en el fondo, no actuara como revulsivo porque la sociedad encuentra siempre antídotos para las personas, intelectuales en este caso, que dicen cosas molestas para la conciencia de cada país. Esta mujer, Rosario Castellanos, escribió libros interesantísimos. Era de una familia rica, una de las grandes fortunas de Chiapas y de toda esa región oriental de México, pero ella, observadora, escribió un libro, una obra, sería mejor decir, en el que queda claro que la humillación a la que sometieron al indio, a lo largo del tiempo, ha sido una vergüenza. Hablo, por ejemplo, de “Ciudad real”, un monumento literario y humanista, que recomiendo que lean. La gente de San Cristóbal, o sea, de Ciudad Real, vivía sin darse cuenta de lo que estaba pasando, creía que ese era el orden natural de las cosas, la voluntad del Dios de todos, pero, como siempre ocurre, cuando se es Dios de todos, se es más Dios de unos que de otros. Y era el Dios de los ricos, sobre todo y como siempre.
No quiero complicarle demasiado la vida a nadie, pero me gustaría que ésta fuera para fuera una noche de insomnio. Y me gustaría aún más que sobre el tema de la cuestión del nombre, que sea iberoamericano o no, en el fondo no tiene mucha importancia, aunque me parece que debe de merecer la atención de quienes aquí viven, me gustaría, decía, que se sienten juntos portugueses, españoles, hondureños, lo que sea, de todos los países que aquí están representados, para contestar a esta pregunta «¿Qué es lo que nos ha pasado que hemos olvidado al indio?» y ojalá que se alcanzaran algunas conclusiones. Y que ese debate se integre en la cotidianidad, ese debate o esa toma de conciencia, en la acción futura.
Quizá en el futuro, alguno de los líderes que hoy están en esta sala, aunque por el momento becarios, cuando llegue la ocasión, si llega, de ser realmente líderes políticos o empresarios, piense en esto que nos ocupa. Supongo que ustedes trabajan para ser dirigentes en los dos mundos del poder, para ser empresarios o políticos, que son las dos carreras que están abiertas. A los empresarios puede que no les importe mucho esta cosa del indio, pero si se dirigen hacia la política, si efectivamente tienen un escaño en los parlamentos de cada país, háganme el favor de corregir este desatino, esta injusticia. Que no es una injusticia histórica, es un crimen histórico.
La historia siempre la escriben los vencedores. Imaginen como sería la historia de América, de esta Nuestra América, escrita por los indígenas, por los indios ¿Cómo sería? Cinco siglos después quizá ya sea el momento de volver al sentido común. O de imponerlo, frente a los intereses que no están llamados para ser árbitros de nada, después de haber sido parte abusiva de todo. Es la hora de que veamos la luna en todo su esplendor. No la tapen, por favor.
* Para más información visite la Fundación José Saramago: https://www.josesaramago.org/